Efrén Barazarte*
Hugo es el cacique de todo el fogón y trata al país como el dueño y señor de la cocina; es el amo absoluto de la campana, el único conocedor del horno y su exacta temperatura. El impar que sabe de recetas. Hugo, busca la olla que debe ser de peltre para darle más sentido criollo a su comida popular. Le echa el agua y zas, luego viene el quinchoncho. Comienza a hervir lentamente con la serenidad de un buen procedimiento. El agua se le va poniendo turbia casi roja. Pero contrario a la religión, no le da la real gana de cambiarle el agua al quinchoncho. Les ofrece a sus invitados que, por ahora, el agua hervida hace lo suyo y que todos comerán su revolucionario y suculento caldo. Frente a la mirada enamorada de sus ministros, comienza a hablar de cómo cocinaba cuando era el raso soldado. A lo Riky Martin, no vive, pero habla la paja loca como dirían los universitarios de un país que suena a dignidad. Cuenta que convenció a un extraterrestre que bajó a la tierra sólo a conversar con él, que el mejor sistema de gobierno en esta miserable galaxia capitalista, debe regirse por el socialismo del siglo XXI, de ese socialismo de la patria y la muerte.
En la misma cocina de país todo contrasta. Habla su ministro, un tal Chacín, que jura ante las cámaras de televisión que mientras él platica (en ese preciso momento) nadie es asesinado en Caracas. El oficio de Dios es ahora el oficio diario de la revolución. Habla pura hojarasca el ministro porque en ese preciso momento la realidad lo desmiente, le hace un guiño y llega la mortuoria noticia de un transportista asesinado. Su declaración es una prolongación de su comandante y cocinero.
El país hierve diariamente en cada manifestación por los mismos motivos ocurridos en todos los gobiernos ineptos. El quinchoncho sigue en la olla y comienza a respirarse el suave olor del posible alimento. El cocinero sigue hablando. Echa los cuentos más inverosímiles. Despilfarra su simpatía ante su auditorio que aplaude y le interrumpe segundos antes de pronunciar la frase mientras hace el silencio con un rostro de etérea reflexión monástica. Afuera de la cocina la realidad es otra olla que sigue hirviendo una crisis en gerundio. El partido único tiene una sola dirección mientras el hervidero es la expresión del anarquismo. El único dedo del cocinero ordena echar los condimentos y eso del protagonismo de la gente se va tan rápido como comer azúcar de algodón. Hierve el país y el agua sigue allí en lo inmutable. Sólo existe el aplauso de las focas que aplauden hasta el regaño de su comandante y cuando el pueblo habla es sólo para ser incondicional. Jamás olvidaré un Aló presidente cuando Lina Ron cantó, mirando a los ojos al presidente, una canción de Rocío Durcan: “Me gustas mucho/ me gustas mucho tú”… De eso se trata, de alegrar la fiesta y no de aguar ese sarao, hablando que a diario el país se llena de protestas por la delincuencia, la ausencia endógena de los servicios públicos, la inflación, el sicariato, la corrupción administrativa, que ningún dedo por más gordo y largo que sea, la puede encapuchar y el fantasma de la guerrilla colombiana que no se puede borrar por una declaración. A lo lejos de la cocina se oye un ronco quejido de Miranda y dice su frase célebre ante la historia: quinchoncho, quinchoncho, quinchoncho, está gente sólo habla de quinchoncho… Todo pasa y todo hierve en el país a cada instante. Pero el quinchoncho está listo, servido sobre la mesa de los venezolanos. Los comensales probaron una suculenta agua pero el quinchoncho está duro durísimo. El cocinero se le fue el tiempo hablando la paja loca sobre en torno a sus proezas gastronómicas. No le cambió el agua a la olla de peltre. No hubo ese sustancial cambio de agua para ablandar y eso es un grave error a la hora de cocinar los granos. A Hugo, ya la gente no le come el guiso y el truco de sus cuentos.
En la misma cocina de país todo contrasta. Habla su ministro, un tal Chacín, que jura ante las cámaras de televisión que mientras él platica (en ese preciso momento) nadie es asesinado en Caracas. El oficio de Dios es ahora el oficio diario de la revolución. Habla pura hojarasca el ministro porque en ese preciso momento la realidad lo desmiente, le hace un guiño y llega la mortuoria noticia de un transportista asesinado. Su declaración es una prolongación de su comandante y cocinero.
El país hierve diariamente en cada manifestación por los mismos motivos ocurridos en todos los gobiernos ineptos. El quinchoncho sigue en la olla y comienza a respirarse el suave olor del posible alimento. El cocinero sigue hablando. Echa los cuentos más inverosímiles. Despilfarra su simpatía ante su auditorio que aplaude y le interrumpe segundos antes de pronunciar la frase mientras hace el silencio con un rostro de etérea reflexión monástica. Afuera de la cocina la realidad es otra olla que sigue hirviendo una crisis en gerundio. El partido único tiene una sola dirección mientras el hervidero es la expresión del anarquismo. El único dedo del cocinero ordena echar los condimentos y eso del protagonismo de la gente se va tan rápido como comer azúcar de algodón. Hierve el país y el agua sigue allí en lo inmutable. Sólo existe el aplauso de las focas que aplauden hasta el regaño de su comandante y cuando el pueblo habla es sólo para ser incondicional. Jamás olvidaré un Aló presidente cuando Lina Ron cantó, mirando a los ojos al presidente, una canción de Rocío Durcan: “Me gustas mucho/ me gustas mucho tú”… De eso se trata, de alegrar la fiesta y no de aguar ese sarao, hablando que a diario el país se llena de protestas por la delincuencia, la ausencia endógena de los servicios públicos, la inflación, el sicariato, la corrupción administrativa, que ningún dedo por más gordo y largo que sea, la puede encapuchar y el fantasma de la guerrilla colombiana que no se puede borrar por una declaración. A lo lejos de la cocina se oye un ronco quejido de Miranda y dice su frase célebre ante la historia: quinchoncho, quinchoncho, quinchoncho, está gente sólo habla de quinchoncho… Todo pasa y todo hierve en el país a cada instante. Pero el quinchoncho está listo, servido sobre la mesa de los venezolanos. Los comensales probaron una suculenta agua pero el quinchoncho está duro durísimo. El cocinero se le fue el tiempo hablando la paja loca sobre en torno a sus proezas gastronómicas. No le cambió el agua a la olla de peltre. No hubo ese sustancial cambio de agua para ablandar y eso es un grave error a la hora de cocinar los granos. A Hugo, ya la gente no le come el guiso y el truco de sus cuentos.
*Poeta y docente venezolano. Maracay, estado Aragua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario