Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 5 de enero de 2008

LA DUDA DE VIVIR


Alberto Hernández*

I
Alma y poesía, así la alcanzó la muerte, en medio de la gran duda de vivir. Hanni Ossot, en efecto, acaba de llegar a su lugar de origen poético, donde las imágenes y una muy particular sintaxis la verán llegar con los ojos abiertos de azul y la sonrisa inesperada, la guardada para el silencio.
Traducida por su propia vocación rilkeana, Hanni Ossott versificó “el misterio de la muerte como la única verdad que no le ha sido revelada”, como escribió Esdras Parra acerca de la poesía de esta mujer cuyo mundo giró alrededor de la palabra.
Ensayista, profesora de la Escuela de Letras de la UCV, Ossott significó una lectura lenta y expresiva de toda una generación.
Entre sus obras podemos mencionar Formas en el sueño figuran infinitos (1976), Espacios para decir lo mismo (1974), Espacios en disolución (1976), El reino donde la noche se abre (1986), Cielo, tu arco grande (1989), Casa de agua y de sombras (1992) y El circo roto (1996), entre otros.
II
Un día, para abrir su poemario Casa de agua y de sombras, dijo desde la lejanía del tiempo: “Un libro que rememora la infancia nunca puede ser “literario”. La infancia no es literaria. Si hay acaso en ella esplendores, éstos se muestran en una riqueza directa, sin ambages ni artilugios. El libro de la infancia es más bien psíquico. Se trata de un libro de demoras”, y así lo hizo durante los días de su aliento, de la poesía que brotó rota, terrible desde la memoria, la soledad: “Por ese tiempo se empieza a escuchar/ desde lo solo”.
Juan David García Bacca, citado por María Fernanda Palacios, dejó para nosotros: “La verdad poética es una de las pocas formas que la vida ha conseguido dar a la verdad para que le resulte vivible”. Hanni Ossott hizo lo posible por vivir en medio de la duda, y vivió, y tanto fue que nos trasladó hasta el adentro de sus días quebrantables, dolidos. La verdad de la poesía navega en los labios silenciados de hoy de esta poeta: “Me extravié en el infinito/ pensarlo/ traerlo a mi alcoba/ era un exceso/ que hacía temblar.// Era demasiado pequeña para contenerlo./ Y me llenaba/ me expandía/ era astros”. Y el infinito la hizo infinito, la imagina en lo perdido de lo alto, con las palabras que siguen sonando en el pecho de quienes la leemos.
Con Schopenhauer supimos que “la muerte es el auténtico genio inspirador de la filosofía”, y para muchos poetas, también. Ossott nos acerca esta idea, nos la coloca frente a los ojos de la infancia para resucitar desde el pasado, desde el acento apacible de los padres, desde la niñez atrapada en la voz de quienes la leemos en voz alta”.
III
En su poema “El círculo difuso”, del libro Hasta que llegue el día y huyan las sombras, añade a todo lo anterior: “Tú también te alzas/ desde el fondo nocturno de un pantano antiguo/ y te enlazas y adhieres al nervio de mis últimos ojos/ afirmado a un presente que sabiamente/ ignora lodos.// Asú recuperamos las sombras, las figuras,/ entre hilachas/ figuras ya desgonzadas/ sin hombros sin palabras/ fuera de toda circulación...”. Y llegó el día y las sombras huyeron porque la luz, la que se instala en el alma, “Cerca del peligro, plenamente disponible/.../ Entre corrientes, avanzando ciega/ Colocada entre lo infernal y la quietud”, regresó a la palabra inicial, la que siempre es duda y verdad, canto y silencio.
Hanni Ossott nos destina a ser su permanencia, su estado revelado, su canto interior en nuestra azarosa y recuperable preparación a seguir los pasos del ruidoso mundo.
*Poeta,escritor y periodista venezolano

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