Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

martes, 20 de septiembre de 2016

SOLO EN SOLEDAD. CESARE PAVESE.

Inés Vargas


La soledad es tal vez la compañía más cercana al hombre. Podemos estar rodeados de personas y sentirnos infinitamente  solos, es una experiencia interior que se traduce en aislamiento físico o afectivo.
Muchos escritores, poetas a lo largo de su corta o larga vida han experimentado esa soledad, hay un vacío, de ahí la necesidad de conocerse a sí mismo; en estos casos esa soledad no es mala, al contrario, ésta conduce a la inteligencia creativa, a entenderse  hacia adentro, sin tener que aislarse de su entorno y las relaciones diarias.
Es absurdo pensar que la soledad condena en todos los casos al destierro y la infelicidad, porque es la forma de llegar a los sentimientos y a las necesidades  propias del ser humano.
Ayuda a encontrarnos y a anhelar lo que no tenemos y que otros tienen. Porque se puede vivir en soledad, pero de llegar a la ingrimitud, estaríamos negando nuestra propia existencia.
En ocasiones se proyectan en las creaciones literarias los fantasmas interiores tales como inquietud, desasosiego, desamor, desamparo y refleja, vivencias que hubiesen querido vivir, las pasiones que no  pudieron sentir, y elijen  la soledad porque nunca lograron  experimentar el sentido de la vida.


“PATERNIDAD
Cesare Pavese



Hombre solo frente al inútil mar,
aguardando la noche, aguardando la mañana.
Los niños allí juegan, mas este hombre querría
él tener un niño y mirarlo jugar.
Grandes nubes hacen un palacio sobre el agua
que cada día se derrumba y resurge, y colorea
a los niños en el rostro. Allí estará siempre el mar.

La mañana hiere. Sobre esta húmeda playa
se arrastra el sol, agarrado a las redes y a las piedras.
Sale el hombre en el turbio sol y camina
a lo largo del mar. No mira las mojadas espumas
que pasan por la ribera y no tienen más paz.
A esta hora los niños dormitan todavía
en la tibieza del lecho. A esta hora dormita
dentro del lecho una mujer, que haría el amor
si no estuviese sola. Lento, el hombre se desviste
desnudo como la mujer lejana, y desciende al mar.

Después de la noche, que el mar se desvanece, se escucha
el gran vacío que está bajo las estrellas. Los niños
en las casas enrojecidas van cayendo en el sueño
y alguno llorando. El hombre, cansado de espera,
levanta los ojos a las estrellas, que no escuchan nada.
Allí están mujeres a esta hora que desnudan un niño
y lo hacen dormir. Allí está alguna en el lecho
abrazada a un hombre. Por la negra ventana
entra un jadeo ronco, y ninguno lo escucha
excepto el hombre que sabe todo el tedio del mar.”

(Gente desarraigada y otros poemas, por Cesare Pavese)

