A 125 años de su natalicio, manuscritos inéditos son conservados en Tel Aviv
Eva Usi (Especial para La Jornada)
Eva Usi (Especial para La Jornada)
Hamburgo, 29 de julio. Franz Kafka, uno de los personajes superlativos de la literatura universal, es recordado y celebrado con motivo del 125 aniversario de su natalicio. Exposiciones, simposios, escenificaciones de sus obras y nuevas publicaciones muestran su vida y creación bajo una nueva luz.
Como Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Borges o Freud, Kafka es una marca, no necesita nombre de pila. Considerado la figura lingüística más poderosa e influyente de la literatura moderna, el escritor judío alemán nacido en Praga en tiempos del imperio austro-húngaro, publicó en vida un puñado de escritos y hoy sería tal vez conocido sólo en círculos académicos, de no ser porque su amigo y albacea, el escritor austriaco de origen judío, Max Brod, ignoró su voluntad expresa de que fueran quemados sus manuscritos y cartas tras su muerte por tuberculosis en 1924, poco antes de cumplir 41 años de edad.
Brod admiraba a Kafka, a quien llamaba “el gran poeta de nuestro tiempo”. El crítico de arte recopiló buena parte de la obra de su amigo y publicó tres de sus novelas más importantes, que lo lanzaron a la fama póstuma cuando fueron traducidas en Estados Unidos: El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1927).
Acervo desconocido
Max Brod abandonó Praga en 1939, huyendo de la ocupación nazi y llevando consigo numerosos manuscritos y cartas de Kafka, que en parte conservó hasta su muerte en 1968, en Israel. Su legado quedó en manos de su amante y secretaria, Ilse Esther Hoffe, quien se opuso rotundamente a abrir el archivo, pero Hoffe murió el año pasado, lo que da esperanzas a investigadores del mundo entero de que por fin pueda ser evaluado dicho legado, el cual se encuentra en un departamento de Tel Aviv.
“Ese legado de Max Brod no sólo es importante por Kafka, sino por toda la época del expresionismo, cuando hubo autores judíos de gran envergadura que escribieron en alemán”, afirma Reiner Stach, uno de los biógrafos de Kafka más renombrados, quien también espera estudiar esos documentos para completar su trilogía sobre la vida del escritor checo, con un tomo sobre su niñez y juventud.
“Hay papeles que son testimonio de sus años de estudiante, pero también cartas y manuscritos de otros escritores y músicos que contienen valiosa información sobre el ambiente artístico de Praga en aquel entonces”, afirma Stach en conversación con La Jornada.
“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”, así comienza El proceso, de Kafka, una de las frases más citadas de la literatura moderna que ha dado pie a numerosas interpretaciones con las que se podría llenar una biblioteca. Sus obras fueron primero traducidas al francés. En Alemania, donde sus libros fueron prohibidos por los nazis, alcanzó fama tardía. Las ediciones de bolsillo aparecieron en las librerías en los años 50, lo que le dio celebridad de la noche a la mañana.
“Ya no se ve su obra desde el punto de vista teórico, como en las décadas de los 60 y 70, cuando sus textos fueron interpretados en relación con el sicoanálisis, el existencialismo, la teología y el estructuralismo. Ahora se lee como literatura, por su lenguaje, sus metáforas y las imágenes de su obra que ocupan un papel central”, afirma Stach, nacido en Sajonia en 1951, quien se hizo aficionado a Kafka desde la edad escolar.
Libro para público no académico
El primer tomo publicado por Stach (2002), Los años de las decisiones, (Ediciones Siglo XXI), que relata la vida del escritor judío alemán de 1910 hasta su muerte, fue aplaudido por la crítica por su empatía histórica y calidad narrativa, que ofrece imágenes panorámicas de la época acompañadas de tomas cercanas que abordan, como en el cine, las escenas más importantes.
