Argenis Méndez Echenique*
(PONENCIA PRESENTADA EN EL ENCUENTRO BOLIVARIANO - SANMARTINIANO REALIZADO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA, DURANTE LOS DÍAS COMPRENDIDOS ENTRE EL 15 Y EL 22 DE NOVIEMBRE DE 2004).
“Colombia [la Gran Colombia] tiene llanos, vida pastoril,
vida bárbara, americana pura, y de ahí partió Bolívar;
de aquel barro hizo su glorioso edificio”.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO.
Véase el presente trabajo como un modesto homenaje al intercambio cultural que propician hoy día nuestros pueblos e instituciones, por lo que hablaremos de un tema que nos hermana indefectiblemente, como es la presencia de un grupo de llaneros venezolanos en la pampa argentina en los tiempos iniciales de esta república; lo cual podría considerarse como un importante antecedente del proceso integracionista que se han planteado nuestros pensadores con miras a la conformación de una sola patria, la Patria Latinoamericana.
Para muchos estudiosos contemporáneos el hecho de aludir a la presencia de un grupo de llaneros en Salta, en años posteriores a la batalla de Ayacucho (1826 – 1827), puede parecerles intrascendente, por cuanto hoy, que vivimos en una sociedad globalizada e interconectada satelitalmente, esto, y mucho más, puede darse en cualquier parte del mundo. Podría decirse también que el señalado no es un hecho único en nuestra historia común; aún cuando este haya sido producto de la casualidad. Pero recuérdese, por ejemplo, que la presencia europea en nuestro continente, a partir del año 1492, se debió más que todo a un error de cálculo de Don Cristóbal Colón, quien al pretender viajar hacia la India y no previendo su existencia recaló en una playa americana.
Desde el mismo momento en que comenzó a planificarse la separación de las colonias hispanoamericanas de su metrópoli, o poco después, comenzó a hablarse de una integración cultural de las nuevas naciones.
Esa idea viene de lejos; pues, si es cierta la teoría del “Mundo Guaraní” que manejan los paraguayos, todo, o casi todo, el territorio amazónico estuvo habitado por un mismo pueblo, con una data que remonta a los 3.000 o 4.000 años A.C., como se expuso en el reciente Encuentro “Llanos, Pampas y Sabanas”, realizado en Caracas, el día 19 de Septiembre pasado; planteando que en Venezuela la toponimia maneja un 77% de nombres indígenas guaraníes (Entrevista a María Troche de Gallegos. Diario VEA, 20/09/2004), por lo que no cabrían dudas al respecto. Con anterioridad otros autores han tratado este tema, exponiendo que “América estaba integrada. Estaba unida, por los antecedentes históricos que se han encontrado. La tesis de la unidad originaria de América, como pertenecientes todos a un mismo tronco anterior, parece posible, aunque la ciencia no haya dicho la última palabra” (RASCO, 1975: 39).
Muchas de las ideas integracionistas posteriores (siglos XVIII, XIX y XX) habría que buscarlas en las elucubraciones políticas, económicas y sociales de los venezolanos Francisco de Miranda y Simón Bolívar, del neogranadino Antonio Nariño, del peruano Juan Pablo Viscardo, del mexicano Fray Servando Teresa de Mier, de los argentinos José de San Martín y Bernardino Rivadavia, el centroamericano Francisco Morazán…, que giran alrededor de un destino común hispanoamericano.
En 1815 el Gran Bolívar, en su conocida Carta de Jamaica, exponía: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria […] Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte; cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil” (Masur, 1987: 222-223).
La generalidad de líderes independentistas plantean diversos modelos de gobierno: unos, regímenes monárquicos, con príncipes españoles, con personalidades criollas o descendientes de los antiguos linajes americanos, probablemente algunos inspirados en manoseados planes bórbónicos, desde la época de Carlos III. Y otros hacedores de patrias presentan proyectos republicanos, centralistas o federalistas, que en definitiva van a dar como punto final las nacionalidades latinoamericanas actuales. Casi todos ellos buscaban un paradigma que les permitiese resolver y atender las demandas socioculturales de sus comunidades.
Todavía en el siglo XIX, el chileno Francisco Bilbao, al igual que otros autores, da a la luz pública su posición al respecto:
“Creemos que la gloria de América, exceptuando de su participación al Brasil, imperio con esclavos, y al Paraguay, dictadura con siervos, y a pesar de las peripecias sangrientas de la anarquía y despotismo transeúntes, sea por instinto, intuición de la verdad, necesidad histórica o lógica del derecho, consiste en esas glorias, en haber identificado su destino con la república” (Roig, 1981).
Es famosa la postura del mexicano José Vasconcelos, quien en sus escarceos filosóficos expone su tesis de la “Raza Cósmica” (1925), exaltando los valores autóctonos americanos y el mestizaje, “puente de razas del futuro”; y , dentro de esta línea de pensamiento, es partidario de la integración iberoamericana: “Desde la época de la independencia de España, las mentalidades superiores del continente se dieron cuenta del fracaso a que tenía que conducirnos aquel fraccionamiento en soberanías ficticias” (1957: 155).
Otros analistas del tema enfocan el asunto dándole la primacía a Bolívar y a San Martín, quienes intentaron traducir políticamente este sentimiento americanista en términos de proyectos de integración, que terminarían en el más rotundo fracaso; sobre todo por que en buena medida tenían mayor peso los enfoques individualistas, contrarios a los planteamientos de unión continental. El mismo Bolívar, abrumado por estas circunstancias adversas llegó a expresar su pesar diciendo que había “arado en el mar”.
Al desaparecer del escenario político los grandes conductores e ideólogos de la revolución americana, ese sueño de unidad continental hispánica fue siendo relegado a un segundo o tercer plano, por motivos e intereses diversos, haciendo que cada país se replegase en si mismo, cayendo en un negativo aislamiento aldeano.
