Eduardo J. Anzola
Toda historia es siempre historia contemporánea.
Benedetto
Croce, Historiador y filósofo italiano (1866
– 1952).
LA ENTRADA DE LA INESPERADA PESTE AL REMOTO BORO
Al llegar finalmente al
caserío de Boro, empapada por la lluvia pertinaz, adolorida y fatigada, Sara se
apeó de la mula después de un escarpado y sinuoso recorrido de dos días bajando
desde las húmedas y boscosas zonas altas de los límites entre los estados Lara,
Trujillo y Portuguesa. Su compañero de
viaje era su esposo, quien la dejó reposando casa de su madre para que fuese mejor
atendida y se repusiera en esa aldea rural, distante a una hora a caballo de la
ciudad de El Tocuyo, en el estado Lara. Sara era una buenamoza joven ágil y menuda
de poco más de veinte años, de ojos vivaces que brillaban bajo el arco de sus
pobladas cejas denotando su carácter optimista y temple impetuoso. Pero exhausta
como estaba, lo que más la angustiaba era que ya no percibía ningún movimiento
de la pequeña criatura que venía albergando en su vientre desde hacía casi seis
meses.
En esos días de finales
de noviembre, luego de una jornada de reposo absoluto, Sara se enteró de otras muy
malas noticias. En esa pequeña localidad recién habían muerto una joven prima
suya y uno que otro vecino, personas conocidas atacadas por una virulenta gripe. Quizás alguien habría traído
la epidemia hasta El Tocuyo, y desde allí se estaba propagando a los caseríos
próximos. Los muy pocos que estaban mejor enterados ya sabían que desde
octubre, en Caracas, La Guaira, Maracaibo o Puerto Cabello esa gripe ya estaba
diezmando a familias enteras; allí los cadáveres se apilaban y tanto enterradores como urnas eran insuficientes; a
varios muertos de condición humilde los trasladaban a fosas comunes en sus
propias sábanas o en hamacas, y las víctimas, fueran ricos o pobres, no tenían
ninguna ceremonia funeraria mientras la mayoría
de la gente permanecía en sus casas muy aterrorizada. Los enfermos presentaban
síntomas espeluznantes, padecían fiebre alta, dolor de cabeza y dificultades
para respirar; los pulmones se iban
saturando con los fluidos corporales provocando accesos incontrolables de tos,
vómitos de sangre y sangrado nasal. Esta serie de complicaciones frecuentemente continuaba en menos de una
semana con una respiración cada vez más fatigosa, la punta de los dedos, de las
orejas, de la nariz y de los labios adquirían un tono azulado por la falta de
oxígeno en la sangre o cianosis y con los últimos silbidos de los pulmones
suplicando por el aire insuficiente, el enfermo moría. Para espanto de los
familiares y dolientes, de inmediato toda la piel del cadáver se tornaba negra.
Para colmo de males, desde
esa misma noche, Sara se estremecía en su cama durante largas horas con fuertes
escalofríos y fiebre alta. Empapadas las
sábanas con su copioso sudor, entre sus delirios, tenía breves momentos de
conciencia donde apenas oía los sollozos
de su madre y rezos de los suyos, temerosos
y preocupados como estaban en esa casa por la amenaza que cernía sobre todos y
específicamente sobre Sara, ese implacable verdugo invisible de aquella gripe.
EL LETAL AZOTE DE LA
LLAMADA GRIPE ESPAÑOLA
Nadie imaginaba entonces
que, al igual que muchas personas, ella estaba padeciendo la mortífera pandemia
de la gripe española de 1918, un letal virus de influenza del cual se enfermó
entre un cuarto y un tercio de la población en todo el mundo, provocando entre
1918 y 1920, el fallecimiento de unos 50
millones de personas, en su mayoría con edades entre los veinte y los cuarenta años (algunos autores sugieren que por las
deficiencias de los registros, la cifra real debió alcanzar los 100 millones de
personas. Esto representó un dos y medio por ciento de la totalidad de
habitantes del mundo para ese entonces. Ciertas investigaciones la elevan hasta
el seis por ciento). Así, la llamada gripe española fue una letal pandemia que
acabó con la vida de muchas más personas que la cruenta Primera Guerra Mundial,
entonces llamada la Gran Guerra, que duró entre 1914 y 1918, en el pleno
corazón de Europa, con un costo humano de unas 19 millones de víctimas, entre
combatientes y civiles.
