Alberto Hernández
** El fastidio, la pesadez del clima y los sueños del Gómez hicieron posible la construcción del Teatro Maracay, como realmente fue llamado al inaugurarlo. Hoy, entre marquesinas y boletería dominadas por la calina, el pequeño teatro del bolsillo se pasea por la nostalgia, por las ganas de de sentir sobre sus tablas obras de envergadura.
Probablemente, el cielo de Maracay no era el mismo de hoy, lleno de humo, sucio aéreo, vapor de agua, calina que llaman los entendidos y que han dejado flotar como si se tratara de la famosa niebla londinense. Era un cielo, más allá de que las fotos que hemos heredado nos lo muestran a veces iluminado y otras veces encapotado, era más sano, menos díscolo que éste que nos cubre. Era, entonces, aquella comarca más visible que ésta de hoy, menos bulliciosa, pero a la par con tal característica, sí más aburrida. Entonces, el mandamás, el general, al que también apodan benemérito, Juan Vicente Gómez, se dio a la tarea de mirar un poco más allá de las películas mudas que le pasaban en Caracas o que algún funcionario –de esos que aún existen que se pegan como niguas- proyectaba una película muda sobre una sábana blanca.
Juan Vicente Gómez.
Pese a la cercanía de algunos “potreros”, como denominaban los teatros ambulantes que solían pasar por la ciudad, Gómez pensó en hacer uno a su gusto. La vieja plaza Girardot (la verdadera, no ésta que ya no es patrimonio porque lo perdió cuando la intervinieron vulgarmente) acogía a los “teatreros” del momento. Se trataba de un espacio de madera que se dice fue abierto en 1912, el 21 enero, para celebrar las ferias de este año, y era conocido como el Teatro-Circo, porque combinada el drama con las peripecias de saltimbanquis, payasos y maromeros. Estaba ubicado, según datos del cronista Oldman Botello, en el cruce de las calles Santos Michelena y Soublette.
El sueño de Gómez
La pesadez del clima, la falta de espacios para el disfrute cultural obligan al viejo “Bagre” a pensar en un teatro para la comarca. Así, llama a su despacho a Epifanio Balza Dávila, un ingeniero que forma parte de la escuela de Jesús Muñoz Tébar y Agustín Aveledo.
Hedy Lamarr
Balza eleva un edificio, con aires de la Catedral de Pisa y agregados personales que lo configuran como un edificio cuyo estilo se aproxima al eclecticismo. Gómez aplaude el proyecto, pero no se habían estudiado las dimensiones, razón por la cual el Teatro Ateneo de Maracay le quedó pequeño, por lo que Gómez no quedó muy contento cuando lo visitó. La obra se detiene durante dos años. Pero el general finalmente acepta l que Balza siga con la obra, hasta terminarla.
El éxito de la compañía española de teatro de María Fernanda Ladrón de Guevara promueve la idea de que algunas de las obras que esta actriz presentaba en Caracas, igualmente pudieran ser disfrutadas en Maracay. El 24 de junio de 1926 –día de la batalla de Carabobo- el pequeño teatro es inaugurado con la obra “Cancionera”, una comedia muy andaluza que gustó mucho a los “principales” y a los pocos agregados que pudieron estrenar las butacas del Teatro Maracay, como en verdad fue bautizado.
Mary Pickford
Podríamos imaginarnos el espíritu bullicioso de una ciudad casi campesina. No existía aún el Hotel Jardín, razón por la cual los integrantes del teatro se hospedaron en el Hotel Maracay, el cual estaba ubicado en la calle López Aveledo.
Al estreno en Maracay de la pieza asistieron, entre otros, según comenta el cronista, Gómez y su familia, entre quienes estaban Florencio, Juan Vicente, Cristina y Belén. La comitiva regional la encabezaba el presidente del estado, Ignacio Andrade y señora Servilia Gómez Núñez de Andrade.
Los felicitadores no faltaron, los aplausos y luego el brindis donde también imaginamos la tertulia de los principales y la befa en la calle de borrachitos y jodedores de ocasión.
Botello destaca la nota que publicó la revista Élite a propósito de la presentación de la obra en la capital de la República: “El teatro de Serafín y Querubín Alvarado Quintero, optimista locuaz, popular vivido, cuenta en Caracas con la predilección unánime del público. Evangelina Adamas y Bernardo Jambrina, poeta e histrión de alto coturno, trajeron al teatro Caracas las deliciosas primicias de la gloria de los sempiternos andaluces…”
El teatro: los entremeses, la comedia, eran para Gómez un pasatiempo que lo hacía feliz. En esos días también estaba en el tapete uno de los más sonados hombres de las tablas del país, Antonio Saavedra, quien años más tarde, más allá de los regalos que el general le procuraba, se burló de él en una obra titulada “la sagrada familia”, pero ya el poder de Gómez formaba parte del recuerdo. También disfrutó con Rafael Guinand en el Teatro Maracay, y así muchísimos que se lucieron ante los maracayeros de poder sentados al lado del viejo caudillo.
El cine: desde el mudo hasta el “hablado”…
Después de esta compañía, muchas otras pisaron el escenario del pequeño Teatro Maracay. Pero fue el cine, la pantalla viva y veloz de los personajes, el que atraía a Gómez. “Visitaron” su telón Charles Chapiln, por supuesto, animados musicalmente por la banda de la Presidencia de la República, a cargo de Sebastián Díaz Peña, en sus inicios, y luego por Gerardo Cámera y José Antonio Lagonell, quienes escogían previamente las piezas musicales para ambientar las proyecciones.
El primer espectador era el general Gómez, quien no se perdía, todas las noches a las 7 u 8, una función. Veía documentales internacionales de Warner Brothers, Universal, Metro o Fox. Noticiarios provenientes de muchos países donde la guerra y la paz distaban mucho de la Venezuela de aquella época, dominada por la bota y el acento silbado del general.
Dicen los cronistas y curiosos que se venía generalmente a pie. Cruzaba acompañado de sus cinco guarda espaldas o edecanes que lo escoltaban y se instalaba en la oscuridad de la sala a disfrutar la película del día. A las diez de la noche se marchaba, ahíto de películas, a su residencia ubicada cerca de la plaza Girardot. Maracay era un remanso, la “paz” se sentía en el susurro de los árboles.
Clark Gable
El sonido, el teatro mudo…
Un rato más tarde, a comienzos de los años 30, se incorpora el sonido al teatro. Así, los moradores, ya sin Gómez como compañero de butaca, pudieron ver las películas de Hedy Lamarr, Mary Pickford, Clark Gables, entre otros ídolos de aquellos días. Luego quedaría lo que el viento se llevó con los años, hasta hoy, cuando –luego de tantos tropiezos, el ya antiguo Teatro Ateneo es la reserva para el teatro escolar y demás devaneos que han dado al traste con muestras serias donde los talentos del patio esperan una oportunidad. Se trata de mirar más allá de programaciones. Se trata de diseñar políticas, desde los entes del Estado, para que el Teatro (con mayúsculas) se sienta en la comunidad.
Un anciano se pasea de madrugada por los alrededores del Teatro Maracay. Su tristeza de fantasma silencioso lo arrima a las ganas de sentarse y disfrutar de una buena obra de teatro. O de una película de factura que lo deje aturdido, como en aquellos días cuando Charlot “venía” a visitar la ciudad que luego fue llamada Jardín.
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