Para algunos estudiosos, la presencia de un propósito de unidad o integración hispanoamericana en las nuevas repúblicas americanas se enfrentaba a sentimientos de recelo, de egoísmo y de competencia entre los mismos, exacerbados por la falta de estabilidad política y económica interna; y por la incertidumbre en el plano internacional que dichas repúblicas debieron enfrentar durante el proceso independentista, algunas de las cuales habían adquirido deudas con la pérfida Albión para afrontar los gastos ocasionados por la guerra, y que la diplomacia británica aprovechó favorablemente para imponer su política imperialista, ocupando el espacio económico que dejaba libre la decadente España. Al respecto, un agente francés escribía en 1806, desde Caracas, a su gobierno: “Inglaterra quisiera hacer de las cuatro partes del mundo dominio de su monopolio. Trata en estos momentos de sublevar las provincias españolas de la América meridional y sacarlas de la dependencia de su metrópoli para ponerlas bajo la de su propio comercio” (Gil Fortoul, 1967: I, 172 – 173).
Pero, según algunos autores, esa no era la apreciación de todos los americanos; pues, “el propio Bolívar creía en él [el Ministro Canning], y pensaba que Inglaterra era la única amiga de la Independencia de América del Sur entre las potencias europeas reaccionarias y egoístas. Entonces Canning reconoció como repúblicas soberanas a los jóvenes Estados: primero a Argentina y después a Colombia y México” (Masur, Ob. Cit.: 286).
Así también se presentó el caso de algunos paladines que negaron el tronco triétnico de los hombres y mujeres latinoamericanos, aupando solapadas posiciones discriminatorias y elitescas, que no corresponden a un verdadero criterio de democracia participativa. Héctor Adolfo Cordero (1971: 14) lo plantea claramente al hablar de país y señala el escaso apego a las tradiciones libertarias y la desaparición de sus principales representantes: “Primero fue destruido el indio, luego el gaucho, y también otros tipos similares, característicos y representativos de cada país americano. Cuando eso ocurrió se les idealizó y cantó exaltando su valor, su coraje, su conciencia”.
Pero algunos pensadores nuestros, llaneros para más señas, a los que NO puede negarse su alto grado de intelecto, comulgan con estas creencias: “Al observarnos a nosotros mismos para reconocernos y saber quiénes somos, salta a la vista que somos europeos. Lengua y vestido, religión y arquitectura, arte e instituciones políticas, escuela y cementerio, dan testimonio inequívoco de nuestra pertenencia al ámbito cultural europeo” (Briceño Guerrero, 1983).
Obnubilarse con la creencia de que por ello constituíamos una prolongación de España en América, similar al trasplante de los peregrinos del “May Flower”, ha sido el peor error que se ha podido cometer. Gil Fortoul advierte sobre este dislate: “Ilusión, ver en las nuevas repúblicas, una simple prolongación de España y hablar de raza hispánica, del alma hispánica, aplicando semejantes términos a una supuesta unidad orgánica, política, moral, que no existió nunca”.
Además, la posición adoptada por los europeos con respecto a los latinoamericanos quedó evidenciada para el momento en que Argentina intentó reconquistar las islas Malvinas en 1982, desmienten lo objetivo de esta actitud eurocéntrica, según la opinión de un intelectual venezolano:
“Creíamos, no sin cierta arrogancia –en la cual la Argentina precisamente dio siempre la pauta-, que éramos la familia cercana, aunque menos culta, de Europa; y esto era también una ilusión. La celeridad con que la Comunidad Europea sancionó a la Argentina prueba, en primer lugar, la eficiencia y la solidaridad de aquella organización, pero igualmente el desdén hacia los primos lejanos” (Burelli Rivas, Prólogo. Müller Rojas, 1983: 14).
Pero pensamos que este frustrado intento de soberanía sirvió para que los países latinoamericanos volcasen su mirada sobre si mismos. El mencionado Burelli Rivas lo manifiesta sin ningún tipo de rodeos:
“Quizás el primer efecto del mismo es la latinoamericanización del Brasil y el despertar de Argentina entre los únicos hermanos que tiene, pues hasta Italia la condenó precipitadamente, sin reparar en que quizá no existen en el mundo dos naciones más entremezcladas que ellas dos” (Müller Rojas, Ob. Cit.: 17).
Así mismo, Carrera Damas, de las nuevas corrientes historiográficas venezolanas, nos da un claro análisis de la situación (1993: 54):
“La conciencia cultural del criollo hispanoamericano se encuentra atrapada entre un anhelo de identificación con el paradigma europeo, lo cual juzga necesario para la sustentación de su condición de cultura dominante, pero que le ha resultado ser, históricamente, una marcha hacia lo inalcanzable; y el rechazo de las culturas dominadas -aborígenes y negroafricanas-, no menos necesario para esa sustentación. Se arma de esta manera la trampa que hace del criollo hispanoamericano un “dominador cautivo”. En virtud de ella se ve privado de la autonomía cultural que le sería necesaria para alcanzar, simultáneamente, pleno dominio de su identidad cultural y el concurso estimulante y creador de las culturas dominadas, con las cuales habría de establecer nuevas formas de relacionamiento caracterizadas por el concepto de complejo pluricultural”.
Una explicación más precisa del fenómeno la dan numerosos estudiosos actuales de los problemas socioeconómicos, políticos y culturales del mundo latinoamericano, que manejan, supuestamente, una historia global, una visión holística, del mismo; entre ellos, el mencionado Carrera Damas (1995: 12), quien expone: “El proceso de la independencia todo, y por consiguiente la guerra misma, fue una compleja disputa y, lo que es más, una cuyo desenvolvimiento se prolongó por casi un siglo y cuya razón de ser primaria no fue propiamente la aspiración de independencia, sino la de proveer a la preservación de la estructura de poder interna de la sociedad, formada en el seno del nexo colonial”.
Jane Rausch (1989), norteamericana, en recientes estudios sobre el llano colombiano explica lo sucedido con estos pueblos después de la Guerra de Independencia: “Ya para entonces [1830] José Antonio Páez, en Venezuela, y Juan Manuel Rosas, en Argentina, se habían servido de las llanuras como trampolín para deponer a la elite urbana y tomar el mando de la nación”.
