Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 26 de junio de 2013

VERDAD Y LA MENTIRA HERMENÉUTICA

Jeroh Juan Montilla
 
Cualquiera sea el camino que han tomado la diversidad de filósofos frente al término hermenéutica este termina reducido a la aparente diafanidad de una palabra: interpretación. En verdad con el transcurrir de las aguas de la historia esta última fórmula tiene la sospechosa aceptación de ser ya un lugar común, tanto en la filosofía como fuera de esta. Se podría añadir que la palabrita padece de cierto agotamiento dentro de los actuales haceres semánticos de la creación humana. Ya Nietzsche advertía contra la obvia facilidad instrumental del lenguaje, nos conminaba a descreer de estas navajas de multiuso ontológico: “… ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?” (Pág. 21)

Después de este monumental pensador alemán los trajinadores de las asperezas y divinidades del pensamiento filosófico aprendieron a desconfiar de las evidencias, de los implícitos y explícitos acuerdos sociales del lenguaje. Y si nos deshacemos de la seguridad de las palabras, entonces ¿dónde nos aferramos? Con el mismo Nietzsche también Dios había muerto. El hombre, ontológicamente, estaba a la deriva, náufrago de sus sólidas creaciones, es decir falto del pegamento existencial que nos añaden las interpretaciones. Lo cierto es que parece que estamos condenados a interpretar únicamente por mediación del lenguaje. Ahora bien, la omnisciencia de este último es abrumadora, es el ojo que todo lo ve, parece no haber rincón de la conciencia humana que no esté bajo la inundación absoluta del lenguaje. Parece ser nuestra única certidumbre, por tanto cada uno de sus descubrimientos o creaciones interpretativas son viejas y nuevas mentiras. Todo afán interpretativo es una gimnasia heurística, es la voluntad de inventar. Interpretar es inventar, es mentir y después de eso hacer uso terapéutico del olvido, muy bien Nietzsche dice: “Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una verdad…” (Pág. 21) Un acto de mala fe como diría Sartre. La verdad es solo un impulso creativo que se hace realidad a través de la mentira. Toda creencia es el fuerte reflejo de la apariencia. Toda voluntad hermenéutica es mera ilusión. Cerramos reiterando en Nietzsche:

"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino metal." (Pág. 25)

Nietzsche, Friedrich (2008) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Tecnos.
*Imagen tomada de http://palabraeterna.wordpress.com/2010/09/28/hermeneutica-y-homiletica/

sábado, 15 de junio de 2013

DILEMAS TEÓRICOS-PRÁCTICOS DE LA MEMORIA HISTÓRICA



Jeroh Juan Montilla

Se afirma que el término memoria histórica es de reciente formulación dentro de las Ciencias Historiográficas (Siglo XX). Se le atribuye al Pierre Nora (1931), la figura más emblemática de lo que hoy se conoce como la nueva historia. Ya la misma impronta de lo novedoso del término se presta para la polémica. Para muchos historiadores la memoria histórica, como término o categoría para el trajín investigativo, puede ser de reciente formulación, pero en la práctica ya estaba implícita en el trabajo de muchos historiadores de las diferentes épocas y países del mundo, a parte que, el ejercicio de la misma, no es de exclusividad de los hurgadores y escribidores de lo histórico, sino que también es un asunto que implica a los pueblos mismos y sus instituciones sociales. Las naciones y sus Estados participan, acumulan, defienden, rescatan, falsean, reescriben, saquean y hasta borran su memoria histórica. Podría decirse que la misma es un sensible asunto de alto interés político-cultural.
Así  como el ilustre Carl Jung creó un discutido término como el de inconsciente colectivo, podría decirse que la memoria histórica viene a constituir un ámbito determinante en lo que podría denominarse, haciendo un uso temerario de esa práctica discursiva llamada sicoanálisis, como consciente colectivo. Esto hace del término una categoría de la realidad que trasciende el mero interés de ser instrumento dentro de las formalidades de la investigación histórica sino que constituye una herramienta dentro de las construcciones de la identidad de las naciones, regiones, pueblos o las pequeñas configuraciones grupales de la sociedad, tiene un indiscutible sentido político identitario.  En el escenario de los investigadores de la historia el término presenta relaciones complejas, dilemáticas y polémicas con corrientes como las mentalidades, las ideas, estudios culturales, de imaginarios, etnohistóricos y cotidianidades y en el escenario vivencial de lo histórico con lo institucional, lo colectivo, lo individual, grupal, estamental, social, todo vinculado a la resolución de esos dos ejes que atraviesan lo histórico conocidos como saber y poder.