Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 14 de septiembre de 2016

EL VERBO SER DE ANDRÉ BRETÓN

Nelson Yegûez

Como bien indica el título, el poema engloba lo que es el ser, es decir, todo. Por un momento me sentí como si presenciara una película surrealista llevada a poema, una de las principales razones es por el hecho de encontrar “la desesperación” en distintas circunstancias, las imágenes de ese texto circulaban a través de cortes directos, en un momento estábamos en un barco acribillado de nieve, al otro admirando la agonía de las aves; muy parecido a lo que hizo Luis Buñuel en su película “Un perro Andaluz”, en un momento vemos como la luna es cortada por una nube y al otro un ojo cortado por una navaja.
El mensaje quiere decir que al final la desesperación es pasajera, lo que ayer nos atormentaba hoy será parte de la cuenta de nuestra vida, y a su vez esta se repetirá constantemente como si fuera un círculo. Existe un contraste interesante con una oración que en el mismo poema se repite constantemente “Conozco la desesperación a grandes rasgos” orientada hacia un lado mucho más pasivo donde habla de la libertad y como muere la misma a causa de la melancolía; pero luego la oración anterior experimenta una modificación: “A grandes rasgos conozco la desesperación” donde se habla de la altanería y la ira.
Un día podemos sentir el “Conozco la desesperación a grandes rasgos”, al otro podemos transformarnos en “A grandes rasgos conozco la desesperación”.

EL VERBO SER
André Bretón



“Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se sienta necesariamente a una mesa quitada en una terraza, de noche, a la orilla del mar. La desesperación es y no es el retorno de una serie de pequeños hechos como semillas que al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una piedra o el vaso de beber. Es un barco plagado de nieve, si queréis, como los pájaros que mueren y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña, delimitada por joyas de pelo. Es la desesperación. Un collar de perlas para el que no se sabría encontrar broche y cuya existencia no pende siquiera de un hilo, eso es la desesperación. Del resto no hablemos. Acabaríamos por desesperarnos si comenzáramos. Yo desespero del tragaluz hacia las cuatro, desespero del abanico hacia las doce, desespero del cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano permanece siempre ante la desesperación jadeando, ante la desesperación que los espejos jamás nos dicen si ha muerto. Vivo de esa desesperación que me encanta. Me gusta esa mosca azul que vuela por el cielo a la hora en que las estrellas canturrean. Conozco a grandes rasgos la desesperación de los largos y frágiles asombros, la desesperación de la soberbia, la desesperación de la ira. Me levanto todos los días como todo el mundo y extiendo los brazos sobre un papel de flores, no me acuerdo de nada, y siempre descubro con desesperación los bellos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitación es bello como unas baquetas de tambor. Forma un tiempo de tiempo. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento que me ayuda. ¡Se tendrá idea de semejante desesperación! ¡Fuego! Ah, vendrán otra vez... ¡Socorro! Helos ahí cayendo por la escalera... Y los anuncios de periódico, los letreros luminosos a lo largo del canal. A grandes rasgos la desesperación carece de importancia. Es un incordio de estrellas que de nuevo va a formar un día de menos, es un incordio de días de menos que de nuevo va a formar mi vida.”

JANO: DE ESPALDAS A UNO MISMO A propósito del poema homónimo de Arnaldo Acosta Bello