Estos pensamientos se redondean con la opinión de la investigadora sureña Alicia Poderte (2004):
“La conformación de los estados nacionales latinoamericanos que se efectúa durante el siglo XIX respondía a las necesidades de los grupos dominantes –descendientes de los conquistadores y colonizadores europeos-, en el marco de la constitución y desarrollo de un mercado mundial. Este rompía las barreras económicas, favoreciendo el proceso de interdependencia entre las diversas sociedades humanas y, a la vez, construía nuevas barreras de dominación y de negación de las especificidades socioculturales”.
Todo lo referido al tema está muy bien expuesto y da una clara visión de lo sucedido en el proceso de forjar los nuevos estados nacionales, sin supeditarlos a entidades extrañas, por lo menos desde el punto de vista político; pero hoy, a principios del siglo XXI, retomando muchas ideas del siglo XIX, entre ellas el vigoroso pensamiento bolivariano, se plantean nuevamente los viejos, y nunca satisfechos, sueños integracionistas, porque cada vez tienen mayor vigencia. El mártir cubano, José Martí, lo proclamaba: “Bolívar todavía calza las botas de campaña, porque aún tiene mucho que hacer en esta América, nuestra América”.
Hasta hace poco se hablaba de Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, de Mercado Común Centroamericano, de Pacto Andino, que por diferentes motivos, entre ellos, mezquinos intereses foráneos, no tuvieron viabilidad. Actualmente se habla de Zona Hemisférica de Libre Comercio, Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA) y Parlamento Latinoamericano, por solo mencionar algunos, con el propósito de establecer alianzas y estrategias más realistas entre los países latinoamericanos, para luchar contra la pobreza y la exclusión social que agobia a su gente. Pues, según los nuevos expertos en el tema, “la integración no es un fin en si mismo. Es un instrumento para el desarrollo integral de nuestros pueblos, para el crecimiento económico, el desenvolvimiento social y el adelanto cultural”.
¿Será posible que algún día podamos concretar los deseos del uruguayo José Enrique Rodó?: “Ojalá un día en América se le pueda preguntar a uno y otro: ¿tú quién eres y de donde eres?, en lugar de decir soy de Colombia, soy de Argentina, soy de Uruguay, contestar: Soy Latinoamericano”. Aún cuando hay que ser conscientes que “la intención de Bolívar era formar una verdadera Liga Americana, sociedad de naciones hermanas, sociedad cuya fuerza federada se opondría a la Santa Alianza” (Masur, Ob. Cit.: 487).
Haiman El Troudi, en un reciente artículo (2004, 5: 28), habla de Bolívar como referente para la revolución que hay que realizar en América Latina y expone:
“Desde Bolívar se edifica el sueño unitario de los pueblos hermanos. Entenderlo, contextualizarlo, reivindicarlo, no constituye un culto al hombre, sino una reinterpretación y reedición de la gesta libertadora y emancipadora, plena de vigencia histórica”.
Además, “hay que admitir la universalidad de un hecho: no se construye a partir de la nada. Es obvio. Siempre se construye a partir de algo, de alguna tradición o de varias de ellas, aún si son contradictorias, aún si son recientes y precarias”, como muy razonablemente lo expone el arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva (1980:6).
Nuestro propósito no es ajeno a crear conciencia sobre la integridad latinoamericana; por lo que está centrado en escudriñar las raíces etno - culturales de nuestra identidad llanera y venezolana, para insertarnos con posibilidad de éxito en la comunidad continental. No es fácil lograrlo, por la amplitud de factores a estudiar; entendemos que aún cuando exista similitud en cuanto al idioma, la tradición histórica, la conciencia colectiva, y las raíces étnicas, siempre se presentarán momentos coyunturales que le darán un matiz diferente a la problemática de cada región y de cada país en el estudio de su evolución histórica.
Además, especialistas como Roig (1981), exponen el problema diciendo: “…el sujeto americano no siempre ha intentado identificarse mediante una misma unidad referencial”. Un ejemplo de esta diversidad es la influencia etno – cultural que imprimió la gran corriente migratoria europea, durante gran parte del siglo XIX y todo el XX, a los países del llamado Cono Sur, que afectó en alto grado la idiosincrasia de estos pueblos, haciéndolos diferentes en muchos aspectos a los de la costa caribe. Sin embargo, Carlos Octavio Bunge, en su libro Nuestra América (citado por Roig), plantea que “la unidad de América como multiplicidad habrá de derivar del mismo modo, de una integración racial, de un “mestizaje” del que habrá de surgir el “genio hispanoamericano”.
Vamos a hablar de la presencia, fortuita o inesperada, de llaneros venezolanos en las pampas argentinas. El caso se dio a finales de 1826 con la sublevación de un batallón de Granaderos pertenecientes al Ejército Libertador Grancolombiano estacionado en Cochabamba, comandado por el Capitán Graduado Domingo López Matute, quienes desertaron y se incorporaron a los bandos argentinos en pugna en una de las tantas guerras civiles que asolaron este país.
Lo cierto es que este desplazamiento de un contingente llanero a lugares distantes de su país de origen constituye también un movimiento migratorio, por cuanto los integrantes del grupo desertor se integraron a la sociedad pampera de Argentina (esa es nuestra deducción, que las investigaciones posteriores demuestren lo contrario). Hemos consultado diferentes fuentes y da la impresión de que no ha existido interés en divulgar los hechos; por cuanto las causas del mismo no han sido expuestas con claridad.
Recuérdese que las tropas de elite del ejército de Bolívar estaban constituidas por soldados llaneros, aspecto que él mismo tenía que aceptar muy a su pesar: “Amargamente [Bolívar] había llegado a la trascendental conclusión de que solo los LLANEROS podían convertirse en la fuerza social que arrastrase a los plantadores y esclavos a la lucha contra el colonialismo. Ambas clases estaban objetivamente interesadas en liquidar el dominio español aunque tuvieran contradicciones entre si” (CATATUMBO, 1997).
