Jeroh Juan Montilla
Es difícil querer desinteresadamente como para mantener el amor y no querer
ser mantenido por él. Es difícil mantener el amor de modo que, si las cosas
salen mal, no haya que considerarlo como un juego perdido, sino que se pueda
decir: estaba preparado para ello y también así está todo en orden.
Ludwig Wittgenstein
El escritor argentino Jorge Luis Borges (1974)
confiesa, a través de un texto de su poemario El oro de los tigres, que el amor es una amenaza. Es algo que
acecha haciendo necesario la huida o el escondite. El título del poema es muy
evidente: El amenazado. Sin embargo,
el poeta admite que frente a tan terrible amenaza de nada valen sus trajinadas
rutinas de solitario:
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga
erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar
sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las
cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? (Pág. 1107)
Ya no hay remedio, algo deliciosamente insoportable se
ha incrustado en la conciencia diaria de este hombre, ya su vida no será la
misma. La zozobra marca la dimensión de sus días. Es el vivir el desasosiego de oscilar entre la sumisión
plena o un ambiguo desacato. Vemos entonces como lo amoroso es el desarrollo de
una tensión emocional que aprisiona por completo la esfera existencial.
Ahora bien ¿es ésta la definición real del amor?, ¿es
esta imagen poética su representación verdadera? Las preguntas implican la
aparición de dos términos: lo real y lo verdadero. ¿Qué es la verdad y la realidad? Con
esta nueva interrogante solo abrimos espacio para una sucesión de preguntas silogísticas. No hay una
definición absoluta, definitiva de estos términos. Son indudablemente
anfibológicos. Tienen una multiplicidad de definiciones. Igualmente sucede con
el término amor. La historia humana
exhibe para esta palabra un sin fin de definiciones. Ahora bien hay dos ámbitos
disciplinarios donde las palabras deben tener un sentido preciso: la ciencia y
la lógica.
Digamos que la
realidad es el terreno de la primera y la verdad es uno de los valores de la
segunda. La realidad en la ciencia toma sustento, verosimilitud. La ciencia implica
lo empírico. La verdad es un asunto lógico y por tanto es parte de las
estructuras del lenguaje. Aquí aparece entonces el nudo del problema, ciencia, realidad,
lógica y verdad, se entrelazan en los marcos del lenguaje. Todo pasa por este
último. El lenguaje es vehículo del pensar, por tanto el pensamiento en su
totalidad es representación. Todo representar es lenguaje y su estructura es
lógica, mejor dicho, el lenguaje representa solo a través de sus estructuras
lógicas.
El filósofo Ludwig Wittgenstein únicamente consideraba
como pensamiento aquello que
constituye una expresión articulada. Pensar y lenguaje vienen a ser dos lados
de una misma moneda. Toda proposición para serlo debe tener una estructura
lógica, sino, no hay proposición alguna. Debe entrar en correspondencia con
institucionalidad social del lenguaje. No hay lenguaje privado. El lenguaje
implica la alteridad, el otro o los
otros, el marco de lo común y público. La referencialidad es inevitable. Por
ejemplo, sé de mi dolor porque he visto que otro ha expresado esa misma
sensación llamándola dolor. Por tanto
lenguaje, pensamiento y lógica también están entrelazados. Al pensar somos
lenguaje y no podemos disociarnos de este. La lógica permite construir
proposiciones verdaderas o falsas pero esta no resuelve sobre lo que existe o
no en el mundo, esto último vendría ser un tema de la ciencia y el sentido
común.
Iniciamos estas reflexiones citando un texto
de Jorge Luis Borges, El amenazado,
un texto donde se define el amor a través de imágenes poéticas. Y nos
preguntábamos por la veracidad de las mismas, de si en verdad estas figuras
podrían ser una proposición de lo amoroso. Recuérdese que toda proposición para
serlo debe tener sentido lógico, verdadero o falso. Es evidente en las
proposiciones poéticas de este autor que el amor es un estado de mucha tensión,
tanto emocional como existencial. Es en verdad algo que no tiene resolución,
parece siempre estar al filo de algo que no terminamos por saber si es doloroso
o placentero. Es una situación límite.
