Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

viernes, 13 de octubre de 2023

LA BIBLIOTECA DE SAN JUAN DE LOS MORROS: SU HISTORIA DE LA OSCURIDAD A LA CLARIDAD

Adolfo Molina Brizuela* 

Pretendo en estas líneas plasmar algunas ideas que guardan relación con el conocimiento y de cómo se adquiere el mismo a través del transitar de hombre por las veredas de la sociedad. En tal sentido, para comprender el asunto, es preciso y conveniente, en primer orden, escudriñar lo que se entiende o debe entenderse por conocimiento; éste no es más que, aquel juicio proveniente de la razón, ya que tiene su base en el Ser; y, por supuesto se apoya en procesos cognitivos, tales como: percepción, memoria experiencias positivas y negativas, razonamiento lógico, binomio enseñanza-aprendizaje, testimonios, que involucra lo vulgar y lo científico.

            A lo largo de la historia, el hombre en su constante búsqueda del conocimiento se ha visto incitado a beber de las aguas de la sabiduría académica, por ello ha tenido la necesidad de organizar tal conocimiento para validar su aceptación en el seno de la comunidad científica. De allí que, en esa organización que se planteó en algún momento de su existencia, le dio origen a lo que hoy conocemos como biblioteca.

            En función de lo anterior, es pertinente traer a colación que, la biblioteca más antigua del mundo es la de Al-Qarawiyyin, situada en Fez, Marruecos, siendo fundada por Fátima El-Fihriya; quien era hija de un rico comerciante y posterior a la muerte de éste, decidió pues invertir la herencia que le dejó, en la creación de una biblioteca y una madrasa, una escuela que terminó por convertirse en una Universidad. Sin embargo, otros sostienen que, ya en el año 330 A.C, existía la primera Biblioteca Pública en la ciudad de Atenas; considerada para esa época capital del conocimiento. No obstante, tales reseñas no se agotan en lo plasmado en este papel de trabajo, siendo posible que existan otros referentes sobre el origen de las bibliotecas, ya que, en Egipto, Grecia, Roma, Edad Media, Medio Oriente, Edad Moderna y la Edad Contemporánea, también era y es abordado el tema.

            Ahora bien, por qué se le acuñó tal nombre, la respuesta es que, etimológicamente la palabra biblioteca, proviene del griego biblión = libro y thekes = caja, significando la unión entre tales palabras; el lugar donde se guardan los libros. Así la historia de las bibliotecas discurre paralela tanto a la historia de la escritura como a la historia del libro. Según la ALA (American Library Asociation) la biblioteca, constituye una colección de material de información organizada para que pueda acceder a ella un grupo de usuarios. Tiene personal encargado de los servicios y programas relacionados con las necesidades de información de los lectores. Sin embargo, con la constante evolución de la sociedad y la manera de como almacenar la información actualmente, tal definición debe ser revisada, ya que en principio las bibliotecas solo resguardaban manuscritos y libros impresos, pero hoy en día con el auge del internet se habla de bibliotecas digitales o bibliotecas virtuales, debido al alto contenido de material bibliográfico digitalizado y de fácil acceso al usuario.

            Desde mi óptica, lo relevante es que, una biblioteca y un libro serán siempre esenciales para fortalecer el conocimiento del ser humano; y creo no estar equivocado con tal afirmación, por cuanto hasta el escritor argentino Jorge Luis Borges, se ha expresado en ese sentido, al manifestar en una oportunidad, cito “Siempre imaginé que el Paraíso será algún tipo de Biblioteca”, cierro la cita, obviamente que en sintonía con Borges, la atracción que crean unos estantes repletos de libros viejos y nuevos, la incógnita por descubrir lo que hay en sus páginas, el aroma a cuero y material sintético de sus cubiertas, la percepción visual de sus páginas amarillentas que recogen un espacio y tiempo histórico que involucran al hombre, conllevan a que, el placer de la lectura puede durar una eternidad.

            Por su parte, la UNESCO, ha establecido una tipología bibliotecaria, que incluye bibliotecas, a saber: a) Universitarias; b) No especializadas de carácter científico y eruditos; c) Especializadas, responden a necesidades profesionales concretas; y, d) Públicas. También existen otras fórmulas de bibliotecas infantiles, tales como: el bibliobús que atiende a niños, jóvenes y adultos en los barrios de las distintas ciudades y las bebetecas, que son servicios de atención especial para infantes de 0-6 años.

Puntualiza, dicho organismo internacional que, las bibliotecas nacionales, representan la cabecera del sistema de los Estados. Así, suelen estar financiadas por fondos públicos y cumplen una doble finalidad: proporcionar material bibliográfico de investigación para cualquier disciplina, y conservar y difundir el patrimonio cultural (referente a la información registrada a lo largo del tiempo) de cada país. En general cada Estado tiene una biblioteca que es considerada nacional y cuyos objetivos son los antes reseñado. Cabe destacar el caso de algunas de ellas, tales como: la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, Biblioteca Británica, Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Nacional de Francia, Biblioteca Nacional de Argentina, Biblioteca Nacional de México, Biblioteca Nacional de Chile, Biblioteca Nacional de Colombia y la Biblioteca Nacional de Venezuela.

En el caso venezolano, la historia registra que, el primer paso para la creación de la Biblioteca Nacional surgió en el año de 1810, cuando nuestro país aún era Capitanía General de Venezuela y en tal sentido dependía de España. Los precursores e incitadores de tan brillante idea fueron el guariqueño Juan Germán Roscio Nieves y Mariano Moreno, siendo ratificada y reproducida tal idea en fecha 04 de junio de 1814, por el padre de la Patria Simón Bolívar; quien giró instrucciones claras y precisas para la creación de la Biblioteca Pública de Caracas.

A pesar de lo precedente, no fue sino hasta el 13 de julio de 1833, durante el primer gobierno del General José Antonio Páez, a través del Ministro del Interior y Justicia Antonio Guzmán, que se redactó el decreto, mediante el cual se crea la Biblioteca Pública Nacional; cuyo decreto establecía además que, todas las bibliotecas de Venezuela formarían parte de la recién creada Biblioteca Nacional, haciendo plena referencia a las librerías y archivos de los extinguidos conventos, colecciones de la universidades y colegios actuales y futuros, los libros que habían sido coleccionados por Arévalo en 1814, y los que a partir de allí fuesen adquiridos.

La misión inicial fundamental de la Biblioteca Nacional era constituirse como centro de consulta e información para el buen desempeño de los funcionarios del gobierno, y brindar acceso a todos los ciudadanos para contribuir y mejorar su educación, lo que evidentemente se traduce en producción intelectual y actualización del conocimiento, siendo la premisa en todo caso, vencer la tenebrosidad del saber para que aflore la luminosidad académica. En correspondencia a lo expresado, enfatizaba Juan Germán Roscio en 1814, cito: “Todos los ciudadanos, sin distinción de clases, tendrán derecho a concurrir a leer a la Biblioteca…” fin de la cita. Indudablemente que, su intención era mantener a los ciudadanos suficientemente ilustrados para dar la lucha en el terreno ideológico de la época, debido a que una biblioteca, es un espacio donde se preserva y se mantiene un registro cultural del pasado y del presente, siendo su función facilitar el acceso de los usuarios a los conocimientos, crear y mantener una colección coherente y ordenada e incentivar la creación de nuevos registros culturales.

Cabe destacar que, actualmente en Venezuela, el Sistema Nacional de Bibliotecas está conformado por más de 727 bibliotecas públicas, distribuidas en 24 Redes estadales, cuatro (4) Institutos Autónomos y la Biblioteca Nacional, siendo las bibliotecas más importantes: 1) La del Banco Central de Venezuela; 2) Palos Grandes; 3) Nacional de Venezuela; 4) Pedro Grases y la 5) Bolsa de Valores de Caracas. De importancia, debe mencionarse adicionalmente que, la biblioteca privada más grande de Latinoamérica se encuentra en Venezuela, me refiero a la Colección Arcaya, con unos 147.000 volúmenes de un valor incalculable.

En el mismo orden de ideas, pero dando un giro geográfico hacia el estado Guárico, encontramos que allí está ubicada, en la ciudad de San Juan de los Morros, La Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”, sobre la cual, de seguidas, emprenderé un breve recorrido histórico. La misma, se dice que fue creada aproximadamente en el año 1930. En sus inicios recibió el nombre de Biblioteca Luis Razetti, comenzó a funcionar en una casa de la calle real, hoy día Avenida Bolívar, justo donde está actualmente la sede del Banco de Venezuela. Posteriormente, fue trasladada a la sede de la Federación Venezolana de Maestros, en la misma calle real. Para el año de 1954, fue mudada a la sede de la Unidad Escolar Estadal 2 de diciembre – (hoy Escuela José Félix Ribas)- ubicado en la Avenida Miranda. Dicha biblioteca, fue trasladada en la década de los años 60 nuevamente, al parque Juan Germán Roscio, ubicado en la calle Mariño, funcionando allí hasta el año 1974, por cuanto fue reubicada en la recién estrenada sede de la Casa de la Cultura “Víctor Manuel Ovalles”.

En el año 1980, se crea la Red de Bibliotecas Públicas y tal biblioteca es bautizada entonces el nombre de Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”, funcionando allí, hasta el año 2011, cuando es mudada hacia un deteriorado e inconcluso edificio donde funciona actualmente, específicamente en la Avenida Bolívar cruce con la calle Mariño. Lo antes descrito, encuentra asiento de veracidad, en reseñas plasmadas en el Diario “El Nacionalista”, por la profesora Elisa Pineda de Belisario, y también en palabras del señor Félix Orasma; a quien recientemente entrevisté, trabajador de dicha biblioteca como planificador adjunto a la Coordinación de Bibliotecas del estado Guárico, durante 22 años, hasta su jubilación, y todavía continúa prestando apoyo ad-honorem y desinteresadamente. Cuenta el entrevistado, con mucha pasión y vehemencia que, cuando inició sus labores en la mencionada biblioteca no había un registro de las bibliotecas de la red; por lo que, él comenzó a escribir un resumen histórico de ellas, iniciando por supuesto con la Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”.