Esta opinión de Bolívar no era gratuita, pues, él había sido testigo de las hazañas de los llaneros en diferentes campos de batalla, desde Queseras del Medio, en Apure, hasta Ayacucho, en el Perú, y sabía de la bizarría de estas tropas. Ejemplo imborrable en su memoria fue la batalla de las Queseras, donde el General Páez, con solo 150 jinetes, batió un ejército de 4.000 hombres, veteranos de las campañas napoleónicas en Europa, que estaban bajo el mando del general realista Pablo Morillo.
El pueblo llanero estaba acostumbrado a una vida libre e igualitaria, donde él era “dueño y señor de las cuerdas de su pescuezo”; respetando solo a Dios porque estaba en el cielo; y, en constante batallar contra un medio ambiente hostil para poder sobrevivir, curtió su carácter.
Izard, el historiador catalán que le ha dedicado varios años a estudiar su idiosincracia, lo describe antropológicamente de la manera siguiente:
“El pueblo llanero, quienes vivían de la caza de animales orejanos, tuvo una formación atípica; a lo largo del período colonial sobre una pequeña base de aborígenes más o menos autóctonos (todo lo que puede serlo un pueblo nómada y cazador), se fueron sedimentando personas de todas las etnias que huyendo del acoso oligárquico allí buscaban refugio. Así desde un punto de vista racial o cultural, el pueblo llanero era el resultado de un sincretismo, realizado en muy poco tiempo, de procedencias bien distintas. Y todo hace sospechar que en las últimas décadas del período colonial creció de una manera desmesurada el número de quienes huían de la zona controlada por los grandes propietarios” (1983, 33: 21).
Muchas de esas características socioculturales señaladas son similares a las de los gauchos, a la de los huasos, y a las de otros pueblos pastores americanos.
En nuestro rastreo de información sobre el caso Matute, observamos que ha existido mayor divulgación sobre la visita que hizo en 1868 el General José Antonio Páez a Buenos Aires, por cuanto autores argentinos y venezolanos de diferentes épocas, como Adolfo Pedro Carranza (El General Páez, 1888), Tomás Moncayo Avellán (Recuerdos del General Páez en Buenos Aires, 1891), José Antonio Calcaño (Páez Músico, 1974), Carlos Alfonso Vaz (Páez y Argentina, 1973), Tomás Polanco Alcántara (José Antonio Páez Fundador de la República, 2000), han tratado el asunto con el debido detenimiento.
El General Páez, ya anciano y obligado por las duras condiciones del exilio, se contrata como representante de una casa comercial norteamericana, interesada en vender a los argentinos una máquina para descuerar ganado vacuno. A Páez lo agasaja la sociedad bonaerense, haciendo numerosos amigos, entre ellos, la familia Carranza, que lo acoge en su hogar; incluso, el gobierno argentino le reconoce los grados militares que había conquistado en su homérica lucha por la independencia suramericana y el Congreso Nacional Argentino le otorga el grado de Brigadier General de la República, el día 14 de Agosto de 1869. Aquí tiene tiempo el héroe para practicar una de sus pasiones favoritas que tenía relegada al olvido, la afición por la música; y compone varias melodías, entre ellas, “Escucha Bella María”, aria compuesta para solo vocal, coro y piano, y “La Flor del Retiro”, vals escrito para tenor, violín y piano.
El caso del Capitán Matute es interesante estudiarlo por cuanto ofrece varios ángulos de enfoque: no solo desafió y puso en tela de juicio la autoridad del Gran Mariscal Antonio José de Sucre, Presidente de la recién creada República de Bolivia, sino que también participó en las contiendas civiles de Argentina, midiendo sus armas con el famoso caudillo gaucho Facundo Quiroga; y, además, entre los azares de la guerra, tuvo tiempo para casarse y engendrar un hijo.
Sería necesario averiguar cuál fue el destino de los descendientes de este valiente llanero venezolano y sus 170 intrépidos compañeros. Hasta el momento todo se desconoce al respecto. ¿Existirá documentación pertinente en los archivos públicos o privados de Salta?. ¿Qué reseñó, si lo hizo, la prensa argentina de la época?. ¿Existe todavía y dónde reposa el expediente judicial elaborado para seguirle juicio a Matute?. ¿Qué pasó con los otros compañeros de Matute?. ¿Dejaron descendientes?.
Y apuntalando esta propuesta, diré que el historiador Magnus Mörner (1979: 18 - 19) rescata para nosotros los estudios genealógicos y biográficos diciendo: “La Genealogía hasta ahora considerada un hobby escapista de miembros envejecidos de las elites, podrá funcionar como instrumento eficaz para acercarse más a la realidad humana, social, económica y política de América Latina”; y agrega didácticamente: “La biografía o autobiografía puede, a veces, en alto grado facilitar la comprensión de las mentalidades colectivas”.
LOS HECHOS
Siguiendo al historiador venezolano Armas Chitty (1978: 39 – 41), exponemos las informaciones que se manejan sobre la personalidad y actuación del Capitán Graduado Domingo López Matute en los sucesos de Cochabamba en 1826.
Quienes han intentado en Venezuela investigar sobre el Capitán Matute reconocen que se maneja poca información sobre el origen de este militar independentista; incluso se duda que su primer apellido fuese López, por lo que siempre se le menciona con el de Matute. La primera información sobre él – según Armas Chitty- es la contenida en las Memorias del general Gregorio Araoz de la Madrid (Madrid, Editorial América, s.f.), que en las páginas 331 y 332 trae una nota: "Matute, capitán en el ejército de Colombia y sus tropas, eran llaneros venezolanos, de los tremendos lanceros de Bolívar, que tanto dieron que hacer y tantas veces derrotaron a los soldados europeos de Morillo, La Torre, Barreiro, en Queseras del Medio, en Pantano de Vargas, en Boyacá, en Carabobo. Matute era nacido en el Guárico, provincia de los llanos de Venezuela”.