“Mi intención era escribir un libro que acercara a Kafka al público no académico y por eso decidí utilizar ciertas técnicas que provienen de la novela, pero nada en el libro es ficción, todo está documentado al detalle”, afirma Stach, quien se valió de las numerosas cartas que escribió el entonces joven abogado y asesor de una compañía de seguros para relatar su relación sentimental con Felice Bauer, mientras en el trasfondo la Primera Guerra Mundial estaba a punto de comenzar.
Kafka leyó a Nietzsche, Byron y Goethe, y le fascinaban los nuevos inventos como el automóvil, el cine y el teléfono. Un artículo escrito por él en el diario praguense Bohemia, sobre un encuentro de aeroplanos en Brescia, es el primer testimonio en la literatura alemana de la prodigiosa técnica.
Su biografía estuvo marcada por la adversidad y una compleja personalidad que sigue sin comprenderse plenamente hoy día; vivió como una tortura su llamado a ser escritor, quiso casarse en tres ocasiones y no pudo mantener una relación de largo plazo con una mujer.
En su diario expresó la angustia de no vivir su vida como hubiera querido y el pánico a perder, por una relación amorosa, el último resto de libertad para escribir. “El coito como castigo a la felicidad de estar juntos” escribió en 1913.
Una escena en particular no podía pasar inadvertida por el biógrafo y es relatada en detalle. En julio de 1914, Felice Bauer, acompañada de su hermana Erna y de su amiga Grete Bloch, cita a Kafka en un cuarto de hotel en Berlín para pedirle una explicación sobre las cartas que envió el escritor a Grete.
En ellas, Kafka duda de su matrimonio con Felice. Ésta sabe de las inseguridades de su prometido, Kafka le escribió unas 350 cartas, a veces más de una diaria. El compromiso entre ambos, festejado seis semanas antes, quedó disuelto.
Kafka se sintió juzgado como en un tribunal, como lo formula en su diario. Esa experiencia que lo marcó profundamente fue el detonador para redactar, apenas un mes después, El proceso, una delirante historia tragicómica en la que un tribunal invisible procesa a Joseph K. por delitos que desconoce.
La metamorfosis, donde Gregorio Samsa amanece un día convertido en un monstruoso insecto, turba y fascina a su público durante las contadas lecturas que realizó Kafka de su obra.
Algunos oyentes pierden el sentido al escuchar fragmentos de En la colonia penitenciaria, que narra con naturalidad una ejecución en la que una máquina de tormento graba el delito sobre la piel del condenado.
Aunque su obra ya provocaba conmoción, nadie imaginó en 1914 que se convertiría en un icono de la literatura del siglo XX.
“En esos años, Kafka tomó decisiones fundamentales en su vida. Por un lado tenía el profundo deseo de concentrarse por completo en la escritura, lo que se vuelve muy claro a partir de 1912, teniendo 29 años. Pero las expectativas de su familia y de sus amigos de que llevara una vida burguesa le provocan un sentimiento de inferioridad, y por eso quería fundar una familia.
Quería casarse con Felice Bauer, pero ella nunca entendió que él estuviera obsesionado por escribir, un conflicto que no tenía solución”, afirma Stach.
Según el experto, Kafka no estaba enamorado de Grete Bloch, quien asumió el papel de intermediaria a pedido de Felice, pero sí supuso una gran satisfacción constatar que podía hablar abiertamente con una mujer.
Con motivo del 125 aniversario del nacimiento de Kafka, Reiner Stach, biógrafo residente en Hamburgo, publicó el segundo tomo de la biografía del escritor checo, en el cual aborda la última fase de su vida, de 1916 a 1924.
Los años del conocimiento (Die Jahre der Erkenntnis) comienza con un nuevo acercamiento con Felice Bauer y un nuevo compromiso matrimonial. “Hubo probablemente un contacto sexual, pactaron que en cuanto terminara la guerra vivirían juntos, pero que Felice seguiría trabajando, lo que permitiría a Kafka continuar escribiendo. Sin embargo, la situación cambió dramáticamente”, afirma el investigador. En 1917 le diagnosticaron tuberculosis pulmonar, lo que era equivalente a una condena de muerte.
