Jeroh Juan Montilla
Saki fue un birmano de
nacimiento pero de indudable personalidad británica, huérfano, criado por unas
espantosas tías en Londres, escapa de ellas y termina como policía en Birmania,
seguía así los pasos del padre, regresa a Inglaterra enfermo, se recupera,
trabaja como periodista mientras escribe cuentos y novelas, luego en uno de sus
arrebatados gestos se incorpora a ese disparate llamado primera guerra mundial,
entra como sargento de los fusileros reales a una trinchera de los campos de
Francia, allí muere a manos de un francotirador. El hacedor de ingeniosas paradojas
cae bajo el feo lazo de lo injusto e inexplicable. Gracias al Infinito queda la
herencia de sus relatos, incisivos, irónicos, escépticos, cínicos y matizados
con la elegancia del mejor humor de una nación de reinas disímiles como Isabel
y Victoria. El impacto de lo paradójico, de lo asombrosamente contradictorio
puede desatar en nosotros una muda carcajada, un reír del intelecto. Por cierto,
aprovecho la oportunidad para recomendar la lectura de “Mis chistes, mi
filosofía” del filósofo esloveno Slavoj Zizek, no imaginaba que tan apropiado
es el humor para transitar sin tropiezo los meandros de lo filosófico.
Excelente texto.
Saki me hizo redescubrir la
risa inteligente, esa que no para de resonar en los textos de Oscar Wilde. Este
tipo de humor es una cosa exótica en un país como el nuestro, donde el humor es
originariamente crudo, cuestión (aclaro) que no lo hace ni peor ni mejor que el
flemático humor inglés, solo lo presenta como distinto, una variante con mucho
valor y creatividad en el mapamundi del humor. Ahora bien otro descubrimiento que encuentro
en este libro de Saki, especialmente en esta edición, es la foto de su portada.
Un acierto de los diseñadores de la editorial Claridad. Es un precioso y
apropiado cuadro del pintor francés James Tissot (1836-1902). Tissot igual que
Saki luchó en una guerra, la franco-prusiana, se casó con una irlandesa, vivió
mucho tiempo en Londres donde estudió grabado y trabajó como caricaturista para
la revista Vanity Fair. Lo inglés se quedó para siempre en el estilo de sus
cuadros y en las hermosas miradas de sus personajes femeninos. No puedo dejar
de mencionar que este apellido me hizo recordar uno de los relojes muy
mencionado en la televisión de mis años de infancia. Esta portada fue un
hallazgo. Es un despliegue a todo color de una pintura de 1877, titulada
“Remembrance Ball on Board” (véase foto de la portada) Imagen preciosa e
impecable, un trio, un atento joven y dos elegantes damas en amena
conversación, una típica escena en la cubierta de un barco, muy empapada de una
discreta sensualidad de fin siglo XIX. De inmediato me dediqué a explorar en
red todos los cuadros de este artista galo, ubicado en la corriente plástica
conocida como el realismo academicista. Una obra nada escandalosa, pero
intensamente bella tras su fachada exquisitamente burguesa, se capta en ella un
daimon particular, el sobrio juego con la belleza en las naciones británicas.
Saki y Tissot, maestros del uso oportuno
de lo paradójico para crear una literatura y un arte elegante, divertido e inteligente.
Un hacer que sacuda nuestra conciencia, la active, despierte definitivamente
nuestros sentidos físicos y mentales, los despabile en esa persecución diaria
de lo bello descubriendo que lo contradictorio del vivir es una oportunidad
didáctica para contactarnos con la totalidad. Finalizamos cabalgando las
palabras de Schiller: “No hay otro camino para conseguir que el hombre pase de
la vida sensible a la racionalidad que darle primero una vida estética.”
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