Sin embargo, sabemos de otras definiciones del amor, por
ejemplo, Platón (1981) en su diálogo Banquete concibe al amor como un dios engendrado
por el dios Caos. Amor y Tierra fueron las creaciones primordiales. La visión
platónica del amor es distinta, diametralmente a la borgiana. Dice Platón:
Y hablemos ahora de las virtudes de Amor de las cuales una y la mayor es
la de que no puede ni hacer injuria a dios alguno ni recibirla, porque,
supuesto que de algo pueda padecer Amor, de violencia no padece, que violencia
no puede tocar a Amor. Ni al hacer sus obras Amor hace violencia, puesto que
todos se someten en todo y de buen grado a Amor. Ahora bien: convenios libres
entre libres son justos, y así lo dicen “esas Reinas de la Ciudad que son las
leyes. (Pág. 121)
La visión platónica del amor es benevolente, al
parecer los convenios con este dios son
de libertad, muy al contrario de Borges que dice: “Crecen los muros de su
cárcel, como en un sueño atroz” (Pág. 1107) son dos proposiciones opuestas. Nos
preguntamos ¿Cómo es posible que una misma palabra pueda tener significados
contradictorios. ¿Saben realmente de que hablan Borges y Platón cuando usan la
palabra amor? Wittgenstein (2007) dice: “También el poeta debe preguntarse una
y otra vez: ¿es lo que escribo realmente cierto?” (Pág. 90) Más adelante
complementa expresando: “La forma en que empleas la palabra Dios no muestra en quien piensas sino lo que piensas”
(Pág. 103)
Vemos
entonces como la literatura y la filosofía no nos dan el significado, el
sentido verdadero o falso del amor. Cada quien define el amor de acuerdo a la
importancia que él cree debe tener para la vida. El significado de la palabra
amor cambia de acuerdo al contexto donde se usa. La expresión amor también es anfibológica. Cuando
hablamos de una silla, todos sabemos que objeto es, independientemente del tipo
de silla, sin embargo ¿Cuándo nos referimos al amor estamos hablando de lo
mismo? La silla al menos está allí, fuera de nosotros, la vemos y palpamos,
hemos acordado llamarla así, pero el amor que enunciamos no es un objeto físico,
es algo absolutamente subjetivo. Es un sentimiento, algo que está en una
dimensión impalpable objetivamente. ¿Hablan Platón y Borges de lo mismo? ¿Puede
ser el amor una proposición? Si no lo es ¿Qué es como enunciado?
Anthony Kenny (2000) escribe:
Cualquier
palabra que aspire a ser el nombre de algo observable solo por
introspección, y que se relaciona de forma meramente causal con
fenómenos públicamente
observables, tendrá que adquirir significado por un acto puramente
privado e
inverificable. Pero si los nombres de las emociones adquieren
significado para
nosotros mediante una ceremonia de la que los demás están excluidos,
entonces
nadie puede tener idea alguna de lo que
la otra persona quiere decir con la palabra. Ni puede nadie saber lo que
significa para si mismo, pues conocer el significado de
una palabra es saber cómo usarla correctamente, y donde no puede
comprobarse
como usa alguien una palabra no cabe hablar de uso correcto o
incorrecto.
(Págs. 89 y 90)
Amar es esencialmente un asunto introspectivo. Un
sentimiento complejo relacionado con diversas expresiones corporales y objetos
característicos. Cuestión de por si que generalmente nos lleva a confundir la
función descriptiva del lenguaje con la
expresiva. Podríamos creer que tanto el filósofo Platón como el poeta Borges
están en sus escritos describiendo cada uno a su manera las características del
amor, pero en realidad ellos solo están es expresando su pensamiento de este
sentimiento. A lo descriptivo puede considerársele falso o verdadero si se le confronta con la
realidad, pero lo expresivo de las emociones y los sentimientos solo pretende
es darnos información de un acto introspectivo, íntimo, inobservable e
inverificable.