Igualmente la creación de las Redes Estadales de Bibliotecas Públicas, un icono del saber en el estado Guárico, esgrime como soporte jurídico, el Decreto N° 31, suscrito por el Gobernador del momento Facundo Camero Velásquez y refrendado por secretario general de Gobierno Dr. León Párraga Laya, en fecha 19 de octubre de 1979.

Desde sus inicios, la mencionada biblioteca tuvo múltiples inconvenientes y detractores, entre ellos pequeños comerciantes que se oponían a su funcionamiento en los espacios actuales de ubicación, alegando que la reubicación de éstos, en sitios distantes de merpeco les causaría perjuicios y que prácticamente para ellos era un desalojo. Tal conflicto fue judicializado, hasta el punto de existir una (1) demanda -(amparo constitucional)- para impedir el estudio de suelos, donde se iba a construir la sede actual y posteriormente impedir la construcción de la biblioteca, pero fue declarado sin lugar.

Debe resaltarse que, gracias a la loable labor perseverante de la Licenciada Maritza Turupial, Coordinadora de la Red de Bibliotecas Públicas del estado Guárico, desde 1991, año en que se reactiva la idea de la mencionada sede, pero no es hasta 1993, cuando se plantea el tema ante el Gobernador Malavé Risso, el Alcalde Argenis Ranuarez, Virginia Betancourt, en su condición de Directora de la Biblioteca Nacional, y también a la gran labor de la  Sociedad de Amigos de la Biblioteca Pública, según me cuenta Maria de Lourdes Martínez -(conocida cariñosamente como Malula)-, integrada por  ella misma,  Elisa Pineda de Belisario, Antonio Arcia, Leonor Rivera de Sáez, Lucio Díaz Ortiz, Adolfo Rodríguez, Dr. José Ramón Torrealba; hijo del sabio guariqueño Torrealba, Aída de Tabares, Luis Ortega, entre otros; e incluso con la colaboración del Rotary Club y la Cámara de Comercio; representada por Ángelo Donnarumma y Giovanni de Angelis, se pudieron sentar las bases para hacer realidad la construcción de la Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”. También, participaron activamente en el proyecto para la nueva sede de esta biblioteca junto a Maritza Turupial, los demás miembros del equipo de Coordinación de la Red de Bibliotecas Públicas del estado Guárico, Wollmer Uzcátegui, León Rubio, Pablo Hernández, Elsida Tillero y Jesús López

La creación de la mencionada biblioteca continuó su indetenible avance, con la suscripción del contrato de comodato para su construcción, en fecha 19 de mayo de 1995, estando presente en dicho acto realizado en la sede de la Casa de la Cultura de San Juan de los Morros, el Alcalde Argenis Ranuarez Angarita; Lcda. Virginia Betancourt, en su condición de Presidenta del Instituto Autónomo de Bibliotecas Públicas; Lcda. Maritza Turupial, en su condición Coordinadora de la Red de Bibliotecas; Los Concejales Andrés Ortiz, Oscar Márquez y Enrique Rangel; el Síndico Dr. Jesús Salazar; el Dr. José Añez, Registrador Público y demás personalidades vinculadas a la educación y la cultura del Municipio, tal como está registrado en el periódico “El Nacionalista”, correspondiente a la fecha arriba indicada.

Los recursos financieros para iniciar la construcción de la citada biblioteca fueron aportados por la Gobernación del estado Guárico, Asamblea Legislativa, Ministerio de Desarrollo Urbano (Mindur) y la Alcaldía del Municipio Autónomo Juan Germán Roscio Nieves, según información extraída del diario regional “El Nacionalista”, de fechas: 22 de noviembre de 1995 y 13 de octubre de 1996, que reposa en los archivos de la hemeroteca de dicha Biblioteca Pública.

Es significativo subrayar, que mucho antes de las fechas indicadas, de manera previa, específicamente entre 1980 – 1990, se realizaron gestiones sumamente importantes para obtener un terreno o local, impulsando la creación de la Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”, las cuales tuvieron a cargo de las Coordinadoras Raíza Márquez y Esther Requena, que no podían ser invisibilizadas en el presente escrito, según lo reseña el periódico “El Nacionalista”, de fecha: 16 de octubre de 1996, el cual descansa en los archivos de la hemeroteca de la citada biblioteca.

Para el año de 1996, la Lcda. Virginia Betancourt concertó una reunión con las nuevas autoridades Gobernador Rafael Emilio Silveira y el Alcalde Julio Torrealba, a los fines de ratificar el proyecto de creación de la mencionada biblioteca; comprometiéndose éstos a cumplir con el mismo y a mantener el ofrecimiento financiero hecho por las gestiones anteriores. Posteriormente la directora regional de Mindur, comunica a la Red de Bibliotecas que, disponen de los recursos para iniciar la obra este año y que se han tomado previsiones para el presupuesto del año 1997. No obstante, a pesar de ello hubo un conato, por parte de la Alcaldía de Roscio, de querer cambiar la sede de la biblioteca, a un terreno adyacente al Complejo Cultural que iba a desarrollar la Gobernación del estado Guárico, en la sede del viejo Hotel Baños Termales, pero sólo fueron especulaciones sin ningún éxito, ya que se inició la construcción de la sede actual en fecha 1998.

Recientemente en entrevista practicada a María Martínez -(Malula)-, ella me comenta que, comenzó a trabajar en dicha biblioteca por un tiempo de 13 años, contados desde el 01 de abril de 1986 hasta el año 1999, como auxiliar de biblioteca en la sala infantil con Milagros Sotillo, bajo la coordinación de Raíza Márquez. Me ilustra de que, allí, hacían un Plan Vacacional llamado “Una Aventura por la Paz”, era una época muy linda, compartida con excelentes compañeros de trabajo, tales como: Elsida Tillero; quien era bibliotecóloga, jefe de procesos técnicos y se trasladaba todos los días desde Villa de Cura hasta la ciudad de San Juan de los Morros, Nelly de González, Maigualida Arévalo, Nohelí Calles; quien amaba los libros, los cuidaba y los defendía con ímpetu de guerrera, Luis Ortega, Roseliano Morillo, y desaparecido Pablo Hernández, Maria Romero, Rosa de Orasma, Yurubí Vicuña, América Farias, Olimpia Martínez, Alcides Arias, Luis Carlos Rodríguez, Luis Escala, la aseadora Vestalia Zapata, Maria Teresa Herrera, Wollmer Uzcátegui, el titiritero Gustavo Oval; Enrique Gitten, quien integraba el grupo de teatro “Búsqueda” y Jeroh Montilla; de quien explica en especial que, era y es un incansable lector, él estaba en la parte de literatura, y todo cuanto libro pasaba por su scanner visual, al final de jornada laboral, en horas extras, me hacía un relato breve con gran precisión, por cuanto su capacidad memorística es sorprendente, siempre andaba en la búsqueda permanente del saber, con objetivo claro de superación. También concurrían casi a diario, a la biblioteca, María Ramos, Irma Medina y Felipe Santiago Zerpa.

Sigue narrando Malula que, el horario inicial de la biblioteca era de 8:00 am hasta la 1:00 pm y de 1:00 pm hasta las 6:00 pm, de lunes a viernes, siendo los sábados opcionales hasta la 1:00 pm, y que siempre tempranito, específicamente en este día, llegaba Wollmer Uzcátegui. Explica adicionalmente, que los martes en la mañana comenzaron a reunirse la Asociación de Amigos de la Biblioteca, arriba nombrados, titanes, fieles luchadores y catalizadores de la creación de la mencionada Biblioteca Pública Central. Me cuenta además que, la clasificación de los libros se realizaba por el sistema Dewey, que va desde la nomenclatura 000 hasta el 900, de la siguiente manera: desde el 000 al 100 diccionarios y enciclopedias, desde el 100 hasta 200 filosofía, 200 en adelante religión, 300 en adelante ciencias sociales, a partir del 400 lenguaje, a partir del 500 ciencias puras, del 600 en adelante ciencias aplicadas, del 700 en adelante teatro, de 800 hasta 900 literatura e historia; numeración ésta donde se mantenía anclado Jeroh Montilla, no salía de allí, leyendo de todo y finalmente 920 bibliografías. Agregó que, la sala infantil, se citaba o catalogaba por colores según su contenido.

Cabe acentuar que, la Sociedad de Amigos de la Biblioteca Pública Central, entre ellos Lucio Díaz Ortiz y Maritza Turupial, en fecha 22 de noviembre de 2002, hicieron en una denuncia pública, donde destacaron que la empresa Darianca; ejecutora de la obra, con la complicidad de MINFRA nacional y regional, jugaban con la buena fe de los sanjuaneros, se burlaban de ellos, por lo que en ese instante amenazaron con la toma simbólica de la sede en construcción.

En sus inicios la biblioteca referida, disponía de 122 puestos de lector, una colección de 11.210 títulos y 18.918 volúmenes y ofrecía servicio de Infocentro, atendía un promedio de 5.947 usuarios mensualmente. Actualmente, según entrevista practicada al Ingeniero Pablo Velásquez; en su condición de Coordinador (E) de la Red de Bibliotecas Públicas del estado Guárico y Custodio de los Fondos Administrativos; éste me revela que, el horario de funcionamiento actual, es de 8:00 am hasta las 5:00 pm, de lunes a viernes, atienden entre 80 a 100 usuarios diarios, lo cual ha disminuido por los problemas colaterales de la Pandemia e inconvenientes en el techo del edificio, debido a las constantes filtraciones, atienden 13 municipios del estado Guárico, por cuanto en El Socorro y San José Guaribe, no hay bibliotecas, poseen aproximadamente 200 mil libros, cuya cifra es imprecisa, debido a que en la actualidad están haciendo inventario. La biblioteca está distribuida por una planta baja y tres (3) pisos, tiene cinco salas, a saber: sala general Nohemí Calles; sala infantil Milagros Sotillo; sala estadal Argenis Ranuarez; sala de literatura Luz Carpio de Figueroa; sala de procesos técnicos Prof. Maria Rondón, donde llegan los libros por medio de donación privada y dotación oficial de entes gubernamentales y son distribuidos a 13 de los 15 municipios del estado Guárico.

