Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

viernes, 15 de febrero de 2013

La “Stravaganza” de Alberto Hernández


Giuseppe Campolo

                                                             Traducción libre: Fernando Gerbasi




Se preguntarán por qué el título. Si no lo hubiesen sacado de una de las primeras poesías del poemario, en el que el misterio del ciclista amalgama el “tiempo del Coliseo” con el “humo de los motores” –dedicado a Luis Tejada “que vivió en Italia” – si por lo tanto “Stravaganza” no tuviese su origen tan fácil de encontrar y concreto, si no fuese porque “el ruido alcanza el grito de un hombre desgarrado” (el grito de hoy y el grito en la fosa de los leones), parecería un distintivo impuesto con distancia critica, en el momento de entregar el manuscrito para su publicación. Pensamos que quizás con una dubitativa timidez, una mirada auto-irónica, de una aventura peligrosa del pensamiento acabado.


Pero que el Autor hubiese podido haber sentido una dosis de extrañeza en este trabajo suyo, que la haya quizás buscado, es una casualidad de nuestra imaginación. No se trata en realidad de extravagantes   componentes, porque ellos hacen parte de un único comportamiento del espíritu y tienen una cierta unidad estilística. Usando una métrica vanguardista, de aquella vanguardia perdida pero que permanece cercana, como una nostalgia, y que todavía ejerce una atracción que a pocos deja inmunes. El no es para nada un destructor, pues nada está descompuesta en la lirica; es el equilibrio el que reina, junto a aquel  suspiro participativo que es la marca extrema de la poesía. Nada es mas seguro que su fidelidad al ideal estético, en su fingir de infidelidad al ritmo,  que va por recorridos planos y luego invierte en sincopes improvisados, o en el querer aparecer como rebelde a los cánones de los versos, que escoge y libera y anarquiza, sin que se vislumbre al final una desacralización  del inquieto canto.


Hernández es pelegrino melancólico de la preocupada historia de Italia, “sentado en los escombros de mi memoria”, románticamente replegado sobre el trágico caleidoscopio de aquello que fue. El agudo sentimiento del poeta no encuentra redención en lo humano, ni una formula de la esperanza, porque nada deriva de la sangre y la cultura es anhelo: la Historia es su historia.  Y la desenvoltura temporal que es síntesis de la mente y libertad del espíritu, tiene el atractivo adicional de la mirada de un clarividente que tiene palabras para lo inatrapable.


(Antecede el poema Vibonati). El conjunto de casas en el valle de montes selváticos que es Canoabo, un paso al norte de Valencia y uno al oeste  de Puerto Cabello, es el ombligo del mundo del cual  el poeta hace relación de amor con Vibonati, portal de Italia y nudo universal del naufragio. Ese Juan Bautista que inmigra a Canoabo, pero nacido en Vibonati, no es otro que el padre de Vicente Gerbasi (“Padre de mi soledad/ Y de mi poesía”), gran poeta de quien no por casualidad el nuestro retoma emblemáticos versos; y, casi como una especie de identificación. Alberto Hernández, al igual que Vicente, vive Italia como suya, ama y obtiene  inspiración de nuestros poetas del siglo XX. Una poesía compleja y rica de referencias. Las dedicatorias son particularmente significativas.


Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Bocaccio, Cicerón son los poetas y hombres de letras de los cuales contempla aquello que en lo alto permanece. Escruta el respiro de las ciudades: Arles por donde "empieza Roma», Novara ( "Quien me sigue sabe de mi osadía." "), Bari, Módena ( "yo la vi en mi total ausencia"), Bolonia ( "mi adolescencia duele."), Milán ( "Supe de Santa Maria de Gracia / mientras el mundo destrozaba / la calle que perdimos entre las manos"), Venecia donde no fue nunca, y "qué cosa probará / Messina en el costado?" . También en la música revive a Italia, espejo del cosmos: Vivaldi ( "el cielo / se recoge en su única estación"), Verdi, ( "un salto para evadir el reloj parado"). Evoca artistas y personajes que han caracterizado su tiempo y el nuestro, junto con los héroes de la libertad y la compasión. Una reevaluación amorosa y conmovedora de la fascinante Italia: un examen de conciencia del fin del tiempo, con un legado de suave angustia en un   libro cerrado.



