Edgardo
Malaspina
(28
DE ABRIL DE 2012)
A
pesar de que su nombre indígena significa “lugar donde hay
candela”, Betijoque es un pueblo fresco. Llegamos a la plaza en
cuyo centro está una estatua del padre de la parasitología
venezolana, Rafael Rangel. Las inscripciones son muy elocuentes: “A
pesar de haber sido perseguido por negro, día llegará en que su
figura en blanco mármol mantendrá el recuerdo de la luz que derramó
sobre la ciencia de la patria”. “Cerebro fuerte para la
concepción científica, aquel investigador de la verdad tenía el
alma de un niño.”
La
casa donde nació Rangel el 25 de abril de 1877, y que hoy funciona
como museo, es pequeña. La custodia el señor Venancio Leiteler, un
uruguayo que llegó a nuestro país hace varios lustros. Nos ofrece
café y amablemente nos muestra el microscopio de Rangel con el cual
hizo sus descubrimientos. Luego vamos a las vitrinas con las
pertenencias del sabio, sus libros, sus documentos, implementos de
laboratorio, fotografías y el pequeño ataúd, donde fueron
colocados los restos exhumados de Rangel para trasladarlos al Panteón
Nacional en 1977.
Salimos
y en el patio-jardín de la casa conversamos de la vida y calidad
humana de Rangel. Sus primeros
trabajos de laboratorio se relacionaron con pacientes anémicos.
Rangel descubrió el anquilostomo como causante de la enfermedad y
eso le valió el premio Vargas de la Academia Nacional de Medicina.
Luego vinieron los estudios sobre la derrengadera en los caballos, la
uncinariosis, el carbúnculo, un nuevo tipo de micetoma, una nueva
especie de mosquito; es decir su radio de acción como investigador
lo extendió hasta la bacteriología, la histología, la micología,
la entomología, la anatomía patológica (fundador del primer museo
de anatomía patológica de Venezuela) y la epidemiología.
Sobre Rangel se ha escrito mucho. Víctor
Manuel Ovalles fue el primero en hablar de su grandeza. El sabio
Torrealba dijo: La pasión por la investigación científica y las
angustias económicas le impidieron terminar sus estudios de
medicina. Pero así, siendo simplemente el Br. Rangel, inició los
estudios de parasitología en Venezuela y funda escuela. Arìstides
Bastidas dijo que la inmortalidad de Rangel fue bien ganada. El
doctor Beaujon lo catalogó de hombre sencillo, sabio y humano. José
Gutiérrez lo coloca como uno de los más grandes de las ciencias
médicas venezolanas de todos los tiempos. Moisés Feldman explica su
suicidio como consecuencia de una depresión endògena. Pero el
doctor Marcel Roche, su mejor biógrafo, explica que Rangel se
envenenó porque no soportó la envidia y la intriga política luego
de que combatió la peste en la Guaira.
Rangel
lucha contra esa enfermedad en esa ciudad; y es el mismo doctor
Bernard Rieux, de La Peste de Albert Camus, peleando contra el mismo
mal en Oràn: Cumplen un mismo apostolado, tienen la misma angustia
, y ambos son centro de la ingratitud y la envidia.
A
la caída de Castro, el protector de Rangel, Gómez y su gente le
negaron la beca (que ya se había ganado por sus descubrimientos) y
esta injusticia no la pudo soportar el hombre de ciencia. Dicen que
Rangel escribió unos minutos antes de suicidarse: “La esperanza
es un suplicio infinito.” El siquiatra Feldman recuerda que Van
Gogh antes de matarse dijo: “Es inútil la tristeza dura toda la
vida.”
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