Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 4 de abril de 2020

CRÓNICA DE UNA PANDEMIA OLVIDADA


                                                                                            Eduardo J. Anzola
Toda historia es siempre historia contemporánea.
Benedetto Croce, Historiador y filósofo italiano (1866 – 1952).




LA ENTRADA DE LA INESPERADA  PESTE AL REMOTO BORO

Al llegar finalmente al caserío de Boro, empapada por la lluvia pertinaz, adolorida y fatigada, Sara se apeó de la mula después de un escarpado y sinuoso recorrido de dos días bajando desde las húmedas y boscosas zonas altas de los límites entre los estados Lara, Trujillo  y Portuguesa. Su compañero de viaje era su esposo, quien la dejó reposando casa de su madre para que fuese mejor atendida y se repusiera en esa aldea rural, distante a una hora a caballo de la ciudad de El Tocuyo, en el estado Lara. Sara era una buenamoza joven ágil y menuda de poco más de veinte años, de ojos vivaces que brillaban bajo el arco de sus pobladas cejas denotando su carácter optimista y temple impetuoso. Pero exhausta como estaba, lo que más la angustiaba era que ya no percibía ningún movimiento de la pequeña criatura que venía albergando en su vientre desde hacía casi seis meses.
En esos días de finales de noviembre, luego de una jornada de reposo absoluto, Sara se enteró de otras muy malas noticias. En esa pequeña localidad recién habían muerto una joven prima suya y uno que otro vecino, personas conocidas atacadas por una  virulenta gripe. Quizás alguien habría traído la epidemia hasta El Tocuyo, y desde allí se estaba propagando a los caseríos próximos. Los muy pocos que estaban mejor enterados ya sabían que desde octubre, en Caracas, La Guaira, Maracaibo o Puerto Cabello esa gripe ya estaba diezmando a familias enteras; allí los cadáveres se apilaban y tanto  enterradores como urnas eran insuficientes; a varios muertos de condición humilde los trasladaban a fosas comunes en sus propias sábanas o en hamacas, y las víctimas, fueran ricos o pobres, no tenían ninguna ceremonia funeraria  mientras la mayoría de la gente permanecía en sus casas muy aterrorizada. Los enfermos presentaban síntomas espeluznantes, padecían fiebre alta, dolor de cabeza y dificultades para respirar;  los pulmones se iban saturando con los fluidos corporales provocando accesos incontrolables de tos, vómitos de sangre y sangrado nasal. Esta serie de complicaciones  frecuentemente continuaba en menos de una semana con una respiración cada vez más fatigosa, la punta de los dedos, de las orejas, de la nariz y de los labios adquirían un tono azulado por la falta de oxígeno en la sangre o cianosis y con los últimos silbidos de los pulmones suplicando por el aire insuficiente, el enfermo moría. Para espanto de los familiares y dolientes, de inmediato toda la piel del cadáver se tornaba negra.  
Para colmo de males, desde esa misma noche, Sara se estremecía en su cama durante largas horas con fuertes escalofríos y fiebre alta.  Empapadas las sábanas con su copioso sudor, entre sus delirios, tenía breves momentos de conciencia  donde apenas oía los sollozos de su madre y rezos de los suyos,  temerosos y preocupados como estaban en esa casa por la amenaza que cernía sobre todos y específicamente sobre Sara, ese implacable verdugo invisible de aquella gripe.