Es trascendental distinguir que, la Biblioteca Pública Central “Rómulo Gallegos”, realiza ferias de lectura, intercambios bibliotecarios, como el efectuado con Cuba, impulsa la Misión Leer y Escribir, como herramienta para fomentar los cambios sociales, teniendo dentro de sus reconocimientos el galardón del séptimo (7mo) Premio Nacional del Libro, logrado en el periodo 2010 –2011.

Para concluir, indudablemente que, la labor de la biblioteca como centro del saber, impulsada por sus trabajadores, es gigantesca en estos momentos de crisis económica, política y social, por lo que, el reconocimiento hacia la institución y el recurso humano incansable no puede solaparse, mereciendo de mi parte, del sanjuanero, del estado Guárico en pleno y de la sociedad misma, un magnánimo aplauso, amplificado e inconmensurable, ya que precisamente, su objetivo y misión encarna un apoyo a la lectura, a la escritura, al intercambio de saberes, al engranaje de los servicios bibliotecarios en el estado Guárico, recibiendo estudiantes sin distinción alguna, con el único propósito de que profundicen sus conocimientos dentro de la Red de Bibliotecas del estado Guárico, lo cual obliga ineludiblemente a peregrinar la senda de la oscuridad a la claridad.-

Referencias utilizadas

Diario “La Antena”. Fecha 24 de abril de 1995. Pág. 12

Diario “El Nacionalista”. Fecha 18 de mayo de 1995.

Diario “El Nacionalista”. Fecha 22 de noviembre de 1995.

Diario “La Antena”. Fecha 13 de octubre de 1996. Pág. 5

Diario “El Nacionalista”. Fecha 16 de octubre de 1996.

Diario “La Prensa”. Fecha 30 de octubre de 1996.

Diario “La Antena”. Fecha 22 de noviembre de 2002

Diario “El Nacionalista”. Fecha 24 de noviembre de 2002. Pág. 5

Decreto N° 31, de fecha 19 de octubre de 1979. Gaceta Oficial del estado Guárico.

https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/19593-copias

https://lifeandstyle.expansion.mx/mundo/2017/02/27/conoce-la-historia-de-la-primera-biblioteca-del-mundo

https://www.comprensionlectora.es/index.php/2013-11-27-16-50-54/2013-11-27-17-15-39/historia

Entrevistados e informantes claves:

Ø  Félix Orasma

Ø  María Martínez “MALULA”

Ø  María Reina

Ø  Maritza Turupial

Ø  Pablo Velásquez

*Ensayo escrito para la materia "Historia de lo cotidiano" de la maestría en Historia de Venezuela de la Universidad Rómulo Gallegos.

domingo, 16 de julio de 2023

LA IGLESIA EL CARMEN

 César Gedler

Lo que dicen es que la capilla la empezaron a construir en los tiempos en que gobernaba Cipriano Castro, antes de mil novecientos cero.  Parece que al Cabito la villa de Los Teques le recordaba, con su clima neblinoso, el de las montañas de la frontera. Por eso se montó una casa por los lados del hotel La Casona, donde pasaba algunos días y a la que le llegaban algunos visitantes de su entera confianza. 

Para el momento, esa zona del poblado que arrancaba en el parque que hicieron los alemanes del ferrocarril, siguiendo la calle principal hasta donde los mercaderes hacían cabotaje más arriba del manicomio, había algunas casas comerciales, en un principio de propietarios descendientes de judíos sefardíes a los que llamaban turcos, y más adelante de venezolanos que ofrecían, pagando por cuotas, todo lo que necesitaba una familia para vivir dignamente, en materia de telas enseres y calzados.

La otra parte de Los Teques, la que llamaban El Pueblo, era de las familias más rancia, los que le echaban en cara a los del Llano de Miquilén, que eran unos advenedizos que se estaban adueñando del lugar, y en su afán por mantener a los adversarios a raya, crearon una línea imaginaria en lo que se conocía como La Unión, en donde hoy comienza la entrada de la Av. Arvelo, o calle del hambre. Muchas peleas a golpes se dieron entre los habitantes de uno y otro lado del cantón, a veces individual y otras colectivamente, pero sin considerar el lado violento del asunto, la rivalidad entre ellos se mantuvo por mucho tiempo de forma manifiesta, como un principio de identidad territorial.

Sería por eso que los parroquianos de El Llano de Miquilén se decidieron a construir una capilla en sus dominios, para no tener que cumplir con el deber religioso en la Iglesia de El Pueblo, a donde asistían los principales. Al comienzo fue solamente una nave de pequeñas proporciones, con su altar mayor al final, y un salón de unos 25 metros, con pocas sillas y bancos donde sentarse, algunas imágenes de vírgenes y santos de confección sencilla, pero que les bastaba para sentirse orgullosos, ya que era su capilla, la de los feligreses de El Llano, donde podían elevar sus plegarias y escuchar cada domingo al cura, con sus recitativos en latín y su sermón en el púlpito labrado en madera, y también confesar sus travesuras y comulgar después, para preservar su alma de los tormentos del infierno.

La construcción fue una empresa de los lugareños, según contaban los viejos con nostalgia. Algunos diligenciaron en la Arquidiócesis de Caracas el permiso de construcción y la asistencia de un capellán.  Los que tenían posibles dieron el dinero, y otros ofrecían devotamente su fuerza de trabajo para hacer posible la edificación y contar así con un templo sagrado. Desde temprano sacaban de la quebrada de Los locos, todo el material que se requerían para aquellas paredes de piedras, barro y bahareque pisoneado, de casi cincuenta centímetros, para que durara hasta el final de los tiempos. Las familias con recursos donaron la madera para el techo, las ventanas y la puerta de entrada; otros reunieron para encargar la fundición del campanario, mientras los más dejaban cada domingo su contribución para el acabado que le daban los especialistas carpinteros, albañiles, pintores y vitralistas. 

A partir de 1917, cuando llega la luz eléctrica a Los Teques, el sector de El Llano de Miquilén fue ganando importancia y significado no sólo por estar la estación principal del ferrocarril en esta área, sino porque se fueron construyendo las casas gomeras en sus inmediaciones. Es así que Villa Teola, San Vicente (hoy Tamarí) San Cayetano, Villa paz del Valle, la quinta Hilario, y la Florida (desaparecida) entraban todas en sus dominios, y la capilla fue recibiendo de los vecinos gomeros algunas dádivas del poder. 

Fue una empresa lenta, pero firme. Año tras año se veía crecer la modesta capilla hasta alcanzar las condiciones en que la encontró el general José Rafael Luque, en los tiempos en que se preparaba la celebración del primer centenario de la muerte del Libertador. Ya en 1926 había sido elevado Los Teques a Capital de Estado, y ese hecho determinó un impulso adicional a su crecimiento, con la construcción del Mercado Principal en la zona este de la capilla, además de la reconstrucción del puente Castro, cuando sustituyeron la madera de la que estaba hecho, por una material resistente, de hierro y concreto.  La plaza Miranda, por su parte se transformó de terreno baldío a espacio con árboles, asientos, caminos, luz de faroles eléctricos, y en el centro, un busto del prócer que le da nombre al Estado.

En los tiempos en que el padre Giusti era capellán, el general Luque dejó su marca en la capilla al construirle una nave adicional en su parte derecha, que sirvió de oficina parroquial, y más delante de nave lateral, además de embellecer la edificación con los vitrales que le daban un aurea de luz cromática al púlpito, donde el sacerdote predicaba en la celebración de las misas cada mañana. Al ampliar la capilla se le abrieron a las dos paredes laterales tres boquetes en forma de arco a la que antes fueran las paredes exteriores, que hoy nos permite constatar la dimensión  de esas construcciones, y que explican a su vez el por qué, siendo pilares internos, tienen tal grosor. Más adelante, cuando era capellán el padre González Ecarri, se amplió la nave izquierda siguiendo los mismos criterios arquitectónicos, lo que le dio  a la iglesia un estilo coherente, y un espacio suficiente para acoger a los muchos feligreses que por siempre han plenado la capilla.

La población fue creciendo y los bancos de la capilla eran insuficientes, entonces algunas familias retomaron la vieja costumbre mantuana heredada de la colonia, de las mujeres oír misa con su propio reclinatorio, que dejaban amarradas con unas cadenas decoradas, para que fueran de uso exclusivo, sin que nadie considerara este privilegio como una afrenta a las verdades sobre la justicia, expresadas en el Evangelio.  Mientras los pobres escuchaban la misa parados, o sentados en unos pocos bancos situados en la nave central de la capilla, estas familias ataviadas con velos de mantilla, disfrutaban de sus sillas con reclinatorio, mientras duraba el oficio religioso.

Afortunadamente para los que tenían que asistir a la misa sin poder sentarse, en tiempos de Pérez Jiménez, el gobernador del estado Miranda, Julio Santiago Aspurua,  donó unos bancos que llenaron la nave central, sin que quedara lugar para unos privilegios que desdecían los principios que hicieron inmortales los Evangelios.

