Tibisay Vargas Rojas
¿Cómo llegan algunas palabras a nuestra lengua?, pues, por
dinámica social, y, agrego, por elan. Sí, por ese continuo impulso de la vida
que Bergson señaló como causa de la evolución y el desarrollo de la misma. Así
ocurre con un río. Uno que especialmente voy a tocar en estas líneas, movida
por el impulso de los avatares del país, y principalmente por la indignación
que me causan expresiones peyorativas que me he topado en la red, a propósito
de un incidente ocurrido durante una de las marchas pacíficas de ciudadanos que
luchan por la dignidad de Venezuela. El suceso en sí, fue la represión de dicha
manifestación, con un grado tal de ensañamiento por parte de los cuerpos represivos
del Estado, que obligó a los participantes a arrojarse al cauce mezquinamente
embaulado y contaminado de río Guaire.
Guaire, Guaire, no se ponen de acuerdo los estudiosos para
dar origen al topónimo del otrora magnífico caudal de agua que atraviesa la
congestionada, pero no menos hermosa ciudad de Caracas. Termina siendo Guaire,
del guanche “guayre”, nombre con el que los aborígenes canarios denominaban a
su jefe tribal, y cuyo significado fue propuesto por el filólogo tinerfeño Juan
Álvarez Delgado (1900-1987), derivado del vocablo bereber “amgar”, que
significa grande, jefe, notable. De igual modo, el historiador y filólogo
Ignacio Reyes, también tinerfeño, traduce el vocablo desde la primitiva forma
“ggwair” que se traduce como superior, notable. Deduciríamos entonces que
nuestro Guaire tiene raíces filológicas canarias, y no es descabellado, pues la
afluencia de canarios a nuestro país durante el siglo XVII fue considerada
masiva, estableciéndose una importante colonia. No faltan, sin embargo, estudiosos
como el escritor e historiador Arístides Rojas, que consideraran el vocablo
americano, y aunque sin base para exponerlo, derivaran Guaire del quechua
“Huaira”, que significa “viento”. El Guaire, es un río afluente del Tuy, que
recorre 72 km. Desde la confluencia de los ríos San Pedro y Macarao en Las
Adjuntas, atravesando la ciudad en dirección sudeste.
Antes del siglo XX, no estaba contaminado, y como principal
vía fluvial del Valle de Caracas, era navegable. Fue durante el gobierno de
Guzmán Blanco a finales del siglo XIX, que se dotó la ciudad de cloacas y
alcantarillas, ordenando que se usara el Guaire como vía principal de desagüe
de las aguas residuales, encontrándose en la actualidad en una situación
ecológicamente preocupante, sin que mueva la conciencia del ciudadano, o peor
aún, por la directa responsabilidad en apersonarse, de los gobernantes de
turno, quienes se atreven por ignorancia e insensibilidad, a motejar al noble
río, de cloaca, y a los ciudadanos que bajo persecución se arrojaran a su
deprimido cauce, de excrementos. Así leo, pues, como triste lema de recientes
concursos literarios “Al Guaire, lo del Guaire”, repitiendo el infeliz tweet
oficialista “A Dios lo que es de Dios. Al César lo que es del César, al Guaire
lo que es del Guaire”, que en un afán de burla y desprecio se atrevieron a
manipular las palabras del Maestro. Y la cuestión, es que les resulta un
escupitajo al cielo, porque la nobleza del río, acunó la nobleza de los
deprimidos manifestantes salvaguardándolos de la saña.
