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jueves, 29 de marzo de 2012

GERMANA PIÑA, DESTACADA MUJER PARDA DE LA ÉPOCA COLONIAL EN LA VILLA DE CALABOZO

Ubaldo Ruiz*





Para las décadas finales del siglo XVIII, cuando la sociedad venezolana se aprestaba a encarar la gesta independentista, el grupo social denominado entonces “pardo” era el más numeroso dentro del variado espectro de castas o clases sociales, que según ciertos autores, como Antonio Mieres (1968; 241), componían la población de la futura República de Venezuela. Dice el citado autor que aunque algunos han utilizado el vocablo “pardos” para referirse a “cualquier tipo de miscegenación racial”, él prefiere darle el significado que entonces le otorgaba la legislación española, es decir, considerar en el referido grupo solo a aquellos “que tuvieran sangre negra en cualquier grado”; y remataba afirmando que “de manera general, pardo significa de color oscuro, moreno”. El grupo social de los pardos fueron de importante actuación durante la época colonial; por ejemplo, es sabido que las localidades de Curiepe, en el hoy estado Miranda, y Nirgua, en el actual estado Yaracuy, fueron fundadas por gentes de ese origen étnico.
En el caso de la Villa de Todos los Santos de Calabozo, las Matrículas Parroquiales (ARCHIVO HISTÓRICO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS, AHAC) revelan, que para el año de 1796, de una población total de 4.495 habitantes, existían 2.022 pardos; 1.639 blancos; 458 esclavos; 154 indios; 147 mestizos; y 75 negros libres. Allí se refleja lo que se afirma al principio acerca de lo numeroso de los pardos con relación a los demás grupos sociales; lo cual quiere decir que Calabozo no constituía una excepción, sino una afirmación de la situación presentada en la Capitanía General de Venezuela. Es importante considerar que en la Calabozo de finales del período colonial los pardos representaban casi la mitad de la población total de la Villa, tal como ha podido observarse.
Pero los pardos se destacaban no solo por su presencia cuantitativamente mayoritaria; es conocido que muchos integrantes de clases segregadas, como los mestizos y los pardos, lograron conquistar posiciones económicas y sociales originalmente reservadas a los blancos. Es ilustrativo el caso del mestizo Juan Germán Roscio, graduándose de abogado en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, e ingresando al Colegio de Abogados. Muchos pardos llegaron a ser dueños de haciendas y hatos, y de otros bienes muebles e inmuebles. El historiador Lucas Guillermo Castillo Lara refiere que en Calabozo, desde la época de su fundación, algunos pardos que se avecindaron en el recién erigido pueblo, se incorporaron como poseedores de fundos rurales. Castillo Lara (1996). El mismo autor afirma que con motivo de la instalación del primer cabildo calaboceño, un grupo de pardos intentó infructuosamente formar parte de ese primigenio ayuntamiento, reservado exclusivamente a los blancos; igualmente solicitaron construir un templo aparte. Esos datos hablan de un conglomerado social que de cierta forma hacía sentir su presencia dentro de una sociedad estratificada y segregacionista.
Durante esas décadas finales de la época colonial se formó en la Villa de Todos los Santos de Calabozo una comunidad ubicada hacia los límites orientales de la población, la cual fue conocida desde esos tiempos como el “barrio Arriba”. Este sector de la ciudad estuvo habitado desde un principio, de acuerdo a la interpretación hecha de algunos documentos de la época, por personas que no formaban parte de los grupos sociales considerados como de los principales de la Villa, es decir, de los blancos. En ese barrio se construyó, entre 1797 y 1804, el templo de Nuestra Señora de la Merced o las Mercedes, por lo que desde entonces se ha conocido al sector referido con ese nombre de advocación mariana. Durante la edificación de ese templo, los sacerdotes que dirigieron la construcción, afirmaron numerosas veces que ello se hacía con las limosnas que ofrendaban aquellas gentes, a pesar de sus “indigencias y falta de decencia” (AHAC); igualmente escribe el Presbítero Francisco Betancourt al Obispo el 18 de mayo de 1801, que “son los vecinos de este referido templo gente pobre y la mayor parte ruda e ignorante…”, que sin embargo lograron levantar una iglesia que hoy en día constituye un buen ejemplo del arte colonial venezolano. Las opiniones de los religiosos revelaban, no la pobreza material de los vecinos de la Merced, sino más bien su pertenencia a grupos sociales que no eran los blancos o principales de la Villa, que si tomamos en cuenta la proporción de la población parda, no sería descabellado suponer que esos vecinos pertenecían a este mayoritario grupo social.
El barrio Arriba o barrio de la Merced, que ocupó el lado Este de la antigua Villa de Todos los Santos de Calabozo, se comenzó a formar a partir de la segunda mitad del siglo XVIII con población de origen pardo, y llegó a constituir el sector más extenso de toda la ciudad de entonces. Partiendo de la plaza principal, se contaban tres calles hacia el Norte, en lo que después se llamó barrio del Río; hacia el Sur llegaron a existir dos calles, en un sector que llegó a denominarse barrio de la Sabana primero, y más tarde barrio del Cementerio; hacia el Poniente se formó el barrio Abajo, después llamado del Carmen, el cual contó con tres calles; pero hacia el Naciente, en donde se ubicó el ya mencionado barrio Arriba o de la Merced, la vieja villa colonial contaba, para finales del siglo XVIII, con al menos seis calles, en una de las cuales tuvo su casa de habitación la extraordinaria mujer objeto de este trabajo. Tenemos entonces que el sector más populoso y extenso del Calabozo colonial era el que estaba habitado por los pardos.