Existió una relación
estrecha entre la expansión de la pandemia de 1918 y la Primera Guerra Mundial
que estaba en la etapa final del conflicto. Pero a pesar de haber causado
muchas más muertes que esa guerra, las noticias sobre el desarrollo de la
pandemia quedaron relegadas por las de
la Gran Guerra y con el tiempo
terminaron ocupando mucho menos espacio en las crónicas posteriores referentes
al impacto de ambos eventos en la
segunda década del siglo XX. Esto se
debió a la férrea censura impuesta por los militares de todos los bandos en
tiempo de guerra, la cual no permitía que la prensa europea y estadounidense
informara al público sobre el desarrollo de la epidemia y se ocultaban las
altas cifras de mortalidad ocasionadas por ella. Además, en sus inicios la
gripe parecía ser un catarro común, no una enfermedad letal que pudiera
provocar un estado de alarma. En todo caso, la enfermedad aún era una enigmática
novedad y en un principio las muertes solían confundirse con neumonía.
También el nombre de la
pandemia, mal llamada gripe española, se
debió a que España se mantuvo neutral en la guerra y sus medios no sufrieron la
estricta censura de las naciones beligerantes. En aquél país los medios difundían
libremente las alarmantes noticias sobre los casos de la gripe que allí se
estaban presentando, sin saber que probablemente provenían de los trabajadores
españoles estacionales que venían de laborar en Francia. El mismo rey
de España, Alfonso XIII, enfermó por la gripe así como algunos altos
personeros del gobierno; muchos cines y teatros suspendieron sus actividades y los
servicios de correos y telégrafos, al igual que otras instituciones y empresas,
se paralizaron casi completamente. Una situación similar se reproducía en
muchas otras capitales provinciales españolas. Todo esto generó mucha cobertura
mediática y como España se reportaba sin censura el avance de la epidemia en
sus regiones, se propagó falsamente la idea de que la gripe se había iniciado
en España.
Muchos autores coinciden
en que el foco inicial de la pandemia fue en Estados Unidos, en el campamento
militar Funston de Fort Riley, estado de
Kansas, donde se adiestraban los reclutas que luego salían a otros campamentos
militares estadounidenses o a las trincheras de la Gran Guerra en Francia. Albert Gitchell, cocinero del campamento, se presentó en la mañana del 4 de marzo de
1918 en la enfermería con fiebre, dolor de cabeza y de garganta y ya al
mediodía, acudieron a la enfermería más
de cien individuos con sintomatología muy parecida (Ver imagen n° 1).
IMAGEN N° 1
CAMPAMENTO MILITAR FUNSTON DE FORT RILEY, KANSAS, EN 1918
A partir de entonces la
epidemia se propagó con una velocidad inusitada para convertirse en pandemia y
su desarrollo ocurrió en tres oleadas. La primera oleada de la gripe se propagó con
virulencia desde Étaples, en Pas-de-Calais, Francia, donde estaba instalado un
hospital de campaña que recluía muchos enfermos de gripe que se unían a los
combatientes que habían sobrevivido luego de haber respirado el venenoso gas
mostaza, arma usada por los alemanes en el frente occidental europeo. Ya en
abril la gripe se había extendido por los estados del Medio Oeste
estadounidense y había alcanzado las trincheras del frente occidental en Europa.
Tan pronto como finales de mayo, la gripe se había propagado por el resto de
Francia, Italia, España, Reino Unido y Alemania, Polonia, Ucrania y el sur de Rusia.
La epidemia llegó al norte de África, desde donde avanzó hacia el este, vale
decir, la India, China, Japón y Australia. Durante esos primeros meses el vehículo
de propagación lo fue la movilización de tropas militares, causando estragos
entre los soldados y también entre los civiles. En el mes de julio comenzaron a
disminuir el número de casos. Pero entonces vino lo peor: la segunda oleada.
