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lunes, 1 de marzo de 2010

RUMBO AL ORINOCO Y OTROS CUENTOS. Texto de Edgardo Malaspina.

Jeroh Juan Montilla


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Es un lugar común decir que el arte literario está conformado por cuatro géneros, la narrativa, la poesía, la dramaturgia y el ensayo. Sin embargo el espacio de lo literario no se delimita a estas normativas y muy trajinadas regiones de la imaginación escrita. Es necesario mencionar géneros hoy “emergentes”, en ellos hay mucha tinta impresa, en realidad no son muy novedosos, pero la tradición literaria los confinaba en un limbo, allí permanecían fronterizos o extraterritoriales. Estos son los géneros epistolar y los diarios personales.
Larga, enredada y manida es la discusión si estos dos últimos son o no literatura. Tzvetan Todorov dice: “En nuestros días, seguir insistiendo en la cuestión de los géneros puede parecer un poco ocioso y hasta anacrónico” (Pág. 47) Este estudioso, apoyándose en la apreciaciones de Maurice Blanchot, habla de como los géneros literarios se diluyen, se mezclan y sólo queda como producto es el libro por si mismo, resistiendo las incomodidades de lo genérico. La obra desobedece al género, pero de un modo paradójico, desobedece para enriquecerlo. Véase esas cumbres narrativas que conocemos como Ulisses de James Joyce y Rayuela de Julio Cortazar. Lo más sabroso de estas piezas es su dificultad lectora, el como nos obliga a leerlas con la brújula de la imaginación por delante.
Muchos narradores se valen del subterfugio técnico, que ofrecen la horma personalísima de la carta o la íntima continuidad del diario, para presentar historias de una maravillosa fuerza literaria. Ejemplo de ello es la novela Relaciones peligrosas de Chordelos de Laclos donde la atmósfera cómplice de lo epistolar nos atrapa desvergonzadamente. Es ese gusto por hurgar lo ajeno, el voyerismo ante la desnudez del otro en sus miserias y virtudes. También podemos mencionar al texto Cartas a un joven poeta, donde Rainer María Rilke mezcla lo franco y rudo de la didáctica escritural con la tersura de una poética con sentido inicial. En la parte de los diarios pueden mencionarse el de Franz Kafka, los dos del filósofo danés Kierkegaard, el personal y el que tituló Diario de un seductor, donde filosofía y literatura enmascaran la confesión personal, o ese dulce y melancólico diario de viaje que Azorín tituló La ruta de don Quijote.
Todo lo anterior sirve como preámbulo para escribir sobre la más reciente publicación del doctor Edgardo Malaspina: Rumbo al Orinoco y otros cuentos editado por la Fundación Editorial El perro y La Rana, Sistema Nacional de Imprentas, sección Guárico. Dentro de la colección cuentos: Argenis Rodríguez. Con un prólogo del periodista y cronista de la ciudad de San Juan de los Morros Argenis Ranuarez Angarita.
Edgardo Malaspina es oriundo de Las Mercedes del Llano, estado Guárico. Médico de profesión, docente universitario, editor dedicado cronista. Edgardo es muy prolífico como escritor, sus publicaciones tocan temáticas como la poesía, la política, la medicina, la crónica, la biografía, el arte, la narrativa, la historia local y la ética. En el caso de Malaspina vemos como se invierte la relación técnica entre tradición y la novedad genérica. Este escritor es un diarista pleno, su poesía y su narrativa, son en este caso la excusa, o mejor dicho, el subterfugio para continuar la escritura de ese gran diario de viaje que es toda su obra. Su poesía, tiene ese tono de lo huidizo, de una particular ansiedad ante la precariedad de lo instantáneo ya que el tiempo, que estaremos frente a lo rotundo de un suceso o a la gama infinita de detalles de un paisaje, es breve. Porque sólo estamos de paso, y ese momento o paraje único, el cual con toda seguridad dejaremos atrás para siempre, debe imprimirse con el afán de sus tintes más fuertes en la memoria imaginaria.
En Rumbo al Orinoco Malaspina explora una territorialidad donde lo telúrico y lo sentimental se mezclan en la fragua del tono local, mostrando sus haceres de cronista de soleado pueblo llanero. Un cronista que ha trajinado con mucho tiento la narrativa de Chejov, y muy al igual que este narrador y médico ruso, conoce de manera directa esos personajes que en la anonimia de los apartados pueblos viven enlazados a las perplejidades existenciales y universales que atormentan todos las mentes y corazones humanos de este planeta. Son emblemáticos en este libro relatos como Naturaleza muerta y Conversos, el primero hilado con la paciencia enumerativa de una gustosa oralidad y rematado con una puntada de sorpresivo humor negro, un humor que nos deja una mueca de no saber que diablos definitivamente somos los seres humanos, si debemos reír de modo condescendiente o enfurecernos y condenar a la especie. Y el otro lleno de esas dudas viscosas que no se despegan de nuestra conciencia, por más convicciones personales que tengamos a cuestas, o por más que nos restreguemos la mugre vivencial con panaceas filosóficas y religiosas. El relato que le da título al libro tiene asertivamente ese sentido narrativo del maestro Chejov, que sabía construir historias que nos dejan con una mayúscula interrogante en medio de nosotros mismos, historias que “intencionalmente” no concluyen. Que quedan como un extraño, pero a la vez sospechosamente familiar, objeto que alguien desconocido nos deja en las manos en una calurosa noche de entrecaminos. Definitivamente saludamos este trabajo de Edgardo, de muy buena madera narrativa, sabemos que vienen otros en camino, como lectores fieles y cultivados aguardamos para continuar el viaje en las líneas de su diario.

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