César Gedler
Lo que dicen es que la capilla la empezaron a construir en los tiempos en que gobernaba Cipriano Castro, antes de mil novecientos cero. Parece que al Cabito la villa de Los Teques le recordaba, con su clima neblinoso, el de las montañas de la frontera. Por eso se montó una casa por los lados del hotel La Casona, donde pasaba algunos días y a la que le llegaban algunos visitantes de su entera confianza.
Para el momento, esa zona
del poblado que arrancaba en el parque que hicieron los alemanes del ferrocarril,
siguiendo la calle principal hasta donde los mercaderes hacían cabotaje más
arriba del manicomio, había algunas casas comerciales, en un principio de
propietarios descendientes de judíos sefardíes a los que llamaban turcos, y más
adelante de venezolanos que ofrecían, pagando por cuotas, todo lo que
necesitaba una familia para vivir dignamente, en materia de telas enseres y
calzados.
La otra parte de Los Teques,
la que llamaban El Pueblo, era de las familias más rancia, los que le echaban
en cara a los del Llano de Miquilén, que eran unos advenedizos que se estaban
adueñando del lugar, y en su afán por mantener a los adversarios a raya,
crearon una línea imaginaria en lo que se conocía como La Unión, en donde hoy
comienza la entrada de la Av. Arvelo, o calle del hambre. Muchas peleas a
golpes se dieron entre los habitantes de uno y otro lado del cantón, a veces
individual y otras colectivamente, pero sin considerar el lado violento del
asunto, la rivalidad entre ellos se mantuvo por mucho tiempo de forma
manifiesta, como un principio de identidad territorial.
Sería por eso que los
parroquianos de El Llano de Miquilén se decidieron a construir una capilla en
sus dominios, para no tener que cumplir con el deber religioso en la Iglesia de
El Pueblo, a donde asistían los principales. Al comienzo fue solamente una nave
de pequeñas proporciones, con su altar mayor al final, y un salón de unos 25
metros, con pocas sillas y bancos donde sentarse, algunas imágenes de vírgenes
y santos de confección sencilla, pero que les bastaba para sentirse orgullosos,
ya que era su capilla, la de los feligreses de El Llano, donde podían elevar
sus plegarias y escuchar cada domingo al cura, con sus recitativos en latín y
su sermón en el púlpito labrado en madera, y también confesar sus travesuras y
comulgar después, para preservar su alma de los tormentos del infierno.
La construcción fue una
empresa de los lugareños, según contaban los viejos con nostalgia. Algunos
diligenciaron en la Arquidiócesis de Caracas el permiso de construcción y la
asistencia de un capellán. Los que
tenían posibles dieron el dinero, y otros ofrecían devotamente su fuerza de
trabajo para hacer posible la edificación y contar así con un templo sagrado.
Desde temprano sacaban de la quebrada de Los locos, todo el material que se
requerían para aquellas paredes de piedras, barro y bahareque pisoneado, de
casi cincuenta centímetros, para que durara hasta el final de los tiempos. Las
familias con recursos donaron la madera para el techo, las ventanas y la puerta
de entrada; otros reunieron para encargar la fundición del campanario, mientras
los más dejaban cada domingo su contribución para el acabado que le daban los
especialistas carpinteros, albañiles, pintores y vitralistas.
A partir de 1917, cuando
llega la luz eléctrica a Los Teques, el sector de El Llano de Miquilén fue
ganando importancia y significado no sólo por estar la estación principal del
ferrocarril en esta área, sino porque se fueron construyendo las casas gomeras
en sus inmediaciones. Es así que Villa Teola, San Vicente (hoy Tamarí) San
Cayetano, Villa paz del Valle, la quinta Hilario, y la Florida (desaparecida)
entraban todas en sus dominios, y la capilla fue recibiendo de los vecinos
gomeros algunas dádivas del poder.
Fue una empresa lenta, pero
firme. Año tras año se veía crecer la modesta capilla hasta alcanzar las
condiciones en que la encontró el general José Rafael Luque, en los tiempos en
que se preparaba la celebración del primer centenario de la muerte del
Libertador. Ya en 1926 había sido elevado Los Teques a Capital de Estado, y ese
hecho determinó un impulso adicional a su crecimiento, con la construcción del
Mercado Principal en la zona este de la capilla, además de la reconstrucción
del puente Castro, cuando sustituyeron la madera de la que estaba hecho, por
una material resistente, de hierro y concreto.
La plaza Miranda, por su parte se transformó de terreno baldío a espacio
con árboles, asientos, caminos, luz de faroles eléctricos, y en el centro, un
busto del prócer que le da nombre al Estado.
