Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

lunes, 25 de junio de 2007

EN LA CASA NATAL DEL GENERAL SANTIAGO MARIÑO


Edgardo Malaspina*

Dicen que en una velada, después de 1830, Páez se vanagloriaba y minimizaba el papel desempeñado por El Libertador en la guerra por la independencia. Inmediatamente el general Santiago Mariño lo increpó: “Yo me enfrenté a Bolívar hasta con la espada mientras usted le adulaba; ahora que está muerto yo admiro y aprecio el legado de este grande hombre, mientras usted lo denigra. Respete, general, la memoria de los que ya no están entre nosotros”.Así era Mariño: sin pelos en la lengua, valiente y tenaz en busca del poder . Cultivaba por sobre todas las cosas la amistad; y a pesar de sus carácter recio era también un gran jugador, como para combinar esa circunstancia dialéctica signada por la necesidad y la casualidad, el trabajo y el azar.
Después de la declaración de Chacachacare e iniciar acciones bélicas se convirtió en El Libertador de Oriente y creyó tener los mismos derechos que Bolívar para decidir la suerte política y militar de Venezuela, por eso defendía la existencia de dos estados: el de occidente y el de oriente; más tarde reconoció la necesidad de unificar las fuerzas para luchar por una sola patria.
Volvió con sus ideas en el Congresillo de Cariaco , pero en el Congreso de Angostura participó como diputado de la naciente república.
En la Batalla de Carabobo combatió como Jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador. Luego impulsó la separación de Venezuela de la Gran Colombia desde los tiempos de la Cosiata. En 1835 compitió con José María Vargas por la presidencia de la República.
Los votos no le favorecieron por eso en 1936 se alzó en armas. Páez lo redujo y lo expulsó del país. Regresó en 1848 y José Tadeo Monagas lo nombró Comandante General del Ejército.En 1853 se levantó contra José Gregorio Monagas y fue encarcelado brevemente.
Cuando Pablo Morillo estuvo en su campaña por Margarita arremetió contra todas las pertenencias de los patriotas. La casa natal de Santiago Mariño en Valle del Espíritu Santo fue destruida. El 25 de julio de1988, a los doscientos años de su nacimiento (25.7.1788) se construyó una casona en el estilo de la época, tratando de imitar la derrumbada por orden de Morillo. El ambiente recuerda la historia del héroe y sus hazañas entre espaciosos pasillos rodeados de acogedores jardines, fuentes, bibliotecas, antigüedades, armas de guerra, retratos y bustos del hombre que se atrevió a disputarle el liderazgo al Padre de la Patria.
El taxista que me lleva al museo comenta : “Es el sitio más importante de Margarita. Mariño es tan grande como Bolívar” ; pero el que me trae de regreso dice:
“Mariño era un ambicioso , envidiaba a Bolívar”. Y yo pienso que el sentido de la vida está en las diferencias.
Fuentes consultadas:
Diccionario Multimedia de Historia de Venezuela. Fundación Polar. 1988.
http:// www. Venezuelatuya.com/biografías/
Otras: Visita al Museo Casa Natal de Santiago Mariño en Valle del Espíritu Santo.2007.


*Escritor, médico y cronista venezolano

ASTILLAS DE LA NOCHE


Rosana Hernández Pasquier*



ROPAJES

La estación es una huérfana más
hiere la soledad de sus andenes
Por el costado derecho
un remolino de hojas
sacude la calma del lugar
Hace señales una premonición
el silbato anuncia otra partida
Pasos abordan el vagón
tú apareces vestido de hojarasca
Si los pájaros te ven así
no harán la travesía con nosotros




SILENCIO EN ROJO

La mano descorre la cortina
una astilla de la noche entra
el silencio revienta la palabra
que temblaba en el cántaro
de la conversación
Tu boca es sólo un punto rojo
sobre el negro




PLACER ANTIGUO

Desde los montes
soleados por la primavera
baja tu cuerpo de durazno
a veces vienes en capullo
otras la rama de lo escueto
Mis ojos de pájaro
siempre te aguardan
y mi boca no se saciará
ni llegado el otoño



















DÍA DE SEMANA

Camino de la escuela
la mata de duérmete-duérmete
que ahí viene el diablo
el sueño de sus hojas
en las puntas de los zapatos
La lámina de la flor en la pared
pétalos pistilos estambre corola
El timbre de recreo
la polvareda del salto de cuerda

y brillando en nuestras manos
las negras medias lunas de las uñas

Antes de volver a casa
el cundiamor de la cerca
nos teñía los labios
y regresábamos con las bocas rojas
rojas de niñez





PERFUME DE CEREZOS


Viaja en la noche
el delgado perfume del cerezo
trepa por la ventana del cuarto
el cuerpo que está en la habitación
es otra flor
que aguarda por otra primavera

