Adolfo Rodríguez

Sumido ya en la bruma que se apodera de la milenaria cultura de la que procede, destina para mí dos CD con música celta. Y deambulando por tierras que sus ancestros también colonizan, sabemos, su amiga Clara, Clara Rosa y yo, de que se ha ido a una esfera que su apacible genio no desestimó. A nuestro alrededor el ceremonioso concierto de paisajes tallados a la medida de una utopía en la que creyó y vivió. Un imperativo ecológico que sobrevive en ámbitos donde dioses, hombres y sus sombras se dan la mano. La isla mítica donde flamea la bandera de los Beatles, a quienes admiró tanto como a los montes donde relampaguea el eco de Loyola o el Carrao de Palmarito. Cada milímetro sacrosantamente dispuesto en ese orden que quiso. Tal que en un solo condado enumeramos más de cincuenta áreas forestales, conservadas, protegidas, resguardadas y mantenidas. Que el solar donde bullen células tan cercanas a las suyas, la naturaleza recobra su rango: piedras, plantas, animales, hombres y sus prístinos testimonios, honrando el gesto amable que hubo en este santo guardián de Gaia. Una energía, amigo Marco, que gracias a tu fe y la de cuantos te acompañan, aflorará también en el suelo donde naciste la última vez.