En los tiempos en que el
padre Giusti era capellán, el general Luque dejó su marca en la capilla al
construirle una nave adicional en su parte derecha, que sirvió de oficina
parroquial, y más delante de nave lateral, además de embellecer la edificación
con los vitrales que le daban un aurea de luz cromática al púlpito, donde el
sacerdote predicaba en la celebración de las misas cada mañana. Al ampliar la
capilla se le abrieron a las dos paredes laterales tres boquetes en forma de
arco a la que antes fueran las paredes exteriores, que hoy nos permite
constatar la dimensión de esas
construcciones, y que explican a su vez el por qué, siendo pilares internos,
tienen tal grosor. Más adelante, cuando era capellán el padre González Ecarri,
se amplió la nave izquierda siguiendo los mismos criterios arquitectónicos, lo
que le dio a la iglesia un estilo
coherente, y un espacio suficiente para acoger a los muchos feligreses que por
siempre han plenado la capilla.
La población fue creciendo y
los bancos de la capilla eran insuficientes, entonces algunas familias
retomaron la vieja costumbre mantuana heredada de la colonia, de las mujeres
oír misa con su propio reclinatorio, que dejaban amarradas con unas cadenas
decoradas, para que fueran de uso exclusivo, sin que nadie considerara este
privilegio como una afrenta a las verdades sobre la justicia, expresadas en el
Evangelio. Mientras los pobres
escuchaban la misa parados, o sentados en unos pocos bancos situados en la nave
central de la capilla, estas familias ataviadas con velos de mantilla,
disfrutaban de sus sillas con reclinatorio, mientras duraba el oficio
religioso.
Afortunadamente para los que
tenían que asistir a la misa sin poder sentarse, en tiempos de Pérez Jiménez,
el gobernador del estado Miranda, Julio Santiago Aspurua, donó unos bancos que llenaron la nave
central, sin que quedara lugar para unos privilegios que desdecían los
principios que hicieron inmortales los Evangelios.
Mucho antes de que se convirtiera
en Parroquia eclesiástica, la modesta capilla fue adquiriendo imágenes talladas
por expertos en los más acreditados talleres, y las antiguas iconografías,
elaboradas con materiales de poca duración, fueron donadas a otras capillas que
iban naciendo en las zonas aledañas del poblado, y que apenas contaban con
algunos recursos para sobrevivir.
Una de las primeras imágenes
que se encargaron a los tallistas de renombre, fue la de la Virgen del Carmen y
El Nazareno. La primera, una escultura en cedro, encargadas a Estelles y
Aragones, por el gobernador Pablo García Pérez, data del año 1947; y la segunda talla fue donada por el feligrés
Rafael Lozada, en el año 1948, comprada de la Casa Aranda. Después vinieron el Santo Sepulcro, cuya
imagen fue comprada en Casa Aranda y el nicho fue encargado en 1954 a los
Padres Salesianos por José Colina, presidente del Concejo Municipal, y la
imagen de San Judas Tadeo, donado por la familia Ledezma, de la ya ciudad.
En 1956, siendo capellán el
Padre Luis Rafael Tinoco, los señores José Romero, y Casto Oropeza de Los Teques, y muy allegados a la Iglesia,
recogieron suficientes firmas en la comunidad y se dirigieron al Arzobispo de
Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, para solicitarle la elevación de la
capilla El Carmen, a Parroquia eclesiástica, lo que el arzobispo aprobó
enseguida, por las referencias favorables que tenía del templo religioso y el 16 de julio de ese año se ofició la
primera misa como Parroquia Nuestra Señora de "El Carmen".
Ya el Templo parroquial
estaba en facultad de bautizar, pero no contaban con una pila bautismal. Fue
entonces cuando el párroco de la iglesia de Villa de Cura le ofreció al padre
Tinoco la que tenía, pero con la condición de que la buscara de noche, y con el
mayor sigilo posible, pues era una pieza de piedra tallada, y con un valor
tradicional y artístico de primer orden, y la población se hubiera opuesto si
descubrían que le estaban arrancando su patrimonio para llevarlo a otros
lugares. El señor José Romero, fue el encargado de conseguir un camión y unos
obreros para trasladar la piedra hasta Los Teques, e instalarla en el centro de
la nave izquierda, donde duró por mucho tiempo, hasta que siguió el mismo
destino anterior, y en otra capilla estará en este momento cumpliendo su
función.
Un sábado 29 de julio tembló
en Caracas, y sus efectos se sintieron en las ciudades aledañas. La catedral de
Los Teques sufrió fuertes averías, que ameritaron su reconstrucción. Fue por
eso que del Ministerio de Obras Públicas se acercaron a la iglesia de El Llano
a constatar que sus instalaciones estuvieran en buenas condiciones, y el
entonces Párroco Juan Errandonea, les pidió que le mejoraran la casa
parroquial, pues era un tugurio húmedo y frío que le entumecía los huesos a
quien le tocaba dormir en aquel lugar. Así lo hicieron y resultó un sitio
ventilado y con suficiente claridad, pero vacío, porque carecía de mobiliario,
entonces el Sr. Nicolás González, quien era presidente de la Sociedad del
Carmen, regaló un juego de recibo donde sentarse y recibir las visitas
ocasionales, lo que motivó a otras familias a donar algunos enseres domésticos
que le hicieron los días más cómodos al clérigo.