Ese Guaire deprimido, maltratado, reducido a miseria por las
infames administraciones de Estado, resultó salvaguarda de vida y alivio a no
menos maltratados y deprimidos ciudadanos que no dudaron en refugiarse a su
amparo. La historia de Caracas ha estado estrechamente vinculada al Guaire y su
cuenca. Son muchas las citas que desde la colonia se hacen a propósito de
actividades que lo relacionan, así como a las quebradas Catuche, Anauco, y
Caroata, que en amorosa red fluvial surcan la ciudad antes de desembocar en el
Guaire, entregándole la esencia de la ciudad recogida desde el Ávila, San
Bernardino, El Silencio y casco central, tomando en cuenta respectivamente el
origen o recorrido de dichos afluentes. A finales del siglo XVIII y principios
del XIX, llegan al país, naturalistas con el propósito de realizar colectas
botánicas y zoológicas, así como estudios de historia natural, y se realizan
las primeras descripciones técnicas y científicas sobre el río Guaire y su
cuenca. Entre estos pioneros destaca el ilustre naturalista alemán Alejandro de
Humboldt, quien plasma notas y observaciones al respecto en su magna obra
“Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo”, como de igual modo
hicieran el fotógrafo húngaro Pal Rosti, el pintor y zoólogo alemán Anton
Goering, el escritor y expedicionario ingles James Mudie Spence, entre otros a
quienes no pasó desapercibida la magnificencia e importancia del Guaire,
abrevador de la sed de los caraqueños, que del servicio del aguador o aguatero
colonial sostenían su vida. Fue en el noble oficio heredado de Castilla, de
estos personajes, donde debiera recalcarse la hechura de ciudad. En la
maravillosa obra en prosa “El Lazarillo de Tormes”, anónimo español del siglo
XVI, una cita pone de relieve la importancia del aguador:
"Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la
iglesia mayor, un capellán de ella me recibió por suyo, y púsome en poder un
asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a echar agua por la ciudad. Éste
fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida, porque mi
boca era medida. Daba cada día a mi amo treinta maravedís ganados, y los
sábados ganaba para mí, y todo lo demás, entre semana, de treinta maravedís y
me quedaba con todo lo que pasase de treinta maravedís diarios."
Imaginamos la visita diaria del aguador en casa de la
familia Bolívar, y en la de todos los caraqueños, llevando el cántaro diario
repleto de la dádiva del Guaire, así como futuramente se construyeran con igual
propósito sobre los afluentes del Guaire, los embalses “La Mariposa”, y
“Macarao”.
Pero no solamente la sed se ha abrevado con el río, también
ha sido el Guaire fuente de luz, pilar de cualquier ciudad. En 1897, la
Compañía Anónima Electricidad de Caracas, fundada en 1985 por el ingeniero Ricardo
Zuloaga Tovar, instala la primera estación hidroeléctrica conocida como “El
Encantado” en el llamado cañón del río Guaire, iniciando así la etapa de
iluminación eléctrica de la ciudad de Caracas, pasando ésta a ser una de las
pocas ciudades del mundo, y la primera de Latinoamérica, que para entonces
contaba con fluido eléctrico continuo, gracias al aprovechamiento de corriente
de agua, creándose luego, por la expansión demográfica, las estaciones “Los
Naranjos” y “La Lira”. Guaire, Guaire, el notable, el superior, hoy reducido,
convertido en el gran vertedero de la ciudad.
Guaire, Guaire, siento en su nombre los ecos de la dinámica
fluvial que trazó los planos de la ciudad con generosidad paterna, desde los
primitivos asentamientos en sus márgenes de los bravos aborígenes Caracas, la
instalación colonial, hasta el perfil urbanístico que no cesa de crecer.
Guaire, Guaire, el Sena y Támesis caraqueño que no goza del prestigio y orgullo
que conceden franceses e ingleses a sus emblemáticos ríos, no menos
contaminados, pero jamás maltratados de palabra, olvido e ignorancia. Guaire,
Guaire, convertido por ignominia en el gran vertedero de la ciudad, que quizá
sólo se sostiene por las vivres (wyvern), como el folclore druídico llamaba a
la energía de la tierra, la gran serpiente promotora de la vida y fecundidad.
Me atrevo a sostener que sólo por ello permanece el Guaire, por esa fuerza
cósmica que seguro pulsa en los moradores de la gran ciudad que ha sostenido, y
que ha hecho eco en las notas patrias “Seguid el ejemplo que Caracas dio”. No
saben los opresores el enaltecimiento que han procurado al maltratado río, al
compararlo en afán peyorativo con los ciudadanos que buscaron refugio en sus
deprimidas aguas. El Guaire es Caracas, viva a pesar del daño, nunca reducida,
a pesar del abuso. Caracas es el Guaire, grande, notable. ¿Al Guaire, lo del
Guaire?, ¡sí!, ¡y a mucha honra!
(Imagen: Río Guaire.- Óleo de Manuel Cabré.-1915)