“Ya nadie podía presionarlo a que formara una familia, además, la situación que vivía su entorno familiar era catastrófica, que lo marcó tanto como la enfermedad misma”, señala.
Intensa relación con Milena
En 1918 desaparece el Imperio Austro-Húngaro y en su lugar fue fundada Checoslovaquia, donde los alemanes, que tenían bastiones en Praga y Bohemia, eran odiados por los checos, quienes fueron particularmente agresivos hacia los judíos alemanes, a los que responsabilizaron de la guerra.
“En Praga imperaba una situación sumamente hostil y ya no era un hogar para Kafka, quien debió considerar hacia dónde emigrar. Así fue como surgió su acrecentado interés por el judaísmo, el sionismo y su sueño de emigrar a Jerusalén. Aprendió hebreo y los planes para emigrar adquirieron cada vez más importancia”, afirma el historiador.
Según Stach, fue en esos años cuando Kafka escribió textos completamente diferentes a sus narraciones anteriores, que cuentan con un argumento.
Surgen escritos enigmáticos y leyendas, como Informe para una academia o Un mensaje imperial. “Se tiene la impresión de que Kafka ya no narra, sino que reflexiona sobre el mundo, sobre su situación y las alternativas que le quedan y lo decisivo es que reconoce que no tiene que integrarse a la sociedad como los demás, tal vez se percató de que no le quedaba mucho tiempo y esa fue una certidumbre central”, afirma el biógrafo.
Stach narra la relación de Kafka con la joven Julie Wohryzek, con quien estuvo a punto de casarse en 1919. Posteriormente conoce al gran amor de su vida, según el experto, y también tuvo un final desafortunado.
Después de su hermana Ottla, la periodista checa Milena Jesenská, quien tradujo algunos de sus textos al checo, fue la mujer más importante para Kafka, una relación intensa aunque breve, en la que la literatura jugó un papel muy importante.
Traslado a Berlín
En 1923, Kafka se trasladó a Berlín con su nuevo y último amor, Dora Diamant, de origen judío polaco, que hablaba yidish, hebreo y sabía mucho sobre el judaísmo del Este de Europa, lo que interesó vivamente al escritor. “Podían conversar durante semanas, lo que fue para Kafka muy estimulante, pese a que ya se encontraba gravemente enfermo, con fiebre casi diario. Dora lo adoraba, era para ella como un santo”, afirma Stach.
Esos seis meses que vivió Kafka en Berlín escribió apuntes, dejó unos 20 cuadernos al morir que han sido buscados sin éxito en archivos en Berlín, Praga y Moscú.
Max Brod intentó recuperar todo lo que se encontraba en manos de otros: cuadernos, cartas, fragmentos y también escribió a Dora Diamant, quien mintió.
“Dijo que Kafka mismo había quemado todo antes de morir”, afirma Stach.
En 1934, 10 años después de la muerte de Kafka, la Gestapo inspeccionó el departamento de Dora y su marido en Berlín, acusados de comunismo. En esa redada fueron decomisados los cuadernos de Kafka que no llevaban su nombre.
Ese “monstruoso mundo que tengo en la cabeza”, como dijera Kafka, ha sido estudiado febrilmente y generado unas 20 mil publicaciones en el mundo.
Con motivo del 125 aniversario de su nacimiento, sus obras han sido reditadas en alemán, nuevas publicaciones muestran imágenes hasta ahora inéditas que documentan paso a paso la vida del escritor.
Los medios reflexionan sobre sus célebres frases polisémicas, mientras que su obra es reinterpretada y revisada desde las artes plásticas, el cine, la música y el teatro.
Próximamente un simposio organizado por la Sociedad Kafka, alemana, reunirá a académicos de todo el mundo para analizar su obra en Heidelberg.
Sin embargo, el escritor checo seguirá siendo un misterio y provocando desconcierto.
“Kafka sigue siendo un enigma, lo fue incluso para su mejor amigo, Max Brod, quien no lo entendió en cuestiones fundamentales. Había como una pared de cristal entre Kafka y el resto del mundo, y esa pared sigue existiendo”, afirma Reiner Stach.