Ésta reapareció hacia los
mediados de agosto y se propagó desde los puertos de tres ciudades muy lejanas
entre ellas: Boston en los Estados Unidos, en el continente americano, Brest en
Francia, en el continente europeo y Freetown en Sierra Leona, en el continente
africano. Los siguientes tres meses fue
el período cuando la agresividad de la pandemia se hizo más letal y el índice
de fallecidos por la gripe aumentó drásticamente. Paradójicamente tal suceso
coincidió con el final de la Gran Guerra y
aproximadamente un millón de soldados alemanes, ya bastante malnutridos cayeron enfermos, lo
cual impidió su participación en la última ofensiva; quizás ello contribuyó a
acelerar la abdicación del Káiser Guillermo II y la firma del armisticio entre Alemania
y los países aliados el 11 de noviembre de 1918, bajo las duras condiciones
impuestas por éstos. La incidencia de la segunda oleada de la gripe decayó
desde mediados de diciembre.
La tercera oleada de la
gripe resurgió en los países por encima de la línea Ecuatorial en los primeros
meses de 1919, y en mayo declinó significativamente; pero por debajo de la
línea Ecuatorial, la segunda oleada había seguido afectando
esos países hasta que acabó el año 1919. Las cifras devastadoras de
mortalidad en ciudades de Europa y en Estados Unidos, muestra la evolución de
la incidencia de la enfermedad entre 1918 y 1919. Se destaca el pico de
mortalidad de más de 60 por millar de personas en Nueva York, en octubre de
1918. Allí, quizás la mayor fuente de contagio de la gripe fue la
multitudinaria concentración conmemorando el 12 de octubre de 1492 (Ver imagen
n° 2).
IMAGEN N° 2
MORTALIDAD SEMANAL EN CIUDADES DE
EUROPA Y ESTADOS UNIDOS 1918-1919
ÍNDICE ANUAL
|
DE MUERTES
|
SEMANALES
|
POR CADA
|
MILLAR DE
|
PERSONAS
|
JUNIO 1918 JULIO 1918 AGOSTO 1918
SPTBRE. 1918 OCTBRE.
1918 NOVBRE.1918 DICBRE. 1918 ENERO 1919 FBRO.
1919 MARZO 1919
Líneas que representan
ciudades: Nueva York ___Londres _ _ _ París … Berlín--...--...—
Fuente:
Influenza pandemic chart (Reeve Photograph Collection 003143), National Museum
of Health and Medicine. Otis Historical
Archives
La insuficiencia de
información de los registros
estadísticos de la época en muchos lugares es lo que hace sospechar que la
cifra total de fallecidos en el mundo por la pandemia de 1918-1919 ha sido
subestimada. Los Estados Unidos, país que participó en la I Guerra Mundial pero
no la sufrió en su propio suelo, como sí lo hicieron los europeos, y las
instituciones estadounidenses que recopilaron datos y registraron las cifras lo
pudieron hacer sin que el curso de la guerra interrumpiera o afectara la
validez de tales datos, los cuales, una vez levantada la censura para
reportarlos resultan dramáticamente elocuentes.
Por ejemplo, la
expectativa de vida de los ciudadanos estadounidenses, que antes de 1918
superaba los cincuenta años de edad, se desplomó a menos de cuarenta años en
1918, el año en que se inició la pandemia, una vertiginosa caída en la
esperanza de vida de poco más de diez años para esa fecha (Ver imagen n° 3).
IMAGEN N° 3
EVOLUCIÓN CRONOLÓGICA DE LA ESPERANZA DE VIDA DE
LOS ESTADOUNIDENSES (1900-1960)
2720273_nihms123030f1.jpg
En cuanto a la morbilidad (incidencia de la
pandemia en la población de cada grupo etario respecto del promedio de toda la
población afectada) y la mortalidad (incidencia de fallecimientos por causa de
la pandemia respecto de la población total), se observan estadísticas muy
elocuentes reportadas en Estados
Unidos (Ver imagen n° 4).