El fenómeno descrito, de una villa llanera de finales del ochocientos, cuyo sector urbano más importante, demográficamente y en extensión territorial, estaba conformado por los pardos, formaba parte de una realidad que armonizaba con lo que ocurría en otras localidades de la Capitanía General. Según afirma Manuel Alfredo Rodríguez en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia ANH (2002; 11 y ss.), los pardos de finales de la época colonial representaban “un papel muy similar al jugado en la contemporánea por la llamada ´clase media´”, y agrega además, que “adquirieron la habilidad técnica necesaria para elaborar materias primas, aprovecharon los prejuicios de la época para señorear numéricamente todos o casi todos los gremios artesanales”. El autor citado señala que, al igual que hizo la burguesía en Europa, los pardos libres de Venezuela favorecieron el proceso de urbanización en las principales ciudades de la provincia. A Calabozo habría que incluirla en ese proceso, pues en 1780, de acuerdo a lo que revela el intercambio epistolar entre el Teniente Justicia Mayor de la villa y el Gobernador de la provincia, contaba esta ciudad llanera entonces con dos compañías urbanas de blancos, y dos de pardos AGN (Gob. y Cap. Gen. 1780); además, la existencia de gremios de pardos se infiere por la presencia aquí de varios alarifes y albañiles, como es el caso del pardo Andrés José Carrera, quien participó en la construcción de dos iglesias dentro de la villa, durante el período estudiado.
La presencia de esas dos compañías urbanas de pardos en la villa de Calabozo es algo más importante de lo que parece a primera vista. Considérese que en la ciudad de Caracas, según se afirma en el Diccionario de Historia de la Fundación Polar (1988; Tomo E-O; 928), se congregaron, para el año de 1696, “seis compañías, de las cuales 3 eran de blancos, 2 de pardos libres y una de negros”; además, el hecho de que fueran urbanas, significaba que eran formados por los vecinos, quienes las sostenían con sus propios recursos; dice la misma fuente (p. 929) “En los textos y documentos consultados, con frecuencia hallamos referencias sobre milicias urbanas, milicias regladas y milicias disciplinadas. Las primeras eran aquellas unidades formadas por vecinos, sin sujeción a reglamentos y, por lo general, sostenidas a expensas de sus integrantes”. Imagínese una pequeña ciudad llanera que tuviera la capacidad de mantener el mismo número de milicias urbanas de pardos que la ciudad capital unos ochenta años antes. Definitivamente era importante la presencia urbana de los pardos en el Calabozo de finales de la colonia.
En ese barrio de la Merced, o barrio Arriba, vivió una mujer, parda precisamente, cuyo nombre ha permanecido enterrado en el olvido, pero que en su momento se destacó dentro de esa pequeña sociedad llanera de finales de la colonia. Aunque no realizó ninguna hazaña (que se sepa), solo vivió su vida cotidiana, muy probablemente de ama de casa; y aunque no se ha obtenido abundante información para elaborar una semblanza completa de este personaje, sí se tiene la suficiente como para asegurar que fue una mujer destacada. Esa mujer se llamó Germana Piña.
El historiador Lucas Guillermo Castillo Lara (1996; 67) dice que uno de los fundadores del pueblo de Todos los Santos de Calabozo, avecindado aproximadamente en el año de 1726, fue el pardo Francisco Ignacio Aparicio, y agrega que con él debió llegar su yerno Juan Francisco “Piña o Peña”. Ambos obtuvieron solar y tierras de labor. Por cierto que el mencionado historiador afirma que uno de los linderos que separaba las tierras de ambos personajes era una quebrada llamada de Juan Pobre, “nombre que tendría su origen en la pobreza de Peña”. No se sabe si este “Piña o Peña” fue pariente de Germana, aunque por lo poco abundante del apellido, existe mucha probabilidad de que lo fuera. El solar de este pardo debió ubicarse muy cerca de la plaza principal (hoy plaza Bolívar), pues alrededor de ese sitio se trazaron las primeras manzanas. En el proceso de consolidación del pueblo, con el paso de los años, ha debido acentuarse la estratificación social, originando el desplazamiento de la gente no blanca hacia las orillas de la población. Ello ha podido resultar en la formación de los primeros barrios de Calabozo, uno de los cuales fue el ya nombrado barrio Arriba o de la Merced, en donde tuvo su residencia Germana Piña.
