Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

domingo, 25 de febrero de 2007

MI ENCUENTRO CON PESSOA

Jeroh Juan Montilla

Asomado a una calle de Lisboa, desde la ventana de una fotografía lo vi venir, aparentaba ir deprisa, de este lado hacía calor, en cambio allí, en la fotografía, abundaba el frescor que por la tarde da la cercanía al mar o el aliento de los Dioses en la desembocadura del Tajo. Venía con el acostumbrado sobretodo, corbata de lazo, fingiendo como siempre ser el mismo, desleído en la imagen gracias a las nieblas del tiempo. En el borroso zapato derecho se dibuja el próximo paso, son varias y muy difundidas las fotos del Pessoa transeúnte. A su lado derecho tiene un poste, tan parecido a los viejos postes de mi infancia, ya escasos para ese tiempo. Fríos, indiferentes en su color a herrumbre, remedo metálico de una columna corintia. El pie de foto reza un escueto “F. P. en una calle de la Baixa” Ese día nos encontramos, con seguridad el no era él, sino lo que mi imaginación deseara. Desde esa vez ando por las calles de Lisboa, ciudad que según el fanfarrón de Ulises fue fundada por fenicios. Voy a fingirme lejos del presente, donde puedo apropiarme unos versos ajenos y decir:


Bien sé que estoy enloqueciendo.
Bien sé que falla en mi quien soy.
Mas, mientras no me voy rindiendo,
quiero saber por dónde voy.
Aunque vaya para entregarme
a lo que el Hado me hace ser,
quiero, un momento, aquí pararme
y descansar y conocer.
Hay grandes lapsos de memoria,
grandes paralelas perdidas,
mucha leyenda y mucha historia,
y muchas vidas, muchas vidas.
Todo eso; me estoy perdiendo
de mí, me voy a extraviar;
llamando a mí, me estoy poniendo
un cerco con mi recordar
...

El nombre de Fernando Pessoa está muy unido al hecho de ser el creador y teórico esencial de dos movimientos estéticos eminentemente portugueses, el paulismo y el interseccionismo, los cuales fueron el trampolín para el relanzamiento de la perspectiva lusitana del mundo en la literatura vanguardista de principios del siglo XX. La estética paulista se caracteriza por el uso de lo vago, lo sutil, lo complejo lo cual nos lleva a la ideación vaga. Lo indefinido tratado bajo una atmosfera de sutileza concluye en una sensación sencilla de expresión viva y detallada, pero no en lo exterior sino en lo interno, las sensaciones. Todo se vuelve más intenso, claro y dilatado. Esta corriente posteriormente se transfigura en una modalidad del interseccionismo, siendo este una manera de asumir el empuje del futurismo y el cubismo tan vigentes para el momento.

El crítico Ángel Crespo nos habla de una vida singular precisamente debido a una personalísima pluralidad. Fernando Pessoa, el huérfano, el niño de su madre, de educación inglesa en una colonia africana. Bebedor solitario en tabernas de barrio, que se enamora de una secretaria de comercio, que duerme por caridad o admiración en una lechería. El posible Supra-Camoens. Ese ser abierto a la polémica estética y literaria de su tiempo expone de si mismo en voces y vidas distintas al gris empleadillo de redactor de cartas comerciales en inglés y francés: son sus distantes yoes o conocidos heterónimos: Ricardo Reis, médico y pagano; Álvaro de Campos, europeísta y futurista; y Alberto Caeiro, el guardador de rebaños. Son voces que se enfrentan, que establecen polémicas y se censuran con cierta ironía condescendiente, que en muchos momentos se burlan respetuosamente del ortónimo Fernando Pessoa, como en aquella peligrosa polémica Autopsicografía:

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que llega a fingir que es dolor
El dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe,
En el dolor leído sienten
No los dos que él tuvo,
Sino aquel que no tienen.
Y así sobre rieles
Rueda , entreteniendo la razón,
Ese tren de cuerda
Que se llama corazón
.

