Jeroh Juan Montilla*
Ante todo hay que decir que la ética y la política tienen sus diferencias fundamentales una frente a la otra. Y eso implica que ellas funcionan en terrenos propios, aunque, puede ocurrir que debido a circunstancias coincidan y hasta se apoyen mutuamente pero que no necesariamente esto significa que una sujete o justifique a la otra.
Mucha gente está convencida que la ética es un especie de panacea universal, que en ella están todas las respuestas, que muchos de los problemas que abruman a la humanidad solo persisten porque extrañamente el hombre no ha vuelto sus ojos hacías ese catálogo de fórmulas que siempre nos está ofertando la ética. Tengo amigos que me comentan su perplejidad, no entienden como el hombre no se ha dado cuenta, o peor aun, se mantiene indiferente o desdeñoso a esas bondades que rayan casi en el lugar común en lo que de perogrullo es lo razonablemente moral. Pero la realidad, tanto la humana como la natural, es verdaderamente más compleja de lo que nosotros apenas sospechamos.
La ética y la política coinciden en una cosa, ambas se asientan sobre un variopinto piso de valores propios. Son haceres humanos creadores y sustentadores de valores. Peor, muchos valores de la política, así nos parezca absurdo, no tienen nada que ver con la ética, y así en viceversa. Fernando Savater (1998) nos dice: “La distinción entre ética y política es imprescindible. Mezclar las dos cosas, decir que los males de la política se pueden remediar apelando a la ética, me parece un profundo error. Creo que tratar de detener los males de la política con la ética, es como intentar apagar un incendio con un hisopo de agua bendita” (p. 9 y 10). Para Savater la función de la ética no es remendarle el capote a la política. La ética es mas bien un ejercicio comprometedor de la libertad. Desde ese práctica la reflexión ética parte del conocimiento primeramente de lo que somos cada uno, yo mismo soy a quien primero tengo a la mano. La ética es un asunto solo de nuestra propia incumbencia. Y yo no me puedo dejar de lado a mi mismo, no puedo aplazarme, darme una licencia y dejar la moral para después, no, esa pretendida licencia ya en si misma es implacablemente una decisión ética, sus consecuencias negativas y positivas son otra cosa.
Ahora bien, la política si puede tener plazos. Usted si quiere se inscribe hoy en un partido político, si no, lo deja para dentro de un año o simplemente no lo hace nunca. Regresando a Savater podemos decir con él: “… la ética se preocupa de lograr mejores personas y la política de lograr mejores instituciones” (p. 10). Las relaciones entre ética y política no son directas, ocurren de soslayo, allí radica lo delicado y lo creativo de esa situación. Hay decisiones políticas que indudablemente encierran compromisos éticos, pero en un nivel distinto. La política es un hacer acuerdos necesarios circunstancialmente, pero la ética no. La transformación de lo personal es una cosa radical, en el sentido de lo que se pone en juego, uno mismo. Nadie discute que es necesario lograr un mejor salario, el juego político lleva a la consecución de frecuentes aumentos generales de salario, pero la cantidad que se logre en el pulsar político está sometida por otros azares, no hay en fin una cantidad que exprese realmente lo que es justo, eso es tan difícil por no decir imposible, ya que depende de muchas circunstancias e intereses. Aquí lo justo se relativiza. En cambio, es indiscutible, es absoluto el tema de la autonomía de la persona, o la inviolabilidad de su dignidad.
Entonces, hay que entender que vivir en medio de un sistema democrático implica que siempre habrá un montón de cosas que no nos gustan frente a otro montón de cosas a las cuales no estamos dispuestos a renunciar. Vivir en democracia es un ejercicio frecuente de tolerancia, un accionar sin tregua ni descanso. Para finalizar, citamos nuevamente las acertadas palabras de Savater: “la tolerancia es aprender a convivir con cosas que no te gustan. Vivir en una democracia es vivir rodeado de cosas que le fastidian a uno, que en ocasiones nos tiene que doler, pero ese es el síntoma de que uno esta viviendo realmente una democracia, cuando no estás totalmente a gusto” (p. 19).