EL LETAL AZOTE DE LA LLAMADA GRIPE ESPAÑOLA

Nadie imaginaba entonces que, al igual que muchas personas, ella estaba padeciendo la mortífera pandemia de la gripe española de 1918, un letal virus de influenza del cual se enfermó entre un cuarto y un tercio de la población en todo el mundo, provocando entre 1918 y 1920,  el fallecimiento de unos 50 millones de personas, en su mayoría con edades entre los veinte y los cuarenta  años  (algunos autores sugieren que por las deficiencias de los registros, la cifra real debió alcanzar los 100 millones de personas. Esto representó un dos y medio por ciento de la totalidad de habitantes del mundo para ese entonces. Ciertas investigaciones la elevan hasta el seis por ciento). Así, la llamada gripe española fue una letal pandemia que acabó con la vida de muchas más personas que la cruenta Primera Guerra Mundial, entonces llamada la Gran Guerra, que duró entre 1914 y 1918, en el pleno corazón de Europa, con un costo humano de unas 19 millones de víctimas, entre combatientes y civiles.
Existió una relación estrecha entre la expansión de la pandemia de 1918 y la Primera Guerra Mundial que estaba en la etapa final del conflicto. Pero a pesar de haber causado muchas más muertes que esa guerra, las noticias sobre el desarrollo de la pandemia  quedaron relegadas por las de la Gran Guerra y  con el tiempo terminaron ocupando mucho menos espacio en las crónicas posteriores referentes al impacto  de ambos eventos en la segunda década del siglo XX.  Esto se debió a la férrea censura impuesta por los militares de todos los bandos en tiempo de guerra, la cual no permitía que la prensa europea y estadounidense informara al público sobre el desarrollo de la epidemia y se ocultaban las altas cifras de mortalidad ocasionadas por ella. Además, en sus inicios la gripe parecía ser un catarro común, no una enfermedad letal que pudiera provocar un estado de alarma. En todo caso, la enfermedad aún era una enigmática novedad y en un principio las muertes solían confundirse con neumonía.
También el nombre de la pandemia, mal llamada gripe española,  se debió a que España se mantuvo neutral en la guerra y sus medios no sufrieron la estricta censura de las naciones beligerantes. En aquél país los medios difundían libremente las alarmantes noticias sobre los casos de la gripe que allí se estaban presentando, sin saber que probablemente provenían de los trabajadores españoles estacionales que venían de laborar en Francia.  El mismo rey  de España, Alfonso XIII, enfermó por la gripe así como algunos altos personeros del gobierno; muchos cines y teatros suspendieron sus actividades y los servicios de correos y telégrafos, al igual que otras instituciones y empresas, se paralizaron casi completamente. Una situación similar se reproducía en muchas otras capitales provinciales españolas. Todo esto generó mucha cobertura mediática y como España se reportaba sin censura el avance de la epidemia en sus regiones, se propagó falsamente la idea de que la gripe se había iniciado en España.     
Muchos autores coinciden en que el foco inicial de la pandemia fue en Estados Unidos, en el campamento militar Funston  de Fort Riley, estado de Kansas, donde se adiestraban los reclutas que luego salían a otros campamentos militares estadounidenses o a las trincheras de la Gran Guerra en Francia.  Albert Gitchell, cocinero del campamento,  se presentó en la mañana del 4 de marzo de 1918 en la enfermería con fiebre, dolor de cabeza y de garganta y ya al mediodía, acudieron a  la enfermería más de cien individuos con sintomatología muy parecida (Ver imagen n° 1).