Esta información es ratificada por Vicente Dávila (1, 354); agregando Armas Chitty que posiblemente era familiar del alférez Vicente Matute, de Aragua de Barcelona, quien hace la guerra al lado de los generales Bermúdez, Monagas, Mariño, Zaraza y el Libertador Simón Bolívar, entre los años 14 y 20. Según este autor, el apellido Matute aparece ya en la segunda mitad del siglo XVIII en los libros parroquiales de Aragua de Barcelona. En el Guárico se le localiza en Santa Cruz del Unare, en el Hato La Palmita, al este de la ciudad de Zaraza y en los hatos contiguos al Ipire, lo mismo que en Zaraza, Tucupido, Ortiz y Guardatinajas. En el Estado Anzoátegui, en Aragua de Barcelona, El Chaparro y Santa Ana; y según parece antes del siglo XVIII ya se ubicaban personas de este apellido en San Carlos de Austria, de donde se esparcieron hacia Guárico y Anzoátegui.
Verificando esta información, encontramos que para el historiador Herrera – Vegas (1987: II, 71 – 128), quien le dedica alrededor de 57 páginas al apellido Matute, este procede del partido judicial de Nájera, Provincia de Logroño, en España. El primero en venir a Venezuela fue PEDRO MATUTE Y HERRERA, nacido en Ágreda, Provincia de Soria, hacia el año 1535. Llegó a la ciudad de Coro, en 1559, como criado del Obispo Fray Pedro de Ágreda. En 1565 figura como Alcalde Ordinario; allí contrae matrimonio con ANA DE VILLALOBOS, con quien tiene dos hijos: Tomás Matute de Villalobos, nacido en 1566, y María Matute de Villalobos. Tomás tuvo una larga descendencia, de donde procede el resto de la familia Matute venezolana.
Probablemente, el primer Matute que se radicó en los llanos, San Carlos de Austria (hoy capital del Estado Cojedes), fue Don GABRIEL MATUTE DE LA LLANA, nacido en la ciudad de Valencia, Venezuela, hacia 1636, donde contrajo matrimonio con Doña Antonia Sierra y García, y formó parte de una de las familias fundadoras de la villa llanera; falleció en esta ciudad de San Carlos, el día 13 de Julio de 1707, dejando una larga descendencia, que se dispersó por el Alto Llano.
El coronel irlandés, después general, Francisco Burnett O’Connor, en su libro Independencia Americana, dice que Matute era Capitán Graduado de Granaderos de la Guardia, del cuerpo del coronel Braun y del escuadrón del general José María Córdova, pertenecientes al Ejército Grancolombiano que acompañó al General Sucre hasta Bolivia. Se resintió Matute con el Mariscal de Ayacucho, Presidente de la República del Altiplano, por haber ascendido a Capitán Efectivo de la misma compañía de Matute al teniente graduado Francisco Segovia, quien tenía menor antigüedad que él. Segovia era “un joven alto, blanco, bien parecido, y Matute un indio pequeño, picado de viruela, que le había atacado en la campaña, y siendo Matute teniente más antiguo que Segovia”. Para el escritor boliviano Alcides Arguedas (1920: 314), “el movimiento no obedecía a ningún plan, ni reconocía motivo alguno justificado”.
Según la documentación consultada (Armas Chitty, Ob. Cit., Lecuna, 1995, y, Archivo de Sucre, 1986), el día 14 de Noviembre de 1826 alistó Matute alrededor de 200 granaderos en Cochabamba, y por Oruro bajó hasta la provincia argentina de Salta, donde mandaba el general Juan Antonio Álvarez de Arenales. Aquí se enfrenta al general Bedoya, a quien derrota de manera fulminante, aún cuando éste estaba al frente de 850 hombres y disponía de un cañón; apenas se salvan de las lanzas llaneras dos soldados, que quedaron malheridos.
Con estos hechos comienza la acción del Capitán Matute en Argentina. Matute había dicho a sus granaderos que la única forma de salir de Bolivia, rumbo a Venezuela, era yéndose a través de la pampa argentina, y por barco, desde Buenos Aires.
Cuando el Mariscal Sucre supo la deserción, ordenó al Coronel O’Connor le capturase a como diese lugar, y lo remitiese a Chuquisaca, la capital de Bolivia, fusilando a todos los demás compañeros de Matute; pues Sucre sospechaba que el faccioso “había traído de Lima un plan de defección”, debido a informaciones sobre otros posibles amotinamientos de tropas colombianas.
Tanto empeño puso Sucre en la captura de Matute que ordenó también la persecución a gente de su entera confianza, entre ellos el General José María Córdova y los coroneles León Galindo, Braun y Escolástico Andrade.
En carta fechada en Chuquisaca, el día 22 de Noviembre de 1826, el General Sucre al Coronel O’Connor le conmina la captura de Matute:
“Es preciso situar vigías en todas direcciones para saber que ruta toma Matute, y estos espías serán muy bien pagados para que sirvan bien, pues el Coronel Galindo tiene la orden de pagar todos estos gastos. Además, ofrezca Ud., a los paisanos 25 pesos por cada soldado de esos amotinados que le presenten a Vd.; para estimularlos más, advirtiéndoles Vd., que esos malvados vienen robando y destrozando, especialmente, haga Vd., que retiren todos los caballos y mulas de los lugares por donde ellos puedan pasar, pues sabe Vd., que estos llaneros a pie no pueden hacer nada. Mande Vd., comisionados por todas partes que vayan recogiendo los que vayan quedando dispersos y atrasados o cansados y los traigan a Tupiza. Todos los amotinados que Vd. aprehenda, sin distinción alguna y en cualquier número que sean, los hará fusilar en Tupiza en presencia de la tropa; para lo cual, y para cubrir a Vd., mandaré las órdenes oficiales inmediatamente que reciba los primeros partes del General Córdova. Los que Vd., aprehenda son los que debemos juzgar como culpables de traidores, además de sediciosos y amotinados, porque en el hecho han justificado la resolución de abandonar sus banderas y pasarse a otro país”. (Archivo de Sucre. Documento Nº 5.540; X, 544-546).