Fingirse en estas personalidades heterónimas es reconocerse. Pessoa en una carta al poeta Adolfo Casais Monteiro habla de un origen histérico en sus heterónimos, de una tendencia orgánica a la despersonalización y a la simulación, explica que para fortuna de él y los demás es un fenómeno eminentemente mental y no práctico, algo que vive a solas consigo mismo, allí todo termina en silencio y poesía. ¿No esto un modo de satisfacer con un lugar común, adornado de sicología, el deseo de explicaciones racionales a una actitud de claro sentido esotérico? No hay que olvidar las lecturas teosóficas de Pessoa. El cultivo de la idea del Supra-Camoes se basa en las profecías del zapatero Gonzalo Anes de Bandarra las cuales plantean el regreso del célebre rey Sebastián del siglo XVI encarnado en un nuevo poeta de la estatura estética y política de Camoes que nacería para 1888, precisamente el año de nacimiento de Pessoa. Otro dato son sus lecturas de cábala y el sentido alquímico explicito en mucho de sus poemas. En una carta del 6 de diciembre de 1915 a su amigo Sa Carneiro expresa:

“...que la teosofía admite todas las religiones, y tiene un carácter enteramente parecido al paganismo, que admite en su panteón a todos los dioses, usted tendrá el segundo elemento de mi grave crisis del alma. La teosofía me asombra en su misterio y su grandeza ocultista, me repugna por su humanismo y apostolismo (¿comprende usted?) esenciales, me atrae por parecerse tanto a un ‘paganismo trascendental’ ( y este es el nombre que yo le doy a la forma de pensar a que había llegado), me repugna por parecerse tanto al cristianismo, que no admito. Es el horror y la atracción del abismo realizados más allá del alma. ¡Un terror metafísico, mi querido Sa Caneiro

Es evidente la crisis del iniciado, la pérdida irreparable de la identidad. El biógrafo más clásico de Pessoa, el portugués Joa Gasrpar Simoes menciona un documento donde se señala la iniciación de Pessoa en la Orden Templaria. Este paganismo transcendental se manifiesta en el reconocimiento poético de símbolos claves, como la serpiente: “Fue la Serpiente del Edén, pero solo en su piel, y soltó la piel; fue Saturno del Mundo, pero sólo en su piel, y soltó la piel./ Su fuga es un misterio, y su camino la clave de todos los misterios. Pero ella no sabe ni de su misterio ni de todos los misterios, porque conoce todo y conocer es no existir” Angel Crespo revela que el primer nombre de Portugal fue Ophiussa o Tierra de la Serpiente. Lo esotérico intercede el andar del individuo con el destino de una patria lusitana que espera el cumplimiento profético de la venida del Supra- Camoes.

Con Pessoa se asume con valor el no tener la razón. La verdad no es una cuestión esencial, porque todo lo esencial genera sospechas. Lo importante será una cuestión de gusto, de la estética particular, ni siquiera podemos aferrarnos a los pálpitos afirmativos o negativos del corazón. Pessoa espeta: “Dicen que finjo o miento/ cuando escribo./ No. Yo simplemente siento/ con la imaginación:/ no uso el corazón” Nada estás más libre y desnuda que la imaginación, capaz de ir más allá de la mente o el corazón, de traicionar en su dimensión los límites de estas otras dos dimensiones de la expresividad o la perceptividad. El heterónimo Alberto Caeiro dice “¿El misterio de las cosas? ¡Y yo que sé que es el misterio!/ El único misterio es que haya quienes piensan en el misterio

Lo único cierto, tal vez, son los dioses, los creadores. Se crea unicamente lo contingente, lo innecesario. Ese es el misterio, la insuperable manía de inventarnos causas o cosas que no se nos han perdido. Para esto es necesario devolvernos al paganismo o el neopaganismo. Los dioses no han muerto: “Los dioses son felices./ Viven la vida en calma de raíces./ Sus deseos el Hado nunca oprime./ O si oprime, redime/ con la vida inmortal./ No hay sombras/ Ni otros que a ellos los atristen./ Y, por lo demás, no existen...” El paganismo grecorromano es la realización de un sentimiento sobre la naturaleza. Una metafísica que educa nuestro pensamiento. Solo el misterio politeista es capaz de salvarnos. “Los dioses no han muerto: lo que ha muerto ha sido nuestra visión de ellos. No se han ido, hemos dejado de verlos. O hemos cerrado los ojos, o entre ellos y nosotros se ha interpuesto alguna niebla. Subsiten, viven, como vivían, con la misma divinidad y la misma calma.” Esta ceguera explica el estancamiento estético de estos tiempos. Hemos dejado de vernos.