Mucho antes de que se convirtiera en Parroquia eclesiástica, la modesta capilla fue adquiriendo imágenes talladas por expertos en los más acreditados talleres, y las antiguas iconografías, elaboradas con materiales de poca duración, fueron donadas a otras capillas que iban naciendo en las zonas aledañas del poblado, y que apenas contaban con algunos recursos para sobrevivir. 

Una de las primeras imágenes que se encargaron a los tallistas de renombre, fue la de la Virgen del Carmen y El Nazareno. La primera, una escultura en cedro, encargadas a Estelles y Aragones, por el gobernador Pablo García Pérez, data del año 1947;  y la segunda talla fue donada por el feligrés Rafael Lozada, en el año 1948, comprada de la Casa Aranda.  Después vinieron el Santo Sepulcro, cuya imagen fue comprada en Casa Aranda y el nicho fue encargado en 1954 a los Padres Salesianos por José Colina, presidente del Concejo Municipal, y la imagen de San Judas Tadeo, donado por la familia Ledezma, de la ya ciudad.

En 1956, siendo capellán el Padre Luis Rafael Tinoco, los señores José Romero, y Casto Oropeza  de Los Teques, y muy allegados a la Iglesia, recogieron suficientes firmas en la comunidad y se dirigieron al Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, para solicitarle la elevación de la capilla El Carmen, a Parroquia eclesiástica, lo que el arzobispo aprobó enseguida, por las referencias favorables que tenía del templo religioso  y el 16 de julio de ese año se ofició la primera misa como Parroquia Nuestra Señora de "El Carmen".

Ya el Templo parroquial estaba en facultad de bautizar, pero no contaban con una pila bautismal. Fue entonces cuando el párroco de la iglesia de Villa de Cura le ofreció al padre Tinoco la que tenía, pero con la condición de que la buscara de noche, y con el mayor sigilo posible, pues era una pieza de piedra tallada, y con un valor tradicional y artístico de primer orden, y la población se hubiera opuesto si descubrían que le estaban arrancando su patrimonio para llevarlo a otros lugares. El señor José Romero, fue el encargado de conseguir un camión y unos obreros para trasladar la piedra hasta Los Teques, e instalarla en el centro de la nave izquierda, donde duró por mucho tiempo, hasta que siguió el mismo destino anterior, y en otra capilla estará en este momento cumpliendo su función.

Un sábado 29 de julio tembló en Caracas, y sus efectos se sintieron en las ciudades aledañas. La catedral de Los Teques sufrió fuertes averías, que ameritaron su reconstrucción. Fue por eso que del Ministerio de Obras Públicas se acercaron a la iglesia de El Llano a constatar que sus instalaciones estuvieran en buenas condiciones, y el entonces Párroco Juan Errandonea, les pidió que le mejoraran la casa parroquial, pues era un tugurio húmedo y frío que le entumecía los huesos a quien le tocaba dormir en aquel lugar. Así lo hicieron y resultó un sitio ventilado y con suficiente claridad, pero vacío, porque carecía de mobiliario, entonces el Sr. Nicolás González, quien era presidente de la Sociedad del Carmen, regaló un juego de recibo donde sentarse y recibir las visitas ocasionales, lo que motivó a otras familias a donar algunos enseres domésticos que le hicieron los días más cómodos al clérigo.

El tiempo del presbítero Crescensio Torralba (1959-1966) al frente del templo, fue apacible y regular, como el orden de los días.  Las procesiones y demás oficios, como Semana Santa y la Natividad, ocupaban toda la atención de los eclesiásticos. Todo era predecible, y se podía estar seguro que Ramón el sacristán repicaría las campanas a la misma hora; el maestro José Maria Vielma tocaría el órgano, interpretando con maestría las composiciones más sentidas para acompañar la liturgia, y los feligreses asistirían a las misas diariamente con el mismo silencio y temblor que les producía el frío tequeño, la mayor parte del año.

Más sobresaltados resultaron los años del padre Juan Errandonea, y Luis Igartúa. Algunos eventos como la suspensión del tren alemán después de setenta años de servicio, y el terremoto de Caracas, en el orden local, serían apenas una muestra tímida de los cambios que se introdujeron en la Iglesia por el Concilio Vaticano II, y la muerte del papa Juan XXIII.  Una ola de modernidad alteró todo el equilibrio al que se estaba acostumbrado en el universo histórico y social.  Baste recordar que la misa comenzó a celebrarse en el idioma nativo de cada país, y la Iglesia inició un diálogo con el mundo contemporáneo que obligaba a obispos y sacerdotes a revisar sus dogmas y postulados y a integrarse al mundo en su propio lenguaje. Entre los años 65 y 75 del siglo anterior, se elevó una honda transformación  no sólo en el espíritu de la fe, sino en la manera de concebir la práctica del Evangelio.

Uno de los mayores impulsores de este nuevo espíritu fue el padre Luis Igartúa. Desde que fue nombrado Párroco en la iglesia El Carmen en 1971, y hasta su muerte en 2008, se esmeró en construir una escuela granja, el Complejo “Casa del Amigo” con un ancianato, una imprenta, farmacia, ropero, escuelas de oficios y artesanales, capillas en barrios y poblados, Santa Eulalia, Guaremal, Variantes de Guayas, El Trabuco, Los Amarillos, Cañaote, un comedor popular dirigido y atendido por Josefita y una clínica popular que cobrara honorarios profesionales por debajo del costo regular. También amplió la edificación del Templo, le dio un lugar al bautisterio, ha sido ayudado por Juan Evelio Márquez, el primer diácono con que contó la iglesia del Llano de Miquilén, que tanto hizo y sigue haciendo en beneficio de la comunidad eclesiástica de Los Teques.

Cuando el padre Luis envejeció y enfermó, Donato Porras, (2008 – 2010) quien fue capellán militar, y en esta fecha vicario parroquial, tomó las riendas de la Parroquia como Administrador parroquial, continuó la labor del padre Igartúa, pero adicionalmente le asignó un sueldo a los trabajadores de la Parroquia y modificó el altar al final de la nave central, como acostumbra la tradición después que el púlpito quedó en desuso para que feligreses y sacerdotes tuvieran un encuentro horizontal, como lo determinó la nueva visión teologal. 

Como una nota significativa debemos nombrar al padre José Antonio Ugartemendía, un artista plástico con suficiente talento y conocimiento en la restauración de imágenes religiosas, quien se mantuvo como vicario parroquial, mientras rehabilitaba las imágenes que con más de sesenta años le sirven a los devotos para elevar las plagarias en busca de intercesión.

Igualmente se destaca en su labor al frente de la Parroquia, Néstor Castro, sacristán, artista plástico y estudiante de filosofía, conocedor en profundidad de la memoria y organización de la iglesia de El Carmen, y mano derecha de los últimos sacerdotes, y la señora Mercedes de Gedler, catequista por más de cincuenta años, ministra de la eucaristía, y colaboradora permanente, hasta sus 90 años, cuando se retiró de toda actividad de servicio, por razones de edad.      

Donato Porras enfermó y murió tras algunos meses de hospitalización ocasional, entonces la Curia envió como Párroco al padre Germán Español, un sacerdote del estado Sucre, quien vivió con su familia en la casa parroquial, por cuatro años, hasta que a su vez enfermó y tuvo que ser trasladado a su tierra, para su recuperación.

Actualmente la Parroquia está dirigida y coordinada por el padre Alberto Pita, sacerdote de Los Teques. Se ha interesado por la formación religiosa de la comunidad, con un diplomado en teología, que cuenta con docentes de formación filosófica y teológica, además de un proyecto serio para integrar la comunidad a través de coloquios, charlas, seminarios y otras modalidades no sólo en el área de lo trascendente, sino en problemas de integración patrimonial, que tanta falta le hace a Los Teques.

jueves, 4 de mayo de 2023

CRUZ DE MAYO

 César Gedler

Como símbolo arquetipal, la cruz representa al árbol de la vida, que hunde sus raíces en el subsuelo, y se eleva hasta el espacio celeste, mientras sus brazos se extienden como ramas horizontales que surgen del tronco. En esta simbología está contenida su naturaleza cíclica, a través de las hojas, flores y frutos, que se agotan y se renuevan constantemente, de acuerdo con el curso de las estaciones.

La comprensión esotérica vinculada a la astrología, relaciona la cruz con la materia, que implica el límite y la forma (Saturno), y con el espíritu encarnado, (Sol), que supone el esfuerzo, la trascendencia y la realización. Por su estructura, la cruz divide el espacio en cuatro cuadrantes. Una totalidad expresada en la dimensión vertical, que representa el tiempo, y en la horizontal, que nos remite al espacio. Cada una de las cúspides se relaciona respectivamente con los puntos cardinales (norte, sur, este, y oeste); con los elementos, (fuego, tierra, aire y agua); con las propiedades, (caliente, frío, seco y húmedo), y con los momentos estacionales, primavera, verano, otoño e invierno.

La liturgia sobre la cruz se celebra cuando aparecen los cuatro luceros que conforman en el cielo la Cruz del Sur. Es el momento de celebración de las festividades primaverales, en la que los campesinos ofrecían sus cantos, flores y frutos a sus deidades propiciatorias de la fecundidad de la tierra y la mujer. Por esta razón se convirtió en rito agrario y de los enlaces amorosos. Al decaer la economía agrícola como función individual, el campesino emigró a los centros urbanos para dedicarse a otras actividades, y de ese modo se va perdiendo el caudal folclórico, con todos los símbolos que poblaron la tradición, como ocurrió con la construcción de las antiguas ciudades, donde la intersección de los cuadrantes cruciforme indicaban el lugar en el que habría de levantarse el templo, por ser el punto en el que convergen los mundos, y por tanto el lugar de mayor energía, quedando en forma concéntrica la edificación de la plaza, los edificios principales y las casas.