Fernando Savater (1998). Ética y Ciudadanía. Caracas: Monte Ávila Editores
Mucha gente está convencida que la ética es un especie de panacea universal, que en ella están todas las respuestas, que muchos de los problemas que abruman a la humanidad solo persisten porque extrañamente el hombre no ha vuelto sus ojos hacías ese catálogo de fórmulas que siempre nos está ofertando la ética. Tengo amigos que me comentan su perplejidad, no entienden como el hombre no se ha dado cuenta, o peor aun, se mantiene indiferente o desdeñoso a esas bondades que rayan casi en el lugar común en lo que de perogrullo es lo razonablemente moral. Pero la realidad, tanto la humana como la natural, es verdaderamente más compleja de lo que nosotros apenas sospechamos.
La ética y la política coinciden en una cosa, ambas se asientan sobre un variopinto piso de valores propios. Son haceres humanos creadores y sustentadores de valores. Peor, muchos valores de la política, así nos parezca absurdo, no tienen nada que ver con la ética, y así en viceversa. Fernando Savater (1998) nos dice: “La distinción entre ética y política es imprescindible. Mezclar las dos cosas, decir que los males de la política se pueden remediar apelando a la ética, me parece un profundo error. Creo que tratar de detener los males de la política con la ética, es como intentar apagar un incendio con un hisopo de agua bendita” (p. 9 y 10). Para Savater la función de la ética no es remendarle el capote a la política. La ética es mas bien un ejercicio comprometedor de la libertad. Desde ese práctica la reflexión ética parte del conocimiento primeramente de lo que somos cada uno, yo mismo soy a quien primero tengo a la mano. La ética es un asunto solo de nuestra propia incumbencia. Y yo no me puedo dejar de lado a mi mismo, no puedo aplazarme, darme una licencia y dejar la moral para después, no, esa pretendida licencia ya en si misma es implacablemente una decisión ética, sus consecuencias negativas y positivas son otra cosa.
Ahora bien, la política si puede tener plazos. Usted si quiere se inscribe hoy en un partido político, si no, lo deja para dentro de un año o simplemente no lo hace nunca. Regresando a Savater podemos decir con él: “… la ética se preocupa de lograr mejores personas y la política de lograr mejores instituciones” (p. 10). Las relaciones entre ética y política no son directas, ocurren de soslayo, allí radica lo delicado y lo creativo de esa situación. Hay decisiones políticas que indudablemente encierran compromisos éticos, pero en un nivel distinto. La política es un hacer acuerdos necesarios circunstancialmente, pero la ética no. La transformación de lo personal es una cosa radical, en el sentido de lo que se pone en juego, uno mismo. Nadie discute que es necesario lograr un mejor salario, el juego político lleva a la consecución de frecuentes aumentos generales de salario, pero la cantidad que se logre en el pulsar político está sometida por otros azares, no hay en fin una cantidad que exprese realmente lo que es justo, eso es tan difícil por no decir imposible, ya que depende de muchas circunstancias e intereses. Aquí lo justo se relativiza. En cambio, es indiscutible, es absoluto el tema de la autonomía de la persona, o la inviolabilidad de su dignidad.
Entonces, hay que entender que vivir en medio de un sistema democrático implica que siempre habrá un montón de cosas que no nos gustan frente a otro montón de cosas a las cuales no estamos dispuestos a renunciar. Vivir en democracia es un ejercicio frecuente de tolerancia, un accionar sin tregua ni descanso. Para finalizar, citamos nuevamente las acertadas palabras de Savater: “la tolerancia es aprender a convivir con cosas que no te gustan. Vivir en una democracia es vivir rodeado de cosas que le fastidian a uno, que en ocasiones nos tiene que doler, pero ese es el síntoma de que uno esta viviendo realmente una democracia, cuando no estás totalmente a gusto” (p. 19).
Fernando Savater (1998). Ética y Ciudadanía. Caracas: Monte Ávila Editores
*Docente y escritor venezolano. Estudiante de la Especialización en Docencia Universitaria de la UNERG (San Juan de los Morros, estado Guárico)