O’Connor persiguió al fugitivo hasta donde pudo; apenas disponía de 25 hombres y fue batido por Matute, obligándolo a desistir de la persecución. Matute logró pasar a Argentina y, con su escuadrón, llegó a Salta. Cuando el general La Madrid, gobernador unitario de Tucumán, quiere utilizarle contra el famoso general gaucho Facundo Quiroga, federalista, Matute lo enfrenta, pero en plena pelea los gauchos le gritan que “ellos eran la patria y los otros los godos”, éste se devuelve y destroza las tropas de La Madrid, quien tuvo que huir hasta Chuquisaca. Hay que tener presente que para un llanero venezolano, de pensamiento liberal y republicano, decir “godo” era sinónimo de “realista” u “oligarca”, de allí la reacción de Matute. Finalmente, después de cometer toda clase de desmanes y atropellos, Matute fue fusilado en Salta, por orden de los Gorriti, gamonales de la región.
O’Connor en sus memorias reseña la llegada de Matute a Salta y dice: “Allí se presentó Matute con los Granaderos a todas las revueltas que se le ofrecían en la provincia. Desterró al general Arenales a Bolivia, donde murió. La Junta de Salta regaló a Matute la hacienda del general Arenales, y al fin fusilaron a Matute en la Plaza de Salta. Fue el terror de la toda la provincia mientras vivió allí”.
La hoja de servicios de Matute registra su presencia en las grandes batallas libradas en Venezuela, en el sur de Nueva Granada, en Quito y en el Perú, bajo las órdenes del Libertador Simón Bolívar y del Mariscal Sucre. Su abolengo venía de la audacia que desplegaba en los combates y de la forma vertiginosa como alanceaba. Debió formarse en aquella escuela de heroísmo y sumo arrojo creada por José Tomás Boves, por Páez, por Monagas, por Rondón, Zaraza, Aramendi, etc. –dice Armas Chitty.
Según narra O’Connor, La Madrid le comentó al Mariscal Sucre: “Ah, mi general, si me diera unos doscientos hombres, como esos que lleva Matute, yo le daría cuenta de toda la Confederación Argentina”.
Tal era el prestigio que tenían las tropas llaneras; no en vano expresa su parecer el francés Jean Baptiste Emenard, edecán que fue de los generales bonapartistas Murat y de Ney: “…reunidos en llanura, en número de 10.000 , un escuadrón de coraceros o dragones europeos bastarían para disiparlos en quince minutos; pero en una guerra de marchas, de detalles, en una campaña de varios meses y en la América Meridional, la caballería más brillante del universo sería insensiblemente destruida por estos “cosacos” (Méndez Echenique, 1983: 108).
La opinión de uno de nuestros más destacados “llanerólogos” venezolanos es la siguiente:
“La presencia de los llaneros en cualquier ejército era de fundamental importancia por el arrojo que tenían en una lucha generalmente cuerpo a cuerpo, hombres acostumbrados a una vida llena de peligros, batallando cotidianamente con fieras y ganado cimarrón, extraordinarios jinetes, certeros lanceros, conocedores de su medio, con el cual ha mantenido una indeclinable identidad a través de los tiempos” (Montiel Acosta, 1993: 82).
Armas Chitty (1978: 274 – 275) publica la “Despedida del Capitán Domingo López Matute” (Documento Nº 13), que despeja varias incógnitas sobre sus motivos para desertar:
“Compañeros de mi destino: los insultos que a cada paso he recibido, son los mismos que me hacen separar de la dulce compañía de Uds., como también los sentimientos liberales con que me hallo cubierto. Os suplico encarecidamente que no me juzguéis en vuestras sociedades criminal por el hecho que hago, que es bastante escandaloso para los serviles; yo me he reconciliado y me he puesto a inculcar el desenlace de mi suerte en esta carrera, y no he podido hallarlo, porque un hombre, no hay duda, que está obligado a solicitar la felicidad de su individuo, y un ciudadano que pelea por ser libre, tiene la esperanza de disfrutar con el tiempo, las tareas de su trabajo, y hasta ahora no he visto una sola cosa a mi favor. Me dirán Uds., que todavía no ha habido lugar para ello: yo les haré ver que demasiado lo ha habido, conforme ha habido para dictar leyes a su favor. Si no, vean las constituciones de Bolivia y del Perú, que son análogas una y otra, donde dice en un artículo, que el presidente será perpetuo; ¡ perpetuo mando en un gobierno libre!. ¿Habrá cosa más escandalosa que un mando vitalicio a los corazones de unos hombres que han abandonado su patria por ser libres?. También me dirán Uds., que a nosotros no nos incumbe el que en estas repúblicas haya tales constituciones: yo les respondo que los sentimientos filantrópicos con que deben estar cubiertos los liberales, les debe adolecer la suerte que a sus semejantes les corra, pues, por la que tienen ahora, no se les presenta más que una ruina total, y aproximar a nosotros lo mismo; ¿por ventura hemos venido de Colombia a ser odiados de los pueblos o a ser sus amigos?. Los pueblos nos odian porque se figuran que nosotros sostenemos la ambición, ellos no tienen un motivo para creer lo contrario de nosotros, porque no damos pruebas. Compañeros: el despotismo reina y la ambición. ¿No miran a los jefes como se hacen desentendidos a las peticiones que hacen los subalternos, cuyos hombres son los que los elevan a lo más alto de la milicia?., ¿cómo también se hacen sordos a los ecos de nuestra familia, que de minuto a minuto nos llaman para poder subsistir con el trabajo nuestro?. Es crueldad. Yo he hecho lo que todo ciudadano está obligado a hacer por la felicidad de su patria, que es desterrar la guerra de mi suelo, y haberla alejado; ¿por qué es que tratan de conservar tropas de Colombia?., ¿por qué no nos mandan para nuestro suelo?. ¿Será, tal vez, que no peligre el presidente, y el no mandarnos para nuestro país será para no molestarnos?. En fin, mis caros amigos, no expongo más porque mi ignorancia no me lo permite, dispensen los disparates y solo reciban con todo aprecio los suspiros y lágrimas que soltaré al separarme de esta ciudad. Noviembre de 1826. Domingo López Matute”.