Tenemos órganos para la percepción y la sensación,
pero carecemos de órganos con que captar o expresar rigurosa o específicamente
los sentimientos o emociones. El aumento en la velocidad de los latidos del
corazón ante la presencia del objeto amado no le hace el órgano del amor, de
igual modo los latidos pueden aumentar ante una señal de peligro mortal o
frente a una situación de disgusto o simplemente en medio de una carrera. Una
cosa es el sentimiento y otra las sensaciones con que se pretende identificar
el primero, estas pueden variar caprichosamente de individuos a circunstancias.
El amor puede evidenciarse a través de un síntoma corporal o por medio de una
actitud o comportamiento, y aun la expresión de estos no nos verifica que eso
que llamamos amor sea efectivamente el Amor, es solo eso, algo que de manera
particular llamamos y pensamos que es amor. Eso no implica que estemos
acertados o equivocados, sino que no existe un uso correcto o incorrecto del
término amor.
Es un lugar común decir que se ama con el
corazón, como creer que se piensa con la cabeza. Wittgenstein (1967) dice: “Una de las ideas
filosóficas más peligrosas es, curiosamente, la de que pensamos con la cabeza o
en la cabeza. La idea del pensar como un proceso en la cabeza, en un espacio
absolutamente cerrado, le da un carácter de algo oculto.” (Pág. 108) El amor y
el pensamiento no están en un lugar como un libro está en un estante. Se tiende
a ver el pensamiento y el amor como objetos resultantes de la actividad interna
del cerebro y el corazón. Es interesante preguntarse: ¿Dónde están los besos y
las caricias que propiciamos en la etapa del noviazgo? En ninguna parte.
Igualmente pasa con los pensamientos y las emociones. Es fácil creer que la
mente es una especie de recipiente fantasma encerrado en otro recipiente
llamado cráneo. Si intentamos ver nuestra mente esta se nos escapa, se nos
oculta, es como si un dedo intentara tocarse a sí mismo o un ojo mirarse a sí
mismo. Igualmente sucede con el yo. Es imposible percibir el yo, podemos
ubicarnos frente a una pared, pero no frente al yo. Este es igual a la mente,
al pensamiento, al amor, elementos metafísicos. No están en el mundo sino al
margen de este, no son fenoménicos. En palabras de Wittgenstein, forman la
frontera del mundo no una parte de este. El lenguaje es el mundo.
Ahora bien es una tendencia humana embestir contra las
fronteras del lenguaje, del mundo. Es un irrefrenable impulso de saltarse los
límites del lenguaje, de ir más allá en busca de significados. Y lo que más
evidencia esta tendencia es la capacidad humana para el asombro. Nos asombra lo
evidente. De que seamos y que a su vez también el mundo lo sea. Y esto
desasosiega hasta tropezar, una y otra vez, en el histórico y fallido empeño de
la filosofía. El mismo Wittgenstein (1997) dice que más bien hay que:
Trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la
expresión de los pensamientos: porque para trazar un límite al pensar
tendríamos que poder pensar ambos llados de este límite (tendríamos, en suma,
que poder pensar lo que no resulta pensable).
Así pues, el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que
reside más allá del límite será simplemente absurdo. (Pág. 11)
En ese más allá del lenguaje está el amor, Dios, la
ética, etc., en fin, el absurdo trascendente, el inexpresable sentido del
mundo. El amor es una cuestión de valor y en el mundo no hay ningún valor. Ni
Dios, ni el amor se manifiestan en el mundo, cuando amamos salimos del mundo,
fuera del espacio y del tiempo. Entramos en lo místico, en lo que no puede
decirse, solo mostrarse.
BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis (1974) Obras Completas 1923-1972. Buenos
Aires: Emece.
Kenny, Anthony (2000) La metafísica de la mente. Filosofía,
psicología, lingüística. Barcelona: Paidós.
Platón (1980) Banquete en: Obras Completas. Tomo III.
Caracas: Presidencia de la República y Universidad Central de Venezuela.
Wittgenstein,
Ludwig (1967) Zettel. S.c.: S.e.
Wittgenstein,
Ludwig (1997) Tractatus
Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza.
Wittgenstein, Ludwig (2007) Aforismos. Cultura y Valor. Madrid: Espasa
Calpe.