viernes, 16 de septiembre de 2016

BLANDOS DE GABRIELA ROSAS

Jeroh Juan Montilla



Quien padece el furor de escribir poemas hace cartografías, ineludiblemente traza rutas que develan los taxones del libro de la vida. Pasa sus días sobre el blanco de estas páginas, y en la orientación de su propia caligrafía exhibe sin pudor la miríada de criaturas  que pululan solapadas en los nervios del Ser. Gabriela Rosas es uno de estos bondadosos y felices penitentes que exploran el  filum invisible de lo inagotable. Poeta confesada y reincidente en la serenidad creativa de lo dúctil. Cuántos nobles animalejos asoman sus ojazos tras el cristal de su poética, saturados por el licor de su vigilia. Tal es el hado de su poemario Blandos (Caracas, Editorial El pez soluble, 2013)
Tras la lectura de estos dieciocho poemas me pregunto, ¿existe el verbo blandor? ¿No? Hay entonces que darle rienda suelta, escritura, conjugarlo dos veces en cada novena que protagonice lo amoroso. El auténtico y único infinitivo que tiene parentela con la palabra amor. Aunque podríamos innecesariamente repetir con Ivonne Bordelois: “no es amor el único nombre del amor”
Imagino un lugar común: toda dureza es señal inequívoca de aprendizaje. La infalible y acogedora escoria del conocimiento, allí envejecemos aptos para el itinerario ante la nada. Pero hay una especie para lo adverso, creada para el desconocimiento de aquel mandato. Por tanto fallida y sobreviviente. Esos son los blandos. A ellos se describe en estos poemas donde se narra la historia vacilante de su corporeidad, dulces y porosos en la consistencia existencial, moldeables ante el goce o el desconsuelo que procura el roce de unos dedos ajenos.
Para Tales de Mileto el arjé es el agua, el vientre fenoménico del mundo. Sin embargo, el provocador de Heráclito añade, con sarcasmo, que de la tierra nace el agua, pero de esta última emerge la sutileza, lo más blando, el alma. Devolverse a lo terroso es para el agua la misma muerte, por eso el alma deja atrás el agua porque la lleva en sí misma. Ahora, existen blandos de otra materia, sabemos por ellos que el alma también arde, la poeta lo confirma: “los blandos se queman por dentro”.
Las entrelíneas de este poemario me confiesan que la blandura no está en uno, que ésta, enigmática y necesariamente, solo reside en el otro. Que originalmente no me pertenece, ella es dádiva en lo incalculable de la otredad. Que no la conozco, pero en esa ineptitud todo lo blando sabe a bondad. Solo así nos contagiamos. En la contradicción de no ser lo que rotundamente seremos en la liturgia del afecto. La poeta Gabriela afirma: “nadie sabe de qué está hecho/ para el otro/ en el otro/ lejos del otro/ uno se equivoca” En definitiva, saber no es conocer. Lo verídico es reconocerse en lo primero y no en lo segundo. Que la opción frente a los blandos es desconocerse y estar a merced. En la identidad del amor mucho se y poco conozco. Heráclito también dice: “La condición humana no posee conocimientos; la divina, en cambio, sí.” Amar entonces es únicamente humano. Por tanto fue ese el tramposo trueque del Edén. Ya los dioses querrían estar en nuestras médulas.
Saber desde el poema es lo más próximo a los intentos alelados del beso, al sabor capitulante de unos labios, a una lengua dulce y sin defensa, o al aliento, el tercer elemento de los blandos. Toda boca es fácticamente un orbe de blanduras, nuestro órgano común con los blandos. El reino de las humedades trenzadas con la misma carne del corazón.

CUATRO
Lloro siempre porque soy de agua.
Ojo conmigo. Calibro mal el dolor.
                          Carina Sedevich
Hoy las hormigas caminan adentro de la piel
pienso en la corta vida de los labios
en lo que se apaga
le hago caso al aire que me falta
un poema llueve
esa caricia
sobre el hombro
es un pez
somos la voluntad de escuchar
el silencio
lo simple
el pequeño mordisco
que se queda en los dientes
las tormentas que dan miedo
nunca le mientas a un deseo
cuando escampe
todo lo que caiga será tuyo
hay personas que viven bajo el agua.

(Gabriela Rosas, Blandos, 2013) 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

EL VERBO SER DE ANDRÉ BRETÓN

Nelson Yegûez

Como bien indica el título, el poema engloba lo que es el ser, es decir, todo. Por un momento me sentí como si presenciara una película surrealista llevada a poema, una de las principales razones es por el hecho de encontrar “la desesperación” en distintas circunstancias, las imágenes de ese texto circulaban a través de cortes directos, en un momento estábamos en un barco acribillado de nieve, al otro admirando la agonía de las aves; muy parecido a lo que hizo Luis Buñuel en su película “Un perro Andaluz”, en un momento vemos como la luna es cortada por una nube y al otro un ojo cortado por una navaja.
El mensaje quiere decir que al final la desesperación es pasajera, lo que ayer nos atormentaba hoy será parte de la cuenta de nuestra vida, y a su vez esta se repetirá constantemente como si fuera un círculo. Existe un contraste interesante con una oración que en el mismo poema se repite constantemente “Conozco la desesperación a grandes rasgos” orientada hacia un lado mucho más pasivo donde habla de la libertad y como muere la misma a causa de la melancolía; pero luego la oración anterior experimenta una modificación: “A grandes rasgos conozco la desesperación” donde se habla de la altanería y la ira.
Un día podemos sentir el “Conozco la desesperación a grandes rasgos”, al otro podemos transformarnos en “A grandes rasgos conozco la desesperación”.