*Escritora, editora y poeta venezolana
(Los poemas publicados forman parte del poemario ASTILLA DE LA NOCHE, Caracas: Editorial La Espada Rota, 2006)

LOS SUEÑOS DE LIRA SOSA

Alberto Hernández*

a Yaya Sucre
I
Entro en el pleamar de la carcajada de José Lira Sosa, viejo buque anclado allá en Porlamar, eternizado porque le viene en ganas saberse vivo en nuestras voces, en la anuencia de su brindis paisano. Me dejo caer en algunos de sus relatos para regresar a su tono marino, como siempre, agriado por su lejanía, pero liviano al tocar su hombro de estibador de palabras.
Dando vueltas a las páginas, como al mundo de a pie que en su nombre me tocó en Francia, en la pequeña Suiza de mi adolescencia, registro un corto aliento del poeta surrealista, panita de Breton y subidor de mandrágoras. Aquí comienzo con “Mininos” para refrescar el cuerpo y el alma con cualquier corriente alterna, pero de superficie visible: “El mismo río donde Heráclito, por razones filosóficas, rehusaba bañarse por dos veces seguidas, ahora está tan contaminado que nadie se atreve, por razones higiénicas, abañarse ni siquiera una vez”. Este comienzo tiene final en la grima, en la mueca que atilda el deseo de escapar de la suciedad, de la primera vez dela mirada, del hueco que sacude el mismo vacío. Y sigue el poeta de los zargazos margariteños: “Zenón aseguraba que una flecha al ser disparada no podía moverse al aire libre. Tan convencido estaba Zenón de su afirmación que para comprobarlo ante sus discípulos, obligó, mediante el pago de varios sestercios, al mejor arquero de Elea a dispararle, desde veinte pasos, la saeta de punta más afilada que llevara en su funda. El arquero colocó cuidadosamente la flecha escogida, tensó su arma y soltó la cuerda. A los veinte pasos el filósofo cayó atravesado por la flecha. Sólo alcanzó a decir: ¡Coño, sí se mueve¡”.
II
Atrás dejó el río de Lira y Heráclito. Lo dejo con el pesar de saberme sumergido en las aguas rojas de mi río Tiznados, azuzado por las lunas llenas que frágiles caen sobre la superficie porosa de la corriente detenida. Dejo también el Sena, el Támesis, el Ebro y sueño anchuroso con el Orinoco, el río padre que martiriza la fuga de animales caducos, desprestigiados por la oscura sombra del manatí.
Salgo mojado de la lectura. Sigo la próxima página, entre balizas, y encallo en “El dictador”, mensaje de estas horas que suelen abrirse y entregarnos la realidad: “En la pared de la sala principal de la casa siempre estaba colgada esa vieja foto, amarillenta y arrugada detrás del vidrio sucio. No podía decir con exactitud quién la recortó de la página de alguna revista y se tomó la molestia de colocarle esos marcos plateados, penosamente cursis”.
De entrada, el poeta/ narrador describe a gusto el silencio, se anuda la voz para entrarle de frente al próximo agasajo verbal: “Quien lo hizo ya no formaba parte de nuestra familia. Cuando le presté atención al cuadro y traté de informarme sobre aquel rostro frío y bastante improcedente para el mobiliario de la sala, me dijeron en voz baja que se trataba del General, de quien supe posteriormente que era un Dictador, muerto impunemente de viejo en el Palacio de Gobierno, mucho tiempo después de publicada la foto que fuera recortada y enmarcada con cañuelas plateadas, la misma que ahora descuelgo de su sitio tradicional, ante el asombro silencioso de mis familiares, para hacerla trizas a martillazos gratuitos, persistentes y precisos”.
Un agotamiento tenaz, producto de dolores agarrados de mi columna, me hacen abandonar la lectura y cerrar los ojos. Por esa película opaca de los párpados se pasea el poeta. Lo veo salir de su casa de la calle Guillarte, ambular por el boulevard y saludar con la mano derecha alzada a quien se toca la punta del sombrero y sonríe. No sabe el poeta que un poco más allá, en medio de la algarabía del mercado, un hombre de bata larga intenta hacer del mar caribe un río para bañarse por vez primera. Entonces Heráclito venía de Juangriego e intentaba dar con la casa de José Lira Sosa, sostenido por la curvatura de la hamaca, al lado de una cotorra filosófica que sabía de ballenas y anémonas.
Abro los ojos y le veo la sonrisa. La carcajada de Lira Sosa la leí hace años en la Ilíada, un poco antes de que el mar me silenciara, un poco antes de que me sostuviera de un trozo de madero encallado en los huesos de mi amigo surrealista, relevo en el silencio de tantas maneras de decirse baliza y orilla de mundo.
*Escritor, periodista y poeta venezolano