Diego Ranuárez

La primera referencia que sin duda se nota, es aquella de la casi omnipresente cultura griega: partiendo del título, “Jano”, para algunos hará recordar a la consorte del Rey Olímpico en su denominación romana, pero aquellos algo más adentrados en la mitología sabrán que el punto de partida de este poema es la difusa y poco conocida figura de aquella divinidad dual de los caminos, del hola y del adiós.
Si bien importante, “Jano”, la divinidad, no es centro del poema, sino que sirve de conducto o excusa para un fenómeno que no tarda en aparecer: la contemplación, vista en este caso como el campo inerte de las experiencias desapegadas, o mejor dicho, que no “se quedan” en el observador.
Al principio, la calma y armónica maravilla de los ojos como enlace entre quien contempla, la arena como el tiempo en que nos desenvolvemos, las estrellas como el ideal de lo misterioso brillante, y el mar como espejo profundo cuyos reflejos contienen la inmensidad de lo que somos y de lo que no sabemos.
A continuación, un lamento por no haber “probado”, pero que a pesar de ello se valorice, mida y contabilice todo. Las muestras/imágenes de tristeza que se suceden después, responde a una protesta ante la ausencia de aprovechamiento y disfrute verdadero de las cosas, a un darles por hecho.
Dicho esto, queda preguntarse: ¿la voz que se lamenta habla desde dentro o desde fuera del problema? La última línea del poema quizás nos arroje algo del luz al respecto: admite haber “probado”, pero nada ha aprovechado o disfrutado en realidad al no quedarse en el nada de lo “probado”.
Acá, “Jano” no es más que la dualidad de quien no se escapa de lo banal que critica, aun a pesar de haberse dado cuenta de sus faltas. Y es de ahí de donde nace la voz.

JANO
Arnaldo Acosta Bello


"Doble cabeza, doble espalda,
ojos que el viento almacena
donde arena y estrellas se juntan
por encima del mar, mar con lomos
plateados y látigos que caen
sobre mi pecho. Padezco sin embargo
porque alguien no ha probado ni fruta
ni leche, miga o pan entero, y sus ojos
con la virtud de darle a todo
su forma y su tamaño, el valor
y la proporción que le pertenecen,
matan en mí la dicha, el sueño,
dejan una flor seca en la botella,
traen el desabrigo, me entregan
al frío de la noche, al ladrido
del perro, a la urna sin nombre
que se cierra con hierro diestro
y pesado. Anciana, pálida ceniza
cae sobre la mesa donde un reloj
debilita al tiempo y borra con arco
oscuro la blanca superficie.
Cada segundo hace temblar la mano
cerca del espíritu ardiente de un verso
cerca de la salida donde el destierro
corre a mi encuentro.
Nada he visto, nada sé y todo lo he probado."

UN PENSAMIENTO SOBRE EL POEMA “Y la muerte no tendrá señorío” de Dylan Thomas

Nathalia Uzcátegui

Quizá es odioso y superficial recurrir a la aparente obviedad de algunas cosas, pecar de ser muy simplón o inocente, pero me atreveré a serlo. Ciertas creaciones humanas gritan con inocencia hacía el que las mira: atrás quedaron los ambiguos abismos, los grises; ahora solo existe la claridad, misma que la muerte no puede arrebatar al arte que dejaron quienes sufrieron, vivieron, amaron antes que nosotros.
“Y la muerte no tendrá señorío” ¿Acaso hay algún clamor más valiente? porque la valentía está reservada para los idealistas y soñadores y para los enfermos de libertad. Porque es el clamor que expulsa el miedo a la muerte del espíritu y lo subyuga solo a ser parte de la vida y no un abismo.
Y nosotros recordaremos a esos locos como cuerdos y sobre ellos la muerte no tendrá dominio ni reino.

Y la muerte no tendrá señorío
Dylan Thomas




" Y la muerte no tendrá señorío. 
Desnudos los muertos se habrán confundido 
con el hombre del viento y la luna poniente; 
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios, 
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies; 
aunque se vuelvan locos serán cuerdos, 
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, 
aunque los amantes se pierdan quedará el amor; 
y la muerte no tendrá señorío. 

Y la muerte no tendrá señorío. 
Bajo las ondulaciones del mar 
los que yacen tendidos no moriran aterrados; 
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden, 
amarrados a una rueda, aún no se romperán; 
la fe en sus manos se partirá en dos, 
y los penetrarán los daños unicornes; 
rotos todos los cabos ya no crujirán más; 
y la muerte no tendrá señorío. 

Y la muerte no tendrá señorío. 
Aunque las gaviotas no griten más en su oído 
ni las olas estallen ruidosas en las costas; 
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten 
ya más la cabeza al golpe de la lluvia; 
aunque estén locos y muertos como clavos, 
las cabezas de los cadaveres martillearan margaritas; 
estallarán al sol hasta que el sol estalle, 
y la muerte no tendrá señorío. "