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martes, 19 de febrero de 2013

EL AMOR Y SUS IMPLICACIONES FILOSÓFICAS CON LA LÓGICA Y EL LENGUAJE

Jeroh Juan Montilla

Es difícil querer desinteresadamente como para mantener el amor y no querer ser mantenido por él. Es difícil mantener el amor de modo que, si las cosas salen mal, no haya que considerarlo como un juego perdido, sino que se pueda decir: estaba preparado para ello y también así está todo en orden.
Ludwig Wittgenstein
El escritor argentino Jorge Luis Borges (1974) confiesa, a través de un texto de su poemario El oro de los tigres, que el amor es una amenaza. Es algo que acecha haciendo necesario la huida o el escondite. El título del poema es muy evidente: El amenazado. Sin embargo, el poeta admite que frente a tan terrible amenaza de nada valen sus trajinadas rutinas de solitario: 
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? (Pág. 1107)
Ya no hay remedio, algo deliciosamente insoportable se ha incrustado en la conciencia diaria de este hombre, ya su vida no será la misma. La zozobra marca la dimensión de sus días. Es el vivir el  desasosiego de oscilar entre la sumisión plena o un ambiguo desacato. Vemos entonces como lo amoroso es el desarrollo de una tensión emocional que aprisiona por completo la esfera existencial.
Ahora bien ¿es ésta la definición real del amor?, ¿es esta imagen poética su representación verdadera? Las preguntas implican la aparición de dos términos: lo real y lo verdadero. ¿Qué es la verdad y la realidad? Con esta nueva interrogante solo abrimos espacio para una sucesión  de preguntas silogísticas. No hay una definición absoluta, definitiva de estos términos. Son indudablemente anfibológicos. Tienen una multiplicidad de definiciones. Igualmente sucede con el término amor. La historia humana exhibe para esta palabra un sin fin de definiciones. Ahora bien hay dos ámbitos disciplinarios donde las palabras deben tener un sentido preciso: la ciencia y la lógica.
 Digamos que la realidad es el terreno de la primera y la verdad es uno de los valores de la segunda. La realidad en la ciencia toma sustento, verosimilitud. La ciencia implica lo empírico. La verdad es un asunto lógico y por tanto es parte de las estructuras del lenguaje. Aquí aparece entonces el nudo del problema, ciencia, realidad, lógica y verdad, se entrelazan en los marcos del lenguaje. Todo pasa por este último. El lenguaje es vehículo del pensar, por tanto el pensamiento en su totalidad es representación. Todo representar es lenguaje y su estructura es lógica, mejor dicho, el lenguaje representa solo a través de sus estructuras lógicas.
El filósofo Ludwig Wittgenstein únicamente consideraba como pensamiento aquello que constituye una expresión articulada. Pensar y lenguaje vienen a ser dos lados de una misma moneda. Toda proposición para serlo debe tener una estructura lógica, sino, no hay proposición alguna. Debe entrar en correspondencia con institucionalidad social del lenguaje. No hay lenguaje privado. El lenguaje implica la alteridad,  el otro o los otros, el marco de lo común y público. La referencialidad es inevitable. Por ejemplo, sé de mi dolor porque he visto que otro ha expresado esa misma sensación llamándola dolor. Por tanto lenguaje, pensamiento y lógica también están entrelazados. Al pensar somos lenguaje y no podemos disociarnos de este. La lógica permite construir proposiciones verdaderas o falsas pero esta no resuelve sobre lo que existe o no en el mundo, esto último vendría ser un tema de la ciencia y el sentido común.
  Iniciamos estas reflexiones citando un texto de Jorge Luis Borges, El amenazado, un texto donde se define el amor a través de imágenes poéticas. Y nos preguntábamos por la veracidad de las mismas, de si en verdad estas figuras podrían ser una proposición de lo amoroso. Recuérdese que toda proposición para serlo debe tener sentido lógico, verdadero o falso. Es evidente en las proposiciones poéticas de este autor que el amor es un estado de mucha tensión, tanto emocional como existencial. Es en verdad algo que no tiene resolución, parece siempre estar al filo de algo que no terminamos por saber si es doloroso o placentero. Es una situación límite.
Sin embargo, sabemos de otras definiciones del amor, por ejemplo, Platón (1981) en su diálogo Banquete concibe al amor como un dios engendrado por el dios Caos. Amor y Tierra fueron las creaciones primordiales. La visión platónica del amor es distinta, diametralmente a la borgiana. Dice Platón:
Y hablemos ahora de las virtudes de Amor de las cuales una y la mayor es la de que no puede ni hacer injuria a dios alguno ni recibirla, porque, supuesto que de algo pueda padecer Amor, de violencia no padece, que violencia no puede tocar a Amor. Ni al hacer sus obras Amor hace violencia, puesto que todos se someten en todo y de buen grado a Amor. Ahora bien: convenios libres entre libres son justos, y así lo dicen “esas Reinas de la Ciudad que son las leyes. (Pág. 121)
La visión platónica del amor es benevolente, al parecer los  convenios con este dios son de libertad, muy al contrario de Borges que dice: “Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz” (Pág. 1107) son dos proposiciones opuestas. Nos preguntamos ¿Cómo es posible que una misma palabra pueda tener significados contradictorios. ¿Saben realmente de que hablan Borges y Platón cuando usan la palabra amor? Wittgenstein (2007) dice: “También el poeta debe preguntarse una y otra vez: ¿es lo que escribo realmente cierto?” (Pág. 90) Más adelante complementa expresando: “La forma en que empleas la palabra Dios no muestra en quien piensas sino lo que piensas” (Pág. 103)
