Adolfo Rodríguez*
El zagal que entendía que aquellos estudiantes enviados por la dictadura al gheto de Palenque, anhelaban afectos, amén de con qué saciar hambre y sed, asomándose, por las ventanillas de aquel autobús a donde los llevan prisioneros, junto a panelas y queso, les facilitó la irradiación de su tierra llana, en un gesto, que Miguel Otero capta para Fiebre. Una transparencia que trae desde su nacimiento, hace cien años, hasta que muere en 1976. Venía de una cárcel y vuelve otra, luego de iniciar, sin concluir, estudios de Derecho. Marcha al exilio y prosigue con esas señales de un futuro que pronto echa a andar, esta vez con Betancourt y otros, redactando ese plan anti-feudal, anti-imperialista, juvenil, bien intencionado, democratizador, que intentó fijar un rumbo a un país detenido bajo la bota de reiterativos caudillos. Ese Plan de Barranquilla, que de cuando en vez, emerge la esperanza venezolana, anhelosa de que, un día para siempre, dejemos de ser una mísera tángana, disfrutada sólo por imperialismos de toda laya, grandes o pequeños, íntimos o externos, que no nos dejan desplegar las alas.
Atraído por ese afán de ejecutorias, el hombre detrás de las palabras, Montilla no abandona hasta sus últimos días, un espíritu en el que cada frase diese cuenta de un país, colonizado por insaciables retóricas. Elite, El Sol, El Globo, El Heraldo, Fantoches, El Universal, Ahora, El País, El Nacional, pueden dar fe de esa índole cerrera de su ser, su prosa y la pasión fotográfica con que quiso mostrar antes que decir, corregiéndo, incluso, la plana al maestro Gallegos cuando éste enreja un becerro en las patas de atrás, para el ordeño, y el sombrereño sugiere ponerlo ¨alante pa que no se le mame¨
Prefirió siempre la acción directa, sin intermediarios, de vis a vis, próxima a la propia tierra y sus destinatarios sencillos. Y por eso, esa caricatura de Julio Alfonzo Rojas, en Elite, ostentando el producto, el medio y los instrumentos con qué gestarlos y el modo arisco de conducirlos. Por eso su gestión como Ministro de Agricultura y gobernador de Guárico y Apure, sembrando no sólo monumentos de Alejandro Colina, que perviven, trayéndose a Rómulo Gallegos, a científicos como Tejera o Gabaldón o al pintor Manuel Pedro González y tantos, que constatasen la contudente realidad regional, para su saneamiento, el crecimiento moral, la salvaguarda de sus tradiciones, los valores de la nacionalidad, la justicia, a través de esa praxis rotunda y franca con que entendía la gobernabilidad. De modo y tal que mucha de su actuación es juzgada, sino de atrabiliaria, por lo ,menos como ¨alcaldadas¨, título de un opúsculo suyo de 1965 en el que recoge, entre otros textos, artículo por El Nacional contestando declaraciones del magistrado Ignacio Luis Arcaya, a quien le resulta anacrónico, que Montilla encarcele a ¨un juez lascivo y dado a la bebida, protagonista de escándalo público -es reincidente- trasmutado en sátiro ante indefensa ninfa, que mordisquea y desviste¨
Emergencia en la aplicación de correctivos, que lo sitúan un poquito entre Ño Pernalete y Santos Luzardo, sintiéndose cerca más bien, de éste, como proclama cuando asume la gobernación de Apure. Y fue así, si advertimos que no procede en función de intereses personales, si no por imperativos justicieros, como espera Gallegos. Y nunca ocultándose tras de nada ni nadie, asumiendo la responsabilidad de sus acciones, como cuando sanciona por quince o treinta días de prisión a ciertos ecocidas y es granjeado con el remoquete de 30-30. No porque él fuese el ofendido, si no el país, sus árboles, la honorabilidad ciudadana, un orden que si no se preserva amenza con degenerar todo. Y para corroborarlo, él mismo enfrenta los desaguisados, como cuando hace acto de presencia en el liceo y exhorta a la muchachada díscola, departe con ella, celebra sus rebeldías productivas, la invita a recorrer sitios históricos, comparte incomodidades, saberes y terneras, siendo gobernador.
Y si es que un compañero de la Generación del 28, Joaquin Gabaldón Márquez rechaza la invitación a un acto oficial porque persiguen hermano suyo que es comandante de guerrillas, no responde con retaliación ni rencores, sino con el alma: ¨Muy bien, Joaco, yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo¨.