Una de las variantes de los tantos significados que toma la cruz, está relacionada con la crucifixión, y más específicamente con la crucifixión de Jesús el Cristo, por el significado histórico y espiritual que adquiere ésta posteriormente, al lado del Sudario, El Santo Grial, la lanza que atravesó su costado y los clavos que sostuvieron su cuerpo. La muerte en la cruz era el castigo impuesto a los esclavos más viles, y era estigma de infamia. Por ser tan común entre los romanos, a las penas, las aflicciones, se les daba el nombre de cruces. Curiosamente, entre los primeros judíos no existía la práctica de la crucifixión, tan frecuente en muchos pueblos de la antigüedad.

La Cruz de mayo

La tradición destina el día 3 de mayo para las celebraciones rituales y piadosas en honor a la Cruz del Salvador. La iglesia cristiana naciente impone una transculturación sobre los ritos paganos en honor a la tierra fecundante, creando la versión según la cual, en esta fecha del año fue encontrada por Santa Elena (madre del emperador Constantino), en la basílica de Jerusalén, la verdadera cruz donde murió Jesús. Santa Elena, para destacar el gran hallazgo, mandó a encender en cada topo de los cerros, enormes fogatas que formaron una cadena desde Jerusalén a Bizancio, donde su hijo Constantino esperaba el resultado de aquella peregrinación.

En el siglo XVI los españoles introdujeron su ritual en América, donde se transforma y adquiere significación especial, de acuerdo a las regiones donde va llegando, pero siempre vinculado al fundamento cultural de la tierra, de la economía agrícola en formación.

Aunque en la actualidad muchos promeseros alumbran las viejas cruces milagrosas que se guardaron inmediatamente después del último velorio, la costumbre originaria era comenzar los preparativos el jueves Santo, con la escogencia del madero (olivo, limón, jobo), que debía ser cortado por una doncella en ayuno, antes de la salida del sol. El primero de mayo, la cruz destinada al altar se viste con flores y papel de color, y la que va al patio o al calvario, la llamada Cruz del Perdón, se viste con cogollos de palma.

En estos ritos propiciatorios de fertilidad, abundancia y bienestar, se pide por la entrada de las lluvias para la siembra, la curación de alguna enfermedad, o la resolución de conflictos que parecen insuperables.

En la devoción a la Cruz de mayo, aparte del público que acompaña la ceremonia, los participantes son los rezanderos, los músicos, los bailadores, los cantadores de galerones, tonadas, fulías y corridos.

 

Santísima Cruz de Mayo

Quién te puso en esa mesa

Son los dueños del altar

Que están pagando promesa

 

Era costumbre en algunos pueblos del llano que las parejas de enamorados esperasen el Velorio de Cruz para irses juidos, es decir, para escaparse sin el consentimiento de los padres, y regresar al cabo de unos días para obligar a la familia a aceptarlos como nueva pareja. Todos los asistentes son invitados a una comilona en la mañana del día siguiente después de la celebración, y en algunas zonas de raigambre netamente agraria, se extiende la festividad hasta final de mes.

A pesar de la violenta intervención de los modelos urbanos en los ritos y tradiciones rurales, la veneración de la Cruz de Mayo se mantiene en los barrios de las ciudades como último eslabón de una antigua manifestación religiosa y cosmogónica. Pero es en la costumbre de persignarse para conjurar el peligro, y corroborar la pertenencia a un credo, donde sigue imperando el significado e importancia de la cruz como signo sagrado, evidenciando su carácter de símbolo fundamental, o lo que es igual, como emblema mágico, para recrear el orden en un mundo amenazado constantemente por el caos.

www.cesargedler.com

Fotografía: Tibisay Vargas Rojas.

domingo, 23 de abril de 2023

EL LIBRO Y EL IDIOMA

Cesar Gedler Lozada

La ceremonia que ofrendamos el 23 de abril de cada año al libro, el idioma, y al derecho de autor, tiene el mismo fondo de afectividad que le concedemos a los valores de la literatura. Es una manera sentida y amable de acercamiento a una acción que desearíamos fuera el quehacer de cada uno en el curso de toda nuestra vida; que nuestras referencias en juicios y escogencias estuvieran marcadas por las reflexiones e intuiciones que abrevamos de los grandes autores, los que con mucha razón se han llamado guías del espíritu o referencias obligadas de todo destino superior. Fue una iniciativa de la UNESCO, en el año 1995, ya terminando el siglo anterior, que refleja probablemente una premonición, la del fin del texto impreso en papel, que poco a poco se ha venido sustituyendo por aparatos electrónicos de compleja elaboración y manejo, pero de mayor alcance comunicacional en el tiempo y el espacio.

Se tomaron como referencia algunos eventos singulares de la literatura, el entierro, en el año 1616, de nuestro Cervantes castellano, y la muerte del inglés más universal, el dramaturgo William Shakespeare, en el mismo día y mes de aquel año memorable. Por esa razón el Ministerio de Cultura española entrega ese día 23 de abril el premio Cervantes, la mayor distinción que se otorga a los escritores ganadores de habla hispana, por la totalidad de su obra escrita, y su contribución al pensamiento y la estética literaria.

El libro es una entidad en sí misma, que nos permite un grado de conexión con lo hondo y sublime que recibimos en herencia de nuestros ancestros, mostrándonos todas las formas de vida posible, de las que no tenemos otro testimonio sino el que nos confía casi en secreto cada autor, a través de esos códigos mágicos, las letras y palabras, que aprendemos a descifrar unos y otros en distinta medida.

Terencio nos decía que cada libro tiene su propio destino, un destino particular, que no depende del autor ni de los lectores, sino que viaja por sí mismo hasta encontrar su verdadero lugar. Otros sabios han afirmado que muchos libros tienen vida propia, y no le revelan sus claves sino a los que él escoge por una voluntad insospechada. No hablo solamente de los libros sagrados, que se ofrecen al iniciado como guía y como oráculo, por su proveniencia trascendental, sino de aquella empatía que mueve al universo y ejerce un llamado sobre algunos escogidos, para cumplir su propósito de iluminación. Basta recordar las palabras iniciales de los Proverbios, para comprender lo que estamos hablando. En los Proverbios, se nos advierte de forma exclamativa, que la Sabiduría llama a los hombres: “La Sabiduría -nos dice- viene llamando por las calles y levanta su voz en las plazas ¿Hasta cuándo necios, aborrecerán la Verdad? Déjense convencer por mis razones, pues quiero abrirles mi corazón y comunicarles mis enseñanzas” Sin más, nos encontramos en este versículo, una idea respetable y poco convencional según la cual, los hombres no elaboramos las ideas, sino que las ideas, nos elaboran a nosotros.

Soy un hombre que busca en el conocimiento y la información el sentido que la existencia nos niega en su desarraigo. Siento hacia los libros el mismo débito afectivo que con los amigos de siempre, y quizás por las mismas razones. Los libros de mi vida, como dijera Henry Miller, me han ayudado a borrar las distancias que nacen de la incomprensión, a pesar de mi vocación a disentir, lo cual me ha llevado, en algunas ocasiones, a merecer la reputación de hombre solitario, aunque en ello no vea más que una forma de responder a las contradicciones que la vida humana manifiesta en su profundidad y desafío.

En ese diálogo interior que cada quien sostiene consigo mismo, en esa revelación de los abismos interiores que se descubren nada más que en ciertos instantes, he llegado a entrever la fortuna que significa encontrar el libro, toparse con un autor que nos restituya un motivo existencial, una razón de ser, y más profundo me parece este sentido si en su ejercicio alcanza a los demás, si en su acción permanente contribuye a elevar la disposición de vida y la esperanza de otros seres humanos. Por eso me alegra pertenecer a la raza de los lectores, como dijera de sí mismo Albert Beguin, al referirse a la lectura como oficio de referencia.

En este quehacer sin tregua que es la lectura y la escritura, también he conseguido lo que sin arrogancia pudiéramos llamar una actitud ante la existencia, y esta actitud se resume en el reconocimiento que debemos tener de lo que nos falta, cada vez que alcanzamos una nueva comprensión; en la certeza de que el camino es equívoco e inagotable; en la convicción de que la plenitud solamente se alcanza cuando nos entregamos sin reservas a las exigencias de nuestra misión. Hasta donde comprendo, muchos de los grandes escritores que marcaron la generación a la que pertenezco, padecieron en soledad la propia lucha contra sus demonios interiores y la urgencia de expresarse a través de la escritura. Pienso en Sábato, en Dostoievsky, Wilde, Tolstoi, Papini o Celline, como ejemplo de lo que digo, que asumieron obligaciones cuyo origen y destino están por encima de la razón histórica, y son las que tienen que ver con el alma, con la perfección de sí mismo, en un mundo que desatiende en forma soberbia y constante el derecho de cada hombre a encontrar su propio centro.

Aquellos autores los conocía uno desde niño, en ediciones rústicas que venían desde Argentina, Méjico o España, en las editoriales Suramericana, Biliken, Fondo de Cultura económica, Lozada o Emecé editores, por nombrar algunas, que se encontraban sin esfuerzo en cualquier libraría o biblioteca pública a un precio tan módico como un bollo de pan, o un refresco de botella, en un formato cómodo, para llevarlo en la mano y devorarlo en la primera plaza o parque de pueblo, con el sonido del viento agitando las hojas de los árboles.

Eran tiempos de grandes libreros. Hombres curtidos en su oficio que conocían no sólo hasta los autores menos nombrados, sino las ediciones de los libros, las escuelas literarias, las críticas, y a los críticos del momento. Entrar en el “Gusano de Luz”, frente a parque Carabobo, en la “Librería Filosófica” del viejo Arreaza, en Sábana Grande y luego en Puente Brión; a la “librería Suma” de Raúl, en la Nro 90 de la calle Real, cerca del Gran Café; “La Macondo” regentada por el amigo Pedro, en Chacaito, o “La Divulgación” de Sergio el portugués, en Los Chaguaramos, era pasearse por todos los géneros en materia literaria, y si la ocasión lo permitía, entrar en un océano de conocimientos, al conversar con aquellos eruditos, que dominaban su oficio como si fueran unos anticuarios, o entomólogos apasionados.