            Vemos entonces como la literatura y la filosofía no nos dan el significado, el sentido verdadero o falso del amor. Cada quien define el amor de acuerdo a la importancia que él cree debe tener para la vida. El significado de la palabra amor cambia de acuerdo al contexto donde se usa. La expresión amor también es anfibológica. Cuando hablamos de una silla, todos sabemos que objeto es, independientemente del tipo de silla, sin embargo ¿Cuándo nos referimos al amor estamos hablando de lo mismo? La silla al menos está allí, fuera de nosotros, la vemos y palpamos, hemos acordado llamarla así, pero el amor que enunciamos no es un objeto físico, es algo absolutamente subjetivo. Es un sentimiento, algo que está en una dimensión impalpable objetivamente. ¿Hablan Platón y Borges de lo mismo? ¿Puede ser el amor una proposición? Si no lo es ¿Qué es como enunciado?
Anthony Kenny (2000) escribe:
Cualquier palabra que aspire a ser el nombre de algo observable solo por introspección, y que se relaciona de forma meramente causal con fenómenos públicamente observables, tendrá que adquirir significado por un acto puramente privado e inverificable. Pero si los nombres de las emociones adquieren significado para nosotros mediante una ceremonia de la que los demás están excluidos, entonces nadie puede tener idea alguna de  lo que la otra persona quiere decir con la palabra. Ni puede nadie saber lo que significa  para si mismo, pues conocer el significado de una palabra es saber cómo usarla correctamente, y donde no puede comprobarse como usa alguien una palabra no cabe hablar de uso correcto o incorrecto. (Págs. 89 y 90)
Amar es esencialmente un asunto introspectivo. Un sentimiento complejo relacionado con diversas expresiones corporales y objetos característicos. Cuestión de por si que generalmente nos lleva a confundir la función  descriptiva del lenguaje con la expresiva. Podríamos creer que tanto el filósofo Platón como el poeta Borges están en sus escritos describiendo cada uno a su manera las características del amor, pero en realidad ellos solo están es expresando su pensamiento de este sentimiento. A lo descriptivo puede considerársele  falso o verdadero si se le confronta con la realidad, pero lo expresivo de las emociones y los sentimientos solo pretende es darnos información de un acto introspectivo, íntimo, inobservable e inverificable.
Tenemos órganos para la percepción y la sensación, pero carecemos de órganos con que captar o expresar rigurosa o específicamente los sentimientos o emociones. El aumento en la velocidad de los latidos del corazón ante la presencia del objeto amado no le hace el órgano del amor, de igual modo los latidos pueden aumentar ante una señal de peligro mortal o frente a una situación de disgusto o simplemente en medio de una carrera. Una cosa es el sentimiento y otra las sensaciones con que se pretende identificar el primero, estas pueden variar caprichosamente de individuos a circunstancias. El amor puede evidenciarse a través de un síntoma corporal o por medio de una actitud o comportamiento, y aun la expresión de estos no nos verifica que eso que llamamos amor sea efectivamente el Amor, es solo eso, algo que de manera particular llamamos y pensamos que es amor. Eso no implica que estemos acertados o equivocados, sino que no existe un uso correcto o incorrecto del término amor.    
         Es un lugar común decir que se ama con el corazón, como creer que se piensa con la cabeza.  Wittgenstein (1967) dice: “Una de las ideas filosóficas más peligrosas es, curiosamente, la de que pensamos con la cabeza o en la cabeza. La idea del pensar como un proceso en la cabeza, en un espacio absolutamente cerrado, le da un carácter de algo oculto.” (Pág. 108) El amor y el pensamiento no están en un lugar como un libro está en un estante. Se tiende a ver el pensamiento y el amor como objetos resultantes de la actividad interna del cerebro y el corazón. Es interesante preguntarse: ¿Dónde están los besos y las caricias que propiciamos en la etapa del noviazgo? En ninguna parte. Igualmente pasa con los pensamientos y las emociones. Es fácil creer que la mente es una especie de recipiente fantasma encerrado en otro recipiente llamado cráneo. Si intentamos ver nuestra mente esta se nos escapa, se nos oculta, es como si un dedo intentara tocarse a sí mismo o un ojo mirarse a sí mismo. Igualmente sucede con el yo. Es imposible percibir el yo, podemos ubicarnos frente a una pared, pero no frente al yo. Este es igual a la mente, al pensamiento, al amor, elementos metafísicos. No están en el mundo sino al margen de este, no son fenoménicos. En palabras de Wittgenstein, forman la frontera del mundo no una parte de este. El lenguaje es el mundo. 
Ahora bien es una tendencia humana embestir contra las fronteras del lenguaje, del mundo. Es un irrefrenable impulso de saltarse los límites del lenguaje, de ir más allá en busca de significados. Y lo que más evidencia esta tendencia es la capacidad humana para el asombro. Nos asombra lo evidente. De que seamos y que a su vez también el mundo lo sea. Y esto desasosiega hasta tropezar, una y otra vez, en el histórico y fallido empeño de la filosofía. El mismo Wittgenstein (1997) dice que más bien hay que:
Trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos: porque para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar ambos llados de este límite (tendríamos, en suma, que poder pensar lo que no resulta pensable).
Así pues, el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo. (Pág. 11)
En ese más allá del lenguaje está el amor, Dios, la ética, etc., en fin, el absurdo trascendente, el inexpresable sentido del mundo. El amor es una cuestión de valor y en el mundo no hay ningún valor. Ni Dios, ni el amor se manifiestan en el mundo, cuando amamos salimos del mundo, fuera del espacio y del tiempo. Entramos en lo místico, en lo que no puede decirse, solo mostrarse.
BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis (1974) Obras Completas 1923-1972. Buenos Aires: Emece.
Kenny, Anthony (2000) La metafísica de la mente. Filosofía, psicología, lingüística. Barcelona: Paidós.
Platón (1980) Banquete en: Obras Completas. Tomo III. Caracas: Presidencia de la República y Universidad Central de Venezuela.
Wittgenstein, Ludwig (1967) Zettel. S.c.: S.e.
Wittgenstein, Ludwig (1997) Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza.
Wittgenstein, Ludwig (2007) Aforismos. Cultura y Valor. Madrid: Espasa Calpe.

