Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

domingo, 16 de julio de 2023

LA IGLESIA EL CARMEN

 César Gedler

Lo que dicen es que la capilla la empezaron a construir en los tiempos en que gobernaba Cipriano Castro, antes de mil novecientos cero.  Parece que al Cabito la villa de Los Teques le recordaba, con su clima neblinoso, el de las montañas de la frontera. Por eso se montó una casa por los lados del hotel La Casona, donde pasaba algunos días y a la que le llegaban algunos visitantes de su entera confianza. 

Para el momento, esa zona del poblado que arrancaba en el parque que hicieron los alemanes del ferrocarril, siguiendo la calle principal hasta donde los mercaderes hacían cabotaje más arriba del manicomio, había algunas casas comerciales, en un principio de propietarios descendientes de judíos sefardíes a los que llamaban turcos, y más adelante de venezolanos que ofrecían, pagando por cuotas, todo lo que necesitaba una familia para vivir dignamente, en materia de telas enseres y calzados.

La otra parte de Los Teques, la que llamaban El Pueblo, era de las familias más rancia, los que le echaban en cara a los del Llano de Miquilén, que eran unos advenedizos que se estaban adueñando del lugar, y en su afán por mantener a los adversarios a raya, crearon una línea imaginaria en lo que se conocía como La Unión, en donde hoy comienza la entrada de la Av. Arvelo, o calle del hambre. Muchas peleas a golpes se dieron entre los habitantes de uno y otro lado del cantón, a veces individual y otras colectivamente, pero sin considerar el lado violento del asunto, la rivalidad entre ellos se mantuvo por mucho tiempo de forma manifiesta, como un principio de identidad territorial.

Sería por eso que los parroquianos de El Llano de Miquilén se decidieron a construir una capilla en sus dominios, para no tener que cumplir con el deber religioso en la Iglesia de El Pueblo, a donde asistían los principales. Al comienzo fue solamente una nave de pequeñas proporciones, con su altar mayor al final, y un salón de unos 25 metros, con pocas sillas y bancos donde sentarse, algunas imágenes de vírgenes y santos de confección sencilla, pero que les bastaba para sentirse orgullosos, ya que era su capilla, la de los feligreses de El Llano, donde podían elevar sus plegarias y escuchar cada domingo al cura, con sus recitativos en latín y su sermón en el púlpito labrado en madera, y también confesar sus travesuras y comulgar después, para preservar su alma de los tormentos del infierno.

La construcción fue una empresa de los lugareños, según contaban los viejos con nostalgia. Algunos diligenciaron en la Arquidiócesis de Caracas el permiso de construcción y la asistencia de un capellán.  Los que tenían posibles dieron el dinero, y otros ofrecían devotamente su fuerza de trabajo para hacer posible la edificación y contar así con un templo sagrado. Desde temprano sacaban de la quebrada de Los locos, todo el material que se requerían para aquellas paredes de piedras, barro y bahareque pisoneado, de casi cincuenta centímetros, para que durara hasta el final de los tiempos. Las familias con recursos donaron la madera para el techo, las ventanas y la puerta de entrada; otros reunieron para encargar la fundición del campanario, mientras los más dejaban cada domingo su contribución para el acabado que le daban los especialistas carpinteros, albañiles, pintores y vitralistas. 

A partir de 1917, cuando llega la luz eléctrica a Los Teques, el sector de El Llano de Miquilén fue ganando importancia y significado no sólo por estar la estación principal del ferrocarril en esta área, sino porque se fueron construyendo las casas gomeras en sus inmediaciones. Es así que Villa Teola, San Vicente (hoy Tamarí) San Cayetano, Villa paz del Valle, la quinta Hilario, y la Florida (desaparecida) entraban todas en sus dominios, y la capilla fue recibiendo de los vecinos gomeros algunas dádivas del poder. 

Fue una empresa lenta, pero firme. Año tras año se veía crecer la modesta capilla hasta alcanzar las condiciones en que la encontró el general José Rafael Luque, en los tiempos en que se preparaba la celebración del primer centenario de la muerte del Libertador. Ya en 1926 había sido elevado Los Teques a Capital de Estado, y ese hecho determinó un impulso adicional a su crecimiento, con la construcción del Mercado Principal en la zona este de la capilla, además de la reconstrucción del puente Castro, cuando sustituyeron la madera de la que estaba hecho, por una material resistente, de hierro y concreto.  La plaza Miranda, por su parte se transformó de terreno baldío a espacio con árboles, asientos, caminos, luz de faroles eléctricos, y en el centro, un busto del prócer que le da nombre al Estado.