El mismo General Sucre, en carta del 24 de Noviembre al Coronel León Galindo, le expone otra de las supuestas razones que esgrimía Matute para su deserción:
“Acaba de llegar el Capitán Barragán, y trae una Sumaria seguida a un cabo de los Granaderos sublevados. De ella se ve claramente que el Capitán Matute tiene el proyecto de pasarse para Salta; y que le dijo a la tropa que yo había vendido cada soldado por cien pesos al Perú y Bolivia, y que por eso no dejaba ir a la tropa a pesar de que el Libertador la pedía para defender a Colombia, donde había venido una expedición española; y parece que les ha ofrecido llevarlos a Colombia, pasándolos por Buenos Aires. Es pues también indudable que lo logrará si procedemos con tanta torpeza como hasta ahora” (Archivo…,; X, 557 – 558. Documento Nº 5.554).
En nota de pie de página al Documento Nº 5.567 publicado en el Archivo de Sucre (Tomo X, páginas 568 y 569), se lee:
“El general Sucre se hallaba turbado, veía su honor, el del ejército, el de Colombia, mancillados y en su exceso de celo toda medida posible”; pero en otro párrafo se hacen los siguientes comentarios: “Las causas de estas sublevaciones y deserciones de las tropas colombianas, cuyos síntomas se dejaron sentir y se siguieron con “Voltígeros” y con los motines de Lima y Chuquisaca, fueron la consecuencia de la desmoralización (de la polilla del ejército de que nos habla el mismo general Sucre en una de sus cartas) de las tropas colombianas, que ensimismadas, enorgullecidas por sus brillantes triunfos, que recibían por otra parte las impresiones de las disensiones entre Venezuela y Nueva Granada próximas a separarse, que desunían los ánimos entre granadinos y venezolanos del ejército colombiano; ya se conocía en Bolivia la actitud de Páez en Venezuela…”
La actuación de Matute en Salta es casi desconocida, y en algunos casos, creemos que ha sido distorsionada, probablemente, para descalificarlo. Sin embargo, hay que reconocer que la actuación de Matute, a todas luces, no se muestra como la más adecuada a una política de concordia; pues, el General Sucre, en carta al Libertador Bolívar, del 26 de Marzo de 1827, le comunica:
“Aún no ha llegado aquí el General Arenales, pero sí vino un Comisionado del nuevo Gobierno de Salta, pidiéndome auxilios para contener a los Granaderos. Un aspirante (que era) Perea se puso a la cabeza de unos pocos para volverse; Matute lo descubrió y lo contuvo con otros, quiso fusilarlo pero la tropa se resistió de mano armada. Matute, para contentarlos, les permite toda licencia y dice el comunicado que si yo no tomo un partido saquearán a Salta y destruirán el país…” (O’Leary, 1981: I, 427).
El historiador argentino Rafael Gutierrez, uno de los pocos que trata el tema Matute, en un trabajo titulado “Guerras de la Independencia”, habla de la presencia de los llaneros en Salta; de allí copiamos:
“La batalla decisiva que puso fin a la guerra de independencia fue la que libró el General Sucre en los campos de Ayacucho. Por tal motivo, a la actual República de Bolivia llegaron los llaneros de la gran Colombia.[actuales Venezuela y Colombia]. Entre ellos revistaba el teniente Domingo López Matute, al frente de ciento sesenta granaderos. Según las crónicas de la época, terminada la guerra de independencia fue ofendido cuando se lo postergó en los ascensos con que fueron premiados otros oficiales. Tras lo cual, reunió a su tropa y desertó hacia el sur, a lo que en aquel momento eran las indefinidas fronteras de un también indefinido estado que no terminaba de conformarse. El Coronel Francisco Burdett O’Connor fue el encargado de perseguir a los desertores que se habían internado en territorio de la provincia de Salta. Matute esperó y emboscó a su perseguidor cerca de Rosario de Lerma, derrotándolo de modo aplastante. O’Connor y los sobrevivientes de sus tropas se presentaron ante el gobernador de Salta, don Juan Antonio Álvarez de Arenales –veterano de las guerras de la independencia, reconocido oficial de las tropas sanmatinianas- para reclamar su ayuda para capturar a los desertores. Pero Matute se había adelantado y había conseguido incorporarse a las tropas provinciales. El gobernador de Salta no sólo no entregó a Matute sino que protestó ante el gobierno de Sucre por la intromisión de tropas en territorio nacional sin autorización. A partir del 19 de diciembre [había transcurrido un mes y cinco días de la sublevación de Matute], Salta contaba con una tropa de llaneros que junto a otros veteranos de la guerra de independencia se sumarían a las fuerzas que organizaba el General La Madrid para combatir a Facundo Quiroga, Bustos e Ibarra. Durante las primeras décadas del siglo XIX la Argentina no terminaba de asegurar su independencia de España que ya se encontraba disputando sobre cual habría de ser la forma en que se consolidaría la unidad nacional. Esta disputa no fue pacífica sino que estuvo signada por la guerra. Unitarios y federales eran dos formas de comprender la organización nacional que arrastraba un montón de pasiones consigo. En ese enfrentamiento la provincia de Salta adhirió a la primera Constitución Nacional de corte unitario promulgada en 1819 [lo mismo hicieron las provincias de Catamarca, Córdoba, La Rioja, Mendoza, San Juan, san Luis, santiago del Estero y Tucumán, formando la Liga Unitaria; enfrentadas a las provincias del Pacto Federal: Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe ]. La provincias federales que se oponían al gobierno unitario se enfrentaron en campo bélico durante varios años, hasta que el gobernador de Buenos Aires, Don Juan Manuel de Rosas, restauró la paz interior. Por esos años el teniente Domingo López Matute se había incorporado a las filas del ejército de Salta, gobernada