viernes, 15 de febrero de 2013

La “Stravaganza” de Alberto Hernández


Giuseppe Campolo

                                                             Traducción libre: Fernando Gerbasi




Se preguntarán por qué el título. Si no lo hubiesen sacado de una de las primeras poesías del poemario, en el que el misterio del ciclista amalgama el “tiempo del Coliseo” con el “humo de los motores” –dedicado a Luis Tejada “que vivió en Italia” – si por lo tanto “Stravaganza” no tuviese su origen tan fácil de encontrar y concreto, si no fuese porque “el ruido alcanza el grito de un hombre desgarrado” (el grito de hoy y el grito en la fosa de los leones), parecería un distintivo impuesto con distancia critica, en el momento de entregar el manuscrito para su publicación. Pensamos que quizás con una dubitativa timidez, una mirada auto-irónica, de una aventura peligrosa del pensamiento acabado.


Pero que el Autor hubiese podido haber sentido una dosis de extrañeza en este trabajo suyo, que la haya quizás buscado, es una casualidad de nuestra imaginación. No se trata en realidad de extravagantes   componentes, porque ellos hacen parte de un único comportamiento del espíritu y tienen una cierta unidad estilística. Usando una métrica vanguardista, de aquella vanguardia perdida pero que permanece cercana, como una nostalgia, y que todavía ejerce una atracción que a pocos deja inmunes. El no es para nada un destructor, pues nada está descompuesta en la lirica; es el equilibrio el que reina, junto a aquel  suspiro participativo que es la marca extrema de la poesía. Nada es mas seguro que su fidelidad al ideal estético, en su fingir de infidelidad al ritmo,  que va por recorridos planos y luego invierte en sincopes improvisados, o en el querer aparecer como rebelde a los cánones de los versos, que escoge y libera y anarquiza, sin que se vislumbre al final una desacralización  del inquieto canto.