Stravaganza, del venezolano Alberto Hernández, publicado en Italia

En diciembre de 2012 fue publicado en Italia el poemario Stravaganza, del poeta y narrador venezolano Alberto Hernández, por el sello Eva Edizioni, como parte de su colección “Estrella Verde”, que es dirigida por Gerardo Vacana.

Traducido por Teresa Albasini Legaz, el libro de 120 páginas, una “crónica de viajes” según la editorial, ofrece una profunda observación poética de la península itálica a través de su historia y de sus expresiones artísticas —desde la arquitectura hasta la música—, y captura la esencia de Roma, Novara, Bolonia, Bari, Módena, Florencia y otros derroteros del país.

También se ocupa Hernández de estadistas, conquistadores y personalidades de la cultura italiana como Cicerón, César, Francisco de Asís, Giotto, Dante, Petrarca, Boccaccio, Vasari, Savonarola, Verdi, Ungaretti, Montale y Pasolini, entre otros, que han dejado huellas imborrables en la historia.

Nacido en Calabozo, Guárico, en 1952, Hernández es periodista y pedagogo. Tiene un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Reside en Maracay, Aragua, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.

Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996), el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999), los ensayos aforísticos Poética del destino (2011), el libro de cuentos Relatos fascistas (2021).




La “Stravaganza” di Alberto Hernández

Ci si domanderà ragione del titolo. Se non fosse tratto da una delle prime poesie della raccolta, dove il mistero dei cicli impasta il «tempo del Colosseo» con il «fumo dei motori» – dedicata a Luis Tejada «che visse in Italia» – se dunque “Stravaganza” non avesse un’origine cosí rintracciabile e concreta, se non fosse che «Il rumore raggiunge il grido di un uomo straziato» (il rumore di oggi è il grido nella fossa dei leoni), parrebbe una targa imposta con distacco critico, nel momento di licenziare il manoscritto per la pubblicazione. Ci figuriamo quasi una dubbiosa timidezza, uno sguardo auto-ironico, a rischiosa avventura del pensiero conclusa.
Ma che l’Autore abbia potuto sentire una dose di bizzarria in questo suo lavoro, che l’abbia forse ricercata, è un azzardo della nostra immaginazione. Non si tratta infatti di estravaganti componimenti, perché essi fanno parte di un unico atteggiamento dello spirito ed hanno una certa unità stilistica. Usando una metrica d’avanguardia, di quell’avanguardia perduta ma rimasta cara, come una nostalgia, e che tuttora esercita un’attrazione e pochi lascia immuni, Egli non è mica un decostruttore, e nulla c’è di scomposto nelle liriche; e l’equilibrio vi regna, insieme a quell’afflato partecipativo che è il marchio estremo della poesia. Nulla è piú sicuro della sua fedeltà all’ideale estetico, nel suo fingersi infedele del ritmo, che manda per percorsi pianeggianti e poi storna in sincopi improvvise, o nel voler figurare ribelle ai canoni del verso, che scioglie e libera e anarchizza, senza che si ravvisi infine alcuna dissacrazione nell’inquieto canto.
Hernández è pellegrino malinconico nella travagliata storia d’Italia «seduta sulle macerie della mia memoria», romanticamente ripiegato sul tragico caleidoscopio di ciò che è stato. L’acuto sentimento del poeta non trova riscatto dell’umano, né una formula della speranza, giacché nulla argina il sangue, e la cultura è struggimento: la Storia è la sua storia. E la disinvoltura temporale, che è sintesi della mente e liberà dello spirito, ha il fascino aggiuntivo dello sguardo di un veggente che ha parole per l’inafferrabile.
«Cade l’universo su Canoabo. / Il poeta modella l’argilla di un itinerario: / guada verso il ponente degli Appennini / dove Vibonati plasma il foglio della poesia. / Il pane e il vino risolvono la memoria di Giovanni Battistia, / l’immigrante. /L’Italia entra ed esce dal tropico febbrile.» Il grumo di case a valle di monti selvosi che è Canoabo, un passo a nord di Valencia e uno a ovest di Puerto Cabello, è l’ombelico del mondo da cui il poeta fa perno d’amore in Vibonati, portale d’Italia e nodo universale del naufragio. Quel Giovanni Battista, immigrante a Canoabo, che è nato però a Vibonati, è padre di Vicente Gerbasi («Padre della mia solitudine. / E della mia poesia.»), grande poeta di cui non a caso il nostro riprende emblematici versi; e, quasi per una sorta di identificazione, Alberto Hernández, al pari di Vincente, vive l’Italia come sua, ama e attinge ispirazione dai poeti del nostro Novecento. Una poesia complessa e ricca di riferimenti. Le dediche particolarmente significative.
Dante, Petrarca, Ungaretti, Quasimodo, Saba, Montale, Pasolini, Boccaccio, Cicerone sono i poeti e uomini di lettere di cui contempla quel che di alto rimane. Scruta il respiro delle città: Arles da dove «comincia Roma», Novara («Chi mi segue sa del mio coraggio.»), Bari, Modena («Io la vidi nella mia totale assenza»), Bologna («La mia adolescenza duole.»), Milano («Seppi di Santa Maria delle Grazie / mentre il mondo distruggeva / la strada che persi tra le mani»), Venezia dove non fu mai, e «cosa proverà / Messina sul costato?». Anche nella musica ravvisa l'Italia specchio del cosmo: Vivaldi («il cielo / si raccoglie nella sua unica stagione»), Verdi, («un salto per evadere l’orologio fermo»). Evoca artisti e personaggi che hanno caratterizzato il loro tempo e il nostro, insieme agli eroi della libertà e della compassione. Una riconsiderazione amorosa e struggente del fasciame Italia: un esame di coscienza di fine tempo, con un retaggio di soave angoscia a libro chiuso.