El Estado por su parte, a través de sus poderosas editoriales, se esmeraba en publicar lo que por su calidad y hondura merecía ser publicado, más que la promoción de algunas figuras ligadas al poder, con una escritura de dudosa aceptación. Hoy suena todo esto como un relato de ficción, por el desinterés creciente hacia la lectura, los precios prohibitivos de los libros, y la casi imposibilidad de encontrarlos, aun en librerías especializadas. No desespero sin embargo de esta circunstancia. Al contrario, presiento que en ese contrapunto entre lo anhelado y lo dado, se encuentra justamente el camino que el Espíritu despliega en las culturas para la construcción de la individualidad y la diferenciación en los sujetos, sin las cuales no se puede reconocer el rostro que el mundo insiste en mostrarnos.

En este cambio civilizatorio que nos está tocando vivir, en este punto y aparte al que nos obligan las nuevas corrientes de pensamiento, creo de urgencia inaplazable promocionar hasta lo imposible el conocimiento y el amor a las palabras, al idioma, a la lectura y la escritura con atributos, porque el lenguaje es el asiento del Ser, como sostenía Heidegger, es nuestra posibilidad de identidad, nuestro pasaje oculto hacia la tradición, nuestro vínculo personal y sagrado con el Espíritu.

Recuperar el sentido de la palabra en todas sus expresiones, es diferenciar, reconocer los matices del mundo que nos envuelve, multiplicar las formas de lo posible; Para decirlo en una sola expresión: convertir la soledad y su misterio, en acercamiento y significado.

Recomiendo sobre este tema, la conferencia de Federico García Lorca, intitulada “Dime qué lees y te diré quién eres”.

 

martes, 4 de abril de 2023

La muerte del Benemérito

                                                                                                                                     César Gedler

Los rumores comenzaron desde los primeros días de diciembre. Los agoreros entraban y salían de las casas con la precaución del perseguido. En poca gente se podía confiar. Todo estaba revuelto y los espías se pasaban de un bando a otro sin saber a qué atenerse. Poca gente tenía teléfono. El telégrafo no era confiable. En las mañanas los hombres salían a buscar información en los periódicos, en el mercado, en las plazas, a través de amigos con emisoras clandestinas, con los brujos y hasta en la expresión de los militares que caminaban rumbo al cuartel.

A mediados de mes ya no se soportaba la tensión. Ya se hablaba con mayor descaro: “¿Murió el hombre?” “Se sabe que sí, pero no lo quieren decir”. “Tengo un primo sargento en Caracas y no lo dejaron salir esta semana”. “La cosa está fea. Hace días que no se sabe nada del Indio Tarazona y eso da qué pensar. La mayoría de las casas gomeras están vacías. Se llevaron a las mujeres y a los niños”.

El martes 18 soltaron la noticia desde temprano por la prensa y por la radio: “El Benemérito General Juan Vicente Gómez, Benefactor de la Patria, falleció anoche a las 11:45 pm. El país está de duelo”. Como un maremoto comenzó a crecer la noticia. Primero con duda y desconfianza, después con miedo y alegría confundidos; por último con euforia espasmódica cuando la gente empezó a coger la calle y a gritar con todas sus fuerzas: ¡Ha muerto el Tirano! ¡El Bagre está muerto! ¡Terminó la dictadura! Los presos empezaron a salir de los calabozos con los ojos y la piel enferma y el cabello blanco por la falta de sol.

Unos arrastraban la pierna derecha como si todavía llevaran los grilletes con las bolas atadas. Otros sonreían mostrando las encías sin dentadura, algunos se escondían de la gente como si los fueran a rechazar como en otros tiempos y los más sanos denunciaban las torturas que les habían hecho y pedían la muerte para los esbirros, mientras los familiares de los encarcelados buscaban a sus parientes entre la multitud con rostros de angustia y alegría.

Más adelante surgieron los rumores. Se decía que por haber nacido el 24 de julio, igual que El Libertador, querían hacer coincidir la fecha de su muerte, con la del General Simón Bolívar, para atribuirle un carácter providencial al dictador Juan Vicente.

Ese mismo 18 de diciembre salió la gaceta oficial número 18.831, que confirmaba el deceso del presidente en la quinta “23 de mayo”, en Las Delicias, Maracay. López Contreras quedó como presidente encargado, y de inmediato se dirige a la nación a través de una alocución de radio, frustrando de esta manera los planes continuistas del gomecismo, a través de Eustoquio Gómez, quien muere al resistirse a la orden de arresto, del general Galaviz.

Según Francisco Carreño Delgado, autor del libro “El Benemérito, un bellaco admirable” en el momento de la muerte del presidente, él se encontraba en la planta baja de la quinta, al lado de Arturo Uslar Pietri, amigo cercano de Florencio Gómez, y Julio de Armas, entre otros testigos. Arriba, con el general agonizante estaban Eleazar López Contreras, el general Julio Anselmo Santander, Jefe de los Edecanes, y varios familiares de entera confianza, como para conformar un testimonio inapelable, pero la duda persistió, entre la gente contraria al presidente andino, y todavía la fecha de su muerte es un enigma que espera ser resuelto.

Tuve la fortuna de conocer a dos personas claves que me confirmaron lo de su muerte el mismo día que la del Libertador, Ana Solórzano, a quien llamaban Chichí, que fue la última compañera marital del general Gómez, y el Dr. Abel Sánchez Peláez, médico psiquiatra con quien sostuve una entrañable amistad, de más de 35 años.

Chichí era amiga de mi madre y por su trato sencillo y de sobrada lucidez, conversamos muchas veces sobre Juan Vicente Gómez. “Yo era una adolescente, cuando El General se interesó por mí. Tuvimos varios hijos, a los que él visitaba con frecuencia. Era muy cariñoso con los niños. El día de su entierro tuvieron que disfrazarme, para poderlo ver por última vez, porque se sabía que los espías contrarios se fijaban en los que llegaban para cobrarle después las deudas que dejaba el difunto. Lo que sí puedo decirte, es que murió el 17 de diciembre, y no el 14, como dicen los contrarios”

El papá del Dr. Abel Sánchez Peláez, del Táchira, fue “Director Nacional de Rentas y Licores”, en el gobierno de Gómez, y muy cercano a éste, por varias razones. Por supuesto, le contó en detalles muchas veces a su hijo, la agonía y muerte del presidente andino, confirmando en su versión que había muerto el 17 de diciembre del año 1935, a los 78 años.

Unos meses antes de su muerte, el presidente ya anciano, tenía que detener cada cierto trecho la caravana donde viajaba, para orinar en cualquier parte.  Esa vez quiso comer con todos sus edecanes después de pedir el baño para orinar, en el restaurant Bristol, donde mi abuela trabajaba como panadera, aquí en Los Teques, Mi futura madre, de 9 años, esperaba que saliera mi abuela. Como ya se había ido parte del personal, tuvieron que mandar a mi madre a que le llevara el pan a la mesa donde almorzaba el presidente. Al verla, le dijo: ¿Ajá, y quién es la niña? ella le respondió sin saber que hablaba con un mandamás, que había salido de la escuela y estaba esperando a su mamá que hacía pan en el lugar. “Eso está bien, si señor” y sacó una moneda y se la regaló.

Cuando me contó aquel episodio, yo tendría como 25 años, y se me ocurrió preguntarle: ¿y visto hoy, cómo te pareció el general Gómez, cómo lo recuerdas? Mi madre, sin pensarlo mucho me respondió con serenidad, “hoy diría que era un hombre como pocos, un señor bien plantado. Lamentablemente también fue un dictador”, manifestando con esta sentencia, una concepción del mundo que resume con precisión a una persona que no tiene dobleces, a un hombre que merecía el trato cuidadoso que se le dispensaba, por ser un hombre de respeto, un hombre de poder.

Imagen tomada del blog "Historias de Maracay"

viernes, 18 de noviembre de 2022

PERRAS Y ESCORPIONES

Jeroh Juan Montilla

(Dedicatoria en memoria de los míticos barberos de la vieja barbería Iberia de San Juan de los Morros: de izquierda a derecha, José Liborio Orellana (Buche), Emilio Villalobos y Anibal (los tres de la foto), extensiva al nieto de Buche, Carlos Orellana, mi barbero de hoy en día)