IMAGEN N° 1
CAMPAMENTO MILITAR FUNSTON  DE FORT RILEY, KANSAS, EN 1918
 

A partir de entonces la epidemia se propagó con una velocidad inusitada para convertirse en pandemia y su desarrollo ocurrió en tres oleadas. La primera oleada de la gripe se propagó con virulencia desde Étaples, en Pas-de-Calais, Francia, donde estaba instalado un hospital de campaña que recluía muchos enfermos de gripe que se unían a los combatientes que habían sobrevivido luego de haber respirado el venenoso gas mostaza, arma usada por los alemanes en el frente occidental europeo. Ya en abril la gripe se había extendido por los estados del Medio Oeste estadounidense y había alcanzado las trincheras del frente occidental en Europa. Tan pronto como finales de mayo, la gripe se había propagado por el resto de Francia, Italia, España, Reino Unido y Alemania, Polonia, Ucrania y el sur de Rusia. La epidemia llegó al norte de África, desde donde avanzó hacia el este, vale decir, la India, China, Japón y Australia. Durante esos primeros meses el vehículo de propagación lo fue la movilización de tropas militares, causando estragos entre los soldados y también entre los civiles. En el mes de julio comenzaron a disminuir el número de casos. Pero entonces vino lo peor: la segunda oleada.
Ésta reapareció hacia los mediados de agosto y se propagó desde los puertos de tres ciudades muy lejanas entre ellas: Boston en los Estados Unidos, en el continente americano, Brest en Francia, en el continente europeo y Freetown en Sierra Leona, en el continente africano.  Los siguientes tres meses fue el período cuando la agresividad de la pandemia se hizo más letal y el índice de fallecidos por la gripe aumentó drásticamente. Paradójicamente tal suceso coincidió con el final de la Gran Guerra y aproximadamente un millón de soldados alemanes,  ya bastante malnutridos cayeron enfermos, lo cual impidió su participación en la última ofensiva; quizás ello contribuyó a acelerar la abdicación del Káiser Guillermo II y la firma del armisticio entre Alemania y los países aliados el 11 de noviembre de 1918, bajo las duras condiciones impuestas por éstos. La incidencia de la segunda oleada de la gripe decayó desde mediados de diciembre.
La tercera oleada de la gripe resurgió en los países por encima de la línea Ecuatorial en los primeros meses de 1919, y en mayo declinó significativamente; pero por debajo de la línea Ecuatorial, la segunda oleada había seguido  afectando  esos países hasta que acabó el año 1919. Las cifras devastadoras de mortalidad en ciudades de Europa y en Estados Unidos, muestra la evolución de la incidencia de la enfermedad entre 1918 y 1919. Se destaca el pico de mortalidad de más de 60 por millar de personas en Nueva York, en octubre de 1918. Allí, quizás la mayor fuente de contagio de la gripe fue la multitudinaria concentración conmemorando el 12 de octubre de 1492 (Ver imagen n° 2).

                      IMAGEN N° 2
                         MORTALIDAD SEMANAL EN CIUDADES DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS 1918-1919


ÍNDICE ANUAL
DE MUERTES
SEMANALES
POR CADA
MILLAR DE
PERSONAS

               

                                    JUNIO 1918          JULIO 1918         AGOSTO 1918       SPTBRE. 1918     OCTBRE. 1918    NOVBRE.1918      DICBRE. 1918    ENERO 1919     FBRO. 1919      MARZO 1919


 Líneas que representan ciudades:  Nueva York ___Londres _ _ _ París Berlín--...--...— 

                           Fuente: Influenza pandemic chart (Reeve Photograph Collection 003143), National Museum of Health and Medicine. Otis Historical Archives 

                                                              

La insuficiencia de información  de los registros estadísticos de la época en muchos lugares es lo que hace sospechar que la cifra total de fallecidos en el mundo por la pandemia de 1918-1919 ha sido subestimada. Los Estados Unidos, país que participó en la I Guerra Mundial pero no la sufrió en su propio suelo, como sí lo hicieron los europeos, y las instituciones estadounidenses que recopilaron datos y registraron las cifras lo pudieron hacer sin que el curso de la guerra interrumpiera o afectara la validez de tales datos, los cuales, una vez levantada la censura para reportarlos resultan dramáticamente elocuentes.
Por ejemplo, la expectativa de vida de los ciudadanos estadounidenses, que antes de 1918 superaba los cincuenta años de edad, se desplomó a menos de cuarenta años en 1918, el año en que se inició la pandemia, una vertiginosa caída en la esperanza de vida de poco más de diez años para esa fecha (Ver imagen n° 3).

IMAGEN N° 3
EVOLUCIÓN CRONOLÓGICA DE LA ESPERANZA DE VIDA DE LOS ESTADOUNIDENSES (1900-1960)
 AÑOS
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En cuanto a la morbilidad (incidencia de la pandemia en la población de cada grupo etario respecto del promedio de toda la población afectada) y la mortalidad (incidencia de fallecimientos por causa de la pandemia respecto de la población total), se observan estadísticas muy elocuentes  reportadas en Estados Unidos (Ver imagen n° 4).