Hernández es pelegrino melancólico de la preocupada historia de Italia, “sentado en los escombros de mi memoria”, románticamente replegado sobre el trágico caleidoscopio de aquello que fue. El agudo sentimiento del poeta no encuentra redención en lo humano, ni una formula de la esperanza, porque nada deriva de la sangre y la cultura es anhelo: la Historia es su historia.  Y la desenvoltura temporal que es síntesis de la mente y libertad del espíritu, tiene el atractivo adicional de la mirada de un clarividente que tiene palabras para lo inatrapable.


(Antecede el poema Vibonati). El conjunto de casas en el valle de montes selváticos que es Canoabo, un paso al norte de Valencia y uno al oeste  de Puerto Cabello, es el ombligo del mundo del cual  el poeta hace relación de amor con Vibonati, portal de Italia y nudo universal del naufragio. Ese Juan Bautista que inmigra a Canoabo, pero nacido en Vibonati, no es otro que el padre de Vicente Gerbasi (“Padre de mi soledad/ Y de mi poesía”), gran poeta de quien no por casualidad el nuestro retoma emblemáticos versos; y, casi como una especie de identificación. Alberto Hernández, al igual que Vicente, vive Italia como suya, ama y obtiene  inspiración de nuestros poetas del siglo XX. Una poesía compleja y rica de referencias. Las dedicatorias son particularmente significativas.


Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Bocaccio, Cicerón son los poetas y hombres de letras de los cuales contempla aquello que en lo alto permanece. Escruta el respiro de las ciudades: Arles por donde "empieza Roma», Novara ( "Quien me sigue sabe de mi osadía." "), Bari, Módena ( "yo la vi en mi total ausencia"), Bolonia ( "mi adolescencia duele."), Milán ( "Supe de Santa Maria de Gracia / mientras el mundo destrozaba / la calle que perdimos entre las manos"), Venecia donde no fue nunca, y "qué cosa probará / Messina en el costado?" . También en la música revive a Italia, espejo del cosmos: Vivaldi ( "el cielo / se recoge en su única estación"), Verdi, ( "un salto para evadir el reloj parado"). Evoca artistas y personajes que han caracterizado su tiempo y el nuestro, junto con los héroes de la libertad y la compasión. Una reevaluación amorosa y conmovedora de la fascinante Italia: un examen de conciencia del fin del tiempo, con un legado de suave angustia en un   libro cerrado.



Stravaganza, del venezolano Alberto Hernández, publicado en Italia

En diciembre de 2012 fue publicado en Italia el poemario Stravaganza, del poeta y narrador venezolano Alberto Hernández, por el sello Eva Edizioni, como parte de su colección “Estrella Verde”, que es dirigida por Gerardo Vacana.

Traducido por Teresa Albasini Legaz, el libro de 120 páginas, una “crónica de viajes” según la editorial, ofrece una profunda observación poética de la península itálica a través de su historia y de sus expresiones artísticas —desde la arquitectura hasta la música—, y captura la esencia de Roma, Novara, Bolonia, Bari, Módena, Florencia y otros derroteros del país.

También se ocupa Hernández de estadistas, conquistadores y personalidades de la cultura italiana como Cicerón, César, Francisco de Asís, Giotto, Dante, Petrarca, Boccaccio, Vasari, Savonarola, Verdi, Ungaretti, Montale y Pasolini, entre otros, que han dejado huellas imborrables en la historia.

Nacido en Calabozo, Guárico, en 1952, Hernández es periodista y pedagogo. Tiene un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Reside en Maracay, Aragua, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.

Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996), el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999), los ensayos aforísticos Poética del destino (2011), el libro de cuentos Relatos fascistas (2021).