IMAGEN
N° 4
RANGO
DE EDADES
Fuente:https://www.ncbi.nlm.nih.gov/core/lw/2.0/html/tileshop_pmc/tileshop_pmc_inline.html?title=Click%20on%20image%20to%20zoom&p=PMC3&id=2720273_nihms123030f3.jpg
Se observa, en la imagen
n° 4 que los niños hasta un año afectados por la gripe española tenían altas
probabilidades de morir; pero en la medida que la edad aumentaba, siendo la
incidencia de la gripe más elevada en los adolescentes y jóvenes, la
probabilidad de morir por esa causa disminuía drásticamente, haciéndose mínimo en el grupo etario entre 5
y 14 años de edad. También la población
hasta los 35 años eran los más susceptibles de contraer la gripe entre el
promedio de todos los que enfermaban, y después de esa edad, la cantidad de
enfermos caía drásticamente por debajo del promedio de aquellos que enfermaban.
Eso significa que las personas de mediana edad o más, eran mucho menos
susceptibles de enfermarse, es decir, mientras mayor era la persona, menos
chance tenía de enfermarse A partir de la edad de 20 años hasta los 40 años, la
tasa de mortalidad ascendía considerablemente, siendo el grupo etario con mayor
riesgo de morir, los enfermos entre 25 y 34 años; pero a partir de los de 44
años hasta los 64 años enfermaban menos y si lo hacían, tenían menos
posibilidades de morir de la gripe. Sin embargo, los pocos mayores de 64 años
que enfermaban, sí tenían mucho mayor riesgo de morir. Como ejemplos, hubo
muchos personajes bien conocidos en esa época o posteriormente que se enfermaron
durante el azote de la pandemia y sobrevivieron tales como el primer ministro
británico David Lloyd George de 55 años, el caricaturista estadounidense Walt
Disney de 17 años, el activista de la India Mahatma Gandhi de 49 años, la actriz
alemana Greta Garbo de 13 años, el presidente estadounidense Thomas Woodrow
Wilson de 62 años, el Káiser Guillermo II de Prusia y Alemania de 59 años o el
artista expresionista noruego Edvard Munch de 55 años (Imagen n° 5). En
conclusión, la gripe al igual que la guerra, se ensañó mortalmente contra la
población más activa, pero sin distinguir entre los sexos.
IMAGEN N° 5
AUTORRETRATO DE EDVARD MUNCH, REPONIÉNDOSE DE LA PANDEMIA DE 1918
Fuente: https://www.wikiart.org/en/edvard-munch/self-portrait-after-spanish-influenza-1919
EL IMPACTO SOCIAL DE LA
PANDEMIA Y LA IDENTIFICACIÓN DE SU ORIGEN
Las medidas que se
tomaban para evitar la propagación de la pandemia en todas partes siempre
resultaron insuficientes para contenerla (Ver imágenes n° 6 y n° 7). El
constante desplazamiento de soldados por la guerra, las insalubres condiciones
de las trincheras en los diferentes frentes de batalla (Ver imagen n° 8), el
hambre crónica en muchas partes, las
pobres condiciones sanitarias urbanas, la ausencia de tratamientos médicos
efectivos cuando aún no se habían desarrollado los antibióticos ni se conocía
de la existencia de los virus y la incapacidad de los medidas sanitarias para
contener la enfermedad, contribuyeron altamente en su conjunto a la elevada
mortalidad de la pandemia, la cual a su vez
probablemente sirvió de elemento catalizador para acelerar el fin de la guerra. Pero en un giro del
destino, justo cuando los soldados británicos regresaban, la letal gripe llegó hasta
sus hogares.