En 1904 Kafka escribió a su amigo Oskar Pollak: “Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos (...) un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro”. ¿Habrá intuido que sería él quien escribiría esos volúmenes?
Como Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Borges o Freud, Kafka es una marca, no necesita nombre de pila. Considerado la figura lingüística más poderosa e influyente de la literatura moderna, el escritor judío alemán nacido en Praga en tiempos del imperio austro-húngaro, publicó en vida un puñado de escritos y hoy sería tal vez conocido sólo en círculos académicos, de no ser porque su amigo y albacea, el escritor austriaco de origen judío, Max Brod, ignoró su voluntad expresa de que fueran quemados sus manuscritos y cartas tras su muerte por tuberculosis en 1924, poco antes de cumplir 41 años de edad.
Brod admiraba a Kafka, a quien llamaba “el gran poeta de nuestro tiempo”. El crítico de arte recopiló buena parte de la obra de su amigo y publicó tres de sus novelas más importantes, que lo lanzaron a la fama póstuma cuando fueron traducidas en Estados Unidos: El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1927).
Acervo desconocido
Max Brod abandonó Praga en 1939, huyendo de la ocupación nazi y llevando consigo numerosos manuscritos y cartas de Kafka, que en parte conservó hasta su muerte en 1968, en Israel. Su legado quedó en manos de su amante y secretaria, Ilse Esther Hoffe, quien se opuso rotundamente a abrir el archivo, pero Hoffe murió el año pasado, lo que da esperanzas a investigadores del mundo entero de que por fin pueda ser evaluado dicho legado, el cual se encuentra en un departamento de Tel Aviv.
“Ese legado de Max Brod no sólo es importante por Kafka, sino por toda la época del expresionismo, cuando hubo autores judíos de gran envergadura que escribieron en alemán”, afirma Reiner Stach, uno de los biógrafos de Kafka más renombrados, quien también espera estudiar esos documentos para completar su trilogía sobre la vida del escritor checo, con un tomo sobre su niñez y juventud.
“Hay papeles que son testimonio de sus años de estudiante, pero también cartas y manuscritos de otros escritores y músicos que contienen valiosa información sobre el ambiente artístico de Praga en aquel entonces”, afirma Stach en conversación con La Jornada.
“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”, así comienza El proceso, de Kafka, una de las frases más citadas de la literatura moderna que ha dado pie a numerosas interpretaciones con las que se podría llenar una biblioteca. Sus obras fueron primero traducidas al francés. En Alemania, donde sus libros fueron prohibidos por los nazis, alcanzó fama tardía. Las ediciones de bolsillo aparecieron en las librerías en los años 50, lo que le dio celebridad de la noche a la mañana.
“Ya no se ve su obra desde el punto de vista teórico, como en las décadas de los 60 y 70, cuando sus textos fueron interpretados en relación con el sicoanálisis, el existencialismo, la teología y el estructuralismo. Ahora se lee como literatura, por su lenguaje, sus metáforas y las imágenes de su obra que ocupan un papel central”, afirma Stach, nacido en Sajonia en 1951, quien se hizo aficionado a Kafka desde la edad escolar.
Libro para público no académico
El primer tomo publicado por Stach (2002), Los años de las decisiones, (Ediciones Siglo XXI), que relata la vida del escritor judío alemán de 1910 hasta su muerte, fue aplaudido por la crítica por su empatía histórica y calidad narrativa, que ofrece imágenes panorámicas de la época acompañadas de tomas cercanas que abordan, como en el cine, las escenas más importantes.
“Mi intención era escribir un libro que acercara a Kafka al público no académico y por eso decidí utilizar ciertas técnicas que provienen de la novela, pero nada en el libro es ficción, todo está documentado al detalle”, afirma Stach, quien se valió de las numerosas cartas que escribió el entonces joven abogado y asesor de una compañía de seguros para relatar su relación sentimental con Felice Bauer, mientras en el trasfondo la Primera Guerra Mundial estaba a punto de comenzar.