IMAGEN N° 4
RANGO DE EDADES
Fuente:https://www.ncbi.nlm.nih.gov/core/lw/2.0/html/tileshop_pmc/tileshop_pmc_inline.html?title=Click%20on%20image%20to%20zoom&p=PMC3&id=2720273_nihms123030f3.jpg

Se observa, en la imagen n° 4 que los niños hasta un año afectados por la gripe española tenían altas probabilidades de morir; pero en la medida que la edad aumentaba, siendo la incidencia de la gripe más elevada en los adolescentes y jóvenes, la probabilidad de morir por esa causa disminuía drásticamente,  haciéndose mínimo en el grupo etario entre 5 y 14 años de edad. También  la población hasta los 35 años eran los más susceptibles de contraer la gripe entre el promedio de todos los que enfermaban, y después de esa edad, la cantidad de enfermos caía drásticamente por debajo del promedio de aquellos que enfermaban. Eso significa que las personas de mediana edad o más, eran mucho menos susceptibles de enfermarse, es decir, mientras mayor era la persona, menos chance tenía de enfermarse A partir de la edad de 20 años hasta los 40 años, la tasa de mortalidad ascendía considerablemente, siendo el grupo etario con mayor riesgo de morir, los enfermos entre 25 y 34 años; pero a partir de los de 44 años hasta los 64 años enfermaban menos y si lo hacían, tenían menos posibilidades de morir de la gripe. Sin embargo, los pocos mayores de 64 años que enfermaban, sí tenían mucho mayor riesgo de morir. Como ejemplos, hubo muchos personajes bien conocidos en esa época o posteriormente que se enfermaron durante el azote de la pandemia y sobrevivieron tales como el primer ministro británico David Lloyd George de 55 años, el caricaturista estadounidense Walt Disney de 17 años, el activista de la India Mahatma Gandhi de 49 años, la actriz alemana Greta Garbo de 13 años, el presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson de 62 años, el Káiser Guillermo II de Prusia y Alemania de 59 años o el artista expresionista noruego Edvard Munch de 55 años (Imagen n° 5). En conclusión, la gripe al igual que la guerra, se ensañó mortalmente contra la población más activa, pero sin distinguir entre los sexos.  
     
IMAGEN N° 5
AUTORRETRATO DE EDVARD MUNCH, REPONIÉNDOSE  DE LA PANDEMIA DE 1918

Fuente: https://www.wikiart.org/en/edvard-munch/self-portrait-after-spanish-influenza-1919


EL IMPACTO SOCIAL DE LA PANDEMIA Y LA IDENTIFICACIÓN DE SU ORIGEN

Las medidas que se tomaban para evitar la propagación de la pandemia en todas partes siempre resultaron insuficientes para contenerla (Ver imágenes n° 6 y n° 7). El constante desplazamiento de soldados por la guerra, las insalubres condiciones de las trincheras en los diferentes frentes de batalla (Ver imagen n° 8), el hambre crónica en muchas partes,  las pobres condiciones sanitarias urbanas, la ausencia de tratamientos médicos efectivos cuando aún no se habían desarrollado los antibióticos ni se conocía de la existencia de los virus y la incapacidad de los medidas sanitarias para contener la enfermedad, contribuyeron altamente en su conjunto a la elevada mortalidad de la pandemia, la cual a su vez  probablemente sirvió de elemento catalizador para acelerar  el fin de la guerra. Pero en un giro del destino, justo cuando los soldados británicos regresaban, la letal gripe llegó hasta sus hogares.