Giuseppe Campolo

Alberto Hernández, Stravaganza, Edizioni Eva, collana “Stella verde”, diretta da Gerardo Vacana, Venafro, 2012, Trad. di Teresa Albasini Legaz, con testo spagnolo a fronte, pp. 120, € 12,00.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

San Sebastián de los Reyes y sus Personajes. Un hombre práctico: Alberto José Zapata Delgado.


  Tulio Rafael Durán Vegas*


Este personaje es un hombre silencioso que, casi siempre,  me dice ante cualquier adversidad: “los últimos serán los primeros”. Sentencia muy sutil recogida de las Sagradas Escrituras que, sin lugar a equívoco, expresa a simple vista como fisgoneo, la queja que aflora -con gran altruismo- ante los que, por su conducta egoísta, presentan esta sintomatología en la cual ponen primero su celo profesional por encima de los demás sin antes reconocer algún mérito y, regularmente, lo tiran a la borda como producto del capricho de la ignominia y su conducta ególatra. Pero, en la regla –muy a menudo-  hay grandes excepciones;  entre ellas, la de este amigo mencionado que, en su más profunda y dilatada bondad, sin escatimar esfuerzos, me hizo entrar de primero al mundo de su taller siendo el último para ofrecerme -sin pensar mucho- todo el valor que posee como artesano y pintor al llevarme de la mano, a conocer su creación anónima. Por otra parte, con un claro ejemplo de desprendimiento,  me ofreció sin costo alguno, hacerme el montaje de unas litografías de famosos, con un marco atípico, que me regalara el artista  folklorista del Caribe y Latinoamericano Tico Jiménez, nacido en Costa Rica y nacionalizado venezolano,  más otras del  Dr. Jorge Antonio Osorio. En ese pequeño mundo, Alberto  el artesano pintor y escultor, me  invitó a presenciar su creación anónima señalándome  un lienzo recién pintado y un bejuco silvestre, que le entregara Manuel Barrios, convertido en una obra de arte que, a cualquiera, si alguna vez lo ha mordido alguna serpiente, no dejan de parársele  los pelos; lo había transformado en una gigantesca cobra, además de esto ese día pude  mirar  una maqueta de la Capilla de La Virgen de La Caridad también elaborada por él y colocada sobre la tumba de su madre en el Campo Santo.  Todo esto me indujo a establecer cierta relación, aunque no viene el caso la comparación,  entre los escritores y el artesano Alberto José Zapata Delgado en la presente  columna de opinión para decir que no siendo diestro en este género de la escritura, ni nada por el estilo  en el paralelismo existencial, me llevaron a establecer este símil entre el trabajo teórico de los primeros y el práctico del segundo. Si,  en  aquellos, los escritores hay grandeza de ingenio porque su teoría se trasmuta en práctica cotidiana para trascender sin la más mínima suspicacia. En la más remisa soledad está este amigo que remonta esta cuesta de la teoría en la anonimia al  llevarnos  a  elucubraciones  que, en la práctica, nos permiten observar- en su laboriosa soledad- esta especie de liturgia que, a diario, forja en  los museos  y escuelas de música en el Sur de Estado Aragua bajo la dirección del Profesor Andrés Rodríguez Gómez, otro hombre práctico que,  en su quehacer, al igual que este artista sin nombradía constituyen un binomio que ponen bien en alto; que el Sur Sansebastianero  es nuestro Norte por la praxis que realizan muy dignas de encomio.  En fin, el amigo Alberto es, sin equívoco, al igual que Pedro Palma son unos grandes artistas autodidactas, con la diferencia que el segundo si pasó por ellas, no así el segundo que nunca ha pisado una escuela pero, paradójicamente, contribuyen con ellas al extremo del paroxismo en el sostenimiento. Poco le importa la turbulencia y el umbral donde se desempeñan para cristalizar, en el más hondo grito del silencio, las obras esperadas y requeridas en  estas Instituciones. Al pintar y esculpir en la piedra bruta la materia inerte y, aparentemente,  inerme o sin alma, logran darle vida con el insuflo de sus manos a lo que será su obra de arte consumada y al trabajo común con sus casitas de maderas pata luthería. Por otro lado arreglan hacen pupitres, bibliotecas y sitios ya nombrados de luthería para la fabricación de instrumentos de cuerda para bien de los educandos de la patria, evitando así que  no permanezcan ociosos y ocupen su tiempo  en este otro arte que les brinda una fuente de trabajo segura, la de músico,  y les evite caer en la delincuencia.  Son en sí, el amigo Alberto Zapata y  Pedro Palma unos hombres laborioso cuyas obras me atrevería a decir sin subestimar la labor que efectúan los grandes escritores por su incomparable esfuerzo teórico ejecutado,  en las diferentes dimensiones del saber, tan digna de admiración como la de este descolegiado, ya nombrado por su invalorable genialidad práctica.  
