Daniel R. Scott*
Cuando recorras las páginas de las grandes obras literarias de la humanidad, cuando en ellas recojas la experiencia de quienes las escribieron, y el secreto de la belleza que llama a tu corazón para ennoblecerlo, recuerda tu deuda para con sus autores. Trabajaron para ti
Braulio Pérez Marcio
Braulio Pérez Marcio
Soy el dueño absoluto y soberano de una mañana que pienso dedicar a la lectura. Sigo con "De amor y de sombra" de Isabel Allende, la misma que en una entrevista respondió: "Mis raíces no están en un lugar; están en la memoria, en los libros y en las cartas que escribo, ahí se va haciendo la vida". Pero que no se me vea como un holgazán entregado al ocio improductivo. Hasta hace poco tenía las mañanas tan ocupadas que no me quedaba tiempo para leer ni una sola letra del abecedario: vendía yogur casero para incrementar mis exiguos ingresos. Me podías ver calle arriba y calle abajo ofreciendo el manjar originario de Asia. "¿Sabías que el yogur no tiene ni cien años en Occidente?", le decía yo a mis clientes más cultos. "Se popularizó en el siglo XX gracias a los estudios científicos de un tal Metchnikov (premio Nobel de medicina 1908) que lo asoció con la longevidad de los pueblos que lo consumían". El cliente ponía ojos de huevos fritos y me compraban la mercancía no tanto para comerlo como para sentirse intelectualmente importantes. También contaba la historia de como el ángel Gabriel se le apareció un buen día al patriarca Abraham y le dió personalmente la receta del yogur como afrodisíaco y para curar la infertilidad masculina. Y me lo volvían a comprar. Les parecía increíble que detrás de algo tan prosaico como la compra y la venta existieran historias tan interesantes. Ardid publicitario el mío. Mercadotecnia barata. Es que estos sueldos mínimos en verdad son mínimos, tan mínimos que como se dice en el argot popular, "hay que rebuscarse o matar tigritos". Salía pues con mi mercancía a la calle y no hubo persona que no degustara el producto ni institución donde no colocara al menos diez, logrando de ese modo un dinero extra que siempre fue bien utilizado y disfrutado. Pero, ¿cómo seguir en el negocio si desapareció la leche del mercado? Y cuando al fin aparece, no sabes cuando ni donde, y yo no me destaco precisamente por el dominio de las artes adivinatorias para llegar al lugar y al momento justos, cuando descargan el preciado artículo en la "Tierra Santa" de los supermercados y mercales. Y si acaso llego al lugar, resulta ya se la han llevado toda, y yo me quedo desolado viendo los anaqueles vacíos. Asi pues que aquí me tienen, echado en la cama y con una obra literaria en el pecho, esperando que la reforma constitucional con sus tonos carmesí logre colocar un vaso de leche en la mesa del venezolano o me permita reactivar mi industria.
Solo. Nada me perturba. Allá abajo se oye el correr del río contaminado. Estoy en la casa del profesor Leal, un inmigrante español de ideas radicales. Estuvo involucrado en la guerra civil española. Uno de sus hijos llega de visita y se lo anuncian. Su padre, sorprendido de tenerlo tan temprano en casa un día sábado, le preguntas si le sucede algo. "Nada viejo", responde el hijo. "Tengo ganas de tomar un desayuno decente preparado por mamá". Detuve abruptamente la lectura aquí. De repente me sentí representado e interpretado por el personaje y me encontré diciéndome a mí mismo: "Sí, es una buena idea: quiero tomar un desayuno preparado por mamá". Mi esposa salió tan apresurada hoy que apenas pudo dejar sobre el reverbero de dos hornillas una olla de café. Una media hora más tarde ya estaba en la vieja casa de mi infancia, comiendo y charlando con mamá. Y las palabras que destilaba nuestro coloquio me sabían a arepa frita, a huevos revueltos y a café con leche.
Se dice que la novela es el relato de una historia de ficción, relatos de cosas acaecidas en un mundo imaginario. Sin embargo es algo más profundo que eso: como el escritor toma para redactar su obra la materia prima de la realidad y de lo posible, es factible que nosotros, sepámoslo o no, personifiquemos esa ficción y la transformemos en una historia viva. Para unos pocos elegidos y desventurados la novela es el guión que se les dió para memorizar y representar en los escenarios del mundo. Quizá en eso pensaba José Sant Roz cuando describía a su hermano, el escritor Argénis Rodríguez: "El día que descubrió que un libro lo podía cambiar a uno, lo podía armar caballero, hacerlo el más poderoso de la tierra, el más noble y el más criminal si se daba el caso, entonces no quiso sino leer y escribir". De lo cual deduzco que podemos "reescribir" una joya cualquiera de la literatura universal con la tinta y el papel de nuestro andar diario, con el "yo y mi circunstancia" de José Ortega y Gasset, imprimiendo de esa manera un "libro viviente" sobre las bases de nuestras acciones existenciales. En mi caso yo hice palpitar con un latido de mi propia existencia a tan solo doce palabras contenidas en una oración que abarcan apenas dos líneas de la página 35 de una novela contemporánea.
Se puede definir a la novela. Serían muchas las definiciones y de muy diversas fuentes. Pero por muy exactas que sean jamás podrán expresar su impacto y significado en la vida de un lector cualquiera. Lo inefable es difícil de encadenar dentro de los muros de la palabra oral o escrita.
*Bibliotecario y escritor venezolano.
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