                                                         IMAGEN N° 6  

LEYENDA DE UN CARTEL EN 1918: SI ESCUPES, ESTORNUDAS O TOSES CON DESCUIDO, PROPAGAS LA GRIPE

IMAGEN N° 7

PAREJA CON MASCARILLAS EN EL CENTRO DE LONDRES           
                                                                                              
                                 Fuente: https://www.nationalgeographic.com.es/temas/medicina/fotos  SPL / AGE  Fotostock 43/98                                                                                       
IMAGEN N° 8
SOLDADOS  HACINADOS EN LAS TRINCHERAS  DEL FRENTE
Fuente: Bettmann Archives/Getty Images

En los muchos países afectados, el temor colectivo y el sentimiento de desconcierto hicieron presa de la gente con la misma rapidez con la cual se expandía la pandemia. Los establecimientos comerciales y las empresas se paralizaron,  se prohibieron reuniones de personas y la celebración de ritos religiosos y velorios, escaseaban los bienes de primera necesidad, la mayoría de los servicios públicos como transporte, telégrafos  y correos virtualmente dejaron de operar, haciendo más difícil la vida diaria; a la vez,  la mayoría de las personas estaban de duelo por algún familiar fallecido de quien seguramente no pudieron tener ningún ritual de despedida; pero los hospitales, con insuficiente personal médico o de enfermería,  faltos de medicamentos y equipos sanitarios, estaban rebasados por el cúmulo de enfermos. Por otra parte, los servicios funerarios colapsaban, en muchos sitios los muertos se apilaban en las calles, el hedor de la muerte era insoportable  y niños huérfanos sobrevivientes clamaban por atención, caminando sin rumbo fijo (Ver imagen n° 9).

IMAGEN N° 9
HUERFANITOS ESTADOUNIDENSES CUYOS PADRES MURIERON EN LA PANDEMIA DE 1918

Fuente: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6187799/ Fotografía en 1919 por Sue Brown French, esposa del Dr. Linus Hiram French  quien se hizo cargo de huérfanos en Dillingham, Arkansas.

Como frecuentemente ocurre en estos casos, la pandemia también exacerbó manifestaciones xenófobas, racistas o discriminatorias. En los estados del Oeste de Estados Unidos se responsabilizaba  a los  chinos de haber traído la gripe. En China se culpabilizaba a los misioneros cristianos que habían llegado de países occidentales. En España discriminaban a los portugueses, mientras en Portugal se acusaba a los españoles. Los británicos decían sarcásticamente que sus soldados enfermos habían estado en contacto con The Spanish Lady (la dama española). En Polonia responsabilizaban a los combatientes rusos liberados que caminaban hacia su tierra. En Nueva York se discriminaba a los inmigrantes italianos de los suburbios más pobres. En Suráfrica los afrikáners endurecían el Apartheid contra los negros señalados como causantes de la gripe. Y así sucesivamente, se repetían esas actitudes reactivas resultantes del miedo que alimentaban más el rechazo de minorías étnicas o grupos sociales en muchas partes.
El virus responsable se logró identificar en 1933 al desarrollarse el microscopio electrónico, pero no fue sino hasta  1997, cuando el científico Johan Hultin llegó a Brevig Mission, una aldea de Alaska, en los Estados Unidos, donde ochenta años atrás había muerto el 90 por ciento de sus habitantes por la pandemia de 1918.  Allí desenterró el cuerpo congelado de una mujer perfectamente preservado,  de quien extirpó una muestra de su pulmón y volvió a inhumarlo. Así se pudo hacer una secuencia del genoma del letal virus que se extinguió a los dos años de haber aparecido. Hoy se sabe que era una cepa A del tipo H1N1, como el que reside en las aves,  que mutó para contagiar  a los humanos, cuyo sistema inmunológico, sobre todo en los jóvenes de 1918, no tenía protección en su memoria genética. Los expertos coinciden en que esa fue la causa principal de la elevadísima mortalidad en el grupo etario entre los 20 y 40 años.