En los tiempos en que el padre Giusti era capellán, el general Luque dejó su marca en la capilla al construirle una nave adicional en su parte derecha, que sirvió de oficina parroquial, y más delante de nave lateral, además de embellecer la edificación con los vitrales que le daban un aurea de luz cromática al púlpito, donde el sacerdote predicaba en la celebración de las misas cada mañana. Al ampliar la capilla se le abrieron a las dos paredes laterales tres boquetes en forma de arco a la que antes fueran las paredes exteriores, que hoy nos permite constatar la dimensión  de esas construcciones, y que explican a su vez el por qué, siendo pilares internos, tienen tal grosor. Más adelante, cuando era capellán el padre González Ecarri, se amplió la nave izquierda siguiendo los mismos criterios arquitectónicos, lo que le dio  a la iglesia un estilo coherente, y un espacio suficiente para acoger a los muchos feligreses que por siempre han plenado la capilla.

La población fue creciendo y los bancos de la capilla eran insuficientes, entonces algunas familias retomaron la vieja costumbre mantuana heredada de la colonia, de las mujeres oír misa con su propio reclinatorio, que dejaban amarradas con unas cadenas decoradas, para que fueran de uso exclusivo, sin que nadie considerara este privilegio como una afrenta a las verdades sobre la justicia, expresadas en el Evangelio.  Mientras los pobres escuchaban la misa parados, o sentados en unos pocos bancos situados en la nave central de la capilla, estas familias ataviadas con velos de mantilla, disfrutaban de sus sillas con reclinatorio, mientras duraba el oficio religioso.

Afortunadamente para los que tenían que asistir a la misa sin poder sentarse, en tiempos de Pérez Jiménez, el gobernador del estado Miranda, Julio Santiago Aspurua,  donó unos bancos que llenaron la nave central, sin que quedara lugar para unos privilegios que desdecían los principios que hicieron inmortales los Evangelios.

Mucho antes de que se convirtiera en Parroquia eclesiástica, la modesta capilla fue adquiriendo imágenes talladas por expertos en los más acreditados talleres, y las antiguas iconografías, elaboradas con materiales de poca duración, fueron donadas a otras capillas que iban naciendo en las zonas aledañas del poblado, y que apenas contaban con algunos recursos para sobrevivir. 

Una de las primeras imágenes que se encargaron a los tallistas de renombre, fue la de la Virgen del Carmen y El Nazareno. La primera, una escultura en cedro, encargadas a Estelles y Aragones, por el gobernador Pablo García Pérez, data del año 1947;  y la segunda talla fue donada por el feligrés Rafael Lozada, en el año 1948, comprada de la Casa Aranda.  Después vinieron el Santo Sepulcro, cuya imagen fue comprada en Casa Aranda y el nicho fue encargado en 1954 a los Padres Salesianos por José Colina, presidente del Concejo Municipal, y la imagen de San Judas Tadeo, donado por la familia Ledezma, de la ya ciudad.

En 1956, siendo capellán el Padre Luis Rafael Tinoco, los señores José Romero, y Casto Oropeza  de Los Teques, y muy allegados a la Iglesia, recogieron suficientes firmas en la comunidad y se dirigieron al Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, para solicitarle la elevación de la capilla El Carmen, a Parroquia eclesiástica, lo que el arzobispo aprobó enseguida, por las referencias favorables que tenía del templo religioso  y el 16 de julio de ese año se ofició la primera misa como Parroquia Nuestra Señora de "El Carmen".

Ya el Templo parroquial estaba en facultad de bautizar, pero no contaban con una pila bautismal. Fue entonces cuando el párroco de la iglesia de Villa de Cura le ofreció al padre Tinoco la que tenía, pero con la condición de que la buscara de noche, y con el mayor sigilo posible, pues era una pieza de piedra tallada, y con un valor tradicional y artístico de primer orden, y la población se hubiera opuesto si descubrían que le estaban arrancando su patrimonio para llevarlo a otros lugares. El señor José Romero, fue el encargado de conseguir un camión y unos obreros para trasladar la piedra hasta Los Teques, e instalarla en el centro de la nave izquierda, donde duró por mucho tiempo, hasta que siguió el mismo destino anterior, y en otra capilla estará en este momento cumpliendo su función.

Un sábado 29 de julio tembló en Caracas, y sus efectos se sintieron en las ciudades aledañas. La catedral de Los Teques sufrió fuertes averías, que ameritaron su reconstrucción. Fue por eso que del Ministerio de Obras Públicas se acercaron a la iglesia de El Llano a constatar que sus instalaciones estuvieran en buenas condiciones, y el entonces Párroco Juan Errandonea, les pidió que le mejoraran la casa parroquial, pues era un tugurio húmedo y frío que le entumecía los huesos a quien le tocaba dormir en aquel lugar. Así lo hicieron y resultó un sitio ventilado y con suficiente claridad, pero vacío, porque carecía de mobiliario, entonces el Sr. Nicolás González, quien era presidente de la Sociedad del Carmen, regaló un juego de recibo donde sentarse y recibir las visitas ocasionales, lo que motivó a otras familias a donar algunos enseres domésticos que le hicieron los días más cómodos al clérigo.