Es difícil encontrar personas  dadas a  esta empresa sin hacer alarde de lo que realizan. Pero, aunque nos parezca contradictorio,  por  acá en nuestra ciudad  y en las ciudades circunvecinas y en el país en general, los hay. Nadie le dedica una página, tal vez esperan que mueran para hacerlos notorios hasta la saciedad por su labor titánica; entre ellos está el poeta y músico José Antonio Abreu, para citar un ejemplo; y los desconocidos,  que, de manera desinteresada,  tratan de  mantener  la vigencia de algunos medios de comunicación social  dirigidos a  recoger el rol protagónico de los pueblos. Me atrevería a decir que aquí en Guárico y Aragua  y en cualquier otro lugar del país está ese personaje con la ayuda ofrecida por algún equipo reporteril como el dirigido por la Directora de “El Reportero”, la Señora Maritza Turupial  y sus colaboradores.
 Ese  sujeto  al que, hasta el momento, he mantenido en suspenso como dato elidido, quizás con el firme propósito de enganchar al lector sin mencionarlo nunca, pero si aconsejando el deber que tenemos de mantenerlos en nuestra memoria siempre, por la labor que cumplen en pro del país. Esto lo digo porque tuve un familiar a quien quise mucho,  hijo de mi tío el Maestro  Sansebastianero José María Durán, llamado  José Manuel Durán quien fuera un excelente pintor sin nombradía  y que, de paso, nos dejara unos cuadros en lienzo que nada tienen que envidiarle a las imágenes que plasman las cámaras fotográficas y los grandes pintores pero, desafortunadamente,  pasó fugaz como la  luz y la sombra que fue hasta el día que dejó de existir. Solo recuerdo lo que una vez me dijera: “si a uno lo quieren, deben manifestárselo en  vida”. Tal vez para reclamarme de manera muy inteligente, ahora que he caído en cuenta,  que teniendo –yo-, una columna de opinión antes de que él  falleciera, en un diario Regional de Aragua,  nunca llegué a nombrarlo.
        Esto mismo digo de  estos personajes que todos debemos imaginárnoslo  sentado en las mañanas en un cafetín cualquiera del país, o en alguna casa del vecino conversando con sus amigos; ofreciéndonos sus recomendaciones para que algunos órganos de comunicación social sean convertido en un instrumento al servicio y el rescate de las pequeñas y grandes cosas que han realizado y realizan los hombres y mujeres de cada pueblo como protagonistas de su propia historia. Pero que si no los nombramos en vida, si algún día desaparecen, posiblemente queden en el olvido.
Este personaje inadvertido, por simple coincidencia, puede aparecernos en cualquier recinto de la realidad Latinoamericana y venezolana. Los  tenemos y sabemos  que el esfuerzo periodístico que realizan es titánico, viven viajando hacia todos los rincones del país y fuera de él con el  fin de  mantener y sostener contra vientos y mareas  la publicación a tiempo de algún periódico,  ocupándose de la gente que nunca ha tenido espacio  en las páginas de la historia menuda,  para recogerlo  como parte de su labor periodística.
Gracias a los directores  de este tipo de periódico y al  equipo de colaboradores, tanto aquí como en otras partes del mundo, de los que han tenido esta magnífica idea, amigo lector, tú podrás en cualquier momento aparecer en las páginas de algún órgano informativo y comunicacional  para dejarte en esta especie de baúl del recuerdo.  La mayoría de los que escribimos para no ser la excepción, y en este saco me incluyo,  lo hacemos con el objeto de resaltar lo político,  pero muy pocos lo que agrada al lector y mencionarlo, para sacarle una sonrisa  que, en muchos casos, nos llevan a la anécdotas y al cuento como este episodio que le  aconteciera a un pariente mío, muy cercano, que, por ser excesivamente fumador, un día que lo asaltaron y le quitaron un vehículo; esta circunstancia maléfica, se transformó en buena y le salvó la vida cumpliéndose así aquel precepto que la sabia popular que afirma: “no hay mal que por bien no venga”
Uno de los implicados de  los que andaban en el grupo ordenó: maten a ese viejo, pero el jefe al escucharlo  toser y sonarle los pulmones como un acordeón desafinado, por causa del cigarrillo, tal vez por compasión, o por el deseo de no terminar de desarmonizar el armonio de los pulmones aquel hombre, antes de que se produjera el asesinato, detuvo al homicida diciéndole; para qué  vas a matar ese viejo, chico, si de todas formas se está muriendo, y viéndolo acogotado y entregado,  levantó la voz para aconsejar a la víctima:- ¡Mira viejo!, deja de fumar, cuídate!  Para ver si duras unos años más.