EL VERBO SER
André Bretón



“Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se sienta necesariamente a una mesa quitada en una terraza, de noche, a la orilla del mar. La desesperación es y no es el retorno de una serie de pequeños hechos como semillas que al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una piedra o el vaso de beber. Es un barco plagado de nieve, si queréis, como los pájaros que mueren y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña, delimitada por joyas de pelo. Es la desesperación. Un collar de perlas para el que no se sabría encontrar broche y cuya existencia no pende siquiera de un hilo, eso es la desesperación. Del resto no hablemos. Acabaríamos por desesperarnos si comenzáramos. Yo desespero del tragaluz hacia las cuatro, desespero del abanico hacia las doce, desespero del cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano permanece siempre ante la desesperación jadeando, ante la desesperación que los espejos jamás nos dicen si ha muerto. Vivo de esa desesperación que me encanta. Me gusta esa mosca azul que vuela por el cielo a la hora en que las estrellas canturrean. Conozco a grandes rasgos la desesperación de los largos y frágiles asombros, la desesperación de la soberbia, la desesperación de la ira. Me levanto todos los días como todo el mundo y extiendo los brazos sobre un papel de flores, no me acuerdo de nada, y siempre descubro con desesperación los bellos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitación es bello como unas baquetas de tambor. Forma un tiempo de tiempo. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento que me ayuda. ¡Se tendrá idea de semejante desesperación! ¡Fuego! Ah, vendrán otra vez... ¡Socorro! Helos ahí cayendo por la escalera... Y los anuncios de periódico, los letreros luminosos a lo largo del canal. A grandes rasgos la desesperación carece de importancia. Es un incordio de estrellas que de nuevo va a formar un día de menos, es un incordio de días de menos que de nuevo va a formar mi vida.”

JANO: DE ESPALDAS A UNO MISMO A propósito del poema homónimo de Arnaldo Acosta Bello

Diego Ranuárez

La primera referencia que sin duda se nota, es aquella de la casi omnipresente cultura griega: partiendo del título, “Jano”, para algunos hará recordar a la consorte del Rey Olímpico en su denominación romana, pero aquellos algo más adentrados en la mitología sabrán que el punto de partida de este poema es la difusa y poco conocida figura de aquella divinidad dual de los caminos, del hola y del adiós.
Si bien importante, “Jano”, la divinidad, no es centro del poema, sino que sirve de conducto o excusa para un fenómeno que no tarda en aparecer: la contemplación, vista en este caso como el campo inerte de las experiencias desapegadas, o mejor dicho, que no “se quedan” en el observador.
Al principio, la calma y armónica maravilla de los ojos como enlace entre quien contempla, la arena como el tiempo en que nos desenvolvemos, las estrellas como el ideal de lo misterioso brillante, y el mar como espejo profundo cuyos reflejos contienen la inmensidad de lo que somos y de lo que no sabemos.
A continuación, un lamento por no haber “probado”, pero que a pesar de ello se valorice, mida y contabilice todo. Las muestras/imágenes de tristeza que se suceden después, responde a una protesta ante la ausencia de aprovechamiento y disfrute verdadero de las cosas, a un darles por hecho.
Dicho esto, queda preguntarse: ¿la voz que se lamenta habla desde dentro o desde fuera del problema? La última línea del poema quizás nos arroje algo del luz al respecto: admite haber “probado”, pero nada ha aprovechado o disfrutado en realidad al no quedarse en el nada de lo “probado”.
Acá, “Jano” no es más que la dualidad de quien no se escapa de lo banal que critica, aun a pesar de haberse dado cuenta de sus faltas. Y es de ahí de donde nace la voz.

JANO
Arnaldo Acosta Bello


"Doble cabeza, doble espalda,
ojos que el viento almacena
donde arena y estrellas se juntan
por encima del mar, mar con lomos
plateados y látigos que caen
sobre mi pecho. Padezco sin embargo
porque alguien no ha probado ni fruta
ni leche, miga o pan entero, y sus ojos
con la virtud de darle a todo
su forma y su tamaño, el valor
y la proporción que le pertenecen,
matan en mí la dicha, el sueño,
dejan una flor seca en la botella,
traen el desabrigo, me entregan
al frío de la noche, al ladrido
del perro, a la urna sin nombre
que se cierra con hierro diestro
y pesado. Anciana, pálida ceniza
cae sobre la mesa donde un reloj
debilita al tiempo y borra con arco
oscuro la blanca superficie.
Cada segundo hace temblar la mano
cerca del espíritu ardiente de un verso
cerca de la salida donde el destierro
corre a mi encuentro.
Nada he visto, nada sé y todo lo he probado."

