Argenis Ranuárez
argenisranuárez@gmail.com
Homenaje a Irma Marina (11/07/2008)
Bien por la idea de esta actividad. Buena la
iniciativa de este homenaje. Compromiso contraído con anterioridad nos impide estar en cuerpo y alma. Nuestro
corazón aquí, en la voz de la mujer amada, ama de llaves de nuestros sueños,
para decir ¡PRESENTE!
Participamos en este coloquio, con lo único que
podemos, la palabra labrada por el sentimiento. Por una parte, la pasión por
este San Juan y por la otra, la admiración y afecto por esa venezolana de
altísimos kilates personales y profesionales llamada IRMA MARINA MENDOZA, toda
empeños, toda esfuerzos, toda entrega a lo suyo, que son familia y Patria.
Muy cerca de este Teatro de Bolsillo creado por el
Alcalde Spartalian, artes, ciencias y letras hoy, donde ayer se guardaban las
urnas de la funeraria “La Milagrosa” de la familia Hurtado, está la casita de
nuestra feliz infancia. Esa casita nuestra llamada ANALUZ por nuestra tía Luz y
por mamá Ana, la Tía Luz hoy con ochenta y cuatro años a cuestas, invidente pero
con los ojos del alma intactos. La tía Luz pasa sus días peleándose con los
fantasmas del pasado que ella se empeña en llamar espíritus burlones.
Aquí estoy Irma Marina, para expresar con voz
prestada, un sentimiento muy propio. La inmensa alegría que me embarga. Aquí
guardaban las cajas forradas en terciopelo negro, donde tantas veces nos
ocultamos jugando al escondido con los hijos de Doña Emma y Don Rafael, la
Negra, Carmen, Rafucho y El Chino.
La calle Mariño comenzaba en el cruce con la calle
Ciencias, antes Calle del Ganado y hoy Monseñor Sendrea. Cuando fue construida
la Avenida Sucre, la calle Mariño quedó reducida a dos cuadras, desde el templo
evangélico hasta El Mercado Municipal. La casa que está al lado de estas, la
adquirió el Alcalde Julio Torrealba por compra al exgobernador Carlos Días
Heredia y hoy ocupa dependencias municipales. Allí tuvo taller de bicicletas,
refresquería y arepera, el musiú Giovanni.
Al Mercado Municipal íbamos de niños, de la mano del
abuelo Pedro. Luego, solo, a comprar, a hacer los mandados. Un kilo de carne,
dos bolívares, un kilo de costilla, un bolívar, un kilo de verduras, un
bolívar, café a medio la papeleta, maíz a real el kilo y la sal, a medio. Nos
atendían los pesadores Paco Muñoz, Jesús, Rafael Esperandío y Ramírez. Si era
cochino lo que buscábamos, lo vendía Don Pedro Montero, todavía vivo, con
noventa y cinco años, por allá por el barrio Agua Hedionda, camino de los llanos.
El policía del mercado era un gigantón cordial y
afectuoso a quien le decían sanjuanote.
El encargado de mantener el mercado impecable, era un hombre flaco, desgarbado,
tímido y de sonrisa infantil, llamado Guillermo Agraz, descendiente del Capitán
Agraz, corneta del Libertador, Bajando de aquí donde hoy está el restaurant
DINASTÍA, estaba la casa y bodega de Rosendo, ultimado por uno de sus hijos,
años más tarde en una crisis de locura psicotrópica. En esa misma casita de
bahareque, vivieron los isleños Doña Concha y Don Ventura Piñero, con sus hijos
Luis y Juanito, el terrible Juanito…
Al lado, los Del Nogal: María de Jesús, Rafael,
Nelly y Miguel. Don Miguel encendía cada
tarde los bombillos de las calles del pueblo, con una vara larga como él mismo.
Doña Josefa era costurera y bordadora de las mejores. Frente a los Del Nogal,
vivía Doña Carlota Power, madre de Antonio, Daniel y Horacio Scott. Era una
bella que a los noventa, todavía pedaleaba en su vieja SINGER. Al lado se
instaló el isleño Antonio Cáceres, quien comercializaba cebolla, tomate y
papas. Su hijo Raúl, contemporáneo nuestro, todavía mantiene ese negocio,
ampliado a otros productos de la tierra.
Al lado de los Del Nogal vivía Genaro, un regordete de
voz metálica, padre de la esposa de Don Simón Belisario, quienes vivieron allí
varios años. Recuerdo a Chichi y a Lilita. Cuando se fueron, alquilaron la casa
a Maruja, una gallega que instaló la Pensión España, con el que presentó como
su hermano llamado Pepe y que terminó siendo su marido. En esa pensión vivió
Gumersindo Muras, gallego también quien vino como técnico de los equipos de
lavandería del Cuartel Zaraza. Hace rato Muras cumplió los ochenta y todavía
atiende su Estacionamiento Noguera en la Sendrea.
Al frente los Pozzo, Clemente y Don Antonio, la casita
de Clemente era diminuta, con una ventanita por donde se asomaba Marcos, el
hijo mayor, nuestro alumno muchos años después, hoy ya ido del mundo de los
vivos. Clemente era enfermero de la PGV, beisbolista en sus años mozos,
compañero de la Escuela Aranda de Israel, nuestro padre.