Nota: Los sustitutos de nombres, tales como los pronombres: ese, este, esto, aquel, esta y sus plurales, por disposición de la Real Academia Española, no deben acentuarse. Salvo algún  pronombre como el de la tercera persona: él y de la segunda, tú.

*Cronista de la ciudad San Sebastián de los Reyes, Venezuela

viernes, 30 de noviembre de 2012

MEDICRÓNICAS ITALIANAS


(Medicrónicas: crónicas viajeras relacionadas de alguna manera con la Historia de la Medicina)

Edgardo Malaspina


ROMA

I

De Mamavira, nuestra abuela salernitana, conservo vagos recuerdos .La vi un par de veces en Santa María de Ipire. Era muy blanca, tenía los ojos azules y hablaba una mezcla de español con italiano.
En nuestra casa de Las Mercedes del Llano, encontré un libro grueso de cocina italiana. No sé si estaba allí desde los tiempos cuando vivió en ella Mamavira o lo trajo luego la tía Carolina al venir a vivir con nosotros. Lo cierto es que yo sólo contemplaba en ese libro, sin tapas y con sus hojas desencajadas, unas patas de rana. Las miraba y pensaba con asco que alguien pudiera preparar y comer semejante plato. En mis divagaciones infantiles, que no llegaban hasta los más variados gustos gastronómicos de otros pueblos, concluí que el consumo de anfibios por aquellas lejanas tierras de la abuela se debía a la escasez de carne de res, la cual en nuestra casa sobraba, pues siendo Alfonso, nuestro padre, carnicero, la teníamos en el desayuno, el almuerzo y en la cena. Más tarde, cuando estudié fisiología, supe que la preferencia culinaria (por esos batracios y sus ancas) de los italianos permitió a Luis Galvani descubrir la naturaleza eléctrica del impulso nervioso. Habló al principio de electricidad animal. Volta lo refutó, y estas discusiones científicas permitieron la creación de la pila eléctrica. Inventos, entre muchos otros en el campo de la medicina, como la electrocardiografía están relacionados con el descubrimiento galvánico.
Y a propósito de comida y medicina, fue el estudio de la digestión de los alimentos en las esponjas y en las estrellas de mar lo que llevó al científico ruso Elias Mechnikov a descubrir la fagocitosis cuando descansaba en el puerto siciliano de Mesina: introdujo una espina en el cuerpo trasparente de una estrellamar y observó como la rodeaban células , de manera igual como una astilla en un dedo de una persona que no ha tenido tiempo de sacársela es rodeada de pus. Había nacido la teoría celular de la inmunidad, complementada luego por la humoral de Paul Ehrlich. Para seguir esa línea en materia de nutrición, Mechnikov , fue el primero el estudiar el yogurt y sus propiedades y concluyó que su consumo es bueno para frenar el proceso de envejecimiento, luego de lo cual todo el mundo ingiere yogurt para mantenerse saludable.