IMAGEN N° 6
LEYENDA
DE UN CARTEL EN 1918: SI
ESCUPES, ESTORNUDAS O TOSES CON DESCUIDO,
PROPAGAS LA GRIPE
IMAGEN N° 7
PAREJA
CON MASCARILLAS EN EL
CENTRO DE LONDRES
IMAGEN N° 8
SOLDADOS HACINADOS
EN LAS TRINCHERAS DEL FRENTE
Fuente: Bettmann
Archives/Getty Images
En los muchos países afectados,
el temor colectivo y el sentimiento de desconcierto hicieron presa de la gente
con la misma rapidez con la cual se expandía la pandemia. Los establecimientos
comerciales y las empresas se paralizaron,
se prohibieron reuniones de personas y la celebración de ritos
religiosos y velorios, escaseaban los bienes de primera necesidad, la mayoría
de los servicios públicos como transporte, telégrafos y correos virtualmente dejaron de operar,
haciendo más difícil la vida diaria; a la vez,
la mayoría de las personas estaban de duelo por algún familiar fallecido
de quien seguramente no pudieron tener ningún ritual de despedida; pero los
hospitales, con insuficiente personal médico o de enfermería, faltos de medicamentos y equipos sanitarios,
estaban rebasados por el cúmulo de enfermos. Por otra parte, los servicios
funerarios colapsaban, en muchos sitios los muertos se apilaban en las calles,
el hedor de la muerte era insoportable y
niños huérfanos sobrevivientes clamaban por atención, caminando sin rumbo fijo
(Ver imagen n° 9).
IMAGEN N° 9
HUERFANITOS ESTADOUNIDENSES CUYOS PADRES MURIERON
EN LA PANDEMIA DE 1918
Fuente: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6187799/ Fotografía en 1919 por
Sue Brown French, esposa del Dr. Linus Hiram French quien se hizo cargo de huérfanos en
Dillingham, Arkansas.
Como frecuentemente
ocurre en estos casos, la pandemia también exacerbó manifestaciones xenófobas,
racistas o discriminatorias. En los estados del Oeste de Estados Unidos se
responsabilizaba a los chinos de haber traído la gripe. En China se
culpabilizaba a los misioneros cristianos que habían llegado de países
occidentales. En España discriminaban a los portugueses, mientras en Portugal
se acusaba a los españoles. Los británicos decían sarcásticamente que sus
soldados enfermos habían estado en contacto con The Spanish Lady (la dama española). En Polonia responsabilizaban a
los combatientes rusos liberados que caminaban hacia su tierra. En Nueva York se
discriminaba a los inmigrantes italianos de los suburbios más pobres. En
Suráfrica los afrikáners endurecían
el Apartheid contra los negros señalados
como causantes de la gripe. Y así sucesivamente, se repetían esas actitudes
reactivas resultantes del miedo que alimentaban más el rechazo de minorías
étnicas o grupos sociales en muchas partes.
El virus responsable se
logró identificar en 1933 al desarrollarse el microscopio electrónico, pero no fue
sino hasta 1997, cuando el científico
Johan Hultin llegó a Brevig Mission, una aldea de Alaska, en los Estados
Unidos, donde ochenta años atrás había muerto el 90 por ciento de sus
habitantes por la pandemia de 1918. Allí
desenterró el cuerpo congelado de una mujer perfectamente preservado, de quien extirpó una muestra de su pulmón y
volvió a inhumarlo. Así se pudo hacer una secuencia del genoma del letal virus
que se extinguió a los dos años de haber aparecido. Hoy se sabe que era una cepa
A del tipo H1N1, como el que reside en las aves, que mutó para contagiar a los humanos, cuyo sistema inmunológico,
sobre todo en los jóvenes de 1918, no tenía protección en su memoria genética.
Los expertos coinciden en que esa fue la causa principal de la elevadísima mortalidad
en el grupo etario entre los 20 y 40 años.
EL AZOTE DE LA PANDEMIA EN
VENEZUELA
Para 1918, Venezuela
entonces no vivía de la explotación petrolera,
contaba con una población de poco menos de dos y medio millones de
habitantes, 75% rural y 25% urbano; la gran mayoría de pobladores padecía
condiciones de extrema pobreza, insalubridad y analfabetismo; la población
siempre estaba amenazada por una serie de enfermedades tropicales endémicas y
brotes epidémicos frecuentes; los sistemas de atención de la salud eran
precarios en las principales ciudades y virtualmente inexistentes en el sector
rural; apenas se podría contar con un médico por cada cinco mil habitantes y la
inversión pública en salud era prácticamente nula. No debe extrañar entonces
que la esperanza de vida estuviera por debajo de los 42 años de edad. En ese contexto fue cuando la pandemia azotó
a Venezuela.
