Alberto Hernández*
(a mi primo Guillermo Loreto Mata)
De los bolsillos del clergyman salían manzanas, peras, mamones, cambures, caramelos, guásimos y toda suerte de golosinas y panes rellenos, en un acto de magia que completaba con su brazo de pitcher desde la planta baja del Liceo “José Gil Fortoul” hasta el cuarto piso donde los de tercer año esperábamos la entrada en los laboratorios.
Cuando hacía entrada el padre Rafael Chacín Soto con su voz de trueno, temblaban los vidrios. Voz de bajo sin orquestación.
1.-
En Valle de la Pascua no había corredor más veloz que yo. Mentira, me superaban mi hermano Luis y Peniche. Viene a cuento lo de mi pasión de atleta porque la más exitosa fue marcada durante varias semanas por la persecución de la que fui objeto por parte de un guapetón, carrera en la que salían a relucir el Teorema de Pitágoras, las Leyes de Mendel y mi pobre madre.
Por esa deportivísima razón caí en manos de Rafael Chacín Soto, cura, filósofo, cronista, loco de perinola, benefactor de los habitantes de la Laguna del Rosario, pedagogo y excelente boxeador, amén de conversador y casi santo, al decir de muchos.
Mi vocación sacerdotal, demasiado precoz, la perdí gracias al padre Chacín:
-Tú no tienes cara de seminarista, no sirves para eso; tienes mirada de mahometano.
Y tenía razón, porque las corvas, curvas y pantorrillas de una adolescente en un poema del Corán son más dulces que una penitencia y un rosario. Aunque todavía me rondan los deseos de ser santo.
2.-
Así, “desvocacionado”, al arribar al liceo, ya tenía conocimiento del padre Chacín, quien no pensaba dos veces para “cuerear” a los muchachos que le salían de la santidad, como lo hizo con mi hermano Perico, extraordinario ejemplar de la provocación conspirativa y del oportuno mangazo en la espalda, hoy convertido en un vital y agradable ángel de la guarda de estas impertinencias que escribo.
3.-
Por estas inclinaciones judeo-cristianas y malquerencias árabes, Rafael Chacín Soto hacía un mercado de ropa para los pobres. En una motico Vespa cargaba con todo cuando encontraba en las tiendas de los mahometanos, como él los llamaba para molestarlos. Una vez cubierta la parte trasera de su europeo y marginal vehículo –casi de tracción sanguínea-, se enfrentaba al tendero:
-¿Cuánto te debo, musulmán?
-Ah, “badre”, usted me debe dos mil bolívares.
Chacín refunfuñaba y respondía:
-Está bien, toma estos quinientos que los demás te los paga Dios.
Y se largaba feliz en el humo y run run de la moto.
Una vez dio un mitin –desde el púlpito- sobre los peligros de creerse “Superman”. Yo sentía que se dirigía a mí, porque en el fondo me parecía a Clark Kent. Entonces entendí que el padre Rafael Chacín Soto tenía algo de humor ceslestial, por lo de Superman que siempre volaba alto, porque Dios sabía que de todas maneras este párroco de La Pascua tenía parte del cielo ganado.
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