II
Me enteré de la existencia de Roma en la escuela con la maestra Dalila, como cualquier estudiante venezolano de las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, cuando la Historia se estudiaba apenas se aprendía a leer .En nuestra memoria quedaron para siempre la loba, Rómulo y Remo, la Monarquía, La República ,el Imperio, Julio César, Marco Antonio, Cleopatra, y otro montón de nombres que vienen y se van; y hasta la palabra “pírrico”, cuyo significado aprendí entonces.


III
Entramos a Roma . Hay muchos semáforos y pocos ruidos de bocinas de los automóviles. A un costado, el río Tíber. En el año 291 a.C , una epidemia azotó la ciudad. La serpiente de Esculapio, dios de la medicina, la salvó. Desde entonces en la Isla Tiberina se construyo un templo en su honor, un recinto sagrado para recordar la curación milagrosa. Los enfermos acudían en peregrinación en busca de la salud perdida. Hoy en lugar del templo hay un hospital administrado por El Vaticano. Paganismo y cristianismo juntos.
Ya estamos en el hotel Aran Park. Está un poco retirado del centro de la ciudad. En los corredores y en el cuarto hay muchas pinturas, en claroscuro, sepia o gris , que ilustran la historia de Roma. Servio Tulio, Publio Cornelio ,Tiberio Graco, Virgilio, Augusto, el Coliseo, una Guerra Púnica, y muchos otros personajes, acontecimientos y ruinas de edificios están en marcos de madera teñidos con un barniz plateado de falsa venerable antigüedad.
Hacemos un recorrido por la ciudad. Construcciones modernas se alternan con las propias del pasado glorioso romano. El Panteón con la tumba de Rafael , el Mausoleo de Adriano, ahora Castillo de Sant Ángelo, otrora fortaleza de papas y cuyo nombre recuerda la peste que el 590 azotó a Roma. El papa Gregorio I vio al Arcángel de San Miguel con su espada sobre el castillo, señal de que la epidemia había sido vencida.
En la Fontana de Trevi no cabe un alma más. Todos quieren lanzar una moneda hacia donde están las estatuas de Neptuno , la Abundancia, la Fertilidad y la Salubridad(Salus: hija de Esculapio. Es la misma Higea de los griegos).Hay que hacerlo de espaldas y con la mano derecha por sobre el hombro izquierdo. El lanzamiento de una moneda asegura el regreso a Roma; dos, un nuevo romance; y tres, matrimonio o divorcio. El plena revolución técnico-científica el hombre sigue profesando el pensamiento mágico que nos legó la prehistoria.
Regresamos. Es casi medianoche y la gente pasea bajo una luna grande. Pasamos la Vía Ostiense por el sitio donde supuestamente fue decapitado San Pablo. Según la leyenda la abadía Tre Fontana recuerda que su cabeza rebotó tres veces y originó tres fuentes.
En el hotel celebramos con vino y trufas.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Historia y supresión de archivos: Afro-descendientes - 1932


Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…

Esta gente es la madera afro-americana… Miguel Ángel Ibarra

La lectura de Cafetos en flor (1947) de Miguel Ángel Ibarra sugiere una doble enseñanza. No hay historia sin supresión de archivos. No hay testimonio sin mirada retrospectiva de un pasado revocado.

Ibarra nace en Atiquizaya, en el departamento de Ahuachapán en El Salvador en 1902. En la década de los veinte y treinta, se desempeña como líder sindical en la Federación Nacional de Trabajadores de El Salvador (FNTES y en la Federación Regional (FRTES)). Participa en la Universidad Popular de Ahuachapán y también milita en el Socorro Rojo Internacional (SRI), donde conoce a “Augusto Martí”.