EL AZOTE DE LA PANDEMIA EN VENEZUELA

Para 1918, Venezuela entonces no vivía de la explotación petrolera,  contaba con una población de poco menos de dos y medio millones de habitantes, 75% rural y 25% urbano; la gran mayoría de pobladores padecía condiciones de extrema pobreza, insalubridad y analfabetismo; la población siempre estaba amenazada por una serie de enfermedades tropicales endémicas y brotes epidémicos frecuentes; los sistemas de atención de la salud eran precarios en las principales ciudades y virtualmente inexistentes en el sector rural; apenas se podría contar con un médico por cada cinco mil habitantes y la inversión pública en salud era prácticamente nula. No debe extrañar entonces que la esperanza de vida estuviera por debajo de los  42 años de edad.  En ese contexto fue cuando la pandemia azotó a Venezuela.
El primer registro reportado de la llamada gripe española lo fue el 16 de octubre en el puerto de La Guaira, con más más de cuarenta soldados venezolanos que llegaron enfermos.  El contagio también se esparció desde otras ciudades portuarias grandes y pequeñas, como Cumaná, Puerto Cabello, La Vela de Coro, Adícora, Cumarebo y Maracaibo; de allí viajó por tren hacia el interior del país, también lo hizo más lentamente a lomo de bestias y a pie. Desde finales de octubre hasta los finales de noviembre en Caracas murieron 1.665 personas de la gripe. A partir de la ya crítica  situación que significaba la atención de tantos enfermos en la capital, se instaló como mecanismo de coordinación sanitaria, una Junta de Socorro Central en Caracas que contaba con una representación en cada parroquia y cada estado de Venezuela para poder articular las medidas sanitarias que combatieran el avance de la pandemia. Los médicos Luis Razetti, Rafael Requena y Francisco Antonio Rísquez, coordinaban los hospitales dedicados a la atención de los contagiados en Caracas.
Las medidas impuestas por el gobierno del presidido por el férreo dictador Juan Vicente Gómez, asesorado por  la Junta de Socorro, eran: desinfectar diariamente todo medio de transporte, vale decir, trenes, tranvías, coches y automóviles; se suspendieron todos los eventos públicos en teatros, iglesias, procesiones, y realización de clases; había que reportar de manera obligatoria la aparición cada caso de la enfermedad; y estaba absolutamente prohibido tener algún tipo de contacto físico con personas contagiadas. Como remedios caseros se utilizaba aceite de tártago, acompañado  con jarabe de ipecacuana e infusiones de tilo con cebada diluida en agua. En la ciudad portuaria de La Guaira la situación era tan crítica que se tomaron medidas profilácticas  extremas: se programaron incendios en varias casas con los muertos por la enfermedad en su interior, a veces sin averiguar suficientemente si allí permanecían contagiados muy graves pero aún con vida.
No obstante, tales medidas no pudieron evitar que, según los cálculos del Dr. Razetti, la cifra de contagios fuese del 75 % sobre la población de Caracas, y entre octubre y noviembre, la elevada tasa de  mortalidad llegó a ser  del 1,9 % sobre el total de enfermos; entre los fallecidos estuvo Alí Gómez, un hijo del dictador Gómez. Éste último permaneció instalado en Maracay, y no tuvo apariciones públicas durante los primeros tres meses más críticos de la epidemia en Venezuela.
Por otra parte, a pesar del pobre sistema de comunicaciones terrestres y la limitada movilización de las personas, la pandemia se esparció vertiginosamente por casi todo el país entre los meses de octubre y diciembre de 1918 y así continuó todo el resto del año 1919. Sin embargo, en vista de la disminución de la cantidad de  fallecimientos en Caracas, el gobierno del dictador Juan Vicente Gómez, decidió decretar la extinción de la epidemia el 30 de diciembre de 1918; en consecuencia se suspendió la cuarentena y las restricciones para restringir el contagio, los alumnos volvieron a clases, se abrieron los templos, teatros y  todos los espacios de concentraciones públicas. Según el criterio oficial, los casos de gripe y sus defunciones posteriormente a esa fecha, ya no debían registrarse como víctimas de la pandemia. Evidentemente este decreto contribuyó a la expansión de la gripe en el resto del país.
Afortunadamente, los reportes confidenciales de la Junta de Socorro y otras fuentes de publicaciones académicas mantuvieron la información registrada lo más apropiadamente posible. Gracias a ello se supo que  la totalidad de defunciones por la gripe entre octubre de 1918 y diciembre de 1919 en toda Venezuela fue de 23.318 personas para una población total que se estimaba en 2.362.977 habitantes. Ello representaba aproximadamente el 1 % de ese censo poblacional. Sin embargo, es muy posible que el registro de casos para todo el país debió subestimarse en cifras importantes.
El Dr. Luis Razetti Martínez,  hijo de un inmigrante genovés y de una nieta de don Miguel José Sanz, un sabio y prócer civil de la independencia venezolana, ejercía como secretario perpetuo de la Academia Nacional de Medicina, y  fue un importante actor que jugó un papel protagónico durante ese contexto crítico de la gripe. Él mantuvo el criterio científico de que aquella había sido una fatal epidemia de influenza, polemizando con otros  bacteriólogos que estaban tras la inútil búsqueda de una presunta bacteria responsable. Razetti promovió que se publicaran artículos especializados, con estadísticas y debates sobre la epidemia en la Gaceta Médica de Caracas, órgano de la Academia Nacional de Medicina, y a partir de 1919 se inició la edición trimestral de los Anales de la Dirección de Sanidad Nacional, en donde se presentaban datos confiables sobre enfermedades en el país y su impacto en la población.  Fue un impulso estimulante para la organización científica de la sanidad pública venezolana (Ver imagen n° 10).

