Jeroh Juan Montilla
Todo en la realidad es un sin
sentido, mejor dicho, ningún paso que intentemos nos favorece. Esto es lo que podríamos concluir
después de ver la película Azar
(Pazypadeh) del polaco Krzysztof Kieslowski. Excelente film donde se combinan
con maestría, bajo una gran trama estética, el asunto político con el
existencial. Una película donde todo lo bueno está tan concentrado que uno se
abruma hasta sentir un agradable desconcierto, resulta un tanto increíble ver
tanta calidad al mismo tiempo.
¿En resumidas cuentas que diablos
es la política? Un amasijo de solemnes vacuidades y calculadas traiciones. Este
padecimiento social, bajo la firme y hábil mano de Kieslowski, resulta el escenario
temático perfecto para desarrollar la tesis filosófica del inapelable propósito
de los destinos. Por más que se ejercite la variedad dentro de un mismo gesto
no podemos escapar del mal gusto de la redundancia existencial. No basta tomar
o no tomar el tren, lo que vale es el acento al decidir entre estas
alternativas, se puede abrir una puerta de muchas maneras, pero no todas las aperturas
dan al mismo pasillo. Sin embargo, el lugar común se impone. Todos los caminos,
todos los ríos se precipitan al mismo boquete, por eso la inapelable lógica del final
inesperado en esta película de Kieslowski, un desenlace tan obvio, pero tan tramposamente fortuito. Es trazar firmemente la dura metáfora de un sistema, la certeza del símbolo
definitivo, ¿acaso no hay dados en la desesperanza colectiva? En verdad preguntar es intentar el optimismo, caer atrapado en la
remota posibilidad de trocar el juego de la muchedumbre a nuestro favor.
El guión fue escrito por el mismo
Kieslowski. Este polaco nació en 1941 y muere en 1996, todo en una misma ciudad, Varsovia. Vivió poco pero realizó una
obra intensa. La crítica recomienda su famoso Decálogo, diez irónicas películas,
cada una sobre un mandamiento cristiano. Esta película, Azar, se terminó de
realizar en 1982, sin embargo solo pudo estrenarse en 1987, durante cinco años
fue prisionera de la censura del régimen socialista polaco. La anécdota individual
del personaje Witek tiene como borroso telón
de fondo los alzamientos obreros de comienzos de la década de los ochenta,
estos son referidos apenas, el hincapié está en tramar existencialmente la
articulación de la rueda del azar sobre subtemas como la creencia en Dios, la relación
paternal, el compromiso burocrático, la omnisciencia del Partido, la delación
política, el vaivén amoroso, en fin la corrosión subterránea del sistema. La historia
de Witek es una sola hasta que en su desesperada carrera por alcanzar el tren
se bifurca en tres ramales, son tres crónicas paralelas y a pesar de todo es la
misma alma. El espíritu del personaje parece mantenerse incólume a los azares
metafísicos, a los juegos dimensionales del destino.
Finalmente es de entender la
fuerza creativa de un artista como Kieslowski, el cual jocosamente confesaba
que no creía en Dios pero mantenía buenas relaciones con él. La amistad divina
debe ser un terrible agobio para un descreido, pero puede, de vez en cuando, ser una buena
influencia ante los burocráticos caprichos del sobrehumano azar.