Alberto Hernández
1.-
La arcillosa memoria, la que corre en los sueños del llanero, irrumpe en el eco de Edgar Colmenares del Valle. Sabio de su tierra, este hombre apureño, escritor, de aulas tomar y entendedor de los huesos del idioma, nos anima a reconocernos en un libro, En el espejo de la memoria, que obtuvo el Premio Municipal “Humberto Febres Rodríguez” y luego editado por Fondo Municipal de Barinas.
Con estas palabras bien entra Colmenares del Valle en la escritura que luego navega por el centro mismo de su pertenencia, de sus corrientes interiores: “Desde luego, hablar del río que somos, de la sabana, de los pájaros, del misterio de los montes, del tránsito peregrino de las estrellas, de las bestias y de los hermanos, no es difícil y aquí está esa historia”.
Y la historia se hace cien páginas donde protagonizan los 300 mil kilómetros de sabana que cubren parte importante del territorio venezolano.
Luego de verificarse ens su habitantes, el autor abreva en la absolutez del paisaje, “de vida total”, que abunda en la mirada del que lo silencia o lo nombra.
2.-
Nacido en San Fernando de Apure en 1942, Edgar Colmenares del valle es un estudioso de su tierra, profesor universitario en la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, este indagador y curioso llanero expresa el apego a su origen, pero más allá de eso comprende y hace comprender lo que es el llano.
Este libro, tan avisado como el Diccionario del hato, de José Antonio Armas Chitty, revela los misterios, los colores y sonidos de una geografía extremista: sequía e inundaciones, dos paisajes que forman parte de la angustia y alegrías del habitante de esas soledades.
En medio de la inmensidad, el llanero entona: Mientras más trabajo tengo/ canto con más alegría, / porque los mismos trabajos/ me sirven de compañía., y navega su imaginación entre el polvo y el barrizal, mientras las bestias hacen camino hacia los bebederos. “Y a medida que el verano se agiganta, la sabana, en silencio de aves que huyen, de animales nerviosos, ve pasar al llanero que a caballo o a pie, va arreando el rebaño hacia el charco que aún tiene agua va en auxilio de la res vieja y macilenta que se quedó atascada en el barro espeso y putrefacto de la laguna. Todo escasea, menos la sed y el trabajo”.
3.-
Todo el llano respira en este libro, desde el comienzo hasta el dudoso final porque el Llano es eterno, terriblemente interminable. El mismo libro es una sabana donde habitan los seres que se esconden, los que vuelan a ras del agua o vigilan desde lo más alto del cielo en procura de un reptil o roedor desprevenidos. El Llano, temperatura y sueño, sobresalto y polvo peregrino.
La tierra avisa de su bondad. El agro básico, el que salva la cotidiana existencia, mientras el ganado mastica largamente, macera la vegetación que se convierte en leche. Semovientes, lentos animales que cobran la proeza de verse sobre un caballo. Allá, a lo lejos, canta el jinete: El toro pita la vaca/ y el novillo se retira; / como el novillo era toro, / la vaca siempre lo mira. Y el ordeño, la vaquería, los asuntos de la mañana y la noche, el día colgado de la quesera mientras la luna asoma su barriga en el horizonte. Los pasos de la bestia avisan de la llegada del agotado llanero, quien retoza la voz mientras el astro rey escapa sobre la laguna: Los tres amores que tengo, / yo los voy a enumerar: / buena silla, buen caballo/ y una soga pa´enlazar.
Y así, hasta el último punto del Llano, el libro comenta el íntimo afecto y regocijo del autor: “Yo vengo de donde todo es lejanía y sin embargo todo queda ahí mismito. Allá, en pleno Cajón de Arauca, con la Cruz de Mayo hilvanando luceros en un cielo azul como ninguno, nací un jueves de Corpus Cristi”.
Un nombre; Manuel, alarga el cuento que nos relata el libro, Yo el llanero, declaración que recoge la biografía de la memoria, hecha espejo en el tiempo de Edgar Colmenares del Valle, quien confiesa que “más que nunca estoy orgulloso de ser llanero y de que ellos también lo sean porque lo que soy y lo que tengo, al Llano se lo debo”.