No me envió las cartas de Gallegos que aclaran detalles de su pasantía en Barcelona para una investigación mía publicada, si no que se presenta con ellas al liceo interiorano donde ejerzo y bajo el gran sol me las entrega, la radiante sonrisa de su curtida faz.
Se admiró Jesús Sanoja Hernández de la facilidad con que él y otros acceden a la casa de don Rómulo Gallegos en México, gracias al Chino Montilla. Y fue así cuando los estudiantes de Letras logramos pasar un día con el novelista, en su residencia de Altamira, Nada ni nadie debía negarse a aquel monumento de sabiduría que nunca más hemos tenido y Don Ricardo no sólo lo paseó en aquellos años sesenta entre los llaneros de Apure, rememorando una realidad que había volcado para siempre en su prosa, si no que atrajo a lo más graneado de la intelectualidad del mundo hispánico de entonces para el homenaje continental tributado al eximio representante de las letras venezolanas de todos los tiempos. Y por eso, en la compilación que doña Gosvinda Rugeles, esposa de don Ricardo, figura un texto del famoso escritor mejicano Andrés Iduarte, amén de numerosos venezolanos que manifestaron su admiración por el atrabiliario guariqueño, entre otros, Sanin, José Vicente Rangel, Jesús Rosas Marcano, Ras, Zapata, Francisco Tamayo, Rafael Ramón Castellanos, Sofía Imber, Tobías Lasser, Ramón Aveledo Hostos, Francisco Vera Izquierdo, Rafael Poleo, Hernani Portocorrero, con reconocimientos oficiales, amigos o paisanos.
Fue una democracia ¨a la llanera¨, si es que la hay, temeraria quizá, pero sin atropellos, sin cartas debajo de las mangas ni dobles intenciones. Una conducta a la luz del sol, en que asume la responsabilidad, tanto de lo que es grato para todos como de lo que quizá incomode. Ello le garantizó que siempre pudiera retomar tranquilamente la calle en cualquier lugar, con las mismas ideas, la misma intención de dar y hacer, sin importarle el lugar que le asignasen. Así fue como se incorporó a la Sociedad de Ciencias Naturales de Venezuela, en cuyo boletín publica esmeradas y emotivas observaciones sobre su tierra, algunas recogidas en libro, a todo lujo, El Llano contentivo de buena porción de esas fotografías de inimaginables espacios de una tierra que para siempre lo hizo suyo. Otra vez apuntes para su bibliografía galleguiana, precisando hechos que dieron origen a sus novelas, organizando antologías o reediciones conmemorativas. Sin olvidar unas ediciones de bolsillo con que quiso comunicarse con los más apartados receptores de sus prédicas, diciendo de efemérides y demás simbologías de su territorialidad.
Un general, prestado a las tareas conservacionistas, Enerio González Medicci, puntualiza acerca de que jamás la vanidad rozó el modo de ser de don Ricardo ejerciendo cargos públicos, ¨porque la naturaleza y el ambiente no envalentonan nunca y más bien promueven el trato ecuánime, justo y comprensivo¨ Lo cual explica mucho de esa noción de mando con que don Ricardo se convierte en paradigma de justicia, diafanidad y lección. Pues quien aprende de la naturaleza gobierna para siempre y gobierna bien, cumpla o no funciones públicas. Y es buena su gestión porque promueve el desarrollo, posible sólo si son preservados los ecosistemas. Por lo cual el ejercicio democrático en el mejor sentido del término, prevé esa participación de la frescura, la naturaleza y la sapiencia popular, que estuvieron en la mente y la conciencia política de don Ricardo por más lejos que anduviese. Proclamó su afecto hacia la gente tanto como los árboles como se trasluce de ese documento revelador que es el libro Don Ricardo Montilla y su Pasión Por la Naturaleza en que el profesor Darío Laguna pone de manifiesto esa inquietud por la reproducción de las aguas, la reproducción de todos y cada uno de los seres que habitan todos y cada uno de los ecosistemas, la advertencia frente a los incendios, frente a la incuria que no contribuye a la conservación de las cuencas hidrográficas, frente a esa anomia que no deja ver cómo es factible que la cornucopia de la abundancia salte de cualquier recodo sólo con la varita mágica de la voluntad. He allí la vigencia, pues, de este venezolano que no cesa de convocarnos cada vez que la tierra arde, el río se seca, la montaña se devasta, el hombre deambula, la res muere de mengua y la fauna agoniza porque no hemos sabido aprender que la única continuidad válida es la de la vida .
Nota: ensayo publicado en el semanario La Razón de Caracas en el centenario del nacimiento de don Ricardo Montilla.
*Poeta e historiador venezolano.