El tiempo del presbítero Crescensio Torralba (1959-1966) al frente del templo, fue apacible y regular, como el orden de los días.  Las procesiones y demás oficios, como Semana Santa y la Natividad, ocupaban toda la atención de los eclesiásticos. Todo era predecible, y se podía estar seguro que Ramón el sacristán repicaría las campanas a la misma hora; el maestro José Maria Vielma tocaría el órgano, interpretando con maestría las composiciones más sentidas para acompañar la liturgia, y los feligreses asistirían a las misas diariamente con el mismo silencio y temblor que les producía el frío tequeño, la mayor parte del año.

Más sobresaltados resultaron los años del padre Juan Errandonea, y Luis Igartúa. Algunos eventos como la suspensión del tren alemán después de setenta años de servicio, y el terremoto de Caracas, en el orden local, serían apenas una muestra tímida de los cambios que se introdujeron en la Iglesia por el Concilio Vaticano II, y la muerte del papa Juan XXIII.  Una ola de modernidad alteró todo el equilibrio al que se estaba acostumbrado en el universo histórico y social.  Baste recordar que la misa comenzó a celebrarse en el idioma nativo de cada país, y la Iglesia inició un diálogo con el mundo contemporáneo que obligaba a obispos y sacerdotes a revisar sus dogmas y postulados y a integrarse al mundo en su propio lenguaje. Entre los años 65 y 75 del siglo anterior, se elevó una honda transformación  no sólo en el espíritu de la fe, sino en la manera de concebir la práctica del Evangelio.

Uno de los mayores impulsores de este nuevo espíritu fue el padre Luis Igartúa. Desde que fue nombrado Párroco en la iglesia El Carmen en 1971, y hasta su muerte en 2008, se esmeró en construir una escuela granja, el Complejo “Casa del Amigo” con un ancianato, una imprenta, farmacia, ropero, escuelas de oficios y artesanales, capillas en barrios y poblados, Santa Eulalia, Guaremal, Variantes de Guayas, El Trabuco, Los Amarillos, Cañaote, un comedor popular dirigido y atendido por Josefita y una clínica popular que cobrara honorarios profesionales por debajo del costo regular. También amplió la edificación del Templo, le dio un lugar al bautisterio, ha sido ayudado por Juan Evelio Márquez, el primer diácono con que contó la iglesia del Llano de Miquilén, que tanto hizo y sigue haciendo en beneficio de la comunidad eclesiástica de Los Teques.

Cuando el padre Luis envejeció y enfermó, Donato Porras, (2008 – 2010) quien fue capellán militar, y en esta fecha vicario parroquial, tomó las riendas de la Parroquia como Administrador parroquial, continuó la labor del padre Igartúa, pero adicionalmente le asignó un sueldo a los trabajadores de la Parroquia y modificó el altar al final de la nave central, como acostumbra la tradición después que el púlpito quedó en desuso para que feligreses y sacerdotes tuvieran un encuentro horizontal, como lo determinó la nueva visión teologal. 

Como una nota significativa debemos nombrar al padre José Antonio Ugartemendía, un artista plástico con suficiente talento y conocimiento en la restauración de imágenes religiosas, quien se mantuvo como vicario parroquial, mientras rehabilitaba las imágenes que con más de sesenta años le sirven a los devotos para elevar las plagarias en busca de intercesión.

Igualmente se destaca en su labor al frente de la Parroquia, Néstor Castro, sacristán, artista plástico y estudiante de filosofía, conocedor en profundidad de la memoria y organización de la iglesia de El Carmen, y mano derecha de los últimos sacerdotes, y la señora Mercedes de Gedler, catequista por más de cincuenta años, ministra de la eucaristía, y colaboradora permanente, hasta sus 90 años, cuando se retiró de toda actividad de servicio, por razones de edad.      

Donato Porras enfermó y murió tras algunos meses de hospitalización ocasional, entonces la Curia envió como Párroco al padre Germán Español, un sacerdote del estado Sucre, quien vivió con su familia en la casa parroquial, por cuatro años, hasta que a su vez enfermó y tuvo que ser trasladado a su tierra, para su recuperación.

Actualmente la Parroquia está dirigida y coordinada por el padre Alberto Pita, sacerdote de Los Teques. Se ha interesado por la formación religiosa de la comunidad, con un diplomado en teología, que cuenta con docentes de formación filosófica y teológica, además de un proyecto serio para integrar la comunidad a través de coloquios, charlas, seminarios y otras modalidades no sólo en el área de lo trascendente, sino en problemas de integración patrimonial, que tanta falta le hace a Los Teques.