El primer registro
reportado de la llamada gripe española lo fue el 16 de octubre en el puerto de
La Guaira, con más más de cuarenta soldados venezolanos que llegaron
enfermos. El contagio también se
esparció desde otras ciudades portuarias grandes y pequeñas, como Cumaná,
Puerto Cabello, La Vela de Coro, Adícora, Cumarebo y Maracaibo; de allí viajó
por tren hacia el interior del país, también lo hizo más lentamente a lomo de
bestias y a pie. Desde finales de octubre hasta los finales de noviembre en
Caracas murieron 1.665 personas de la gripe. A partir de la ya crítica situación que significaba la atención de
tantos enfermos en la capital, se instaló como mecanismo de coordinación
sanitaria, una Junta de Socorro
Central en Caracas que contaba con una representación en cada parroquia
y cada estado de Venezuela para poder articular las medidas sanitarias que
combatieran el avance de la pandemia. Los médicos Luis Razetti, Rafael Requena
y Francisco Antonio Rísquez, coordinaban los hospitales dedicados a la atención
de los contagiados en Caracas.
Las medidas impuestas por
el gobierno del presidido por el férreo dictador Juan Vicente Gómez, asesorado
por la Junta de Socorro, eran:
desinfectar diariamente todo medio de transporte, vale decir, trenes, tranvías,
coches y automóviles; se suspendieron todos los eventos públicos en teatros,
iglesias, procesiones, y realización de clases; había que reportar de manera
obligatoria la aparición cada caso de la enfermedad; y estaba absolutamente
prohibido tener algún tipo de contacto físico con personas contagiadas. Como
remedios caseros se utilizaba aceite de tártago, acompañado con jarabe de ipecacuana e infusiones de tilo
con cebada diluida en agua. En la ciudad portuaria de La Guaira la situación
era tan crítica que se tomaron medidas profilácticas extremas: se programaron incendios en varias
casas con los muertos por la enfermedad en su interior, a veces sin averiguar
suficientemente si allí permanecían contagiados muy graves pero aún con vida.
No obstante, tales
medidas no pudieron evitar que, según los cálculos del Dr. Razetti, la cifra de
contagios fuese del 75 % sobre la población de Caracas, y entre octubre y
noviembre, la elevada tasa de mortalidad
llegó a ser del 1,9 % sobre el total de
enfermos; entre los fallecidos estuvo Alí Gómez, un hijo del dictador Gómez.
Éste último permaneció instalado en Maracay, y no tuvo apariciones públicas
durante los primeros tres meses más críticos de la epidemia en Venezuela.
Por otra parte, a pesar
del pobre sistema de comunicaciones terrestres y la limitada movilización de
las personas, la pandemia se esparció vertiginosamente por casi todo el país entre
los meses de
octubre
y diciembre de 1918 y así continuó todo el resto del año 1919. Sin
embargo, en vista de la disminución de la cantidad de fallecimientos en Caracas, el gobierno del
dictador Juan Vicente Gómez, decidió decretar la extinción de la epidemia el 30
de diciembre de 1918; en consecuencia se suspendió la cuarentena y las
restricciones para restringir el contagio, los alumnos volvieron a clases, se
abrieron los templos, teatros y todos
los espacios de concentraciones públicas. Según el criterio oficial, los casos
de gripe y sus defunciones posteriormente a esa fecha, ya no debían registrarse
como víctimas de la pandemia. Evidentemente este decreto contribuyó a la
expansión de la gripe en el resto del país.
Afortunadamente, los
reportes confidenciales de la Junta de Socorro y otras fuentes de publicaciones
académicas mantuvieron la información registrada lo más apropiadamente posible.
Gracias a ello se supo que la totalidad
de defunciones por la gripe entre octubre de 1918 y diciembre de 1919 en toda
Venezuela fue de 23.318 personas para una población total que se estimaba en
2.362.977 habitantes. Ello representaba aproximadamente el 1 % de ese censo
poblacional. Sin embargo, es muy posible que el registro de casos para todo el
país debió subestimarse en cifras importantes.