Empero, su militancia “democrática y popular” no le basta para que la historia del siglo XXI escuche su deposición testimonial. Para hacer ciencias sociales, hay que tachar. La historia es bastante selectiva sobre los sujetos con derecho a testimoniar sobre un suceso histórico. Ibarra no aparece mencionado en ningún trabajo sobre 1932.

Su experiencia de vida en Ahuachapán, su lucha por los derechos de los trabajadores en el occidente del país, su exilio guatemalteco y su cárcel a la víspera de los sucesos de enero de 1932 y años siguientes, los escribe en el México pos-cardenista. Hay un desfase del hecho vivido (1932) a su recopilación (1947). Toda experiencia de vida se conjuga en el pretérito sin ninguna “urgencia por testimoniar”. “Mis ojos vieron mucho”.

II.

La excusa para suprimir su auto-biografía de todos los libros de historia será simple: su difícil acceso. La novela de Ibarra sólo la catalogan El Colegio de México y la Universidad de Calgary en Canadá. Pero tal pretexto valdría si se tratara de un caso excepcional.

La cuestión crucial para la historia del siglo XXI es que la quema sistemática de los archivos define su práctica acostumbrada. Como sección privilegiada de las ciencias sociales, la historia obra según una convención rigurosa. Hay que tachar toda documentación primaria inconveniente. Interesa ofrecer una visión coherente y elegante del pasado. Interesa acomodarlo a la política de la memoria en una actualidad antojadiza.

Para el período que comenta la autobiografía de Ibarra —el despegue violento del martinato (1932)—la convención de la historia salvadoreña resulta sencilla e implacable. Hay que suprimir todas las publicaciones oficiales y las revistas culturales autónomas de la época.

Los periódicos más obvios —el Diario Oficial y La República. Suplemento del Diario Oficial— los censura la historia del siglo XXI. El pacto científico habla del general Maximiliano Hernández Martínez (1931-1934; 1935-1939; 1939-1944) sustituyendo las fuentes primarias por los prejuicios actuales. Hay que hablar del martinato sin Martínez.

La misma supresión afecta a las revistas culturales de la época. De una veintena de publicaciones culturales —tachadas adrede por la historiografía del siglo XXI— sobresalen Cypactly. Tribuna del Pensamiento Libre de América, y el Boletín de la Biblioteca Nacional. Su inclusión obligaría a considerar que el arte nacional salvadoreño legitima la Matanza o, al menos, le resulta un hecho sin infamia ni recuerdo

Hay un imperativo categórico de las ciencias sociales en El Salvador. Hay que borrar todas las declaraciones teosóficas como las dos citas siguientes:
Quienes deciden “lanzarse a desantentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte” (Cypactly, No. 19, 31 de julio de 1932).

Matan a sangre fría […] los peores asesinos. Por eso merecen condena eterna todos los hechos sangrientos hace algunos meses ejecutados por forajidos […] es una dolorosa equivocación creer que el comunismo se practica segando vidas y arrasando propiedades. Esas doctrinas que tuvieron origen en el Sermón de la montaña, no son de destrucción sino de conservación […] Esto lo han ignorado […] nuestros campesinos por eso han delinquido […] y se dejaron llevar al sacrificio de su vida” (Eugenio Cuéllar cuyo cuento lo ilustra Pedro García V., quien diseña varios “cuentos de barro”. Cypactly, No. 17, 22 de junio de 1932).

De lo contrario, “Francisco Gavidia, Salarrué… cuántos y cuántos, todos los ungidos, las almas luminosas de nuestra patria, [que] ungen y consagran con sus plumas estilistas las páginas de Cypactly“ (Lydia Valiente, Cypactly, No. 13, 20 de marzo de 1932). Todos los ungidos serían cómplices de un régimen que el siglo XXI condena por la Matanza.

Que condena sólo por sus actos militares, ya que la colaboración artística —tal cual lo demuestra Cypactly— el siglo XXI la juzga una manera de resistencia. En palabras de Salarrué, la resistencia significa acusar a los insurrectos por su “levantamiento de venganza”, en vez de aceptar “la resinación del venado indefenso […] el sacrificio” prescrito por “la raza” (“Balsamera”, 1935).

Sus “cuentos de barro” más radicales —la restauración de la comunidad ancestral por el entierro de “botijas”— inauguran la publicación oficial del Boletín de la Biblioteca Nacional en 1932. Se trata de la obligación del “intelectual en el amplio sentido de la palabra”, según Quino Caso, miembro del Directorio Militar en diciembre de 1931. Su publicación oficial consigna el compromiso de la literatura teosófica e indigenista con el despegue de un nuevo régimen militar.