¿Una guerra secreta? Dos palabras, dos situaciones imposibles de conciliar en la realidad. Una guerra por sí misma no puede ser secreta, puede estar cruzada, inundada de secretismo, pero ella en su manifestación no tiene nada de oculto, es guerra por su mismo obsceno exhibicionismo. Definitivamente no hay guerras invisibles, ni mudas, ni sordas, no hay guerra que pueda sustraerse al fisgoneo de los sentidos y mucho menos existe una guerra que no sea entre los hombres ¿Qué quiso decir el señor Orio con éso?
Me explico: el señor Orio es uno de los barberos de enfrente. Son dos en realidad, pero Orio es quien me afeita. Usted es mi exclusivo cliente profesor, son sus palabras. El otro barbero es el señor Po. Él nunca me ha afeitado, dice que por nada en el universo va traicionar la exclusividad que tengo con el señor Orio. Ahora, no es exactamente enfrente donde se ubica la barbería, es diagonal al edificio donde está mi apartamento. Son dos pisos y una planta baja, mi apartamento ocupa por completo el último piso, tiene balcón hacia la calle y hacia atrás. Realmente barbería y edificio están esquina contra esquina. Confieso que a la barbería no solo asistía por un servicio de corte de cabello, me gustaba también, por lo menos dos veces a la semana, ir a conversar con estos barberos, oírles hablar de las historias más disparatadas de sus correrías de inmigrantes, eran historias como en clave, salpicadas de raros nombres de pueblos de los cuales yo jamás había oído. Parecían suceder en territorios que estaban fuera de este mundo, con una geografía increíble y en un tiempo impreciso, nunca daban fechas y todos los términos y nombres no aparecían en ninguna enciclopedia o diccionario por mi conocido. Pero hasta cierto punto, no sé por qué, estas historias estaban cubiertas de cierto inexplicable manto de credibilidad. Ellos sabían darle verosimilitud y chispa a sus curiosos relatos.
Decía al principio algo sobre la guerra. Todo sucedió entre una tarde y una madrugada. Esa tarde me tocaba mi afeitada mensual, y mientras esperaba mi turno, ya que había un cliente delante en la silla del señor Orio, leía un voluminoso libro de mi biblioteca personal. Soy profesor de historia universal en postgrado, y esa vez estaba preparando una clase magistral sobre las guerras de la realeza anglosajona. Llevé a la barbería ese libro sobre la Guerra de las Dos Rosas, me hastiaba la espera, y ya el montón de viejas y amarillentas revistas de la barbería habían perdido mi interés.
El señor Orio me dedicó esa vez miradas interrogativas, mientras chasqueaba acompasadamente su tijera. Pasaba una y otra vez su mirada de la cabeza de su cliente al libro abierto sobre mis piernas. Yo espiaba con gusto sus movimientos por el rabillo del ojo, su curiosidad me parecía algo cómica. De repente, no aguantando la curiosidad, me preguntó: -¿Qué lee usted profesor?
Levantado los ojos del libro, le respondí: -Leo sobre la guerra entre la Casa Lancaster y la Casa York, La Guerra de las Dos Rosas.
El señor Orio rio quedamente. -Ah, sí. La de la rosa roja contra la rosa blanca y viceversa. El mismo cuentico de siempre, la rivalidad familiar, sangre contra sangre, toda guerra en este planeta es de los hombres contra los hombres, una misma especie contra sí misma, algo insólito fuera de la Tierra. En esta que usted investiga no ocurre nada distinto, ambas casas son hijas de la casa Plantagenet, la casa de la retama. Mi madre tenía una enorme retama en el patio. Lo único que combatía con ella eran los cálculos renales de mi padre.
Confieso que me asombró que el señor Orio conociese esa historia. Ante su última frase solo me quedó fue sonreír. De inmediato añadí: -Una guerra fratricida de casi 72 años-.
No dijo nada, solo colocó su tijera sobre la mesa de utensilios y lentamente comenzó a inspeccionar la cabeza del cliente mientras giraba la silla. Al final dijo: -Listo- El cliente se levantó, le pagó y se despidió, entonces el señor Orio me hizo una señal con la barbilla, me levanté, dejé el libro sobre un mueble y me senté en su silla de barbero. Del otro lado de la estancia estaba el señor Po, un barbero gordo e italiano, muy silenciosamente se dedicaba a limpiar su instrumental de trabajo. El señor Po parece como de setenta años, su aspecto, a pesar de lo robusto, es casi inmaterial. El señor Orio en cambio es de nacionalidad siriaca, cabello encanecido, pero aspecto más vigoroso, según el mismo ha dicho en una ocasión tiene sesenta años, de esos, cuarenta en el país.
Al sentarme, el señor Orio colocó sobre mí su capa de barbero, un trozo de tela negra que cubrió mi cuerpo hasta la cintura, por delante y atrás. De inmediato la perra, llamada Anunciante gruñó hacia la calle, unos segundos después las otras dos perras hicieron lo mismo, todos le dedicamos una mirada a cada una. Olvidaba decirlo, estos dos barberos traían diariamente consigo a la barbería a tres inmensas perras. Una dálmata de manchas negro azuladas llamada Anunciante, una robusta buldog, de pelambre amarillenta llamada Pesante y una pastor alemán llamada Virgin. Esos extraños nombres aun no entiendo a que respondían, nunca lo pregunté. La barbería tiene dos entradas, una hacia la calle tres y la otra hacia la carrera cuatro. Anunciante siempre se echaba en la que da hacia la calle tres, mientras que Pesante lo hace en la otra, Virgin siempre estaba en un rincón, agazapada en su propio silencio. Allí pasaban toda la jornada, por lo menos en la que a mí me tocaba participar mensualmente. Las tres semejaban guardianes míticos que en sus perennes posiciones dibujaban un triángulo donde Orio y Po parecían resguardarse. Al rato, después de otear y husmear hacia un punto impreciso de la calle, Anunciante bajó las orejas, lo inquietante al parecer se había alejado, se echó de regreso a su silenciosa mansedumbre. Otro tanto hizo Pesante en la otra puerta y Virgin al fondo de la barbería.
-Anunciante, hace honor a su nombre- dijo misteriosamente el señor Po.
-Andan por allí, las tres perciben cada vez más cerca el olor de esas alimañas. La constelación parece estar entrando a su tiempo de desafío. Es triste pero ya era tiempo-Riposta Orio. Tras esto se desató un silencio tenso.
La tijera del señor Orio reanudó su chasquear sobre mi cabeza y el crujido del cabello comenzó a inundar mis oídos. La atmósfera entonces como por arte de magia perdió la tensión. Orio y Po volvieron a ser los mismos. El señor Orio, reanudando el tema de la guerra de las dos rosas, con un dejo de arrogancia dijo: -Setenta y dos años es nada profesor. Hubo y hasta hay guerras más largas, de milenios, hasta de millones de años. ¿Verdad Po?
-Umjú.- Respondió éste, agregando: -Esas guerras que cuentan esos libros suyo profesor son solo un remedo ruidoso, una simple escaramuza. Le repito, un remedo, un remedo de otro enfrentamiento que las modela, las trasciende, la guerra verdadera, la que nosotros conocemos. La guerra de las dos rosas fue reflejo, profesor. Todo y todos comenzamos y terminamos en un reflejo.
Orio remató diciendo: -La verdadera guerra, la única, es la gran guerra secreta, y esa no es de hombre contra hombre, es de una especie contra otra distinta, y esa no sale en ningún libro de historia de este mundo. Ella es de un tiempo donde no existía el tiempo. Fue y aun es entre los venenosos zubenitas y los canis, los grandiosos cazadores.
¿Canis y zubenitas? Nunca había escuchado o leído sobre esos nombres. La curiosidad me llevó a preguntar: -¿Esas son etnias sirias o de Italia?-El señor, dejando de afeitarme comenzó a reírse, otro tanto hizo el señor Po.
-Le dije que es una guerra secreta, el mundo no tiene conocimiento de ella, aunque hay que admitir que de vez en cuando padece sus efectos, los cuales hombres comunes y científicos explican erróneamente cómo catástrofes naturales.
Los barberos volvieron a cruzar de modo cómplice y risueño sus miradas. No los comprendía y no me quedó sino sonreír con ellos, atascado en mi ignorancia, consolándome para mis adentros con la idea de que este par de viejos nuevamente estaban tomándome el pelo con sus extrañas historias.
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Esa noche avancé bastante en la lectura del libro. Leí y releí sobre la enfermedad mental del rey Enrique VI de Lancaster. Locura y ambición, dos ingredientes que nunca faltan. Definitivamente esta era una guerra, en verdad nada extraordinaria, una guerra más, el acto histórico más rutinario de los hombres. Sin embargo, tanta veces leyendo en estos libros el mismo proceso de matanzas, bajo las mismas excusas me llevó esa noche a una sospecha: Tal vez Orio y Po tengan razón sobre la conspiración que nos trasciende. Cerré mi libro y, después de realizar unos apuntes, me fui a la cama, pero antes me tomé tres vasos de vino moscatel, y algo mareado caí entre las sábanas, eso me rendiría como un lirón pensé, pero tuve un dormir agitado. Soñé que estaba en medio de un jardín de apelmazadas plantas de rosas blancas y rojas, yo corría huyendo de unos ladridos y gruñidos invisibles, y en mi carrera sentía como las espinas me rasgaban, parecían las cuchillas de unos feroces soldados que me atacaban sin piedad. Por un momento, ya sin aliento me detuve, y entonces percibí que los ladridos y gruñidos surgían de todos lados, y cada rosa fue transformándose en unas fauces locamente atestadas de colmillos puntiagudos y pétalos como pinzas.
Me desperté sudoroso. Vi instintivamente el reloj, las tres de la madrugada. Por un inexplicable impulso me levanté, crucé la sala y salí al balcón y por una loca analogía me acordé de la suerte de Enrique VI de Lancaster en la Torre de Londres, asesinado en medio de uno de sus ataques mentales. Sacudí esa imagen respirando el aire fresco de la madrugada, miré con alivio hacia el cielo, la constelación de Orión brillaba con fuerza, parecía huir por el firmamento, sin embargo la de Escorpio atenazaba con rabia uno de sus talones más luminosos. Me maravilló ver como la fanfarronería del cazador podía ser derrotada por un minúsculo aguijón. Luego bajé lentamente mis ojos hacia la esquina de la barbería y casi me caigo por la baranda del susto. Ante las dos puertas de la barbería había dos enormes cosas de un azul luminiscente, cada una semejante a una especie de aparato mecánico de complicada tecnología, con un par de brazos mecánicos terminados en tenazas. Estas cosas llevaban en la parte trasera otro brazo rematado en una especie de punzón al rojo vivo. Se apoyaban en cuatro patas a cada lado. La visión comenzó a marearme. Las tenazas hurgaban en las puertas. Pero de repente se aquietaron. Entonces percibí una quietud y un silencio absoluto en la noche. Aquellas cosas no emitían ningún ruido. Era como si el espacio de la ciudad había sido sacado del cauce ruidoso del tiempo. Comencé a sudar nuevamente. Aquellas cosas azules intensificaron su luminiscencia, sentí que sabían que las observaba, se dieron vuelta y sus tenazas me señalaron. ¿Sería que pronto vendrían por mí? Sería una víctima ajena a esta guerra que no me corresponde, la secreta, la verdadera. Todo comenzó a oscurecerse, me sentí en un negro túnel, al fondo veía dos puntos azules de luz apagándose con lentitud, ¿Acaso esto mismo no fue lo último en ver Enrique VI de Lancaster mientras cortaban su garganta? Entonces todo se volvió negro.
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¿Una guerra secreta? Dos palabras imposibles de conciliar en la realidad. Una guerra por sí misma no puede ser secreta. Eso dije al comenzar este relato. La verdad es que la luz del sol dándome en rostro fue lo que me despertó al día siguiente. Estaba asquerosamente untado de mi propio vómito. Ese día los barberos no abrieron, ni al siguiente ni los posteriores, ya han pasado tres meses. ¿Qué habrá pasado con ellos? Todo esto es tan misterioso. He realizado averiguaciones y la casa donde estaba la barbería no tiene dueño. Nadie sabe dónde vivían los señores Orio y Po junto con sus perras. ¿Sería una alucinación lo que vi esa noche frente a sus puertas? ¿Serían los efectos del moscatel? ¿Y mi sueño con aquellas rosas mordientes, llenas de tenazas y pinzas? ¿Y eso de la guerra secreta entre los canis y los zubenitas? ¿Perros y escorpiones? ¿Cómo puede una guerra ser algo secreto? Un secreto entre bandos, para serlo, necesita por lo mínimo complicidad. Como profesor de historia desde hace tiempo sé que los seres humanos no somos dueños del curso de nuestro destino, si es que puede llamarse así esas sucesivas reiteraciones que llamamos historia. No somos responsables de nuestras acciones en el pasado ni en el presente, y el futuro solo es la expectativa de la misma redundancia. Esto puede sonar cómodo o mejor dicho cínico. Pero mi sospecha de una conspiración de orígenes desconocidos se ha fortalecido con mi visión de aquella madrugada y el gruñir de las perras aquella tarde. Algo se está librando bajo el pesado manto de la ignorancia humana ¿Quiénes en realidad eran Orio y Po? ¿Qué querían confesarme entre líneas, siempre bajo el matiz absurdo y jocoso de sus historias? ¿Eran esos enormes escorpiones azules lo que inquietaba a sus perras…? ¿Eran?