El Dr. Luis Razetti Martínez,
hijo de un inmigrante genovés y de una
nieta de don Miguel José Sanz, un sabio y prócer civil de la independencia
venezolana, ejercía como secretario perpetuo de la Academia Nacional de
Medicina, y fue un importante actor que
jugó un papel protagónico durante ese contexto crítico de la gripe. Él mantuvo
el criterio científico de que aquella había sido una fatal epidemia de
influenza, polemizando con otros
bacteriólogos que estaban tras la inútil búsqueda de una presunta
bacteria responsable. Razetti promovió que se publicaran artículos
especializados, con estadísticas y debates sobre la epidemia en la Gaceta
Médica de Caracas, órgano de la Academia Nacional de Medicina, y a partir de
1919 se inició la edición trimestral de los Anales de la Dirección de Sanidad
Nacional, en donde se presentaban datos confiables sobre enfermedades en el
país y su impacto en la población. Fue
un impulso estimulante para la organización científica de la sanidad pública
venezolana (Ver imagen n° 10).
IMAGEN N° 10
DR. LUIS RAZETTI (1862-1932)
Fuente: https://www.google.com/search?rlz=1C1CHBD_esVE801VE801&q=luis+razetti&tbm=isch&source=univ&sa=X&ved=
2ahUKEwjutqvi0MjoAhVuneAKHWNqAyEQiR56BAgMEBA&biw=1422&bih=711
Sin embargo, pese haber
sido una calamidad mayor, no se estudió ni
se reportó suficientemente. Seguramente la censura y el silencio oficial
contribuyó a que se haya tenido un recuerdo difuso de esa tragedia en
Venezuela; pero haber tratado de sepultarla en el olvido nunca fue suficiente para borrar del todo la
memoria colectiva. Así, en el sector sur del cementerio de Caracas (hoy
Cementerio General del Sur) las autoridades de la época abrieron una gran fosa
para sepultar las muchas víctimas de bajos recursos, muchas veces sin identificarlas. Con el paso del tiempo,
a esa sección del cementerio se la conocía como “La Peste Vieja”, por el uso
que se le había dado durante el azote de la gripe. Setenta años después, una
ampliación de la “La Peste Vieja” sirvió como fosa común para sepultar muchas
de las víctimas del trágico estallido social
conocido como “Caracazo” y se le dio el nombre de “La Peste Nueva”. Un siglo
después del azote de aquella “peste”, luego de un proceso de demolición de instituciones, actualmente el
sistema de salud venezolano se encuentra de nuevo muy vulnerable para afrontar el embate de una nueva y feroz pandemia
en el siglo XXI: el coronavirus o Covid-19. Hoy
cobra vigencia un llamado de Luis Razetti a sus discípulos: “Es necesario
sanear a Venezuela. La ciencia sanitaria es el primero de los factores de
progreso humano…”
Mientras la mortandad ya estaba
asolando a Venezuela en 1918, en el
caserío de Boro, tras casi dos días continuos de intensa fiebre, pálida y
debilitada, Sara emergió de su sopor al sentir un movimiento en su vientre,
alegrándola de saber que su criatura seguía con vida. Al no haber sufrido una
crisis respiratoria tan severa, su talante de positividad la ayudó a
recuperarse y entendió que se había librado por poco de la suerte trágica de otros
menos afortunados, por el hecho de estar dentro del umbral de la edad a partir de la cual la gripe era con
frecuencia mortal. La única secuela de la gripe fue una pérdida parcial permanente
de la capacidad auditiva de un oído. Tres meses después de haberse restablecido,
Sara Yépez de Anzola, que así se llamaba esa joven, dio a luz al hijo que llevaba en sus entrañas:
mi padre. Gracias al carácter optimista y temple de mi abuela, ella vivió
setenta años más y personalmente fue quien me contó aquella crucial experiencia
suya. Por eso puedo hoy compartir esta historia.
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