por el General Juan Antonio Álvarez de Arenales. El gobernador destinó al desertor de las tropas bolivarianas a sumarse al ejército del General La Madrid que en Tucumán aprestaba fuerzas contra Quiroga, Bustos e Ibarra. De camino a su comisión, Matute se encontró con Dionisio Puch, en Pozo Verde. Este último consiguió convencer al llanero de integrarse a las fuerzas que estaba organizando para derrocar a Arenales. El gobernador envió una tropa de trescientos hombres al mando del Coronel Bedoya, quien se enfrentó contra una fuerza de ochocientos disidentes en la decisiva batalla de Chicoana, el 7 de Febrero de 1827. La derrota de las tropas oficialistas ocasionaron que Arenales y sus partidarios se exiliaran en Bolivia. Con el triunfo, Puch y los Gorriti se posesionaron en el gobierno de Salta y accedieron al pedido de tropas de La Madrid, enviando a Matute nuevamente para cumplimentar su comisión inconclusa. El llanero continuó a las órdenes de La Madrid hasta que fue derrotado por Facundo Quiroga en la batalla de Rincón, por lo que regresó a Salta. En la ciudad conoció a Luisa Ibazeta, hija de un comerciante español emparentado con los Figueroa, lo que marcaba una diferencia social considerable en la época, acentuado por los rasgos indígenas de Matute. Ante la situación el oficial decidió apresurar el matrimonio, raptando a la novia en medio de un baile. La familia de la niña, disconforme con el abrupto matrimonio, aprovechó los desconfiables antecedentes que Matute tenía y puso en conocimiento del gobierno de Salta un complot que lideraba el llanero para derrocarlo. El Cabildo de Salta llamó al traidor a dar explicaciones, pero tan pronto como llegó fue detenido y sometido a Consejo de Guerra que lo condenó a muerte. El sentenciado pidió asistir a misa el 17 de setiembre de 1827 y allí se apoderó de cáliz consagrado, amenazando derramarlo si no se lo perdonaba. Ante tamaño sacrilegio los sacerdotes interrumpieron la misa y consultaron a las autoridades eclesiásticas, hasta que el Canónigo Gorriti sentenció: “Fusílenlo con el cáliz”. Matute, después de haber sobrevivido a tantas batallas que lo trajeron desde los lejanos llanos de la Gran Colombia hasta los valles de Salta, se dio por vencido y devolvió el copón. Pero el horror del guerrero que caía lejos de su tierra no terminó con su muerte, sino que su cadáver fue mutilado. Los pies de la víctima fueron cortados antes de sepultar el cuerpo porque estaban tan trabados en los grilletes que no se podían desprender las cadenas. Los documentos detienen la historia allí, no sabemos que fue de aquellos que lo acompañaron ni de la viuda, ni de su hijo a quien los abuelos negaron el apellido del padre”.
Con esta ponencia, nuestro propósito se centra en motivar a algún historiador, o a un equipo, argentino para que dirija su atención a la personalidad del Capitán Matute y su actuación en las contiendas civiles de su patria, haciendo énfasis en el fenómeno inmigratorio forzado que se dio con el contingente llanero que se radicó en Salta, hasta el momento se desconoce cual fue el destino de esta gente. De comprobarse nuestra tesis, sería un nexo consanguíneo, débil pero existente, entre llaneros y gauchos, que reforzaría la sempiterna intención continental de unirnos e identificarnos culturalmente con raíces étnicas comunes, viendo a Bolívar y San Martín como faros guías de nuestra integración latinoamericana.
AME
San Fernando de Apure, Octubre de 2004.
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*ARGENIS MÉNDEZ ECHENIQUE. 1947. Cronista de San Fernando de Apure, miembro de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela (Correspondiente por el Estado Apure), Presidente de la Sociedad Bolivariana del Estado Apure (1980 – 2006), Vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Bolivariana de Venezuela (2002 – 2006), Director – Fundador del Centro de Estudios Histórico – Sociales del Llano Venezolano (CEHISLLAVE), Miembro Fundador del Colegio de Licenciados en Educación de Venezuela – Seccional Apure (1972), Miembro del Instituto Duartiano de Santo Domingo, República Dominicana, Secretario General del Comité Amigos de Apure “María Josefa Salerno”, Miembro del Directorio de la Fundación “Rómulo Gallegos”. Profesor Agregado de la Universidad Simón Rodríguez – Núcleo Apure. Treinta y cinco años en la docencia. Autor de varios libros, entre ellos: Historia de Apure (cuatro ediciones), Apure en Bolívar... Bolívar en Apure (dos ediciones), Cabildo Apureño. Doscientos Años de Historia, Trazos para una Cronología Histórica de Apure (1528 – 1981), Aportes a una Bibliografía sobre el Estado Apure, Sobre Julio César Sánchez Olivo, Influencia del Yaruro en el contexto de la formación del Llanero Apureño, Cuentos de Llano Adentro. Campaña de Guzmán Blanco en Apure (1871 – 1872), Del Apure de la Aristocracia de la Lanza a la Guerra Federal (1830 – 1870), La Literatura Llanera después de Rómulo Gallegos, Presencia Francesa en Apure, Puerto Páez Síntesis Geohistórica de un pueblo llanero de frontera, José Cornelio Muñoz (Síntesis Biográfica), Santa Bárbara, Patrona de los Llaneros, El Cristianismo Apureño, José Manuel Sánchez Osto, historiador de Apure, La Historia Regional en Apure, Una Aproximación Teórico – Metodológica a la Historia Regional Apureña, Aproximación a un análisis de la obra Bosquejo de la Revolución en la América Española, de Manuel Palacio Fajardo, Juan Pablo Duarte en Apure, La Radiodifusión en Apure, La Casa de Bolívar en San Fernando de Apure, La Iglesia Catedral de San Fernando de Apure, entre otros (algunos escritos han sido publicados en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia). Tiene varios trabajos inéditos, la mayoría sobre temas históricos.