La “Stravaganza” di Alberto Hernández

Ci si domanderà ragione del titolo. Se non fosse tratto da una delle prime poesie della raccolta, dove il mistero dei cicli impasta il «tempo del Colosseo» con il «fumo dei motori» – dedicata a Luis Tejada «che visse in Italia» – se dunque “Stravaganza” non avesse un’origine cosí rintracciabile e concreta, se non fosse che «Il rumore raggiunge il grido di un uomo straziato» (il rumore di oggi è il grido nella fossa dei leoni), parrebbe una targa imposta con distacco critico, nel momento di licenziare il manoscritto per la pubblicazione. Ci figuriamo quasi una dubbiosa timidezza, uno sguardo auto-ironico, a rischiosa avventura del pensiero conclusa.
Ma che l’Autore abbia potuto sentire una dose di bizzarria in questo suo lavoro, che l’abbia forse ricercata, è un azzardo della nostra immaginazione. Non si tratta infatti di estravaganti componimenti, perché essi fanno parte di un unico atteggiamento dello spirito ed hanno una certa unità stilistica. Usando una metrica d’avanguardia, di quell’avanguardia perduta ma rimasta cara, come una nostalgia, e che tuttora esercita un’attrazione e pochi lascia immuni, Egli non è mica un decostruttore, e nulla c’è di scomposto nelle liriche; e l’equilibrio vi regna, insieme a quell’afflato partecipativo che è il marchio estremo della poesia. Nulla è piú sicuro della sua fedeltà all’ideale estetico, nel suo fingersi infedele del ritmo, che manda per percorsi pianeggianti e poi storna in sincopi improvvise, o nel voler figurare ribelle ai canoni del verso, che scioglie e libera e anarchizza, senza che si ravvisi infine alcuna dissacrazione nell’inquieto canto.
Hernández è pellegrino malinconico nella travagliata storia d’Italia «seduta sulle macerie della mia memoria», romanticamente ripiegato sul tragico caleidoscopio di ciò che è stato. L’acuto sentimento del poeta non trova riscatto dell’umano, né una formula della speranza, giacché nulla argina il sangue, e la cultura è struggimento: la Storia è la sua storia. E la disinvoltura temporale, che è sintesi della mente e liberà dello spirito, ha il fascino aggiuntivo dello sguardo di un veggente che ha parole per l’inafferrabile.
«Cade l’universo su Canoabo. / Il poeta modella l’argilla di un itinerario: / guada verso il ponente degli Appennini / dove Vibonati plasma il foglio della poesia. / Il pane e il vino risolvono la memoria di Giovanni Battistia, / l’immigrante. /L’Italia entra ed esce dal tropico febbrile.» Il grumo di case a valle di monti selvosi che è Canoabo, un passo a nord di Valencia e uno a ovest di Puerto Cabello, è l’ombelico del mondo da cui il poeta fa perno d’amore in Vibonati, portale d’Italia e nodo universale del naufragio. Quel Giovanni Battista, immigrante a Canoabo, che è nato però a Vibonati, è padre di Vicente Gerbasi («Padre della mia solitudine. / E della mia poesia.»), grande poeta di cui non a caso il nostro riprende emblematici versi; e, quasi per una sorta di identificazione, Alberto Hernández, al pari di Vincente, vive l’Italia come sua, ama e attinge ispirazione dai poeti del nostro Novecento. Una poesia complessa e ricca di riferimenti. Le dediche particolarmente significative.
Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Boccaccio, Cicerone sono i poeti e uomini di lettere di cui contempla quel che di alto rimane. Scruta il respiro delle città: Arles da dove «comincia Roma», Novara («Chi mi segue sa del mio coraggio.»), Bari, Modena («Io la vidi nella mia totale assenza»), Bologna («La mia adolescenza duole.»), Milano («Seppi di Santa Maria delle Grazie / mentre il mondo distruggeva / la strada che persi tra le mani»), Venezia dove non fu mai, e «cosa proverà / Messina sul costato?». Anche nella musica ravvisa l'Italia specchio del cosmo: Vivaldi («il cielo / si raccoglie nella sua unica stagione»), Verdi, («un salto per evadere l’orologio fermo»). Evoca artisti e personaggi che hanno caratterizzato il loro tempo e il nostro, insieme agli eroi della libertà e della compassione. Una riconsiderazione amorosa e struggente del fasciame Italia: un esame di coscienza di fine tempo, con un retaggio di soave angoscia a libro chiuso.

Giuseppe Campolo

Alberto Hernández, Stravaganza, Edizioni Eva, collana “Stella verde”, diretta da Gerardo Vacana, Venafro, 2012, Trad. di Teresa Albasini Legaz, con testo spagnolo a fronte, pp. 120, € 12,00.