Las Matrículas Parroquiales del 1790 AHAC (Mp. 10) revelan la existencia en la Villa de Todos los Santos de Calabozo de una casa, consagrada a San Ubaldo, la cual estaba habitada, entre otros, por Francisco Noriega, Germana Piña, “su mujer”, y un hijo de ambos, Juan Merced, todos pardos, y desde luego, sin la partícula de “don” o “doña”. Se ignora dónde estaba ubicada exactamente dicha casa. Como puede apreciarse, Germana Piña era una mujer casada y con hijos; sin embargo, y a pesar de su condición social, y de ser mujer en una sociedad patriarcal, su nombre destacó más que el de su consorte, según se advierte en los documentos consultados. Por ejemplo, por esos años de 1790 el albañil Andrés José Carrera vendió un solar a Germana Piña. El documento, ubicado en la Sección Real Hacienda del Archivo General de la Nación AGN, del mes de octubre de 1801, dice a la letra que “En veinte y dos de dicho mes me hago cargo de cuatro pesos y cuatro reales, que he cobrado de Andrés Carrera, alcabala doble, de cuarenta y cinco pesos en que vendió un solar a Germana Piña ha más de diez años, y por no haberlos pagado se le exigió doble”, y firman, Cousin, el funcionario, y Andrés José Carrera. Nótese cómo en el contrato no se menciona a Francisco Noriega, sino a “su mujer” Germana Piña.
Tal como se comentó en el caso de la casa de habitación de Germana Piña, aquí tampoco se conoce dónde estuvo ubicado ese solar; pero si consideramos que Andrés José Carrera fue un albañil, que participó en la construcción de la iglesia hoy Catedral Metropolitana, y en la de la Merced, y que su nombre nunca se escribió acompañado de la partícula “don”, ambas circunstancias serían reveladoras de que él no perteneció a los blancos, sino que por el contrario debió pertenecer al grupo de los pardos, quienes para la época se dedicaban a ese tipo de oficios. Y si se toma en cuenta que la Merced fue un barrio de pardos, podríamos suponer, que tanto la casa de Germana Piña, como el solar comprado al mencionado albañil, han debido estar ubicados en el barrio Arriba o de la Merced. Ello, además puede deducirse de la información obtenida en el Registro de Calabozo (RC).
El tradicional Registro de Calabozo (RC) contiene documentos desde el año de 1825, pero en algunos de ellos se menciona que el origen de las casas y solares se remonta a la época colonial. De esos documentos se ha tomado información que permite afirmar que en el año de 1833 existía una calle en el barrio de la Merced, llamada “de las Piñas”, en donde tuvo su casa Germana Piña. Esa circunstancia obliga a formularse preguntas relativas a si el nombre de la calle en cuestión se tomó de esta mujer. Esa calle corresponde a la actual carrera seis de Calabozo, y la residencia de nuestro personaje estuvo ubicada en la esquina que forma esa vía al cruzarse con la hoy calle cinco, antigua calle Real y después de Bolívar. Existe alta probabilidad de que tal nombramiento haya sido por la costumbre de la gente de señalar algunos sitios con el nombre (o apellido en este caso) de personas muy conocidas; el plural sugeriría que existieron varias mujeres con el citado apelativo, pero la presencia de Germana en numerosos documentos hacen inclinar la opinión hacia una preponderancia de ella.
La importancia que pudo haber alcanzado Germana Piña para el imaginario colectivo del antiguo barrio de la Merced se puede percibir en el hecho de que su nombre se utilizaba para ubicar las direcciones que se daban entonces; aun en documentos legales, como los de protocolo de compra-venta de casas y solares, se utilizaba el nombre de Germana Piña en el sentido mencionado. Por ejemplo, en uno de los citados papeles se puede leer que el diez de marzo de 1831, la señora Ceferina Hernández le vendió un solar a la señora María del Carmen Laya el cual, según indica textualmente el documento (RC), “está situado en la esquina arriba de la Merced frente de la señora Germana Piña, calle de Bolívar”. Y en un aparte se señala que el mencionado solar fue heredado por la vendedora de su legítima madre, la señora Cecilia de León, en 1794, dato que habla de lo remoto que era la existencia de esa calle que después se llamó “de las Piñas”.
Algo de especial ha debido tener Germana Piña para que tales cuestiones ocurrieran. Es probable, que por alguna razón se haya convertido en la persona más conocida del sector, o que haya realizado alguna labor social (como partera, artesana, etc.); quizás representó para la gente del barrio, una especie de matrona o mujer ejemplar en algún sentido; también habría que considerar su personalidad, que la llevó a realizar contratos de compra-venta de propiedades inmuebles, en vez de su marido (al menos no se ha localizado ninguno en donde este aparezca contratando), personalidad que estaría presente en la mente de los vecinos, cuando su nombre se utilizaba para bautizar calles, hecho aceptado hasta por las instituciones de la ciudad, como el Registro inmobiliario. En todo caso, que una mujer como Germana Piña se haya destacado en el seno de la sociedad colonial, caracterizada, entre otras cosas por ser patriarcal, y por su férrea estratificación y segregación racial, no deja de ser algo excepcional para alguien que, además de ser mujer, perteneció a la casta desdeñada de los pardos. Hoy habría que señalar el lugar en donde estuvo ubicada su casa, y recordar que la calle en donde vivió Germana Piña se llamó “de las Piñas”. Sería un acto de justicia para la memoria de alguien que mereció de sus contemporáneos ese reconocimiento, pero también constituiría un acto de justicia para esta ciudad de Calabozo, a fin de que su memoria histórica no corra la misma suerte de Germana Piña.
REFERENCIAS