 IMAGEN N° 10
DR. LUIS RAZETTI (1862-1932)
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Sin embargo, pese haber sido una calamidad mayor,  no se estudió ni se reportó suficientemente. Seguramente la censura y el silencio oficial contribuyó a que se haya tenido un recuerdo difuso de esa tragedia en Venezuela; pero haber tratado de sepultarla en el olvido  nunca fue suficiente para borrar del todo la memoria colectiva. Así, en el sector sur del cementerio de Caracas (hoy Cementerio General del Sur) las autoridades de la época abrieron una gran fosa para sepultar las muchas víctimas de bajos recursos, muchas  veces sin identificarlas. Con el paso del tiempo, a esa sección del cementerio se la conocía como “La Peste Vieja”, por el uso que se le había dado durante el azote de la gripe. Setenta años después, una ampliación de la “La Peste Vieja” sirvió como fosa común para sepultar muchas de las víctimas del trágico estallido social  conocido como “Caracazo” y se le dio el nombre de “La Peste Nueva”. Un siglo después del azote de aquella “peste”, luego de un proceso  de demolición de instituciones, actualmente el sistema de salud venezolano se encuentra de nuevo muy vulnerable para  afrontar el embate de una nueva y feroz pandemia en el siglo XXI: el  coronavirus o Covid-19. Hoy cobra vigencia un llamado de Luis Razetti a sus discípulos: “Es necesario sanear a Venezuela. La ciencia sanitaria es el primero de los factores de progreso humano…”
Mientras la mortandad ya estaba asolando a Venezuela en 1918, en  el caserío de Boro, tras casi dos días continuos de intensa fiebre, pálida y debilitada, Sara emergió de su sopor al sentir un movimiento en su vientre, alegrándola de saber que su criatura seguía con vida. Al no haber sufrido una crisis respiratoria tan severa, su talante de positividad la ayudó a recuperarse y entendió que se había librado por poco de la suerte trágica de otros menos afortunados, por el hecho de estar dentro del umbral de  la edad a partir de la cual la gripe era con frecuencia mortal. La única secuela de la gripe fue una pérdida parcial permanente de la capacidad auditiva de un oído. Tres meses después de haberse restablecido, Sara Yépez de Anzola, que así se llamaba esa joven,  dio a luz al hijo que llevaba en sus entrañas: mi padre. Gracias al carácter optimista y temple de mi abuela, ella vivió setenta años más y personalmente fue quien me contó aquella crucial experiencia suya. Por eso puedo hoy compartir esta historia.  

REFERENCIAS CONSULTADAS

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