El tiempo del presbítero
Crescensio Torralba (1959-1966) al frente del templo, fue apacible y regular,
como el orden de los días. Las
procesiones y demás oficios, como Semana Santa y la Natividad, ocupaban toda la
atención de los eclesiásticos. Todo era predecible, y se podía estar seguro que
Ramón el sacristán repicaría las campanas a la misma hora; el maestro José
Maria Vielma tocaría el órgano, interpretando con maestría las composiciones
más sentidas para acompañar la liturgia, y los feligreses asistirían a las
misas diariamente con el mismo silencio y temblor que les producía el frío
tequeño, la mayor parte del año.
Más sobresaltados resultaron
los años del padre Juan Errandonea, y Luis Igartúa. Algunos eventos como la
suspensión del tren alemán después de setenta años de servicio, y el terremoto
de Caracas, en el orden local, serían apenas una muestra tímida de los cambios
que se introdujeron en la Iglesia por el Concilio Vaticano II, y la muerte del
papa Juan XXIII. Una ola de modernidad
alteró todo el equilibrio al que se estaba acostumbrado en el universo histórico
y social. Baste recordar que la misa
comenzó a celebrarse en el idioma nativo de cada país, y la Iglesia inició un
diálogo con el mundo contemporáneo que obligaba a obispos y sacerdotes a
revisar sus dogmas y postulados y a integrarse al mundo en su propio lenguaje.
Entre los años 65 y 75 del siglo anterior, se elevó una honda
transformación no sólo en el espíritu de
la fe, sino en la manera de concebir la práctica del Evangelio.
Uno de los mayores
impulsores de este nuevo espíritu fue el padre Luis Igartúa. Desde que fue
nombrado Párroco en la iglesia El Carmen en 1971, y hasta su muerte en 2008, se
esmeró en construir una escuela granja, el Complejo “Casa del Amigo” con un
ancianato, una imprenta, farmacia, ropero, escuelas de oficios y artesanales,
capillas en barrios y poblados, Santa Eulalia, Guaremal, Variantes de Guayas,
El Trabuco, Los Amarillos, Cañaote, un comedor popular dirigido y atendido por
Josefita y una clínica popular que cobrara honorarios profesionales por debajo
del costo regular. También amplió la edificación del Templo, le dio un lugar al
bautisterio, ha sido ayudado por Juan Evelio Márquez, el primer diácono con que
contó la iglesia del Llano de Miquilén, que tanto hizo y sigue haciendo en
beneficio de la comunidad eclesiástica de Los Teques.
Cuando el padre Luis envejeció
y enfermó, Donato Porras, (2008 – 2010) quien fue capellán militar, y en esta
fecha vicario parroquial, tomó las riendas de la Parroquia como Administrador
parroquial, continuó la labor del padre Igartúa, pero adicionalmente le asignó
un sueldo a los trabajadores de la Parroquia y modificó el altar al final de la
nave central, como acostumbra la tradición después que el púlpito quedó en
desuso para que feligreses y sacerdotes tuvieran un encuentro horizontal, como
lo determinó la nueva visión teologal.
Como una nota significativa
debemos nombrar al padre José Antonio Ugartemendía, un artista plástico con
suficiente talento y conocimiento en la restauración de imágenes religiosas,
quien se mantuvo como vicario parroquial, mientras rehabilitaba las imágenes
que con más de sesenta años le sirven a los devotos para elevar las plagarias
en busca de intercesión.
Igualmente se destaca en su
labor al frente de la Parroquia, Néstor Castro, sacristán, artista plástico y
estudiante de filosofía, conocedor en profundidad de la memoria y organización
de la iglesia de El Carmen, y mano derecha de los últimos sacerdotes, y la
señora Mercedes de Gedler, catequista por más de cincuenta años, ministra de la
eucaristía, y colaboradora permanente, hasta sus 90 años, cuando se retiró de
toda actividad de servicio, por razones de edad.
Donato Porras enfermó y
murió tras algunos meses de hospitalización ocasional, entonces la Curia envió
como Párroco al padre Germán Español, un sacerdote del estado Sucre, quien
vivió con su familia en la casa parroquial, por cuatro años, hasta que a su vez
enfermó y tuvo que ser trasladado a su tierra, para su recuperación.
Actualmente la Parroquia
está dirigida y coordinada por el padre Alberto Pita, sacerdote de Los Teques.
Se ha interesado por la formación religiosa de la comunidad, con un diplomado
en teología, que cuenta con docentes de formación filosófica y teológica,
además de un proyecto serio para integrar la comunidad a través de coloquios,
charlas, seminarios y otras modalidades no sólo en el área de lo trascendente,
sino en problemas de integración patrimonial, que tanta falta le hace a Los
Teques.
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