BIBLIOGRÁFICAS:
CASTILLO LARA, L. G. (1996) Villa de Todos los Santos de Calabozo. El Derecho de Existir Bajo el Sol. Calabozo: Fondo Editorial Carlos del Pozo.
FUNDACIÓN POLAR (1988) Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar.
MIERES, Antonio (1968) Historia de Venezuela. Documentos Adjuntos. Primer Año de Humanidades. Caracas: Editor A. Mieres.
RODRÍGUEZ, Manuel Alfredo (2002) Discurso de Incorporación a la Academia Nacional de la Historia. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
RUIZ, Ubaldo (2007) Un Símbolo Calaboceño. Iglesia y Parroquia de las Mercedes. 1795-1858. Caracas: Fondo Editorial Ipasme.

DOCUMENTALES:
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN AGN.
Secciones: Real Hacienda; Gobernación y Capitanía General.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS
Secciones: Matrículas Parroquiales Mp. 10 Calabozo; Parroquias 19 Pa. Calabozo.
REGISTRO DE CALABOZO RC.
Libros de Protocolos.
*Profesor de la Maestría Historia de Venezuela (UNERG-Venezuela)

ANALFABETISMO MATEMÁTICO

Rafael María Crespo R. *


Usted, amigo lector puede ser analfabeta en matemática. Pero no se sorprenda, casi todos los venezolanos lo son, aun cuando hayan ido a la universidad e incluso habiendo obtenido un doctorado. Pues el hecho de manejar las cuatro reglas básicas no lo acerca ni al 0,001% de los conocimientos básicos en esa materia. La condición de analfabeta en matemática no es un estigma social, ni mal de morir. Pero, en el contexto de un mundo global, basado en el desarrollo tecnológico, tal característica coloca a nuestro país en desventaja para alcanzar el desarrollo del capital social que genera progreso.

