César Gedler
Los
rumores comenzaron desde los primeros días de diciembre. Los agoreros entraban
y salían de las casas con la precaución del perseguido. En poca gente se podía
confiar. Todo estaba revuelto y los espías se pasaban de un bando a otro sin
saber a qué atenerse. Poca gente tenía teléfono. El telégrafo no era confiable.
En las mañanas los hombres salían a buscar información en los periódicos, en el
mercado, en las plazas, a través de amigos con emisoras clandestinas, con los
brujos y hasta en la expresión de los militares que caminaban rumbo al cuartel.
A
mediados de mes ya no se soportaba la tensión. Ya se hablaba con mayor descaro:
“¿Murió el hombre?” “Se sabe que sí, pero no lo quieren decir”. “Tengo un primo
sargento en Caracas y no lo dejaron salir esta semana”. “La cosa está fea. Hace
días que no se sabe nada del Indio Tarazona y eso da qué pensar. La mayoría de
las casas gomeras están vacías. Se llevaron a las mujeres y a los niños”.
El
martes 18 soltaron la noticia desde temprano por la prensa y por la radio: “El
Benemérito General Juan Vicente Gómez, Benefactor de la Patria, falleció anoche
a las 11:45 pm. El país está de duelo”. Como un maremoto comenzó a crecer la
noticia. Primero con duda y desconfianza, después con miedo y alegría
confundidos; por último con euforia espasmódica cuando la gente empezó a coger
la calle y a gritar con todas sus fuerzas: ¡Ha muerto el Tirano! ¡El Bagre está
muerto! ¡Terminó la dictadura! Los presos empezaron a salir de los calabozos
con los ojos y la piel enferma y el cabello blanco por la falta de sol.
Unos
arrastraban la pierna derecha como si todavía llevaran los grilletes con las
bolas atadas. Otros sonreían mostrando las encías sin dentadura, algunos se
escondían de la gente como si los fueran a rechazar como en otros tiempos y los
más sanos denunciaban las torturas que les habían hecho y pedían la muerte para
los esbirros, mientras los familiares de los encarcelados buscaban a sus
parientes entre la multitud con rostros de angustia y alegría.
Más
adelante surgieron los rumores. Se decía que por haber nacido el 24 de julio,
igual que El Libertador, querían hacer coincidir la fecha de su muerte, con la
del General Simón Bolívar, para atribuirle un carácter providencial al dictador
Juan Vicente.
Ese
mismo 18 de diciembre salió la gaceta oficial número 18.831, que confirmaba el
deceso del presidente en la quinta “23 de mayo”, en Las Delicias, Maracay.
López Contreras quedó como presidente encargado, y de inmediato se dirige a la
nación a través de una alocución de radio, frustrando de esta manera los planes
continuistas del gomecismo, a través de Eustoquio Gómez, quien muere al
resistirse a la orden de arresto, del general Galaviz.
Según
Francisco Carreño Delgado, autor del libro “El Benemérito, un bellaco
admirable” en el momento de la muerte del presidente, él se encontraba en la
planta baja de la quinta, al lado de Arturo Uslar Pietri, amigo cercano de
Florencio Gómez, y Julio de Armas, entre otros testigos. Arriba, con el general
agonizante estaban Eleazar López Contreras, el general Julio Anselmo Santander,
Jefe de los Edecanes, y varios familiares de entera confianza, como para
conformar un testimonio inapelable, pero la duda persistió, entre la gente
contraria al presidente andino, y todavía la fecha de su muerte es un enigma
que espera ser resuelto.
Tuve
la fortuna de conocer a dos personas claves que me confirmaron lo de su muerte
el mismo día que la del Libertador, Ana Solórzano, a quien llamaban Chichí, que
fue la última compañera marital del general Gómez, y el Dr. Abel Sánchez
Peláez, médico psiquiatra con quien sostuve una entrañable amistad, de más de
35 años.
Chichí
era amiga de mi madre y por su trato sencillo y de sobrada lucidez, conversamos
muchas veces sobre Juan Vicente Gómez. “Yo era una adolescente, cuando El
General se interesó por mí. Tuvimos varios hijos, a los que él visitaba con
frecuencia. Era muy cariñoso con los niños. El día de su entierro tuvieron que
disfrazarme, para poderlo ver por última vez, porque se sabía que los espías
contrarios se fijaban en los que llegaban para cobrarle después las deudas que
dejaba el difunto. Lo que sí puedo decirte, es que murió el 17 de diciembre, y
no el 14, como dicen los contrarios”
El
papá del Dr. Abel Sánchez Peláez, del Táchira, fue “Director Nacional de Rentas
y Licores”, en el gobierno de Gómez, y muy cercano a éste, por varias razones.
Por supuesto, le contó en detalles muchas veces a su hijo, la agonía y muerte
del presidente andino, confirmando en su versión que había muerto el 17 de
diciembre del año 1935, a los 78 años.
Unos
meses antes de su muerte, el presidente ya anciano, tenía que detener cada
cierto trecho la caravana donde viajaba, para orinar en cualquier parte. Esa vez quiso comer con todos sus edecanes
después de pedir el baño para orinar, en el restaurant Bristol, donde mi abuela
trabajaba como panadera, aquí en Los Teques, Mi futura madre, de 9 años,
esperaba que saliera mi abuela. Como ya se había ido parte del personal, tuvieron
que mandar a mi madre a que le llevara el pan a la mesa donde almorzaba el
presidente. Al verla, le dijo: ¿Ajá, y quién es la niña? ella le respondió sin
saber que hablaba con un mandamás, que había salido de la escuela y estaba
esperando a su mamá que hacía pan en el lugar. “Eso está bien, si señor” y sacó
una moneda y se la regaló.
Cuando
me contó aquel episodio, yo tendría como 25 años, y se me ocurrió preguntarle: ¿y
visto hoy, cómo te pareció el general Gómez, cómo lo recuerdas? Mi madre, sin
pensarlo mucho me respondió con serenidad, “hoy diría que era un hombre como
pocos, un señor bien plantado. Lamentablemente también fue un dictador”,
manifestando con esta sentencia, una concepción del mundo que resume con
precisión a una persona que no tiene dobleces, a un hombre que merecía el trato
cuidadoso que se le dispensaba, por ser un hombre de respeto, un hombre de
poder.
Imagen tomada del blog "Historias de Maracay"
1 comentario:
Este artículo no tiene desperdicio. Gracias por traerlo acá.
Publicar un comentario