Al lado de los Belisario, nosotros, casa construida en
1929 por Juan Herrera el viejo, comprada por nuestro abuelo en 1932 a crédito
en dos mil bolívares, patio inmenso, tres mangos, un ciruelo, dos naranjos, un
gigantesco merecure donde anidaban los azulejos y un azahar cuyas flores
impregnaban media calle. Frente a nosotros, los Velázquez oriundos del Tigre,
peleones y fiesteros. Tocaban y cantaban, eran: Josefa, Rosita –tuvo una hija
de Manuel Sarmiento-, Ramón Salvador, Ada y Lorenzo. Ada fue nuestra primera
ilusión. En esa casa vivió también el Perezjimenista Miguel Arroyo Luder,
alcohólico muy culto casado con María, a quien duplicaba en edad.
Luego de nuestra casa, callejón –hoy calle- Mellado de
por medio, la casa de COPEI, donde también funcionó el FEI con Teobaldo Mieres
al frente, y el MAC dirigido por el Doctor Carlos Alfonso Vaz.
Al lado de los Velázquez, los Torrealba. El sabio
vivió primero en la casita nuestra con Doña Rosa su esposa, y sus doce hijos.
Esa casa de los Torrealba parece que brotó del fondo de un hueco, allí cantaba
y tocaban. Daria Morgado, muerta hace unos meses, cocinaba en latas y el leña.
Aquello era un zoológico. Tenían un burro, un mono, un patio lleno de aves,
unos mamones dulces como la sonrisa de Doña Rosa, y allí vi por primera vez un
microscopio, donde Torrealba me enseñó a conocer el mundo de los
microorganismos.
Al lado, en la casa de COPEI, vivía Doña Rosa Díaz, la
abuela de Ofelia y de José Ramón Sojo, quien crió a sus sobrinas Hilda y
Carmencita. Subiendo la pequeña cuesta, el señor Domínguez, dueño de la Casa
Imperial, trabajador como él solo, la mirada larga como su tristeza, al lado,
los Padilla, Don Antonio, Providencia Irazábal Ron de Padilla, hermana del Jefe
Civil de San Juan por esos días de los años cincuenta, y los muchachos, Toñito
– a quien todavía llaman nariz de cuchillo-, Carmencita y Kiko.
Al final de la calle, ya en el voladero, los Martínez,
Don Dionisio, albañil de los mejores, Sebastiana su mujer hacía unas arepas en
budare y a la leña que sólo competían con las de María del Socorro Pozzo. Dos
hijos tuvieron, Josefina y Valentín. Valentín fue cazador, pescador y ciclista.
Trabajó en el MOP. Todas las mañanas “coge sol” en la acera de atrás de nuestra
casa montonera, está vivo porque se alimenta de recuerdos.
Frente a los Padilla, casa de alto con un mural
ecológico con especies de agua dulce, allí vivió el Doctor Shult, primer
oftalmólogo que tuvo el pueblo de los Morros. Sus hijos fueron, Junto a
Carlitos Belisario y Tulito Pineda, los pioneros del tenis en San Juan. Esa
casa la compró José Eugenio Silva con su mujer Carmen Espinoza y sus ocho
hijos. Raúl, Catire y Eugenio fueron nuestros compañeros de sana aventura, Río
San Juan arriba hasta el Chupón, río San Juan abajo hasta Pueblo Nuevo. Eugenio
es un genio. Vivió en Brasil, ahora en los Estados Unidos, y es una figura
internacional de las artes plásticas. Cuando dirigimos la Casa de la Cultura de
San Juan, fundamos un taller de Artes Plásticas en el Parque Roscio, con
Eugenio como Director. Cuando se fue a vivir a Estados Unidos, quedó al frente Abilio Briceño.
Y abajo, en la orilla del río llamada hoy calle Los
Puentes, antes Avenida Gómez en tiempos del benemérito, allí los Araujo. El
maestro Arquímedes, corpulento, voz grave, orejas peludas, manos gigantes,
fabricaba muebles, ensalmaba niños y hablaba del Libertador, su esposa se
llamaba Constanza, una santa. Uno de sus hijos, llamado Julio, era mecánico,
beisbolista y pescador, murió en un accidente de tránsito cuando regresaba de San José de Tiznados.
Tinto y Pichón militaban en la juventud comunista y con ellos libramos tiempo
después -años sesenta- duras luchas. Carmen Araujo había sido nuestra maestra
de tercer grado y con Adela comenzamos el bachillerato en el viejo Liceo Roscio
de la avenida Bolívar.
Por esa calle Mariño y por esa avenida Sucre subían y
bajaban cada noche mujeres de vida triste que alquilaban sus cuerpos por cinco
bolívares de los de antes en unos sucuchos de barro debajo del puente de La
Mulera. Recordamos a Bola de Nieve, la Batatera, la Cinco Minutos, la Gata y la
Quiebra Palo. En uno de esos ranchos murió el fotógrafo Temístocles Salazar,
padre de su homónimo, líder máximo de la Juventud Comunista en el Liceo Roscio,
y de Carlitos, residenciado en París.
Por eso, por esos Morros, por esa calle –la más corta
y bella avenida del planeta- y con esa gente, aprendimos a amar siendo amados,
a respetar siendo respetados, aprendimos a soñar soñando y a vivir viviendo.
Llegue este recuerdo bueno a la homenajeada Doctora Irma Mendoza, emprendedor
espíritu quien tiene la especial condición de estimular, alentar, ayudar como
lectora y seguidora de trabajos de historiadores y cronistas, lee, analiza,
interpreta, recomienda, aconseja, sugiere y propone. La calidad humana de Irma
se pierde de vista. Su angustia es la nuestra, patria, país y república.
Partimos de la historia y a ella llegamos. Queremos hacer más, quisiéramos
llegar a más en esta búsqueda para nosotros y para los demás. Amén.