(Este relato fue publicado originalmente en la página de Internet de la Revista Letralia el viernes 27 de mayo de 2022)

sábado, 4 de junio de 2022

EL OTRO LADO*

Francisco Rodríguez Sotomayor
“Remembering speechlessly we seek the great forgotten language, the lost lane-end into heaven, a stone, a leaf, an unfound door. Where? When?”
Thomas Wolfe (Look Homeward, Angel)


Fue un miércoles de enero. Mi tío Guillermo manejaba la ranchera camino al hospital. La abuela adelante, Fernanda y yo atrás, y el auto olía a guardado, sonaba incoherente, la calle puesta ahí asoleándose en la claridad de un mediodía traspuesto.

Metiendo yo un pie en la ducha los gritos de mi abuela resonaron en toda la casa. Se murió, se murió, exclamaba al teléfono. Yo estaba desnudo; agarré la toalla y saqué la cabeza por la puerta. Se murió, decía. Quién se murió. Tu tía Edna, me dijo entre lágrimas. Cerré la puerta del baño y ahora sí me supe desnudo, inerme. En eso me tocan la puerta y me apuran: báñate rápido para irnos. Murió la tía Edna, me dije, y pensé en el liceo lejano y ridículo.

Luego nos montamos en el carro. Fernanda viendo por la ventana, ambos vestidos con el uniforme. La prueba de biología, organismos unicelulares y pluricelulares, perdida. Y Fernanda nada que hablaba. Nadie hablaba en realidad, al menos no unos con otros. Sentía que el tío Guillermo me veía por el retrovisor, cada vez que ponía los ojos allí tenía la impresión de que iba a decirme algo, pero no, seguía conduciendo. La única voz era la de mi abuela Genara: avisando a tal o cual de que Edna había muerto con un mismo monólogo fatal de que se complicó con el apéndice y no hubo manera pues de la noche a la mañana se fue, tú sabes cómo es, sí, ya vamos para allá, aquí andan los muchachos. Sin muchas variaciones transcurrían los diálogos telefónicos; del otro lado de la línea suponía monosílabos, huecos de silencio. Desde entonces asocié su tono de llamada con la muerte.

Ellos eran una trinchera, un fortín, dos muros infranqueables. Porque uno estaba acechado en el ajetreo.

En el estacionamiento del hospital distinguí autos familiares. Mi tío Guillermo aparcó y nos bajamos. Un ir y venir de abrazos, de llantos reventando. Fernanda y yo nos sentamos en la acera frente a la ranchera. Ella cargaba el uniforme beige y la mirada que evitaba la mía. Llama a mamá y papá, le dije. Ya lo hice, ya vienen. Y siguió naufragando su atención por el hospital; los veía a ella y al tumulto más allá de la familia.

Al rato llegaron mamá y papá. Parecían tranquilos. Fernanda y yo no nos separamos de ellos hasta que todo pasó. Ellos eran una trinchera, un fortín, dos muros infranqueables. Porque uno estaba acechado en el ajetreo. Las enfermeras, los médicos, las camillas, el hedor a hospital; la idea de que alguien faltaba en el montón y el inagotable tono de llamada de la abuela Genara. Era un acorralamiento de no saber a qué mirar.

Papá mantenía su silencio. Los brazos los posaba en los hombros de Fernanda y míos. Todavía era más alto que yo. Le pregunté que qué hacíamos. Hay que esperar, me respondió.

—¿Esperar qué? —pregunté.

—Que saquen el cuerpo.

No quería salir de las simples frases y no lo obligué. Traté de imaginar el rostro dormido de la tía Edna; la única similitud que pude hallar, porque una cara muerta jamás la había visto. Figuré su cuerpo tendido, inmóvil, esperando salir. Aunque la verdadera espera latía de este lado, en la inquietud de la abuela Genara, en el no sé qué de papeles que digan si Fulana ya dejó atrás el mundo y nadie la vio más, que ayer era una seguridad sólida y hoy es una imagen dormida atrapada tras una pared.

En eso el tío Guillermo se acercó. No deben tardar en sacarla, la vamos a velar en La Milagrosa, dijo. Papá le contestó que, ah, bueno, nosotros vamos y venimos entonces. Sentí un ligero empuje de papá hacia el bululú de la familia. Algo en mí se resistía a ir, pero terminé aceptando. Nos acercamos a la abuela Genara, cuya faz hallé enlodada, difusa, innombrable. Y la abracé sin decir. Un lenguaje inefable entre los dos, un magnetismo, el camino de regreso a su casa, el olor de la ranchera, la ducha corriendo y perdiéndose en el laberinto, los veinte dedos sosteniendo otra espalda. Con eso dije bastante.

—Nosotros vamos y venimos —le dijo papá.

La abuela asintió.

—Vayan ustedes y me traen agua, yo me quedo —dijo mamá. Fernanda se mantuvo lejos, viendo todo a través de un cristal ignoto.

Nuestra visita a la casa fue apresurada. Por segunda vez tuve que ducharme; me sentía sucio, y en el recorrido a la funeraria tuve la certeza de que esa suciedad no logré quitármela. Faltaban un par de horas para que se apagara el sol; una llama se enciende desde otro lado y la única certeza del fuego es que vive a merced de algo más allá que es su principio y su fin para siempre. Había mucha gente en el velorio, y la mayoría eran desconocidos para mí. Al entrar vi un cúmulo alrededor del ataúd, a Cristo en su cruz. No llegué más lejos, no di un paso más. Papá permanecía detrás de mí, le vi y me hizo señas de salir. Mejor estar afuera.

Nos sentamos en un banco. Fernanda estaría tal vez con mamá o quién sabe. Me asombró la cantidad de gente que había. De todas las edades. Cada uno de los que estábamos allí giraba en torno a un recuerdo, pero yo no lo conseguía. El sitio era un retorcer de estómago y una suciedad persistente. Era una falta de enfoque. Alzaba mi cabeza tratando de dar con algo. Me fijé en la puerta y no se cerraba nunca. Siempre alguien saliendo o entrando. Uno de esos fue mi tío Guillermo. Él también escudriñaba, luchaba por un poco de aire. Noté que nos vio a papá y a mí. Se acercaba, tanteaba. Llegó hasta nosotros pesado.

Es mejor que nos quedemos aquí, hijo, es mejor que te quedes con la última vez que la viste.

—No entiendo, hace poco estaba bien, de repente anoche palo abajo y nada la levantó, y listo, ahí está.

Nos dijo esto vacilante. Se notaba atento a la periferia, de su voz emanaba un jadeo de gato entre cuatro paredes.

—¿La vieron? —nos preguntó.

Quizá era eso lo que estaba perdido.

—Yo quiero verla —le dije.

—Es mejor que nos quedemos aquí, hijo, es mejor que te quedes con la última vez que la viste —me dijo papá.

Volteé a ver a mi tío Guillermo.

—Es verdad, es mejor —dijo apoyando a papá.

Entonces en la puerta seguía el movimiento, ese abrir y cerrar, el ir y venir de la gente. Busqué dando tumbos, hice fuerza, unas arrugas se me hicieron de recordar. Y esa última vez no salió por ningún lado.

*(Publicado originalmente en Letralia el jueves 2 de junio de 2022, https://letralia.com/letras/narrativaletralia/2022/06/02/el-otro-lado/?fbclid=IwAR3HlXZYq4dL72_6oUIj8GeI3u3-U1wBJ9yLMRPbSGcKpbRRXy5jL8PsySg)