UN PENSAMIENTO SOBRE EL POEMA “Y la muerte no tendrá señorío” de Dylan Thomas

Nathalia Uzcátegui

Quizá es odioso y superficial recurrir a la aparente obviedad de algunas cosas, pecar de ser muy simplón o inocente, pero me atreveré a serlo. Ciertas creaciones humanas gritan con inocencia hacía el que las mira: atrás quedaron los ambiguos abismos, los grises; ahora solo existe la claridad, misma que la muerte no puede arrebatar al arte que dejaron quienes sufrieron, vivieron, amaron antes que nosotros.
“Y la muerte no tendrá señorío” ¿Acaso hay algún clamor más valiente? porque la valentía está reservada para los idealistas y soñadores y para los enfermos de libertad. Porque es el clamor que expulsa el miedo a la muerte del espíritu y lo subyuga solo a ser parte de la vida y no un abismo.
Y nosotros recordaremos a esos locos como cuerdos y sobre ellos la muerte no tendrá dominio ni reino.

Y la muerte no tendrá señorío
Dylan Thomas




" Y la muerte no tendrá señorío. 
Desnudos los muertos se habrán confundido 
con el hombre del viento y la luna poniente; 
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios, 
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies; 
aunque se vuelvan locos serán cuerdos, 
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, 
aunque los amantes se pierdan quedará el amor; 
y la muerte no tendrá señorío. 

Y la muerte no tendrá señorío. 
Bajo las ondulaciones del mar 
los que yacen tendidos no moriran aterrados; 
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden, 
amarrados a una rueda, aún no se romperán; 
la fe en sus manos se partirá en dos, 
y los penetrarán los daños unicornes; 
rotos todos los cabos ya no crujirán más; 
y la muerte no tendrá señorío. 

Y la muerte no tendrá señorío. 
Aunque las gaviotas no griten más en su oído 
ni las olas estallen ruidosas en las costas; 
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten 
ya más la cabeza al golpe de la lluvia; 
aunque estén locos y muertos como clavos, 
las cabezas de los cadaveres martillearan margaritas; 
estallarán al sol hasta que el sol estalle, 
y la muerte no tendrá señorío. "

martes, 13 de septiembre de 2016

POSTALES NEGRAS DE JACQUELINE GOLDBERG

Jeroh Juan Montilla




Voy a escribir en toda la oportunidad que me dé el espacio en blanco de una postal. Por tanto, mucho por decir quedará fuera de esta blancura.
Una postal puede ser un testamento, quien la remite entrega una herencia. En ella se ajustan los polos del espacio y el tiempo para darle holgura a la memoria. Toda postal nos insta a contemplar una lejanía. Este poemario (esta postal) de Jacqueline Goldberg tiene la rareza hipnótica de las gemas. Hermoso y abisal en lo textual y con el acabado de una indiscutible joya editorial. Tiene el mar como centro batiente, “agua entrampada” en el marco sereno de postales marinas, pausado piélago para el vaivén del meditar poético. Pero, más allá de los logros particulares de la autora y el editor (Igor Barreto, Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro, San Fernando de Apure, 2011), lo que me embelesa de sus páginas es la madeja de interrogantes que me abordan después de cada poema, que me atrapan con una red de algas en el goce pleno de la pregunta que extasía y revela la sencilla solemnidad de bastarse a sí misma.
¿Será que nos mintieron? El engaño, gracias a Dios, tiene sus aciertos poéticos y ontológicos. ¿Será que el tiempo no es el Rio del que tanto escriben? ¿No es la gruesa hebra del Ser? La reiterada imagen que fluye inclemente y sucesiva por todas las capilaridades del mundo. ¿No es el discurrir de una corriente? ¿Es acaso la auténtica imagen del tiempo ese mar oscuro que nos aguarda y tememos? Una enorme blandura que se balancea. Un océano insoportablemente extenso con muchas orillas que no se vislumbran mutuamente. ¿Tenía razón el viejo filósofo de la Selva Negra cuando nos recita sus galimatías del horizonte del Ser, el tiempo como como una planicie ontológica, un no ente?
¿Esta orilla que me apresa onticamente es el pasado? ¿Ese denso monstruo que mordisquea sin consuelo mis pies es el presente? Falsa e higiénicamente azul al mediodía. ¿Y el futuro? ¿Es la otra orilla imposible o nunca vista? Todo eso apelmazado en la temporeidad originaria del poema.
“Habrá un libro. El anhelado./ El de las postales y los artilugios de la claridad./ El que mienta sobre las razones que lo limitan./ Libro último, tan mío y tan de otros. Negro.”