Fue preciso que la tragedia surgiera, para que supiéramos […] los hombres de letras […] sugerir ideales” de identidad nacional. Por un pleonasmo en crasa paradoja, los “naturales” engañados por el comunismo se naturalizan como salvadoreños gracias al arte que los re-presenta.

III.

Por tal razón, la exclusión de Ibarra denuncia una coartada adicional de la historia del siglo XXI. Hay que suprimir toda militancia de izquierda indeseable. Su vindicación del estalinismo —luego del asesinato de León Trotsky (1940)—desluce la imagen que se anhela recrear del pasado. Ibarra hace de Farabundo Martí un “estalinista” y de la revuelta una “venganza” contra la represión “burguesa”.

Yo conocí al camarada Agustín Martí […] el orientador que nos puso en contacto con el gran país de Lenin y de Stalin. {Por él aprendí que] el marxismo es una ciencia y los grandes hombres, creadores de él eran personas cultas que se ligaron al pueblo: Engels, Marx, Lenin y Stalin. El comunismo es la perfección de la sociedad humana […] entonces [todos] amarán a Stalin”.

Vi levantarse la figura justiciera y vengadora de un campesino […] los campesinos por ese instante vengaron la sangre de sus hermanos […] Ese fue, el principio, de la revolución […] La noche era negra olía a tragedia y a sangre […] porque nos persiguen y nos asedian, nos quieren convertir en criminales” (Miguel A. Ibarra).

Ni la imagen de un líder de la izquierda salvadoreña, Farabundo Martí, como maestro del leninismo y estalinismo, menos aún, la de un levantamiento como reacción “justiciera y vengadora” se adecúan a la memoria que se aspira recrear del pasado. Por tal motivo la decisión científica resulta implacable. Hay que borrar. De otra manera, todos “amarán a Stalin”.

IV.

Asimismo, para despecho de un país sin grupos étnicos, Ibarra evidencia el legado de una población afro-descendiente. Más que un país mestizo, El Salvador se halla dividido en grupos étnico-raciales cuya filiación determinan la jerarquía social de un individuo. “Los nativos [son] tratados como esclavos”; “la madera afro-americana” de Atiquizaya alimenta la etnografía local, mientras “la mezcla de alemanes […] europeos aventureros” controla las haciendas.

A la hora de la revuelta, su descripción cobra un giro inaudito que resalta el linchamiento colectivo de un “negro” y de su perro guardián. La “venganza” no sólo se ejerce contra el opresor. Se practica también en una violencia horizontal, contra otro oprimido de distinto color de piel: un afro-descendiente.

La auto-biografía de Ibarra no se ciñe a las exigencias de la historia científica del siglo XXI. En vez de describir en detalle la revuelta y el “hay que matar indios y bolcheviques”, relata la anécdota de una amigo emblemático: Regino, un herrero huérfano de “origen negro” y su perro Quindinduy. La muerte del afro-descendiente y el linchamiento de su mascota simbolizan la colaboración popular, vergonzosa, con la Matanza.

V.

Que el propósito de la historia sea el olvido y el tachón de la documentación primaria es obvio. Cito sólo cuatro omisiones flagrantes que revelan la imagen de un martinato sin Martínez, según la convención de las ciencias sociales en el siglo XXI: Diario Oficial, La República. Suplemento del Diario Oficial, Cypactly. Tribuna del Pensamiento Libre de América y Boletín de la Biblioteca Nacional. Existe una veintena de revistas tachadas adrede que se añadirían a la lista.

Pero en nombre de lo objetivo, las publicaciones deben ocultarse. Antes que la consuma la hoguera de una nueva inquisición, rescato la experiencia de un afro-descendiente. Esta censura Ibarra la llama linchamiento de su amigo Regino y de su perro Quindinsuy, en los albores de 1932. Para la memoria del sindicalista, el emblema de la negritud sacrificada realiza los hechos.

Hay que quemar las fuentes primarias para crearse una credibilidad científica en una historia sin memorias incómodas. En nombre del pueblo, ni siquiera la experiencia de un sindicalista ahuachapaneco, militante del SRI, merece una mención. La lapidación de su “camarada” ciego, “de origen negro”, amerita un olvido más profundo.

La historia como ciencia es el teatro de lo reprimido. La escena de lo suprimido…