Adolfo RODRÍGUEZ*
Miranda y Bolívar: dos visiones (Caracas: bid & Co. Editor, 2007) de Giovanni Meza Dorta no es un libro más. Tiene mucho de cuidadosa pesquisa y de llamada. Desentraña bibliografía suficientemente conocida, junto a la olvidada o la desconocida, para ilustrar acerca del prolongado vaivén en que andamos entre modelos políticos e idolatrías. Advierte que para hablar de “democracia en Venezuela” es imposible pasar por alto “lo sucedido entre 1812 y 1813” (p. 92), estableciendo que “la recuperación definitiva de nuestro primer aporte democrático está por hacerse” (p. 180), pues: “conocer la genealogía de la república es el único camino para recomponer las manifestaciones tiránicas y no democrática” (p. 50) Concluye en que “el proceso político venezolano que va de 1808 a 1812 reúne todo el cuerpo doctrinal de la democracia moderna; más aún: establece con carácter premonitorio la llamada democracia deliberativa, que algunos llaman participativa”. Enfatizando que se trata “del único lapso histórico en Venezuela que puede llamarse, justamente, revolución democrática” (pp 187-8). “Inclusive, todas las ideas fundadoras de la democracia están allí, si entendemos por tal la división de poderes, los derechos humanos, la tolerancia, la libertad de pensamiento y la libertad de culto” (p. 48). Para este historiador “el éxito en el 5 de julio está vinculado a la trascendencia de sus propias ideas” que enumera en las pp 58-9. Que en tal proceso no hubo anarquía, sino ideas y propósitos claros: liberarse de la colonia para asumir la soberanía, reconstruir la vida civil, eliminar la tradición autoritaria, acabar con la sociedad jerarquizada y estamentista, sustituyéndola por una igualitaria y democrática; construir un nuevo estado republicano, evitar el despotismo y sus diversas modalidades, personalismo, caudillismo, antoritarismo (pp. 94-5). Estimando que aunque “los fundadores no pudieron gobernar… dejaron un legado intelectual hasta ahora insuperable” (p. 188). Apela a la lucidez de don Augusto Mijares para quien “Destruido el orden legal creado en 1811, la patria renace a partir de 1813 por obra de los caudillos, pero el poder de éstos, personal, inestable y moralista, no puede dar base a la república. Vicios profundos, derivados de la glorificación del caudillo, comienzan a perturbar la mentalidad colectiva: a la libre deliberación que es característica de las épocas de paz, se sustituye el acatamiento incondicional al jefe, o al individualismo jactancioso, según los casos: las virtudes que se consideraban esenciales para la vida social - reflexión, tolerancia, conocimiento, responsabilidad- pasan a segundo término ante las cualidades que la guerra reclama, agresividad, obediencia, destreza, fuerza” (p. 50). Cree Meza que siempre ha estado en juego “dos maneras de entender el proceso histórico venezolano”: una para la cual “la independencia fue un proceso lento pero firme, que desató sus amarras el 19 de abril y el 5 de julio, en cuyo contenido están los presupuestos básicos de una democracia republicana” Y la que considera que aquí fue creada “una patria boba, sus líderes eran unos improvisados, no entendió la guerra civil, la situación llamó a los líderes verdaderos, o sea, a los caudillos”. Tesis ésta que predomina “en historiadores y políticos en ejercicio”, con graves consecuencias para el país (p. 57). Detractores con “visión empirista” empeñados en “congelar los conceptos” utilizados por Miranda como por Bolívar “para establecer sus presupuestos políticos”; “historiografía común” que analiza “los hechos políticos por sus resultados, más aún por resultados exitosos” (p. 17); ignoran la caída de Puerto Cabello y la verdadera responsabilidad en la capitulación, que dan lugar a interpretaciones sesgadas y tergiversaciones profundas (p. 45). Meza recapitula para advertir sobre una traición al generalísimo que originó “el primer golpe de estado de la era republicana” como la imagen de “fracasado” e impopular que, sin justificación, se le imputa (pp 51-54)
Un alerta ante las luminosas señales con que Miranda se propuso signar el destino continental para orientarlo hacia modelos que lo sustrajeran del descalabro personalista. Hace un registro de tales aportes:
“el primero que pensó, escribió y actuó en la propuesta de emancipación de la América Meridional” (p. 12)
“la carta que mejor explica” su “actividad política” la constituye “sus ideas de unidad continental, la importancia de los cabildos para la emancipación.. la independencia como propuesta ética” (p. 15).
“buscar la mejor forma y plan de gobierno para el establecimiento de una sabia y juiciosa libertad civil en las colonias hispanoamericanas” en (palabras del mismo Miranda (p. 20).
Exclama: “!Sorprendente” Miranda en 1795 criticaba lo que fue la base de todos los totalitarismos del siglo XX, a saber: la sujeción de los derechos individuales a los colectivos” (p. 42).
Deja implícito una noción de “subsidiaridad” que prevé autonomía de los distintos niveles del estado para el logro de sus objetivos, pero también incluye el diálogo civil, participación en las políticas y evaluación y colaboración de los distintos entes” (p. 74).
Una especie de “Gran Colombia”, pero con un procedimiento distintos,” anclada en los pueblos, en sus deliberaciones y la aprobación por intermedio de “sus legítimos representantes reunidos en un congreso general de la Colombia”. Ente que luego surge “a punta de bayoneta”, al parecer de Meza (p 89).
La conformación de una red política con ramificaciones en toda América (p. 185).
La soberanía de la nación como “soberanía de sus individuos y de sus poderes autónomos constituido (p. 186). s
El capítulo XIII titulado “Miranda y Bolívar: dos visiones”, hace somera incursión en lo que considera diferencia capital ”entrambos”, esquematizado en las páginas 128-129 renglones referidos a liberalismo, centralismo, federalismo, monarquía, democracia, municipio, dictadura; “proyectos no tan sólo políticos sino también éticos” (p. 100).
El XIV “El final en La Guaira” contiene la espeluznante intriga relacionada con la entrega del precursor a los realistas. Las fuentes consultadas. Cómo se falsificó la perfidia de Puerto Cabello. La falacia histórica sobre la capitulación. Lo que dicen los documentos y lo que “silenciaron los patriotas que apresaron a Miranda” y lo que escamotean los historiadores. Quienes ejecutaron la detención: ese ”detallazo” suministrado por Monteverde.
“Nobleza total, principios firmes, señala sólo las fechorías de algunos individuos; sabía Miranda que su silencio lo dignificaba y lo situaba como el prohombre más abnegado de América” (p. 184)
Una admiración que compartimos: “Todo lo que rodea a Miranda es fantástico y maravilloso, las peripecias del archivo, la forma como fue elaborado, su pérdida y recuperación, es un acontecimiento literario aún no escrito” (p. 26).
Y a modo de evidencias una veintena de apéndices. archivos, documentos, hemerografía y libros consultados.
Sutileza historiográfica con su ñinguita de suspenso.
*Poeta e historiador venezolano.
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