Kafka leyó a Nietzsche, Byron y Goethe, y le fascinaban los nuevos inventos como el automóvil, el cine y el teléfono. Un artículo escrito por él en el diario praguense Bohemia, sobre un encuentro de aeroplanos en Brescia, es el primer testimonio en la literatura alemana de la prodigiosa técnica.
Su biografía estuvo marcada por la adversidad y una compleja personalidad que sigue sin comprenderse plenamente hoy día; vivió como una tortura su llamado a ser escritor, quiso casarse en tres ocasiones y no pudo mantener una relación de largo plazo con una mujer.
En su diario expresó la angustia de no vivir su vida como hubiera querido y el pánico a perder, por una relación amorosa, el último resto de libertad para escribir. “El coito como castigo a la felicidad de estar juntos” escribió en 1913.
Una escena en particular no podía pasar inadvertida por el biógrafo y es relatada en detalle. En julio de 1914, Felice Bauer, acompañada de su hermana Erna y de su amiga Grete Bloch, cita a Kafka en un cuarto de hotel en Berlín para pedirle una explicación sobre las cartas que envió el escritor a Grete.
En ellas, Kafka duda de su matrimonio con Felice. Ésta sabe de las inseguridades de su prometido, Kafka le escribió unas 350 cartas, a veces más de una diaria. El compromiso entre ambos, festejado seis semanas antes, quedó disuelto.
Kafka se sintió juzgado como en un tribunal, como lo formula en su diario. Esa experiencia que lo marcó profundamente fue el detonador para redactar, apenas un mes después, El proceso, una delirante historia tragicómica en la que un tribunal invisible procesa a Joseph K. por delitos que desconoce.
La metamorfosis, donde Gregorio Samsa amanece un día convertido en un monstruoso insecto, turba y fascina a su público durante las contadas lecturas que realizó Kafka de su obra.
Algunos oyentes pierden el sentido al escuchar fragmentos de En la colonia penitenciaria, que narra con naturalidad una ejecución en la que una máquina de tormento graba el delito sobre la piel del condenado.
Aunque su obra ya provocaba conmoción, nadie imaginó en 1914 que se convertiría en un icono de la literatura del siglo XX.
“En esos años, Kafka tomó decisiones fundamentales en su vida. Por un lado tenía el profundo deseo de concentrarse por completo en la escritura, lo que se vuelve muy claro a partir de 1912, teniendo 29 años. Pero las expectativas de su familia y de sus amigos de que llevara una vida burguesa le provocan un sentimiento de inferioridad, y por eso quería fundar una familia.
Quería casarse con Felice Bauer, pero ella nunca entendió que él estuviera obsesionado por escribir, un conflicto que no tenía solución”, afirma Stach.
Según el experto, Kafka no estaba enamorado de Grete Bloch, quien asumió el papel de intermediaria a pedido de Felice, pero sí supuso una gran satisfacción constatar que podía hablar abiertamente con una mujer.
Con motivo del 125 aniversario del nacimiento de Kafka, Reiner Stach, biógrafo residente en Hamburgo, publicó el segundo tomo de la biografía del escritor checo, en el cual aborda la última fase de su vida, de 1916 a 1924.
Los años del conocimiento (Die Jahre der Erkenntnis) comienza con un nuevo acercamiento con Felice Bauer y un nuevo compromiso matrimonial. “Hubo probablemente un contacto sexual, pactaron que en cuanto terminara la guerra vivirían juntos, pero que Felice seguiría trabajando, lo que permitiría a Kafka continuar escribiendo. Sin embargo, la situación cambió dramáticamente”, afirma el investigador. En 1917 le diagnosticaron tuberculosis pulmonar, lo que era equivalente a una condena de muerte.
“Ya nadie podía presionarlo a que formara una familia, además, la situación que vivía su entorno familiar era catastrófica, que lo marcó tanto como la enfermedad misma”, señala.
Intensa relación con Milena
En 1918 desaparece el Imperio Austro-Húngaro y en su lugar fue fundada Checoslovaquia, donde los alemanes, que tenían bastiones en Praga y Bohemia, eran odiados por los checos, quienes fueron particularmente agresivos hacia los judíos alemanes, a los que responsabilizaron de la guerra.