Afortunadamente son muchos los docentes que comienzan a darse cuenta del peligro que esa carencia encierra. Al respecto, hace dos semanas participé en el inicio de unas actividades impulsadas por el Decanato de Investigaciones de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (UNERG) con el propósito de explorar el nivel de conocimiento y capacidades didácticas que existen en la educación primaria, para la enseñanza de la materia que nos ocupa.

Tan importante actividad es organizada por la Decana de ese centro de estudios Doctora Odalis Martínez quien es profesora de matemática en la Facultad de Economía. Los intercambios de opiniones, reflexiones y conceptos compartidos con ella durante el lapso que trabajamos juntos, evidencian su sincera preocupación por el bajo grado de conocimiento matemático que caracteriza a la mayoría de los estudiantes que ingresan en las aulas universitarias. Lo cual es grave, porque esa carencia obstaculiza la adquisición de conocimientos que son necesarios para el futuro profesional de los universitarios

Cuando me correspondió el turno de hablar, expresé sin complejos que la mayoría de nuestros estudiantes mostraban un alto grado de “analfabetismo matemático”. Esta última expresión fue usada por el Dr. Arturo Uslar Pietri, durante una entrevista en la que fue calificado como el hombre más culto de América, y el erudito respondió: “No, no soy culto porque el 50% del conocimiento de la humanidad está hecho con base en la matemática y yo no sé una “papa” de matemática; más aún, creo que sufro analfabetismo matemático”. Sin embargo, la expresión incomodó sobremanera a uno de los asistentes quien posee un doctorado en educación.

El educador antes referido, pasó de la incomodidad a la estupefacción cuando comenté que el “analfabetismo matemático” era incomprensible después dos mil quinientos años. Pues lo que enseñamos ahora es la mismo que enseñaba Pitágoras (585-500 a.C.); Euclides (365-275 a.C. y otros de la antigüedad. Mil años después de Pitágoras, Pierre de Fermat (1601-1665) y René Descartes (1596-1650), desarrollaron la Geometría Analítica tal como la conocemos, luego vinieron Sir Isaac Newton (1642-1727) y el alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) quienes crearon el Cálculo Infinitesimal. Esa es la matemática que enseñamos aquí y en todas partes del mundo.

Cuando me referí a que hace dos milenios que se enseña lo mismo, no me refería a enseñar una nueva matemática. Me refiero a que es necesario revolucionar la forma de enseñarlas. Se trata de buscar un camino, un método, una estrategia, una didáctica que desde la UNERG posibilite revertir el analfabetismo matemático que traen los muchachos desde la educación básica.

Estas opiniones no son emociónales como afirmó el educador a quien molestaron mis reflexiones. Simplemente son el resultado de 37 años dedicados a enseñar matemática, en secundaria, pregrado y postgrado. Lo cual me ha mostrado que once años de vida invertidos en estudiar matemáticas desde primaria hasta diversificada para terminar sin saber calcular un interés compuesto, es un desperdicio de vida descomunal, tanto para el joven estudiante como para la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, resulta muy gratificante saber que existen docentes como la Decana de Investigaciones Doctora Odalis Martínez, quienes además de estar conscientes del problema, están tomando la iniciativa para enfrentar y vencer al peligroso flagelo del analfabetismo matemático que azota peligrosamente nuestro orden educativo. Felicitaciones a ella y a todos los educadores que investigan e innovan en nuevas formas de comunicación didáctica para facilitar la comprensión del conocimiento matemático. Pues, sin matemática, no hay desarrollo endógeno posible.

*Postdoctor en Filosofía de la Ciencia.

Profesor de Matemática jubilado de la UCV.

Profesor-coordinador del Postgrado Enseñanza de la Matemática de la Unerg.

Email: rmhatoviejo@gmail.com

Imagen tomada de http://www.elesquiu.com/notas/2011/6/4/sociedad-200690.asp