“En Praga imperaba una situación sumamente hostil y ya no era un hogar para Kafka, quien debió considerar hacia dónde emigrar. Así fue como surgió su acrecentado interés por el judaísmo, el sionismo y su sueño de emigrar a Jerusalén. Aprendió hebreo y los planes para emigrar adquirieron cada vez más importancia”, afirma el historiador.
Según Stach, fue en esos años cuando Kafka escribió textos completamente diferentes a sus narraciones anteriores, que cuentan con un argumento.
Surgen escritos enigmáticos y leyendas, como Informe para una academia o Un mensaje imperial. “Se tiene la impresión de que Kafka ya no narra, sino que reflexiona sobre el mundo, sobre su situación y las alternativas que le quedan y lo decisivo es que reconoce que no tiene que integrarse a la sociedad como los demás, tal vez se percató de que no le quedaba mucho tiempo y esa fue una certidumbre central”, afirma el biógrafo.
Stach narra la relación de Kafka con la joven Julie Wohryzek, con quien estuvo a punto de casarse en 1919. Posteriormente conoce al gran amor de su vida, según el experto, y también tuvo un final desafortunado.
Después de su hermana Ottla, la periodista checa Milena Jesenská, quien tradujo algunos de sus textos al checo, fue la mujer más importante para Kafka, una relación intensa aunque breve, en la que la literatura jugó un papel muy importante.
Traslado a Berlín
En 1923, Kafka se trasladó a Berlín con su nuevo y último amor, Dora Diamant, de origen judío polaco, que hablaba yidish, hebreo y sabía mucho sobre el judaísmo del Este de Europa, lo que interesó vivamente al escritor. “Podían conversar durante semanas, lo que fue para Kafka muy estimulante, pese a que ya se encontraba gravemente enfermo, con fiebre casi diario. Dora lo adoraba, era para ella como un santo”, afirma Stach.
Esos seis meses que vivió Kafka en Berlín escribió apuntes, dejó unos 20 cuadernos al morir que han sido buscados sin éxito en archivos en Berlín, Praga y Moscú.
Max Brod intentó recuperar todo lo que se encontraba en manos de otros: cuadernos, cartas, fragmentos y también escribió a Dora Diamant, quien mintió.
“Dijo que Kafka mismo había quemado todo antes de morir”, afirma Stach.
En 1934, 10 años después de la muerte de Kafka, la Gestapo inspeccionó el departamento de Dora y su marido en Berlín, acusados de comunismo. En esa redada fueron decomisados los cuadernos de Kafka que no llevaban su nombre.
Ese “monstruoso mundo que tengo en la cabeza”, como dijera Kafka, ha sido estudiado febrilmente y generado unas 20 mil publicaciones en el mundo.
Con motivo del 125 aniversario de su nacimiento, sus obras han sido reditadas en alemán, nuevas publicaciones muestran imágenes hasta ahora inéditas que documentan paso a paso la vida del escritor.
Los medios reflexionan sobre sus célebres frases polisémicas, mientras que su obra es reinterpretada y revisada desde las artes plásticas, el cine, la música y el teatro.
Próximamente un simposio organizado por la Sociedad Kafka, alemana, reunirá a académicos de todo el mundo para analizar su obra en Heidelberg.
Sin embargo, el escritor checo seguirá siendo un misterio y provocando desconcierto.
“Kafka sigue siendo un enigma, lo fue incluso para su mejor amigo, Max Brod, quien no lo entendió en cuestiones fundamentales. Había como una pared de cristal entre Kafka y el resto del mundo, y esa pared sigue existiendo”, afirma Reiner Stach.
En 1904 Kafka escribió a su amigo Oskar Pollak: “Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos (...) un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro”. ¿Habrá intuido que sería él quien escribiría esos volúmenes?
*Tomado de LA JORNADA (http://www.jornada.unam.mx/2008/07/30/index.php?section=cultura&article=a52n1cul)
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